![]() |
Lucin Khatcherian cumplirá 106 años el 12 de Abril. Llegó al país con sólo 16 años. Foto Andrés D´EliaEntrevista a la única sobreviviente en ArgentinaTiene 105 años. Fue testigo de la masacre de su pueblo, perdió a sus padres y escapó a la Argentina. Lucin tiene el pelo blanco y la piel marcada por los años. Su rostro conserva una belleza ajada y una expresión rebelde de hidalguía, pero suele perderse en imágenes maltrechas. Lucin tiene 105 largos años, y enarbola la osadía de haber sobrevivido al siniestro Genocidio Armenio. “Cuando hablamos de estas cosas, no puedo dormir""Pero mi madre no se salvó. Estaba embarazada y empezó a tener pérdidas,murió en el camino"![]() Daniel Vittar dvittar@clarin.com 28 marzo 2015 Clarín Fuente: Clarín La amiga de Lucin: "Raptada por los turcos y adoptada en Francia: la conmovedora historia de Hury" por Daniel Vittar, 28 marzo 2015, ClarinAlrededor de Lucin se sucedieron historias profundamente conmovedoras. Hay una que atesora con ternura en su corazón de mujer. La cuenta con ojos de asombro y voz rasgada por la emoción. |
↧
100 años del Genocido Armenio que Turquía todavía no ha reconocido: asesinaron 1.500.000 personas / Entrevista a Lucin Khatcherian, sobreviviente: "No sé por qué lo hacían" / por Daniel Vittar, foto Andrés D´Elia, Clarin, 28 marzo 2015
↧
Femicidios: El Genocidio que ningún estado quiere reconocer: "Cada diez días muere una chica asesinada" (en Argentina), por Silvina Heguy, Clarin, 28 marzo 2015
Tema del Domingo.En 2014, fueron 36 las víctimas entre 12 y 21 años. A 6 años de la sanción de la ley para eliminar la violencia de género advierten que ésta no se cumple y que el Estado sólo invierte en prevenir 80 centavos por mujer. Cómo se puede cambiar.
DÓNDE PEDIR AYUDA *Se puede llamar desde todo el país al 144, pertenece al Consejo Nacional de las Mujeres y da contención, información y asesoramiento las 24 horas los 365 días. *También existe la línea gratuita 134 para la Ciudad de Buenos Aires y para el resto del país el 0800-222-3425. *La Corte Suprema tiene una Oficina de Violencia Doméstica, funciona las 24 horas en Lavalle 1250, CABA.

Silvina Heguy,
Clarìn, 28 marzo 2015
Fuente: Clarin
Links del blog: ONU MUJERES
“El dolor existe y sigue, pero hay que empezar ya a cambiar a la sociedad”
Jorge Taddei, el papá de Wanda y su lucha contra la violencia de género
"la mentalidad que cree que las mujeres son propiedad de los hombres”..
↧
↧
"Talking to Carlos Gimenez, Creator of the Rajatabla in Caracas" by Glenn Loney,New Theatre Quarterly, Cambridge University Press, August 1986
Research Article
Abstract
Knowledge of the theatre of South America tends to be shamefully scanty in the English-speaking world: yet the forces of rapid political change, both revolutionary and repressive, often provoke innovative theatrical responses. NTQ intends to pursue the study of theatre in this huge continent. The following interview was conducted by Glenn Loney with the young director Carlos Gimenez – a refugee from Argentina presently working with his Rajatabla troupe in Caracas, Venezuela – whose production of Bolivar was brought to the Public Theatre in New York last summer, with a return visit planned to include The Death of Garcia Lorca, both discussed in the following conversation. Glenn Loney is a widely published American drama critic, teacher, and writer, presently teaching on the doctoral theatre programme of the City University of New York, and working on the American volume in the Documents of Theatre History series for publication by Cambridge University Press.
Glenn Loney (1986).
Talking to Carlos Gimenez, Creator of the Rajatabla in Caracas.
New Theatre Quarterly, 2, pp 243-249
Cambridge University Press
Buy This Article (Compra este artículo) $30.00 / £20.00
Rent This Article Now for 24 Hours: (Alquila este artículo por 24 horas): $5.99 / £3.99 / €4.49
Original source: Cambridge University Press
Thank you to Cambridge University Press for the permission to post this article. And special thanks to Linda Nicol (Permissions Manager, Cambridge University Press, University Printing House)
↧
Mujeres inventores: telecomunicaciones, software de computadoras, transmisión inalámbrica, circuito cerrado de televisión, calefacción de automoviles y calefacción solar, ¡cerveza!...
Las Mujeres y sus inventos
1. Telecomunicación moderna
La física teórica Shirley Jackson fue la primera mujer negra en recibir un doctorado de MIT, en 1973. Trabajando para los Laboratorios Bell, desarrolló un par de aparatos de telecomunicación tales como el fax portátil, el teléfono con sistema de marcado por tonos, células solares, cables de fibra óptica -la razón por la que puedes escuchar claramente a una persona que se encuentra a kilómetros de distancia- y la tecnología detrás de la identificación de llamadas y llamada en espera. Una cosa poca.
2. Software de computadoras
La doctora Grace Murray Hopper, contraalmirante de la marina de Estados Unidos, fue también una científica de computación que desarrolló una cosita llamada COBOL: el primer software con interfaz de usuario. Además, también fue la primera persona en emplear el término "bug" para describir una irregularidad en un sistema de computación. Esto, después de descubrir que una polilla había causado estragos en su computadora personal.
3. El algoritmo de las computadoras
Ada Lovelace, cuyo padre era el famoso poeta Lord Byron, fue incentivada por su madre desde una edad muy temprana a convertirse en una campeona de las matemáticas. Lovelace trabajó con Charles Babbage en la Universidad de Londres, involucrándose en sus planes para la creación de un "motor analítico" -dígase, computadora muy, muy vieja- y desarrollando una forma de programar la máquina con algoritmos matemáticos. Esencialmente, esto la transforma en la primera "programadora de computadoras".
4. Tecnología de transmisión inalámbrica
La invención de Hedy Lamarr, un sistema de comunicación secreta para torpedos radio-controlados, fue desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial y sentó las bases para el Wi-Fi y el GPS actuales. Además, era una famosa actriz.
5. Circuito cerrado de televisión
El sistema de Marie Van Brittan Brown para circuito de televisión cerrado, patentado en 1969, fue pensado para que la gente pudiera asegurar su propio bienestar. Esto, debido a la lentitud con la que la policía respondía -responde- las llamadas de auxilio en su barrio newyorkino. Su invención sentó las bases para los CCTV modernos, los que actualmente son utilizados por la policía y también de forma particular.
7. Calefacción para autos
La primera calefacción para automóviles, que re-dirigía aire desde el motor para calentar los entumecidos pies de los motoristas aristocráticos del siglo XIX, fue inventada por Margaret A. Wilcox en 1893.
8. Escaleras para incendios
Este aparato, vital tanto para la seguridad pública como para los hábitos de los fumadores de todo el mundo, fue inventado en 1887 por Anna
Connelly.
9. Bote salvavidas
Un día, ahí por 1882, Maria Beasely miró hacia el mar y pensó: "Como que la gente debería dejar de morirse en accidentes de transporte". Y entonces, inventó los botes salvavidas. Beasely también ideó una máquina para construir barriles que terminó por hacerla rica.
10. Calefacción solar doméstica
Física y pionera de la energía solar, la doctora Maria Telkes unió fuerzas con una dama igualmente genial, la arquitecta Eleanor Raymond, para construir la primera casa temperada únicamente a través de energía solar en 1947.
11. Calefacción central
Cada vez que te sientas agradecido de que no tienes que enfrentar el crudo invierno desarmado, piensa en Alice Parker. Ella inventó un sistema de calefacción central a base de gas natural en 1919. Mientras que su diseño propio del aparato no llegó a ser construido, fue la primera vez que se concibió el uso de este combustible para uso personal. El hecho inspiró la calefacción central del futuro.
12. La jeringa médica
Oh, las maravillas de la medicina moderna. En 1899, Leticia Geer inventó una jeringa médica que podía ser utilizada con una sola mano. Recuérdala la próxima vez que recibas una inyección.
13. El refrigerador eléctrico moderno
Florence Parpart inventó el refrigerador eléctrico moderno en 1914. En 1900, Parpart también recibió una patente por mejorar la tecnología usada en la máquina de barrido industrial, la cual vendió a otras ciudades de los Estados Unidos, porque era increíblemente genial.
14. Cerveza
![]()
¿Estás disfrutando de una deliciosa y súper masculina cerveza? Pues adivina, es un trago completamente femenino. La historiadora Jane Peyton afirma que las mujeres de la Antigua Mesopotamia fueron las primeras en desarrollar, vender e incluso beber cerveza. Aunque puede ser difícil especificar una responsable con nombre y apellido, es seguro decir que las mujeres de la antigüedad estaban, con toda seguridad, fermentando algún tipo de bebida. Así que la próxima vez que alces un vaso, haz un brindis en honor a Ninkasi, la diosa sumeria de la cerveza y su fabricación.
15. Máquina de helado
![]()
Nancy Johnson inventó el congelador de helado en 1843, patentando un diseño que sigue siendo utilizado hasta nuestros días aún después del auge de las máquinas de helado eléctricas. Gracias, Nancy Johnson. Muchas gracias.
Nancy Johnson inventó el congelador de helado en 1843, patentando un diseño que sigue siendo utilizado hasta nuestros días aún después del auge de las máquinas de helado eléctricas. Gracias, Nancy Johnson. Muchas gracias.
16. Lavavajillas
Salvando matrimonios desde hace un siglo y medio, el lavavajillas fue inventado por Josephine Cochrane en 1887. Promocionó su invento a dueños de hoteles, para lo cual se reunió -escandalosamente- con los interesados sin la presencia de su esposo, padre o hijo como escoltas. Eventualmente, abrió su propia fábrica.
Uno de los juegos de tablero más famoso de todos los tiempos, responsable por horas de entretenimiento familiar y/o devastadoras discusiones, fue inventado por Elizabet Magie en 1904 bajo el título original de "El Juego del Patrón". El juego de Magie era una crítica a las injusticias del capitalismo sin restricciones, haciendo aún más ridículo el hecho de que fuera copiado por Charles Darrow treinta años más tarde, quien se lo vendió a la compañía Parker Brothers. Eventualmente, dicha empresa localizó a Magie tiempo después y le pagó 500 dólares por sus inconvenientes.
18. Bolsa de papel
Margaret Knight recibió su patente por una "máquina que procesaba bolsas de papel con fondo cuadrado" en 1971, luego de una extensa batalla legal con su compañero mecánico, Charles Anan, quien intentó robar su trabajo argumentando que una invención así de brillante no podría haber sido ideada por una "niña". Afortunadamente, dicho caballero ha sido olvidado por la Historia. Además, cuando Knight tenía doce años de edad, inventó un dispositivo de seguridad para los molinos de algodón que sigue siendo usado hasta hoy.
Fuente: Dypia
↧
"Clásicos del Teatro Venezolano" de Leonardo Azparren Giménez / E.A.Moreno Uribe
![]() |
Luis Xavier Luján, presidente de la Junta Directiva de Banesco Seguros; Leonardo Azparren Giménez; Juan Carlos Escotet Rodríguez, presidente de Banesco Internacional, y la dramaturga Elisa Lerner. |
Leonardo Azparren Giménez (Barquisimeto, 1941), sin autobombos ni prensa tarifada, prosigue trabajando y mostrando lo que hace para el bien de la historia cultural de país. Recientemente presentó o bautizó su libro Clásicos del teatro venezolano, el cual contiene o compila 44 piezas teatrales escritas por 44 venezolanos a lo largo de tres siglos; son 2.600 páginas en tres tomos.
Clásicos del teatro venezolano, otra publicación de la editorial Bid &Co, auspiciada por Seguros Banesco, incluye un estudio de Azparren Giménez sobre el panorama histórico de la dramaturgia venezolana en correlación con la sociedad venezolana. “Las obras están organizadas en tres grupos, correspondientes a tres períodos históricos: a) la constitución del teatro nacional (1817-1908); b) la primera modernidad (1909-1958); y la segunda modernidad (1958-2011). De esta manera el lector, en especial los profesores y alumnos de literatura y teatro, por primera vez tendrán una visión panorámica e histórica completa de la dramaturgia venezolana”, ha dicho el investigador.
Para escoger las obras se tomó en consideración la evolución de la dramaturgia venezolana en correlación con el devenir de Venezuela y su sociedad a través de dos siglos, para de esta manera comprender la presencia perenne del teatro en la vida social y cultural nacional. Por eso, la selección cubre todos los períodos y circunstancias históricas venezolanas.
DESDE LA INDEPENDENCIA AL SIGLO XXI
“Las obras ponen en evidencia, en primer lugar, la presencia del teatro desde los albores de la Independencia y comienzos de la república. Desde su punto de vista y su visión del ser humano y de la sociedad, cada autor representa situaciones, personajes y temas correlacionados con la vida del venezolano para presentarle una representación de sus sistemas de valores y creencias. También para testimoniar aquellos momentos de ruptura en los procesos sociales nacionales”, acotó. A juicio de Azparren Giménez, “las obras del pasado dialogan con el espectador contemporáneo mediante la confrontación de temas, situaciones y valores y creencias que pueden perdurar a través del tiempo. Por eso son clásicos, por su capacidad para trascender sus épocas y ser percibidos contemporáneos del espectador”.
Clásicos del teatro venezolano no es una antología canónica pero sí justa con los 44 escritores que ahí están. No aspira constituirse en un canon del teatro nacional, puntualiza Azparren Giménez. Presenta un panorama histórico de nuestra dramaturgia desde la constitución del teatro nacional a comienzos del siglo XIX, que permita comprender cómo fue construyéndose el imaginario dramático de lo que somos.
CESAR RENGIFO
Considera Azparren Giménez que César Rengifo, uno de los presentes en la publicación, es un dramaturgo importantísimo y tiene una amplia obra. Junto a Román Chalbaud, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas y Rodolfo Santana, es uno los grandes puntales del teatro moderno venezolano de la segunda mitad del siglo XX.
Eligió para la antología la pieza Las torres y el viento de Rengifo, porque “la escribió en 1969, como culminación y síntesis de los grandes temas que le preocuparon: la historia y el petróleo en esa saga. Su propósito fue integrarlos en una sola fábula. Es un texto ejemplar del nuevo teatro venezolano por su lenguaje experimental y su compromiso. Última de la tetralogía sobre el petróleo, escrita durante más de una década, su acción entre 1914 y la actualidad es doblemente imaginaria. El personaje central, el Visitante, llega herido y en estado agónico a una posada abandonada, pretexto mediante el cual Rengifo reconstruye la historia del lugar, metáfora de la historia nacional, en la que la explotación de los indios en el pasado colonial y la explotación petrolera actual son una misma historia de sumisión y depredación. La acción va al pasado y regresa una y otra vez, hasta que al final el espectador sabe que el Visitante es un correo de las guerrillas. Este elemento de la intriga sirve para articular la significación de la fábula, una revisión de la historia venezolana desde la época de la Colonia hasta el presente. La intriga se articula gracias a la situación onírica y febril del Visitante. Las situaciones del pasado no son recuerdos suyos porque no fueron vividas por él; es decir, son un artificio estratégico del discurso de Rengifo para hacer inteligible su propósito ideológico y político, además de mostrar su madurez discursiva en el empleo de una estructura dramática abierta".
IMPORTANTE LEGADO
Los tres tomos de Clásicos del teatro venezolano reúnen a 44 autores y sus respectivas obras elegidas:
Gaspar Marcano (El encuentro del español Pablo Cabrera con el patriota Francisco Machuca en las alturas de Matasiete, 1817).
Domingo Navas Spínola (Virginia, 1824).
Rafael Agostini (Cora o los hijos del Sol, 1837).
Pedro Pablo del Castillo (El fanatismo druida o la sacerdotisa, 1839).
Heraclio Martín de la Guardia (Luisa Lavellière, 1853).
Eloy Escobar (Nicolás Rienzi, 1862).
Nicanor Bolet Peraza (A falta de pan, buenas son tortas, 1873).
Eduardo Blanco (Lionfort, 1879).
Aníbal Dominici (La honra de la mujer, 1880).
Adolfo Briceño Picón (Ambrosio Alfinger, 1887).
José Ignacio Lares (El recluta, 1896).
Salustio González Rincones (Las sombras, 1909).
Rómulo Gallegos (El motor, 1910).
Enrique Planchart (La república de Caín, 1913-1915).
Leopoldo Ayala Michelena (La taquilla, 1922).
Pablo Domínguez (Tremedal, 1933).
Andrés Eloy Blanco (Abigail, 1937).
Luis Peraza (El hombre que se fue ,1938).
Rafael Guinand (Yo también soy candidato, 1939).
Julián Padrón (Fogata, 1939).
Ramón Díaz Sánchez (La casa, 1945).
Aquiles Certad (La serpiente sobre la alfombra, 1951).
Pedro César Dominici (Amor rojo 1951).
Elizabeth Schön (Intervalo, 1956).
Ida Gramcko (La rubiera, 1958).
Arturo Úslar Pietri (El dios invisible, 1958).
Elisa Lerner (En el vasto silencio de Manhattan, 1963-1964).
Román Chalbaud (Los ángeles terribles, 1967).
Alejandro Lasser (La cueva, 1967).
César Rengifo (Las torres y el viento, 1969).
Mariela Romero (El juego, 1976).
Edilio Peña (Los pájaros se van con la muerte, 1977).
Gilberto Pinto (Los fantasmas de Tulemón, 1979).
José Gabriel Núñez (Madame Pompinette, 1980).
Ugo Ulive (Prueba de fuego, 1981).
Néstor Caballero (Con una pequeña ayuda de mis amigos, 1983).
José Ignacio Cabrujas (El americano ilustrado, 1986).
Xiomara Moreno (El último piso de Babilonia, 1992).
Isaac Chocrón (Escrito y sellado, 1993).
Gustavo Ott (Comegato, 1995).
Elio Palencia (Arráncame la vida, 1995).
Carlos Sánchez Delgado (Su excelencia Otelo-Páez, 2001).
Rodolfo Santana (El asesinato múltiple como diversión pública, 2011).
Gaspar Marcano (El encuentro del español Pablo Cabrera con el patriota Francisco Machuca en las alturas de Matasiete, 1817).
Domingo Navas Spínola (Virginia, 1824).
Rafael Agostini (Cora o los hijos del Sol, 1837).
Pedro Pablo del Castillo (El fanatismo druida o la sacerdotisa, 1839).
Heraclio Martín de la Guardia (Luisa Lavellière, 1853).
Eloy Escobar (Nicolás Rienzi, 1862).
Nicanor Bolet Peraza (A falta de pan, buenas son tortas, 1873).
Eduardo Blanco (Lionfort, 1879).
Aníbal Dominici (La honra de la mujer, 1880).
Adolfo Briceño Picón (Ambrosio Alfinger, 1887).
José Ignacio Lares (El recluta, 1896).
Salustio González Rincones (Las sombras, 1909).
Rómulo Gallegos (El motor, 1910).
Enrique Planchart (La república de Caín, 1913-1915).
Leopoldo Ayala Michelena (La taquilla, 1922).
Pablo Domínguez (Tremedal, 1933).
Andrés Eloy Blanco (Abigail, 1937).
Luis Peraza (El hombre que se fue ,1938).
Rafael Guinand (Yo también soy candidato, 1939).
Julián Padrón (Fogata, 1939).
Ramón Díaz Sánchez (La casa, 1945).
Aquiles Certad (La serpiente sobre la alfombra, 1951).
Pedro César Dominici (Amor rojo 1951).
Elizabeth Schön (Intervalo, 1956).
Ida Gramcko (La rubiera, 1958).
Arturo Úslar Pietri (El dios invisible, 1958).
Elisa Lerner (En el vasto silencio de Manhattan, 1963-1964).
Román Chalbaud (Los ángeles terribles, 1967).
Alejandro Lasser (La cueva, 1967).
César Rengifo (Las torres y el viento, 1969).
Mariela Romero (El juego, 1976).
Edilio Peña (Los pájaros se van con la muerte, 1977).
Gilberto Pinto (Los fantasmas de Tulemón, 1979).
José Gabriel Núñez (Madame Pompinette, 1980).
Ugo Ulive (Prueba de fuego, 1981).
Néstor Caballero (Con una pequeña ayuda de mis amigos, 1983).
José Ignacio Cabrujas (El americano ilustrado, 1986).
Xiomara Moreno (El último piso de Babilonia, 1992).
Isaac Chocrón (Escrito y sellado, 1993).
Gustavo Ott (Comegato, 1995).
Elio Palencia (Arráncame la vida, 1995).
Carlos Sánchez Delgado (Su excelencia Otelo-Páez, 2001).
Rodolfo Santana (El asesinato múltiple como diversión pública, 2011).
E.A.Moreno Uribe
El Espectador venezolano
Fuente: EEV
Leonardo Azparren Giménez

Nació en Barquisimeto; licenciado en Filosofía y magíster en Teatro Latinoamericano de la Universidad Central de Venezuela; profesor titular en su Escuela de Artes y coordinador de su maestría en Teatro Latinoamericano; individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua y correspondiente de la Real Española; Premio Armando Discépolo de investigación teatral de la Universidad de Buenos Aires; ex presidente de la editorial Monte Ávila y de la Fundación Teresa Carreño; miembro del servicio diplomático venezolano (1971-1991). Crítico de teatro en los principales medios impresos nacionales y colaborador de revistas especializadas en Estados Unidos, España, Cuba, Francia y Argentina; especialista en teatro griego y teatro venezolano. Entre sus publicaciones destacan: Teatro en crisis (Fundarte, 1987), La polis en el teatro de Esquilo (Monte Ávila, 1993), Documentos para la historia del teatro en Venezuela siglos XVI, XVII y XVIII (Monte Ávila, 1996), Teatro girego hoy y siempre (UCV, 2001), El realismo en el nuevo teatro venezolano (UCV, 2002), Sófocles: el espectáculo de la soledad (Monte Ávila, 2004), Estudios sobre teatro venezolano (UCV, 2006), Lecturas del teatro venezolano (AVL, 2011)...
Fuente: bid & co editor
↧
↧
El escritor José Pulido recibirá merecido homenaje durante todo 2015 que comienza con la publicación de su nueva novela "Ponzoña de paisaje", que se presentará el próximo 18 de abril
El homenaje al talentoso escritor, poeta y periodista organizado por Negro sobre Blanco Grupo Editorial incluye una serie de conversatorios, encuentros y recitales.

"El lirismo del lenguaje tiene una eficacia impresionante.
Por debajo de las astucias estéticas y narrativas está nuestro dialecto,
esa forma tan nuestra de decir las cosas” Héctor González
Este sábado 18 de abril, a las 4:00 de la tarde, en la Librería Lugar Común de Caracas se estará presentando la más reciente novela del talentoso escritor, poeta y periodista José Pulido, "Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía" (2000), titulada Ponzoña de paisaje, dando así inicio al merecido homenaje al escritor que la editorial Negro sobre Blanco Grupo Editorial preparó para todo este 2015.
Manuel Romero, el empresario; Toñito "Verdigalla" Dávila, el conservacionista; el poeta Gorby Carreño, Ernesto Valdano, El Uniguerrilla, las combatientes, Estelfina y Claudia, la señora Marlovia, la camarera; y Ezequielito son algunos de los personajes que habitan las páginas de esta novela, y que con sus deseos, sus sueños, sus ideales y frustraciones van tejiendo una trama que revela la sutil y sublime interconexión de cada uno de los actos del ser humano.
Manuel Romero, el empresario; Toñito "Verdigalla" Dávila, el conservacionista; el poeta Gorby Carreño, Ernesto Valdano, El Uniguerrilla, las combatientes, Estelfina y Claudia, la señora Marlovia, la camarera; y Ezequielito son algunos de los personajes que habitan las páginas de esta novela, y que con sus deseos, sus sueños, sus ideales y frustraciones van tejiendo una trama que revela la sutil y sublime interconexión de cada uno de los actos del ser humano.
José Pulido tiene una larga, destacada y premiada trayectoria como periodista, narrador y poeta . Como periodista dirigió las páginas culturales de los diarios El Nacional,El Diario de Caracas y El Universal y es miembro fundador de los Suplementos Bajo Palabra y El otro cuerpo.
En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor (novela premio Otero Silva, de Planeta, 1989), Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos), Los Mágicos (novela, Monte Avila, 1999), La canción del ciempiés (novela, Alfadil, 2004), La sal de la tierra (entrevistas, Banco Central de Venezuela, 2004), El bululú de las Ninfas (novela, Editorial Alfa, Colección Orinoco, 2007), Dudamel, la sinfonía del barrio ( Libros de El Nacional 2011), El requetemuerto (novela, Ediciones B, 2012), Los héroes son villanos tímidos (cuentos 2013 Otero Ediciones).
Como poeta ha publicado los libros: Esto,(García Hijos, editores, 1971, Paralelo Lelo, (García Hijos, editores (1971), Peregrino de vidrieras (2001), Duermevela (2004).
Será una buena tarde la de este sábado 18 de abril para los lectores, ya que la nueva novela de José Pulido será presentado por el escritor Eduardo Liendo.Editada por Negro sobre Blanco Grupo Editorial, la novela narra en ciento cincuenta y dos páginas los conflictos y las vivencias que se desarrollan en una frontera venezolana imaginaria, pero que refleja con marcado acento la realidad.
El escritor Héctor González, en la contraportada del libro, explica que: “El lirismo del lenguaje tiene una eficacia impresionante. Por debajo de las astucias estéticas y narrativas está nuestro dialecto, esa forma tan nuestra de decir las cosas”.
Richard Sabogal, director General de Negro Sobre Blanco, ha señalado que durante todo el año 2015 se realizarán diversas actividades en honor a José Pulido, periodista, narrador y poeta, además del V Concurso Por una Venezuela Literaria, que premiará libros de poesía, cuentos y novela, y cuyas bases se pueden consultar en la página www.negrosobreblanco. com.
Este homenaje comienza con la publicación de la novela Ponzoña de paisaje, y continuará con una serie de actividades que incluyen conversatorios, encuentros y recitales.
La cita, imperdible, es en la Librería Lugar Común, avenida Francisco de Miranda, Edificio Humboldt, diagonal a la Plaza Altamira, teléfono, 0212-2616716, este sábado 18 de abril, a las 4:00 de la tarde.
Más sobre la obra del escritor en: José Pulido
Poeta, narrador, periodista. Nació en 1945, en Villa de Cura, estado Aragua, Venezuela. Dirigió las páginas de arte de El Nacional (1981-1988), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Universal (1996-98).
Miembro fundador de los suplementos Bajo Palabra (1995) y El otro cuerpo (1997-1998). Jefe de redacción, bajo la dirección de Salvador Garmendia, de la revista cultural Imagen (1994-1996).
Le fue otorgado el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, año 2000, por su poemario Los Poseídos.
Ha publicado los poemarios:
Esto, (García Hijos, editores,1971).
Paralelo Lelo(García Hijos, editores,1971).
Peregrino de vidrieras (2001)
Duermevela (2004).
Es coautor de los poemarios:
Linajes(1994).
Vecindario (1994).
Cortejos (1995).
Invocaciones (1996, Ediciones Pavilo)
Fue editado en la Antología del Círculo Metropolitano de Poesía de Caracas, publicada por el Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca “Federico de Onís-Miguel Torga” en 2005, Los Poseídos, (poemario, ediciones Pavilo) (1999).
La Academia de la Historia publicó el libro de entrevistas: Muro de confesiones (1985).
Ha publicado en narrativa:
Pelo Blanco (novela), Editorial Planeta.(1987).
Una mazurkita en La Mayor (novela premio Otero Silva, de Planeta, 1989).
Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos). Ediciones Contraloría General de la República. (Un cuento de este libro fue publicado en Narrativa venezolana attuale, Bulzoni Editore, Roma) (1995).
Los Mágicos (novela, Monte Avila) (1999).
La canción del ciempiés (novela, Alfadil) (2004).
La sal de la tierra (entrevistas, Banco Central de Venezuela, 2004).
El bululú de las Ninfas (Novela, Editorial Alfa, Colección Orinoco, 2007)
Dudamel, la sinfonía del barrio, Libros de El Nacional. Caracas. 2011.
El requetemuerto (novela, Ediciones B, Caracas 2012).
Los héroes son villanos tímidos (cuentos. Otero Ediciones, Caracas 2013).
Forma parte de la Antología en homenaje a Miguel de Unamuno, XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca 2012.
↧
"El libro de la Alegría" de D. Winter / Escritoras Unidas & Cía. Editoras 2105
Lee el libro gratis haciendo clik abajo:
EL LIBRO DE LA ALEGRÍA
PRÓLOGO
Escribí este pequeño libro de vivencias en Mérida, Venezuela, cuando pasé unas vacaciones en el cafetal de mi amiga Joan, un paraíso en medio de la montaña.
Mientras lo escribía, tenía frente a mis ojos la belleza del pico Bolívar, siempre nevado en la cumbre; los leños ardiendo en la chimenea; el aroma del pan cociéndose en el horno; la música de los pájaros; el sonido del viento anunciando la próxima lluvia; los colibríes entrando graciosamente a la casa; las ardillas subiendo y bajando de los árboles; el jardín majestuoso lleno de flores de distintos colores, abiertas para mi alegría; la vegetación exuberante, generosa, verde, siempre verde; el olor tan especial, tan rico, a grama recién mojada; las perras de Joan jugando entre ellas...
Mientras lo escribía sin perderme ninguna de las maravillas que Dios puso a nuestro alrededor, los cuentos ajenos fueron apareciendo poco a poco, como ángeles deseosos de complacer mis deseos... ¡y expresaban mis sentimientos mejor que yo misma!
Por eso están aquí, para deleite de ustedes y mío. Son cuentos budistas, chinos, zen, hindúes, sufi... que puse cursiva para que les identifiquen.
Cuentos de ayer, de hoy, de mañana, de siempre, a los que acompaño, humildemente, con textos de mi autoría, escritos espontáneamente en medio de tanta belleza.
Qué hermoso fue descubrir que hay tanta gente maravillosa transitando mi mismo camino.
He escrito este libro con el corazón abierto como una rosa recién amanecida, llena de gozo.
Y gozo es lo que deseo transmitirte, es lo que deseo provocarte.
Ojalá que así sea.
San Francisco, septiembre 2001
↧
"Lejos de Casa" novela de viviana marcela iriart / Escritoras Unidas & Cía. Editoras (2015)
Agradecimiento especial a Esther Dita Kohn de Cohen
Lee el libro gratis haciendo click abajo
LEJOS DE CASA
Esta novela es casi autobiográfica. Lo que no me pasó a mí les pasó a víctimas de la dictadura chilena y argentina, amigas a quienes quiero rescatar de la muerte del olvido.
Esta novela está dedicada a ellas y a todas las víctimas de las dictaduras de derecha, izquierda, democracias dictatoriales….
Al Embajador y personal diplomático de la Embajada de Venezuela en Buenos Aires, abril-mayo 1979, que arriesgaron su vida para salvarme.
Al piloto y la tripulación de Viasa del 17 de mayo de 1979, que me recibieron como una heroína y abrieron una botella de champán para celebrar por mi libertad.
Al pueblo venezolano, que me recibió como si siempre hubiera sido parte de él.
Al puñadito de amigas y amigos que se quedaron a mi lado, en Argentina, cuando todo el mundo huyó.
A las amigas y amigos que me ayudaron en el resto del mundo.
con pequeñas victorias y grandes fracasos
pero hay alegría y hay esperanza
y hay un lugar para ti.”
Hay un aeropuerto llamado Ezeiza.
Hay otro llamado Simón Bolívar.
Entre los dos media un camino muy largo llamado exilio.
Vivo en un país que no es mío.
Vengo de un país que alguna vez creí mío pero no era cierto.
Vivo sobre la tierra no sobre un mapa.
Y con la gente no con sus pasaportes.
“Sí, yo estaba ahí el 17 de mayo de 1979 y claro que recuerdo lo que sucedió. Lo recuerdo muy bien porque nunca antes yo había participado en algo así y no lo puedo olvidar. Es más, a veces he tenido pesadillas. Sueño que levanto la mano izquierda para despedir a alguien y que entonces ¡zas! me la cortan de un hachazo.
No es agradable, no, pero bueno, yo estaba ahí haciendo el servicio militar y me había tocado la zona del Aeropuerto de Ezeiza, aunque para ser más precisos, estaba exactamente en la alcabala que la Fuerza Aérea tiene en la ruta que va al Aeropuerto, ¿la conoce? Bueno, ahí estaba yo.
Ese día era un lindo día, sí, jueves si no me equivoco, con mucho sol, y como a eso de las nueve y media de la mañana sentimos un gran alboroto de sirenas que se acercaban en dirección a nosotros. Pude distinguir tres autos que avanzaban a gran velocidad. Uno de ellos, el primero, era de la Policía Federal e iban en él tres hombres. Entre éste y el último, que también era de la policía pero sin inscripciones, de paisano que le dicen, había otro. Era un Ford blanco y por la chapa supe que era de algún diplomático y ahí había cinco personas: cuatro hombres y una piba. Yo estaba mirando todo desde adentro de la alcabala cuando escuché los gritos. Los de la Federal siempre andaban matoneando y ese poli no era la excepción, aunque los de la Fuerza Aérea... en fin... yo escuché que el poli decía que era una misión muy delicada, emanada directamente desde la Junta, y a mi cabo gritando aún más fuerte que por más misión especial que fuera ellos no pasaban sin que él y “sus” muchachos los escoltaran. El cabo era muy joven, 22 o 23 años le calculaba yo, y el poli andaba por los 40 y se tuvo que comer la humillación. Finalmente llegaron a un acuerdo.
Cinco de nosotros partimos al frente de la caravana en un camión. Yo y dos de mis compañeros íbamos sentados en la parte de atrás, con los pies colgando fuera del camión y las ametralladoras ligeramente apuntando a los autos que nos seguían. Ordenes son ordenes y en el servicio militar nada se discute. Estábamos a mediados de otoño y el solcito pegaba lindo, sí, y yo me sentía feliz de que me hubieran elegido para la misión. Uno se harta de estar ocho, diez horas de pie en una alcabala, controlando todo como si realmente la historia fuera a pasar por ese pedazo de carretera vieja.
Todavía faltaba un buen trecho para llegar al aeropuerto, así que tuve tiempo de observar con calma a las personas que iban en el Ford blanco, aunque no los veía muy bien. Tres de los cuatro hombres eran morochos, de pelo negro; el cuarto no, era rubio, de tez blanca, joven. Este iba sentado en el asiento de atrás, a su lado iba la piba y al lado de ella un señor mayor. Ella tenía una cara muy triste y parecía muy joven, no le calculaba más años que los míos, que estaba por cumplir diecinueve. Los hombres que iban atrás hablaban mucho entre sí, gesticulando, y a veces se notaba que le preguntaban o decían algo a ella, que respondía brevemente y a veces sonreía. Me hice todo tipo de conjeturas respecto a lo que estaba sucediendo, pero jamás hubiera imaginado que la misión era esa misión.
Finalmente llegamos al aeropuerto. El cabo bajó muy rápido y se fue hacia el edificio gritando que controláramos todo muy atentamente. Yo no entendía nada. Mientras él se iba el poli se acercó al segundo auto y, pasando la mano por la ventanilla, se despidió de todos los hombres pero de la piba no. Ella lo miraba fijamente mientras él extendía su mano hacia un lado, sonreía, hacia el otro, volvía a sonreír.
Cuando se bajaron del auto pude ver todo mejor, aunque brevemente porque ella y los cuatro hombres se fueron inmediatamente hacia el edificio. Ella tenía el pelo largo y lacio, casi le llegaba a la cintura. Era pequeña de estatura. La tez era levemente oscura y llevaba vaqueros azules, mocasines marrones y una camisa blanca. Uno de los hombres cargaba un bolso azul pequeño y una guitarra envuelta en papel de diario. La piba no llevaba nada y siempre caminaba en medio de los dos hombres, los mismos que iban sentados atrás en el auto y que tampoco llevaban nada. Ella caminaba muy erguida y tenía los ojos tristes pero secos como si estuviera muerta.
Los hombres seguían hablando y riendo y ella ahí, entre medio de los dos, en silencio, se veía tan frágil. A mí me daba tanta pena ella que amagué mover la mano en señal de despedida aunque ella no me viera, pero entonces uno de mis compañeros me golpeó y me dijo:
- ¿Qué vas a hacer idiota? ¿No sabés que es una deportada?
Y yo bajé la mano.”
Juan Pérez, ex soldado.
Informe de la Comisión de Derechos Humanos.
Lejos de Casa (fragmento)
↧
¡Bravo, Carlos Giménez! Prof. Leonardo Azparren Giménez, Magíster en Teatro Latinoamericano y Licenciado en Filosofía: “La muerte de Carlos Giménez en 1993 y la desaparición en 1988 de El Nuevo Grupo (…) son dos heridas mortales de las que el teatro venezolano no se ha recuperado” / entrevista de viviana marcela iriart, Caracas, 3 de mayo de 2015
“No nos hemos bajado los pantalones ante ningún Gobierno,
y si es necesario, nos cagamos en el ministro de turno”
Carlos Giménez, El País, Madrid, 2 de noviembre de 1989

¡Bravo, Carlos Giménez! Porqué creó el Festival Internacional de Teatro deCaracas, junto a la entrañable y talentosa María Teresa Castillo; el IUDET (Instituto Universitario de Teatro), el Grupo Rajatabla, el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT), ASITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Juventud), Rajatabla Danza y, en Córdoba, el grupo El Juglar cuando todavía era adolescente.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque cuando Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, vio el “El Coronel no tiene quien le escriba” adaptada y dirigida por ti dijo de sus personajes: “No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.”
¡Bravo, Carlos Giménez! Por haber llevado a Venezuela lo mejor del teatro del mundo, permitiendo que tomáramos talleres con los grandes Maestros y Maestras y ver sus espectáculos a precios populares: Tadeusz Kantor, Berliner Ensemble, Peter Brook, Giorgio Strehler, Peter Stein, Lindsay Kemp, Pina Bausch, Norma Aleandro, Vanessa Redgrave, Kazuo Ohno, Tomaz Pandur, Eva Bergman, Eugenio Barba, Yves Lebreton, Peter Schumann, Antunes Filho, Gilles Maheu, Santiago García, Darío Fo, Els Joglars, Franca Rame, Ellen Stewart, Josehp Papp, Andrezj Wajda, Dacia Mariani…
¡Bravo, Carlos Giménez! Por hitos como “Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, “Bolívar” y “La Muerte de García Lorca” de José Antonio Rial, “Martí, La Palabra” de Ethel Dahbar, “La Honesta Persona de Sechuan” de Brecht, “Tu país está feliz” de Antonio Miranda, “El Campo” deGriselda Gambaro, “La señorita Julia” de Strindberg, “Peer Gynt” de Ibsen, “El Coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez… Porque sus obras fueron ovacionadas en Europa, Estados Unidos y América Latina. Porque su talento como director y gerente cultural fue único, extraordinario, irrepetible en la escena latinoamericana.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 19 años gana sus primeros premios internacionales en los festivales de teatro de Cracovia y Varsovia (Polonia), uno de ellos otorgado por el Instituto Internacional de Teatro-Unesco (ITI) y participa en el Primer Festival de Teatro de Nancy (Francia).
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 22 años recorre América Latina por tierra haciendo teatro para las hijas y los hijos de los mineros, los pescadores, las campesinas, los olvidados y olvidadas de la tierra y nunca dejó de hacerlo.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque fue generoso, amable, humilde y agradecido, aunque a veces la leyenda diga lo contrario. Un ser humano con todas las virtudes, defectos y contradicciones de los seres humanos.
¡Bravo, Carlos Giménez!
Porque fue un genio.
Y me haces mucha falta.
“Hubo una pasión por Carlos Giménez que siempre me recordó
al personaje de Teorema, la película de Pasolini.
Por eso, algunos críticos y cronistas hablaron de la “estética Rajatabla”
sin que alguien la codificara, describiera y explicara.”
Profesor Azparren Giménez, si le parece bien vamos a comenzar hablando de lo que Ud. valora de la obra de Carlos, tanto como gerente cultural como director de teatro, para luego hablar de lo que a Ud., como crítico de teatro, no le gustaba, así tenemos una visión amplia de Carlos como creador y hacedor.
Como crítico de teatro y hombre de la cultura, ¿qué importancia tuvo para usted la creación del Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC), creado por la entrañable y talentosa María Teresa Castillo y Carlos Giménez?
El FITC debe ser analizado antes y después de 1978, porque en este último año se celebró en Caracas la IV Sesión Mundial del Teatro de las Naciones, en sustitución de lo que habría sido la cuarta convocatoria del FITC. Ese año la ilusión de la Gran Venezuela del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez coincidió con un año electoral, circunstancias que fueron aprovechadas para que esa IV Sesión desbordara cualquier expectativa. Venezuela era la pariente rica y democrática de un continente a merced de dictaduras militares. A partir de entonces, ningún gobierno venezolano pudo permitirse el desliz de que los festivales de Caracas no tuvieran aquel esplendor, en especial en años como 1983, bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, y 1992, V Centenario de lo que queramos considerar. La IV sesión fue un evento aprovechado políticamente por los organizadores del festival y por el gobierno. Además, algo que pocas veces es considerado, es necesario conocer el contexto institucional que abrigó al FITC. El Ateneo de Caracas, ente privado con subvención gubernamental y bajo cuya sombra se hicieron los festivales, estaba presidido por María Teresa Castillo de Otero Silva, entonces esposa de Miguel Otero Silva, propietario del diario El Nacional, el periódico de mayor tradición e influencia en temas culturales. El FITC sirvió, en ese contexto institucional y comunicacional, para afirmar que Caracas era la capital mundial del teatro en años de una lamentable diáspora latinoamericana. Fueron muchas las discusiones sobre el aporte que los gobiernos daban al FITC y el que recibía el teatro nacional, siempre en clara desventaja.
¿Cree que el FITC le aportó algo al teatro venezolano o que sólo le quitó recursos económicos a los grupos?
Esa es una discusión que persiste. El FITC puede analizarse desde varios puntos de vista. Yo comparto el criterio de Jean Duvignaud, expresado hace casi medio siglo sobre el festival de Avignon cuando habla de “la gigantesca aglomeración difusa” de ese festival que es llamada “público”. Si este criterio es válido, el FITC no creó un público teatral, y su inexistencia actual sería la prueba. Es frecuente oír decir que una obra venezolana presentada en un festival después, en temporada, no tiene público. Para las elites, de las que participo, fue una exquisitez. Sí puedo afirmar sin temor a equivocarme que el teatro venezolano no se benefició, porque los festivales fueron la versión local de Bienvenido Mr. Marshall, la película de Berlanga de 1953.
¿Cree que el FITC le aportó algo al público venezolano?
Las elites lo disfrutamos y nos sentimos en el mundo. Los jóvenes de entonces, adultos de hoy, muy poco van al teatro. Antes las obras hacían temporada de martes a domingo; hoy, escasamente los fines de semana.
¿Cuáles fueron para Ud. los aportes más importantes de Carlos como gerente cultural?
Sin duda, Carlos Giménez puso en práctica en el teatro venezolano el empeño y la constancia del teatro profesional argentino, con lo que deslumbró y marcó diferencias con la tradición artesanal y semi profesional del sistema de producción teatral venezolano. Eso le permitió consolidar al grupo Rajatabla y, después, crear un sistema de cobertura nacional con el Centro de Directores del Nuevo teatro y el Teatro Nacional Juvenil que recibieron importantes recursos económicos e institucionales del Estado venezolano. Lamentablemente, ese esplendor desapareció con su muerte, y la prueba más elocuente es el decaimiento del grupo y del sistema creador por él por carecer de liderazgos comparables con el suyo. En un medio artesanal como el del teatro venezolano en las décadas de los setenta y ochenta, y con el apoyo de un contexto cultural y mediático tan importante, arrolló sin mayores contenciones.
De esos aportes, ¿cuál lamenta más que se haya perdido con su muerte?
La muerte de Carlos Giménez en 1993 y la desaparición en 1988 de El Nuevo Grupo (Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas, entre otros) son dos heridas mortales de las que el teatro venezolano no se ha recuperado, y dudo que lo logre a la luz de su situación actual. En Rajatabla nunca hubo alguien con su carisma y capacidad de trabajo ni, menos, con la autoridad para ser oído y tomado en cuenta por las instituciones culturales y políticas del país. Carlos Giménez, obsesionado con su trabajo, no se ocupó de formar directores y líderes que continuaran su trabajo.
¿Cree que hay un “antes y un después” de Carlos Giménez en el teatro venezolano?
En 1977 se publicó en El Nacional un artículo con ese supuesto que yo refuté en ese mismo diario, donde tenía mi columna semanal de crítica teatral. Más allá de su pretensión periodística, es una afirmación sin rigor metodológico ni histórico. Hay muchos antes y después en el teatro venezolano. Hay un antes y un después con la creación de El Nuevo Grupo en 1967, la institución teatral más importante en muchos años y donde más de una veintena de autores nacionales debutaron y estrenaron sus obras. También con la llegada de Jesús Gómez Obregón (mexicano), Alberto de Paz y Mateos (español) y Juana Sujo (argentina) a finales de los cuarenta, porque ellos abrieron las puertas para que el teatro venezolano conociera y asimilara el teatro contemporáneo. Podría mencionar algunas fechas más, como el Tercer Festival Nacional en 1967, que consagró la nueva dramaturgia venezolana.
¿Cuál fue la primera obra suya que vio y que le pareció?
En 1970 Carlos Giménez hizo una puesta en escena de La orgía, de Enrique Buenaventura, en el viejo teatro del Ateneo de Caracas. Fue un trabajo con el espíritu transgresor de esos años, con excelentes actores; yo diría que fue un trabajo que nos convenció a todos. En circunstancias que no tengo claras fue suspendido, según Rubén Monasterios por la censura. De inmediato, Carlos Giménez fue al Festival de Manizales donde hizo una airada denuncia de la censura de la que había sido objeto por las autoridades del Ateneo de Caracas.
¿Por el Ateneo? Siempre escuché esa historia, pero la censura era del gobierno.
Fue la afirmación de Carlos Giménez en el Festival de Manizales en 1970. Yo estuve allí enviado por la revista Fundateatros, para la que escribí un amplio reportaje en su número cuatro. No hice mención al incidente, aunque advertí a Enrique Buenaventura. Rubén Monasterios solo dice: “la censura suspendió las representaciones poco después del estreno”, sin mencionar quién. (Un enfoque crítico del teatro venezolano, p. 82. Monte Ávila Editores).
Me consta que él valoraba mucho su crítica, aunque no fuera favorable. Él decía que una crítica negativa, escrita con objetividad, le permitía crecer como director, porque le mostraba los errores que él, “enamorado” de su obra, no podía ver. A Ud., en general, no le gustaban sus montajes. ¿Por qué?
Me complace tener conocimiento de esa valoración. Siempre observé en sus puestas en escena un gusto excesivo por el espectáculo, en perjuicio del trabajo con el texto y el actor. Aún hoy, algunas personas más o menos conocedoras del teatro y de su obra lo catalogan de “puestista”. Por mi formación, le reclamaba su descuido o impericia en el trabajo con los actores, el arropamiento del autor por la imaginaría escénica y su exceso de libertad para acomodar los textos a su sentido del espectáculo escénico.
¿Cree que su obra como director está sobrevalorada?
Hubo una pasión por Carlos Giménez que siempre me recordó al personaje de Teorema, la película de Pasolini. Por eso, algunos críticos y cronistas hablaron de la “estética Rajatabla” sin que alguien la codificara, describiera y explicara. Sin dura, fue un director sobresaliente, con un sentido singular de la puesta en escena y del espectáculo, desarrollado y afinado en el contexto de los festivales internacionales europeos a los que asistió con mucha frecuencia. La espectacularidad de sus puestas en escena, que implicaron grandes inversiones económicas y respaldos institucionales imposibles para otros directores nacionales, fueron verdaderos acontecimientos. Carlos Giménez supo colmar la imaginación del espectador con una imaginería escénica desbordante. Antes que sobrevalorada, no ha sido valorada en su justa dimensión por el exceso de elogios que aún recibe.
¿Hubo alguna obra que le gustó?
Es casi imposible que no gustaran sus espectáculos por el derroche de imaginería escénica. Otro asunto es el análisis del lenguaje de su discurso. Recuerdo bien La señoría Julia con Francis Rueda, una excelente actriz. También El coronel no tiene quien le escriba por la atmósfera alcanzada.
¿Cree que su obra como gerente cultural, creador de casi 10 instituciones teatrales, entre ellas dos tan importantes como el FITC y el IUDET, está olvidada?
No está olvidada. Desapareció con él, porque en Rajatabla y en los otros grupos bajo su dirección no hubo personas con su capacidad de liderazgo. Me atrevo a decir que él no se ocupó en formarlas. No estoy seguro si él tuvo participación en la creación del Instituto Universitario de Estudios Teatrales (IUDET). Sí recuerdo que en algún momento hubo quienes quisieron que ese instituto llevara su nombre.
¿Cómo fue su relación con Carlos, si es que tenía una relación?
En cuanto a mí, respeto a su persona. Pocas veces hablamos. Carlos era, con frecuencia, demasiado impulsivo e impositivo. En defensa de su trabajo y de su proyecto siempre estuvo dispuesto a jugárselas todas, incluso ante el poder político, con el que supo convivir. Yo siempre he sido poco amigo de juntas y reuniones.
¿Qué es lo que valoraba de su trabajo y de su persona?
Su capacidad de liderazgo para imponerse ante cualquier adversidad, sin detenerse a considerar cuáles medios utilizar. De no haber sido así, no hubiese logrado imponerse y tener el prestigio que lo rodeó. También, sin duda, su carisma para rodearse de tanta gente, la mayoría jóvenes con deseos de tener una carrera teatral exitosa.
¿Qué le desagradaba de su trabajo y de su persona?
Quizás su ambición de poder. De su persona, nada.
Aunque Ud. y Carlos no eran amigos, ¿qué significó su muerte para Ud.?
Ya lo dije, su muerte es todavía una herida inmensa de la que el teatro venezolano no se ha recuperado. Algunas veces me lo imagino dialogando y bregando con el régimen actual; seguramente habría logrado sus objetivos como siempre.
¿Y para la cultura venezolana?
La cultura y el teatro venezolanos perdieron brillo y lucimiento internacionales.
¿Quiere contarme alguna anécdota que haya vivido con él?
En alguna ocasión nos encontramos en una escalera del Ateneo de Caracas y me dijo que él y yo teníamos mucho de qué hablar. Le respondí que me gustaría hacerlo. Nunca se dio el encuentro. En otra oportunidad declaró a la prensa que cuando apareciera mi historia del teatro venezolano, había que quemarla en la plaza pública. Por otra parte, siempre fui bien recibido con cordialidad en las instalaciones de Rajatabla. Conservo alguna amistad.
Si Carlos pudiera escucharlo, ¿qué le diría?
Sería especular sobre alguien que no debió irse tan temprano y cuya ausencia resiento.
Muchas gracias, Prof. Azparren Giménez.
Caracas, 3 de mayo de 2015
CRÍTICA
El gesto de mostrar
EL HEROE NACIONAL
El propósito de Rajatabla de estudiar el problema del poder a través de una trilogía de espectáculos era, obviamente, interesante; más aún si se considera que el proyecto surgió en los mismos momentos cuando Venezuela daba un salto al vacío. El poder en América Latina quizás sea uno de los temas más fascinantes de la última década y, como tal, tiene un contenido dramático de gran calidad. Baste pensar en los términos con que la novelística asumió el asunto del dictador, figura político-dramática íntimamente ligada al poder.
Rajatabla no eligió un tratamiento ni sistemático ni histórico del poder. Recurrió a situaciones que podemos considerar ejemplares, singulares, y en algunos momentos emparentadas ocasionalmente con Venezuela. Del ejemplo del señor presidente tradicional en nuestro continente, pasó al caso específico del candidato a disfrutar el poder y concluye ahora con un héroe nacional, mezcla de imagen mesiánica, melancólica y, en cierto sentido, pusilánime, para quien el poder constituye un disfrute sin mayores complicaciones.
Para su nuevo espectáculo, Rajatabla parte de una obra radiofónica de F. Dürrenmatt, vertida al propósito que investiga este grupo por Edilio Peña y Lilian Pipkin. Es de destacar que Carlos Giménez persiste en buscar cierto tipo de sintonía nacional, en adelantar un trabajo comprometido con la oportunidad que vive el país. En este sentido, la versión que nos ofrece tiene medianos elementos para lograrlo.
Sin embargo, este espectáculo se presenta más débil que los anteriores debido, fundamentalmente, a la elementalidad con que está resuelta y presentada la proposición dramática. Si por un lado persisten elementos característicos de Dürrenmatt, como lo grotesco, lo absurdo y peculiaridades en incidentes centrales, la tautología y la recurrencia premeditada, los incisos incorporados caen en la valoración excesiva de hechos casuales, circunscribiendo al héroe nacional, valga la pena precisarlo, en comportamientos bastante circunstanciales de la política venezolana de este último año, olvidando, por ejemplo, que más dramáticas e ideológicas son las pretensiones de heroísmo nacional envuelta, en alardes bonapartistas que la consabida y reiterativa valoración seudocaritativa de los pobres, como se enfatiza en la versión de Rajatabla. Pues bien, esta circunstancia le resta peso y trascendencia a esta última parte de la trilogía sobre el poder. El Héroe Nacional se limita a hechos circunstanciales y no intenta explorar valioso supuestos, cuyo ejemplo más conspicuo es el exagerado culto a Bolívar, que en diversas oportunidades ha adquirido dimensiones faraónicas, Es decir, el poder oculto en este héroe nacional carece de sólidos fundamentos e, incluso, recurre a una tipología en los personajes que nada aporta a logros anteriores de este mismo grupo, ni enriquece hallazgos estéticos ofrecidos en otras oportunidades.
Esta situación, pues, configura una proposición dramática que en su marco general resulta débil. Sólo después de la primera aparición del héroe nacional se intenta definir un poco más la línea de la trama y se organiza mejor el orden de las diversas secuencias. No se trata de desequilibrio en la puesta en escena, que conserva muy bien su ritmo, sino de imprecisión en el discurso y la consecuente dispersión escénica, Carlos Giménez, sin embargo, ofrece un trabajo en el que la dirección dedica su mayor atención a resaltar el asunto en si y al actor, al margen de recursos espectaculares innecesarios que en esta oportunidad ocupan un segundo plano.
En estos términos, más atractiva resulta la acción teatral que el discurso. Aunque la dirección distrae parte de su tiempo en enfatizar el carácter plástico de ciertas secuencias, muy probablemente para obtener atmósferas que señalen cierto contexto espiritual, es bien cierto que Giménez dedica su mayor esfuerzo al actor, logrando en casos como los de Juan Manuel Montesinos, Maria Elena Dávila y Roberto Moll trabajos destacados, gracias a los cuales los actores transmiten con claridad y énfasis sus respectivos roles. Pero al mismo tiempo no queda del todo clara la presencia de la denominada Banda de los Cuatro, cuyo rol coral desaparece, precisamente, cuando la dirección enfatiza las valoraciones plásticas.
Se trata de un espectáculo respaldado, por otra parte, con un dispositivo sobrio, de sólido carácter dramático, de un vestuario acertado aunque encuadrado en las mismas limitaciones de la tipología de los personajes, y en una iluminación inteligente y discreta, muy bien adecuada al dispositivo.
Frente a los propósitos adultos y coherentes de un espectáculo como El Señor Presidente, este héroe nacional aparenta estar más motivado por sentimientos y enfoques propios de cierta ingenuidad juvenil: esquemas elementales de dependencia, tipos homogéneos, exposiciones recitativas no siempre con correspondencia dramática. etc. Al final de la trilogía, queda como precedente que es válido, se puede y se deben explorar temáticas apropiadas y que faciliten la sintonía, más aún cuando la disolución de la disciplina profesional, que no es el caso de este grupo ni de su director, favorece alegres distracciones.
El Nacional
Caracas, 27 de Abril de 1980
Magíster en Teatro Latinoamericano y Licenciado en Filosofía.
Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela.
Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua y Correspondiente de la Real Española.
Premio a la Investigación Teatral Armando Discépolo de la Universidad de Buenos Aires (1999).
Ex presidente de Monte Ávila Editores y de la Fundación Teresa Carreño.
Principales libros:
Clásicos del Teatro Venezolano, 3 vol. (2015, Bidandco)
José Ignacio Cabrujas y su teatro (2012, Bidandco)
Isaac Chocrón: la vida requisada (2012, Bidandco)
Lecturas del teatro venezolano (2011, AVL)
Estudios sobre teatro venezolano (2006, UCV)
El realismo en el nuevo teatro venezolano (2002, UCV),
La máscara y la realidad (1997, Fundarte)
Documentos para la historia del teatro en Venezuela (1996, Monte Ávila)
La polis en el teatro de Esquilo: una interpretación (1993, Monte Ávila)
Cabrujas en tres actos (1983, El Nuevo Grupo).
↧
↧
¡Bravo, Carlos Giménez! Entrevista a Rubén Monasterios, profesor y crítico de teatro: (Carlos era) “un ángel furibundo” / entrevista de viviana marcela iriart, San Francisco, 9 de mayo de 2015
«El propio presidente determina el rito sobre la violencia, la muerte y la miseria. Con ello queremos recordar el sentido de la libertad y desenmascarar la represión sofísticada.»
Carlos Giménez, El País, Madrid, octubre 1978
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque Carlos (Argentina 1946-Venezuela 1993) en apenas 30 años de carrera dirigió más de 60 obras de teatro en Argentina, Venezuela y en Estados Unidos, donde fue invitado por el mítico Joseph Papp y creó ocho instituciones culturales de gran importancia.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porqué creó el Festival Internacional de Teatro de Caracas, junto a la entrañable y talentosa María Teresa Castillo; el IUDET (Instituto Universitario de Teatro), el Grupo Rajatabla, el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT), ASITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Juventud), Rajatabla Danza y, en Córdoba, el grupo El Juglar cuando todavía era adolescente.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque cuando Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, vio el “El Coronel no tiene quien le escriba” adaptada y dirigida por ti dijo de sus personajes: “No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.”
¡Bravo, Carlos Giménez! Por haber llevado a Venezuela lo mejor del teatro del mundo, permitiendo que tomáramos talleres con los grandes Maestros y Maestras y ver sus espectáculos a precios populares: Tadeusz Kantor, Berliner Ensemble, Peter Brook, Giorgio Strehler, Peter Stein, Lindsay Kemp, Pina Bausch, Norma Aleandro, Vanessa Redgrave, Kazuo Ohno, Tomaz Pandur, Eva Bergman, Eugenio Barba, Yves Lebreton, Peter Schumann, Antunes Filho, Gilles Maheu, Santiago García, Darío Fo, Els Joglars, Franca Rame, Ellen Stewart, Josehp Papp, Andrezj Wajda, Dacia Mariani…
¡Bravo, Carlos Giménez! Por hitos como “Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, “Bolívar” y “La Muerte de García Lorca” de José Antonio Rial, “Martí, La Palabra” de Ethel Dahbar, “La Honesta Persona de Sechuan” de Brecht, “Tu país está feliz” de Antonio Miranda, “El Campo” de Griselda Gambaro, “La señorita Julia” de Strindberg, “Peer Gynt” de Ibsen, “El Coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez… Porque sus obras fueron ovacionadas en Europa, Estados Unidos y América Latina. Porque su talento como director y gerente cultural fue único, extraordinario, irrepetible en la escena latinoamericana.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 19 años gana sus primeros premios internacionales en los festivales de teatro de Cracovia y Varsovia (Polonia), uno de ellos otorgado por el Instituto Internacional de Teatro-Unesco (ITI) y participa en el Primer Festival de Teatro de Nancy (Francia).
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 22 años recorre América Latina por tierra haciendo teatro para las hijas y los hijos de los mineros, los pescadores, las campesinas, los olvidados y olvidadas de la tierra y nunca dejó de hacerlo.
¡Bravo, Carlos Giménez! Porque fue generoso, amable, humilde y agradecido, aunque a veces la leyenda diga lo contrario. Un ser humano con todas las virtudes, defectos y contradicciones de los seres humanos.
¡Bravo, Carlos Giménez!
Porque fue un genio.
Y me haces mucha falta.
“(Carlos) No se ensoberbeció con su poder; lo gozó, que es otra cosa, y lo usó con fines altruistas. Siempre reconoció que sin sus compañeros no habría logrado nada y agradeció a las personalidades que lo apadrinaron (…)”
Rubén, ¿en qué año, en qué ciudad y en qué circunstancias conociste a Carlos?
Hasta donde me ayuda la memoria, fue por los 60 en Manizales, en un festival de teatro que se realizaba (o todavía se realiza) en esa ciudad colombiana; dirigía El Juglar, grupo de jóvenes argentinos, y participó en el evento con un montaje experimental y políticamente inconformista de una obra del absurdo; creo que fue Pic-nic en el campo de batalla, de Arrabal. Me impresionó mucho su trabajo; lo anticipe señalado para hacer cosas importantes; después se vino con su gente a Caracas.
El acontecimiento fue en el discurrir de lo que podría verse como una primera etapa, que abarca desde su salida de Córdoba (Argentina) acosado por la censura y atropellos de la tiranía castrense, hasta su primera estada en Caracas; son los días de peregrinaje por América, inspirado por el ideal romántico-revolucionario de hacer teatro para campesinos y obreros, con el fin de activar su conciencia y impulsar la protesta. Entonces la estética de la puesta en escena de Carlos es "pobre", en el sentido de ser esquemática, realizada mediante materiales sencillos, con recursos elementales; de algún modo respondía a aquello de "una tarima, una pasión y un actor" de Lope de Vega, puesto en función de ideales contestatarios.
Coincidió su llegada con una condición un tanto crítica en el ambiente teatral de la capital, que favoreció su encaje en el mismo. Horacio Peterson, artista de origen chileno de notable trayectoria como director y maestro en el país, había renunciado a la conducción del Teatro del Ateneo de Caracas, entonces y por décadas la institución de promoción cultural más importante en Venezuela; se designó a un comité para buscar un sucesor, al cual me convocaron sin ser miembro formal de la institución; directores locales declinaron la responsabilidad; súbitamente aparece Carlos Giménez. Carlos había fascinado, literalmente hablando, a María Teresa Castillo, verídica mater y alma del Ateneo de Caracas y personalidad de poderosa influencia en lo cultural; fue ella quien lo propuso para el cargo. Hubo dudas en el seno del comité, por cuanto la tarea a realizar era de envergadura; el último montaje de Peterson (1968) había sido su versión de Marat-Sade de Peter Weiss, una huella difícil de superar. Carlos era apenas algo más que un muchacho −estaría en sus tempranos veinte años− sin obra conocida en Venezuela; pero con ese respaldo era difícil rehusarlo. El hecho es que de un día para otro Carlos figuró presentando una obra de su dirección en el teatro del Ateneo de Caracas; y ahí se quedó.
Rubén, que interesante lo que me cuentas, porque la leyenda urbana decía que Carlos le había serruchado el piso a Horacio Peterson, quien había sufrido horrores por esa “traición”, y tú, de primera fuente, cuentas todo lo contrario. ¿Cómo era Carlos entonces?
Hablé de "fascinación" y lo vuelvo a repetir. Era una personalidad con impacto social, como se dice en sociopsicología; de esas que se hacen sentir con sólo ingresar en un ambiente: dinámico, convincente, de excelente oralidad, lúcido, rebelde, bien informado, con el bello aspecto de uno de esos efebos perfilados en los escritos griegos. Una vez, en cierta crónica, lo describí como un ángel furibundo. Reunía todas las características de un líder; era un "animal político" que intuitivamente sabía vender sus ideas y maniobrar en función de lograr sus objetivos.
¿Crees que Carlos cambió cuando se hizo famoso y se convirtió casi en el hombre más poderoso de la cultura venezolana?
El "casi" viene a lugar, porque no faltaban otros con más peso; quienes, por cierto, lo respaldaron; sin el soporte de personalidades como Miguel Otero Silva, por ejemplo, no hubiera podido ocurrir Der aufhaltsame Aufstieg des Arturo Ui, o le hubiera resultado mucho más difícil. Hasta donde llega mi conocimiento, no cambió en nada. No se ensoberbeció con su poder; lo gozó, que es otra cosa, y lo usó con fines altruistas. Siempre reconoció que sin sus compañeros no habría logrado nada y agradeció a las personalidades que lo apadrinaron y a instituciones como el periódico El Nacional, el Ateneo y el CONAC.
Carlos era un hombre muy generoso, de ayudar a la gente tanto con dinero como con trabajo. En general tenía un carácter apacible pero cuando se enojaba estallaba como un volcán. Yo, que trabajé con él, lo escuché gritar muchas veces pero nunca sin motivo. ¿Cómo fue tu relación con él?
Yo no trabajé con él, pero muchas veces lo vi trabajar con otros, y en efecto, a veces erupcionaba; era lo que dice un sujeto temperamental. No obstante, la gente no reaccionaba con ira ante sus estallidos porque, como tú lo dices, eran justos. Carlos disponía de otra característica propia del líder espontáneo, la de hacerse respetar y amar al mismo tiempo por sus colaboradores; y se hacía querer porque trataba a las personas de su entorno afectuosamente, reconociendo sus posibilidades y dándoles oportunidades de demostrarlas, elevando su autoestima; como director de actores, tenía habilidad para hacer brotar lo mejor del intérprete.
En lo personal, nuestra relación tuvo una dinámica de amor-y-odio, según la tónica de mis críticas; de ello supe por los chismosos que nunca faltan; públicamente nunca tuvo hacia mí una manifestación de malquerencia; nos tratábamos con civilidad y respeto. Nos hicimos amigos más adelante, en los viajes que hice con Rajatabla. En esas travesías conversamos largo y tendido, aunque sin llegar a la intimidad; en cambio, mi mujer, Lithya, y Carlos, sí llegaron a ser muy próximos. Al fin y al cabo, ella fue una excelente psicoterapeuta con una disposición natural para despertar confianza en el otro y hacer que se abriera. Por intermedio de Lithya supe de aspectos de su personalidad que no pienso revelarte. Me imagino que seguirán platicando animadamente en algún lugar del infinito "más allá".
Me parece muy bien que no me los reveles, e incluso te lo agradezco, porque eso no sería justo ¿no crees? Volviendo a los viajes, ¿recuerdas a qué lugares fuiste, años y qué obras llevaba Carlos?
Viajé con Rajatabla por los países de lo que fue la Unión Soviética y a la Argentina, con el fin de dar conferencias y coloquios sobre el teatro venezolano y de reportar a El Nacional; hasta donde recuerdo, la obra era Bolívar.
Cómo crítico, ¿cuál de sus obras te gustó más y por qué? ¿Cuál te gustó menos y por qué?
Recurro al fenómeno llamado "saliencia": en una masa de recuerdos, cuál resalta. De pronto se destaca Bolívar, pero quizá fue porque la vi muchas veces y la discutí con sus autores; por allá sale a relucir La Charité de Vallejo de Larry Herrera, vista una vez... Y por otro lado despunta la memoria del montaje pirandeliano... Me resulta difícil responder a esas preguntas; creo que me gustaron todas por una u otra razón. No obstante, hilando fino, me quedaría con Bolívar; es una obra francamente imponente por su síntesis del texto inteligente e inspirado de José Antonio Rial, la música avant garde de Juan Carlos Núñez y la puesta en escena; es una creación experimental en el mejor sentido del término, en el de transgredir fronteras; la crítica europea la consideró una nueva forma en las artes escénicas, a medio camino entre la cantata, el teatro dramático y la ópera; musicólogos de la Universidad de California con los que tuve oportunidad de conversar, quedaron impresionados con el uso del discantus dodecafonico de Núñez... En mis críticas no faltaron observaciones adversas, pero a estas alturas de mi vida tengo una memoria global de su obra caracterizada por lo "espectacular" en la puesta en escena, de acabado impecable; el tratamiento laborioso del actor y la densidad en las ideas, siempre apuntando hacia el disconformismo en todos los elementos. Trabajos que me depararon asombro y emoción, a la vez que indujeron mi reflexión. Esa es la visión de conjunto; en ella, encuentro tres obras claves para entender la ideología de Carlos, las focalizadas en el poder corrupto, empezando por Señor Presidente, seguidas por El Candidato y El héroe nacional. Un examen detallado de esa proposición lo desarrollo en mi ensayo incluido en un libro sobre Rajatabla. Me encantaría citarme para ser más preciso, pero no lo tengo conmigo en este auto exilio. ¡Ah, sí!, porque si antes fue Carlos quien debió dejar su país acosado por los gorilas argentinos, ahora soy el yo el auto expatriado debido a las atrocidades hechas en nuestro país por el poder supra corrupto cubazolano. Tú sabes, Viviana, que los latinoamericanos nos turnamos en asunto de dictaduras: estos diez años te toca a ti, los próximos treinta a mí, y así sucesivamente; con brotes de democracia de sospechosa pulcritud aquí y allá.
Rubén, no sabía que estabas autoexiliado y lo lamento mucho, porque sé cuánto duele el desarraigo. Volviendo a las obras, me llama la atención que no nombres “Tu país está feliz”.
Bueno, me concentré en esa última etapa de su trabajo creativo, un tanto alucinado por los recuerdos de Bolívar, que fue emblemática para Rajatabla y de las obras sobre el poder. Es oportuna tu observación porque esa pieza fue notable por varias razones. Tu país está feliz, a partir de poemas de Miranda y música de Xulio Formoso, es una característica proposición contestataria −del todo en el espíritu de la época: los "años de la conmoción", los sesenta y tempranos setenta− en forma de comedia musical del tercer mundo, quiero decir, esquemática y realizada con recursos elementales, en contraposición a la gran comedia musical de los países desarrollados; y todo eso tiene una lectura política; con ella también empieza a funcionar el imán que atrae a un sector sensible de la juventud y nace formalmente el grupo Rajatabla. Reconozco sus méritos, pero, para mi gusto personal, otra obra de su presencia inicial en Caracas me impactó más, y esta es La orgía, a partir de un texto dramático de Enrique Buenaventura; no es tan significativa como Tu país..., pero me impactó por mi inclinación hacia lo extravagante, lo grotesco, el gran guiñol y el manejo de lo pornográfico como recurso de desmontar estructuras mentales adocenadas. Todo eso está amalgamado en La orgía. Fíjate, le dio tan duro al establecimiento local que apenas duró diez funciones; la censura operó con la debida eficacia. A propósito, creo que es la censura la única institución eficiente de las pseudo democracias actuales latinoamericanas.
En la entrevista que le hice a Azparren Giménez él cuenta que “La Orgía” fue supuestamente censurada por el Ateneo: se lo escuchó decir a Carlos en Manizales. Yo siempre había escuchado que la censura había provenido del gobierno. ¿Qué recuerdas tú de aquel momento?
Amiga, no sabría decir si fue el Ateneo o el gobierno; en cualquier caso, de haber sido el Ateneo, sería para cuidarse las espaldas por presiones del gobierno. El presidente era Rafael Caldera, vale decir, mandaba el partido socialcristiano Copei, y esa gente, como tú sabes, es muy delicada en los asuntos de la moral pública.
¿Y ese ensayo tuyo al que hiciste referencia, no se podrá conseguir en ningún lado? Sería muy bueno publicarlo, si tú lo autorizas, claro, en el blog no oficial dedicado a Carlos.
Es fácil de conseguir, figura en el libro el libro Rajatabla: 20 años de vida para el teatro venezolano (Blanca Sánchez /David Rojas, Caracas, 1991). Desde luego, autorizo su publicación.
Muchas gracias, Rubén. ¿Alguna vez Carlos se enojó contigo porque escribiste una crítica que no le gustó?
Conmigo personalmente, no. Pero gracias a los chismosos antes aludidos, supe que en alguna oportunidad tuvo sus arrebatos de ira a causa de algún comentario desfavorable; y también sus regocijos. Me contaron que una vez abrió el periódico el sábado en la mañana y apenas ver el título de mi nota largó un grito de alegría y pegó un salto; quienes lo acompañaban no entendían su reacción, por cuanto el título en cuestión era una sola palabra: ¡Sombrero! Ignoraban que decir ese vocablo es una forma arcaica y refinada de honrar a una persona, por aquello de que antes la gente se despojaba de esa prenda como signo de respeto.
¿Crees que hay un “antes y un después” de Carlos en el teatro venezolano?
Conclusivamente, su presencia parte en dos la historia del teatro venezolano. En nuestro país existía un movimiento teatral activado por directores creativos, excelentes dramaturgos y actores, con muy pocos técnicos teatrales; los vestuaristas y escenógrafos, como especialidad, casi no existían; por lo general eran artistas plásticos interesados en explorar esos campos. Era un movimiento que se había vuelto "apacible", diletantístico, vocacional en lugar de profesional en el buen sentido del término, dirigido a público maduro inteligente, sin compromiso con las inquietudes de la gente joven, salvo el realizado en el contexto de la Universidad Central; por otra parte, el teatro de denuncia, de cuestionamiento, estaba apagado, después de haber tenido momentos de eclosión con los primeros Festivales Nacionales, en los que algunas obras conmocionaron el ambiente, y fueron objeto de represión. Recordemos que el gobierno de Betancourt enfrentaba la onda subversiva que corría por toda América, y ese teatro estaba en su frecuencia. Con la presencia de Carlos ocurrió un shock; todo empezó a cambiar; el teatro de protesta resurgió con un aspecto novedoso y le dio protagonismo a la juventud, a sus anhelos y esperanzas; reflejó las tendencias ideológicas y las tensiones sociopolíticas, y la captó como público para el espectáculo.
Carlos Giménez no fue unánimemente aceptado en el ambiente venezolano; tuvo adherentes apasionados y detractores ácidos; quizá llevado por la frustración inició otro peregrinaje, por Europa, si no me equivoco; algo así como un año. Volvió y con el respaldo del Ateneo inició la nueva etapa por la que hoy principalmente lo recordamos.
Como crítico y hombre de la cultura, ¿qué importancia tuvo para ti el Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC), creado por la entrañable y talentosa María Teresa Castillo y Carlos Giménez?
El FITC puso a Venezuela en el mapa internacional del teatro. Por esa época también eclosiona el Ballet Internacional de Caracas, con Zhandra Rodríguez como estrella y dirección de Nebrada, que tuvo la misma función: puso a Venezuela en el mapa del ballet mundial. Gracias a ellos las personas cultivadas dejaron de vernos como el país del petróleo a borbotones y de las chicas bellas. Cada festival era una fiesta colectiva; promocionó al teatro en general y captó público para el espectáculo; mostró creaciones de vanguardia norteamericanas y europeas, teatros exóticos o inspirados en culturas remotas y el trabajo de otros países latinoamericanos; muy probablemente esta exhibición a gran escala impregnó de alguna forma a los artistas del patio, y desde luego, enriqueció intelectualmente a la minoría motivada por el asunto. No obstante, hasta donde alcanza mi observación, una vez acabado el magnífico relampagueo, pasados los asombros y serenada la emoción, todo volvía a ser como antes; quiero decir, no sentía la influencia del FITC en la dinámica del teatro venezolano. No sé; a lo mejor estoy equivocado, pero es mi impresión. El Festival fue sustentando económica y logísticamente por el gobierno; conjugaba con la idea de Carlos Andrés Pérez de darle forma a la "Gran Venezuela" y de proyectar esta imagen al mundo. Yo disfruté de mis festivales; los respaldé creando opinión e impulsando la polémica con mis críticas y comentarios en radio y TV, pero nunca estuve del todo ganado para la idea; mi punto de vista era el propio del programador, según el cual debían establecerse prioridades en función de la distribución de los recursos escasos, y esas prioridades, reveladas por la simple apreciación de la realidad, eran escuelas básicas de arte dramático, talleres avanzados, formación de técnicos y otros especialistas, respaldo en varios sentidos a los grupos nacionales, construcción y restauración de salas, etc. El Festival debía ser un resultado a mediano plazo de ese proceso laborioso y discreto de formación de estructura, no el principio.
En una conversación discutimos el tema del Festival; yo le expongo mi punto de vista; Carlos desmonta mi sensato aunque platónico razonamiento con el siguiente argumento realístico que, por cínico, hubiera complacido a Diógenes: "Rubén, estoy absolutamente de acuerdo contigo, pero... ¿tú de verdad crees que de no realizarse el Festival Internacional el gobierno va a destinar los recursos a esas prioridades? ¡Se los van a robar igual! Escuelas, restauración de salas... no son políticamente rentables, en cambio el Festival da imagen y proyección internacional, y ¡eso se traduce en votos!" Y el Festival Internacional fue, y siguió hasta caer el país en manos del cártel del presente. Y nadie le podrá quitar a CAP el papel histórico de haber sido su mecenas; así como de otros tantos logros en lo cultural-artístico logrados durante sus gobiernos, ocurridos, por cierto, en un contexto de respeto a la libertad de pensamiento; lamentablemente también maculados por la corrupción; la cual, a decir verdad, fue un menudo comparada con la actual.
Aunque en lo que acabas de decir parece estar implícita la respuesta a esta pregunta, igual te la voy a hacer, ¿tú crees que el FITC le aportó artísticamente algo a los grupos de teatro o sólo le quitó recursos económicos?
En el campo de las probabilidades no hay por qué dudar del impacto de la visión en conjunto de ese panorama del teatro mundial que era cada festival en la mente de los realizadores; pero en el movimiento teatral venezolano, no lo observé, como te dije. No creo que le haya quitado recursos económicos a los grupos nacionales; en esa época se implantó un programa de subsidios culturales, en buena medida gracias a gestiones de Carlos y muy probablemente como efecto del FITC.
¿Crees que el FITC creó un público más exigente y por ende un teatro de más calidad en Venezuela?
Quizá una minoría del público, la élite cultural de siempre, se volvió más exigente; ahora bien, no encuentro correlación entre este fenómeno y "un teatro de más calidad".
¿Cuáles fueron para ti los aportes más importantes de Carlos como gerente cultural?
Lo más común es citar como sus aportes de mayor peso al FITC, por ser lo más ostentoso, y la creación del grupo Rajatabla, por su original estética y su influencia en entorno, pasando por alto otros logros debidos a su gestión: el Instituto Universitario de Caracas, el Taller Nacional de Teatro, el Centro de Directores para el Nuevo Teatro y del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, con varias sedes en el interior de Venezuela. También jugó un papel en la implantación del mencionado antes programa de subsidios a grupos culturales; no funcionó del todo bien por negligencia de quienes fueron responsables de administrarlo y una que otra pillería entre los beneficiados. El gobierno actual lo suspendió de un solo zarpazo.
De esos aportes, ¿cuáles lamentas más que se hayan perdido con su muerte?
En realidad, no es "con su muerte", porque muy poco podría hacer Carlos, de estar vivo, en medio de la desintegración nacional; diría que entre las cosas institucionalizadas gracias a su gestión, lo más lamentable es la suspensión de los subsidios; en ninguna parte del mundo la cultura artística prospera sin el respaldo del Estado o de la empresa privada. La última entidad nunca ha estado muy comprometida con el asunto, y ahora, menos, cuando está en vías de dejar de existir. La eliminación del sistema de subsidios fue uno de los tantos recursos de represión de la libertad de pensamiento; sólo reciben respaldo del Estado los proyectos aprobados por el gobierno; vale decir, la cultura obligada a discurrir en una sola dirección. ¿Alguna diferencia con las políticas de todos países sometidos al totalitarismo?
Ninguna. ¿Qué es lo que más valoras de su trabajo y de su persona?
De su trabajo artístico, la creatividad; del gerencial, el liderazgo puesto en función del beneficio de la colectividad; de su persona, el talento y la sensibilidad social.
¿Qué significó para ti la muerte de Carlos?
Una pena muy honda.
¿Y para la cultura venezolana?
La quiebra de uno sus pilares.
Si Carlos pudiera escucharte, ¿qué le dirías?
Lo hiciste bien, amigo mío, ¡muy bien!
¿Quiere contarme alguna anécdota que hayas vivido con él? Pueden ser más de una…
Ya te he contado varias; con todo, he aquí otras dos; una refleja vivamente la característica de su personalidad antes destacada; la otra se relaciona con él tangencialmente.
Nos encontramos en Tbilisi, capital de Georgia (antigua URSS), en la frontera entre Asia y Europa. Rajatabla presentará Bolívar en un festival. Anochece; varios conversamos en torno al fuego en la recepción del hotel. De pronto aparece un grupo de personas; evidentemente están muertas de frío, hambrientas y exhaustas; es una compañía teatral que llega de alguna parte del mundo a participar en el evento; les han asignado ese hotel, pero por error en la logística el establecimiento está repleto, de modo que el gerente rehúsa admitirlos con una actitud no precisamente amable ni compasiva. Todos lamentamos la situación y abogamos por los recién llegados, sin lograr cambiar la decisión del individuo. Súbitamente explota Carlos: valiéndose del intérprete forma lo que en buen castellano de Venezuela llamamos un soberbio peo a grito herido; no se modera en cuanto a calificativos denigratorios del gerente, se vale de todos los argumentos imaginables en la situación y termina diciendo que los del grupo no se moverán del hotel; que el gerente busque la forma de solucionar, porque ellos definitivamente "no se van". En medio de la agitación, resulta un tanto cómico el contraste entre la exaltación de Carlos y la conducta del traductor, que con serenidad profesional repite en ruso −supongo yo− sus improperios. Intimidado por el basilisco austral, o conmovido por sus alegatos, el hombre cede; se improvisa un espacio para su pernocta; aparecen camas de campaña, colchones y cobijas.
Perdona que te interrumpa, pero ¿qué dijo la compañía cuando Carlos les consigue alojamiento?
Lo normal en esos casos: asombro por la inesperada defensa de sus derechos y manifestaciones de agradecimiento. No creo que Carlos esperara mucho más que eso. En lo personal, yo observaba el acontecimiento con el interés propio del científico, del psicólogo social, por cuanto era un soberbio caso de desempeño del liderazgo.
Otra de las anécdotas ocurre en Caracas, en el estreno de una de las obras sobre el poder, no recuerdo cuál. Están presentes Carlos Andrés Pérez y otras personalidades del alto gobierno; yo, ubicado en un lugar desde donde veo al Presidente. En el discurrir de la representación inevitablemente mi atención visual se desplaza del escenario a la cara del mandatario; en el escenario se exhiben variadas formas de la corrupción propia de los políticos, entre otros crímenes; algunos de esos aconteceres parecen tomados de la realidad del momento; de hecho, toda la obra parece ser una metáfora de la esa realidad. El rostro del Presidente, impávido: sin darse por aludido. Cae el telón y aplaude vigorosamente, y, además, felicita al director.
¡Ja ja ja! Carlos Andrés, nos guste o no, era todo un personaje también.
En efecto; a mí no gustaba, y por ahí está el testimonio de mis artículos críticos a su mandato; hoy, en el estado deplorable de nuestro país, lo añoro. El hecho es que reflexiono: extraña interacción de personajes; el uno, cínico como un bloque de granito; el otro, jugando peligrosamente con el poder, caminando en el filo de la navaja, como suele decirse; porque si bien se aprovecha del mencionado rasgo de la personalidad de su protector para restregarle cuatro verdades en sus narices, no menos cierto que con un sólo gesto este puede mandarlo muy largo al carajo. Carlos Andrés Pérez era una persona inteligente; él entendía, obviamente, el mensaje subtextual de la obra, pero lo cierto es que también respetaba la libertad de expresión. Titila en mi mente una frase de Giménez a veces citada como definición de su actitud: “No nos hemos bajado los pantalones ante ningún Gobierno, y si es necesario, nos cagamos en el ministro de turno”. (En declaraciones al periódico español El País.)
Esa declaración de Carlos me encanta y creo que lo define muy bien. Muchísimas gracias, Rubén, por compartir tus recuerdos y rescatar parte del legado de Carlos como artista, gerente y ser humano. Me he divertido, y he aprendido mucho contigo.
San Francisco, 9 de mayo de 2015
Rubén Monasterios. Marino mercante en su juventud: profesor titular universitario, crítico de teatro, danza y ballet y columnista de opinión de periódicos y revistas de Caracas. Ha publicado una treintena de libros; su obra incluye narrativa erótica, ensayo, teatro, humorismo, etc. Durante veinte años mantuvo en el aire su programa radial Rubén y sus corazones solitarios sobre temas culturales.
Donde leerlo: Rubén Monasterios, en PRODAVINCI.
↧
Pepe Fernández: "Recuerdos de una amiga: y la malicia no murió" por Alicia Dujovne Ortiz, La Nación, 10 de octubre de 2014
Siempre afable y risueño, en la Ciudad Luz Pepe Fernández cambió el piano por la cámara fotográfica para hacer de su vida un permanente desfile de retratos
"Aquí está todo, bien guardadito -me dijo martilleando con el dedo sobre unas grandes carpetas- Todas mis fotos, desde el principio hasta hoy." Otro habría dicho "la obra de mi vida", pero Pepe era incapaz de llenarse la boca con la palabra "obra" y quizás -en ese instante que a los dos nos sonaba a un adiós para siempre, disimulado, por cortesía, detrás de las risas- con la palabra "vida".
Imposible imaginarlo con cara de circunstancias, aunque éstas lo habrían justificado. Tras haber vivido tan rodeado y haber fotografiado tantas caras famosas, al punto de que todo él se había convertido por dentro en una galería de retratos, Pepe Fernández pasaba ahora sus últimos años en un departamentito de Saint-Germain des Près, uno de esos inventos parisienses compuestos por varias chambres de bonne [cuartos de servicio] pegadas entre sí, solo. Quinto piso sin ascensor, en el barrio más hermoso del mundo, un verdadero sueño del pibe a condición de serlo, no de tener los años de Pepe, un corazón operado y unos amigos a los que también, para ese entonces, subir a verlo se les hacía muy cuesta arriba.
Riendo, por no perder la costumbre, Pepe me mostró la especie de ropero con puertas corredizas que escondía la ducha. Cuando, días después, me enteré de que el portero del edificio había comprendido que algo allá arriba no andaba bien, porque un hilo de agua bajaba por las escaleras, lo pude imaginar muriéndose acurrucado en el recinto estrecho. ¿Habrá recordado, en un chispazo, otra muerte solitaria que lo tocaba de cerca: la del poeta Rodolfo Wilcock, desaparecido años atrás en su casona de campo, en Italia, donde tampoco a él lo visitaba nadie? Wilcock, que para el Pepe adolescente significó, aquella noche de los años cincuenta, a la salida del Colón, el comienzo de todo.
Pepe había ido a escuchar el concierto junto a su hermana. Lo comentaban con una petulancia que el poeta de veintiocho años encontró deliciosa. Él era fino, cultísimo, y Pepe, de acuerdo con sus propias palabras, "un brutito en todo salvo en música (en ese entonces pensaba dedicarme al piano)". Pero un brutito desopilante que, gracias a su descubridor, se convirtió en el gran amigo de Silvina Ocampo y en el fiel comensal de aquellas comidas que ella presidía, y en las que siempre estaban Bioy Casares, Borges, el otro Pepe (Bianco) y Wilcock. Es de imaginarlo al pibe del barrio de Flores, jugando en el patio de los grandes y adoptado con entusiasmo por una Silvina que se aburría ostensiblemente y que, mientras Borges y Bioy desgranaban sus chistes sonsos ("¿y si el pasto fuera rosa?", ja, ja, "¿y si las nubes fueran verdes?", ja, ja), se inclinaba hacia su protegido y, acercándole a la oreja su gran boca de comisuras amargas, le susurraba con voz de bajo profundo: "¿A vos te divierte Borges?"

Desde ese momento la existencia de Pepe se volvió un desfile. Contaba con amigos maravillosos que iban a verlo a su departamento de Ramón L. Falcón 2172 (tengo motivos para conocer la dirección exacta) y después, a Ramos Mejía. El sentido del humor a sus padres tampoco les faltaba. La primera vez que Wilcock fue invitado a comer, olió la cacerola y dijo: "No me gusta". "En la esquina hay un restaurant -le contestó la madre-. Vaya y vuelva para el café."
En Ramos Mejía, el pequeño pianista conoció a una chica de melenita de oro. Se llamaba María Elena Walsh. Bajo la magnolia del jardín de los Fernández se juntaban Héctor Bianciotti, Ernesto Schoo, Alberto Greco, Sara Reboul, Roberto Sualés, Bernardo Verbitsky. Para ellos, reírse era un imperativo y a la vez una trampa: prohibida la expresión de los sentimientos, bienvenidas las carcajadas que creaban lazos secretos, de tribu, de secta.
El grupo, que también se reunía en La Sombra (un pedazo de campo abierto donde Wilcock plantaba papas y lentejas, con una miserable casilla de techo de zinc y un vecino austríaco y quizás nazi que vivía en una cueva cavada en tierra), se desbandó con la llegada del peronismo. En 1951, la partida de Wilcock fue el puntapié inicial. En lo sucesivo asistirían a una sucesión de adioses en el Puerto que pretendían no ser desgarradores. Tres años más tarde, Wilcock se fue de verdad, junto a Nene Pugliese, a Elsa Secreto, a Alfredo Novelli. Siempre la tribu, risueña y solidaria, ¿imaginaría su futuro aislamiento en la campiña italiana, exclusivamente acompañado por un gato parlante (bilingüe, se comprende, dado que a partir de cierto momento la producción poética de su amo se desarrolló en dos idiomas, italiano y español)?
Ese día de 1954, en el muelle, Silvina temblaba como nunca. Arrebujada en sus famosas pieles de tigre, bastante ajadas, y con los anteojos negros para tapar el brillo de los ojos, le dijo: "A Wilcock lo vas a tener que reemplazar vos". Dicho y hecho, a partir de entonces lo llamó a cualquier hora: "Vení enseguida". Pepe se precipitaba a la estación, llegaba sin aliento, y ella: "¡Es que no te veo desde ayer!". Fue en el Colón, sitio en el que a Pepe acostumbraban cambiarle el rumbo, donde Bioy Casares le entregó un sobre de parte de Silvina: "Para que te compres el pasaje. Nos vamos a Europa".
Se embarcó ese mismo año. En París lo esperaban María Elena con Leda Valladares y también Cortázar, Lalo Schiffrin. A Wilcock viajó a verlo a un pueblito del condado de Kent (el poeta prefería siempre la Sombra, no las luces de la ciudad). Luego volvió a París con el pintor Carlos Courau, probó fortuna en Niza y conoció la experiencia que relata Héctor Bianciotti en su autobiografía, dormir en la calle y comer salteado. Pero tras un regreso a Buenos Aires, en 1963 emigró para siempre. Ya en Buenos Aires, María Elena sintió ese viaje sin regreso como un abandono y escribió la "Zamba para Pepe" donde le dice: "Hace muchos años que te fuiste/ y sin una lágrima te despedí/ [?]. Cuando un amigo se va,/ nadie nos devolverá/ todo el corazón que le prestamos/ tanta compartida soledad".

En París, Pepe "cambió el sol por la neblina", como también le canta María Elena, y el piano por la fotografía. Pepe fotografiaba con una picardía impertinente que revelaba en sus modelos aspectos impensados. El "instante decisivo" del que hablaba Cartier-Bresson lo iluminó más que nunca cuando fotografió a Borges parado en el vestíbulo de L'Hôtel, sobre unos mosaicos en forma de sol. "Quédese ahí", le pidió, y se subió a una escalera de caracol para tomarlo desde arriba. Esa foto de Borges mirando hacia lo alto, de pie sobre los rayos geométricos, ha dado la vuelta al mundo y fue la elegida por la colección La Pléiade de la editorial Gallimard al publicar sus obras completas.
Pepe, que en realidad se llamaba José María, cosa que siempre ocultó, se dio a conocer en la Argentina a través de una exposición en la Fotogalería del Teatro San Martín organizada por Sara Facio. Fue él quien presentó a Susana Rinaldi y a Bruno Quoquatrix, del Olympia de París. Sus desnudos, sus fotos de Piazzolla, de Jairo, de Monzón, también han dado varias veces la vuelta al mundo.
Cuando en 1991 volvió a Buenos Aires, de paso, quiso ver a Silvina pero Bioy Casares no lo dejó. Ella no estaba bien. Pepe se alojó en casa de Guillermo Vilas y desde sus ventanas se quedaba mirando las de Silvina, justo enfrente. Qué condena más rara, saberla ahí, sola como se está siempre ante la muerte, y no poder hablarle, recordar junto a ella los chistes de su marido y los de Borges, que a ella la hacían bostezar, y despedirse, esta vez sin retorno.
Después, el corazón de Pepe empezó a flaquear. Cuando subí los cinco pisos rumbo a su departamentito chorizo, me dijo lo que tantos argentinos perdidos por el mundo vivimos repitiendo: "Anoche escuché el tango Volver'. Me gustaría pero ¿adónde? ¿Tengo un lugar?". A modo de respuesta le canturreé la zamba de su amiga, aquella de la melenita de oro:
Como el argentino de los tangos
te quedaste solo en París
Hace muchos años que te quiero
y hace muchos más que te olvidas de mí
Te veré una noche por Corrientes
esquina Rivoli.
Todo cambia desde que te fuiste,
ya los argentinos no somos así.
Estamos mirándonos por dentro
y olvidándonos de París.
Quedan pocos de los que decían
que en este país no se puede vivir.
Una declaración de cariño que incluye una certera patadita muy de las suyas, comenté. Pepe estalló en una de esas carcajadas que desde los tiempos de la tribu le servían de máscara y, en ese momento lo entendí, también de país. Cuando a Gardel, exasperados por la incertidumbre que él mismo propiciaba, le preguntaron de dónde era, si de Toulouse o de Tacuarembó, contestó con sobriedad: "Mi patria es el tango". La de Pepe Fernández era la risa. Pero debe de ser difícil reírse solo cuando se ha vivido de manera constante junto a los otros, descubriendo sus rostros y lo que éstos ocultaban; difícil resumir el catálogo, la enumeración de nombres que fue su vida, a uno solo, el suyo.

¿Por qué digo que tengo motivos para conocer su dirección exacta, en el barrio de Flores? En 1978, cuando llegué a París, me apresuré a llamarlo por teléfono. Jamás lo había visto, o eso creía, pero Pepe representaba para los argentinos un papel de embajador. Imposible instalarse en esta ciudad sin apelar al inspirador de la famosa zamba. De haber existido Manuelita, la tortuga, a ella también la habría llamado. Su respuesta me dejó muda:
-¡Alicia! -exclamó- ¡No te imaginás la importancia que has tenido en mi vida!
Al observar mi silencio, Pepe agregó:
-A ver, cerrá los ojos y tratá de recordar quién fue tu primer profesor de piano.
Obedecí, cerré los ojos y volvió a mi memoria un corredor oscuro, largo. Al final se abría una puerta en cuyo vano se erguía un joven de elevada estatura. Yo vivía en el departamento B, tenía seis años y caminaba por el corredor hacia el departamento del fondo, para ir a recibir mi primera lección de piano.
-¿Ese muchacho alto eras vos? -me sorprendí, mientras Pepe se reía encantado, ante todo para festejar que el recuerdo no se hubiera perdido, y también porque aquel petisito de quince años, que a mí me parecía enorme, no había crecido mucho desde entonces.
-Yo con vos me moría de miedo -confesó-. Fuiste mi primera alumnita.
Un periodista argentino, Jorge Forbes, se contó entre los pocos que se animaron con los cinco pisos de Saint-Germain para subir a verlo. Pero Pepe, esa vez, me había asegurado, mientras martilleaba con el dedo sus carpetas llenas de fotos: "Esto no se pierde, hay amigos que lo saben y que harán algo".
Años más tarde la predicción se cumple. La exposición de las obras de Pepe Fernández en Buenos Aires demuestra que el título de la nota que publiqué a su muerte, "Una malicia que no debe morir" (nota de la que transcribo en ésta bastantes párrafos, ¿acaso entre tanto he vuelto a tener noticias suyas como no sea en sueños?), osciló entre la premonición y el estímulo. No, esa malicia no debía morir, y no lo ha hecho, por suerte para todos. Conmueve, alivia y reconforta comprobar que las obras sobreviven a un episodio tan fútil como caerse muerto.
Periodista y escritora
La Nación, 10 de octubre de 2014
Fuente: La Nación
↧
El Espacio Anna Frank organizó emotivo homenaje a las víctimas del Holocausto: "Concierto In memoriam 2015: un recuerdo imperecedero" por Carlos Armando Figueredo, Caracas, 8 de febrero 2015
El maestro Alfredo Rugeles dirigió a la Orquesta Sinfónica de Venezuela, estrenando obras compuestas especialmente para esta conmemoración por la compositora Diana Arismendi, los compositores Icli Zitella y Ricardo Teruel, más una obra de su autoría y otra de Maurice Ravel. El concierto homenaje a las víctimas del Holocausto fue organizado por el Espacio Anna Frank.
A continuación la crónica del Dr. Carlos Armando Figueredo.
Ayer domingo, 1º de febrero de 2015, tuvo lugar en el teatro del Colegio María Auxiliadora el concierto In memoriam que todos los años ofrece Espacio Anna Frank con motivo del Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto. El 27 de enero fue la fecha establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas para esa jornada de recuerdo y reflexión, a propósito de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz.
Si hay algo que puede decirse de este Concierto In memoriam (que en 2015 coincide con el 70º aniversario de la liberación de Auschwitz) es que permanecerá grabado en la memoria de las más de 1.100 personas que tuvimos la suerte de presenciarlo. En efecto, se trata del éxito más rotundo logrado a la fecha por Espacio Anna Frank en materia de organización de eventos. No podía ser de otra manera: contó con la entusiasta participación de renombrados compositores y artistas venezolanos, con el apoyo de la Orquesta Sinfónica de Venezuela bajo la dirección del maestro Alfredo Rugeles. Los compositores cuyas obras se estrenaron no titubearon cuando, el año pasado, se les pidió que compusieran obras sinfónicas para honrar a las víctimas del Holocausto.
La orquesta interpretó las siguientes obras:
1) DeIcli Zitella(nacido en Caracas en 1966), “Shuvá Adonai et Shevitenu” (Haz retornar, Adonai a tus cautivos), obra inspirada en el Salmo 126. Se trata de una pieza digna de la mejor música clásica moderna venezolana. Dice el propio Zitella en el folleto del programa del concierto: “Como la melodía es un poderoso elemento de continuidad y de ‘sentido’ en la música, esta obra trata de evitarla. Con todo, hay un pasaje en que los cornos dibujan una melodía larga e irregular, como el recuerdo de una vida dichosa anterior a la desgracia del exterminio…”
2) Alfredo Rugeles dirigió la interpretación de su obra “Oración para clamar por los oprimidos”, para orquesta y mezzosoprano, inspirada en el poema homónimo escrito por su padre, Manuel Felipe Rugeles (1903-1959); a mi juicio, una de las grandes obras de la poesía venezolana de todos los tiempos. En palabras de Rugeles, la obra “fue escrita en 1989 para un ensamble mixto de cámara que incluye flauta, oboe, mezzosoprano, arpa, sintetizador, contrabajo y una batería electrónica”, y añade que “a raíz del encargo de Espacio Anna Frank con motivo de Concierto In memoriam para conmemorar los 70 años de la liberación de Auschwitz y el fin del Holocausto, decidí realizar una versión para voz y orquesta, enriqueciendo así su contenido a través de la brillante paleta orquestal”. Sin duda lo logró, como pudo comprobarse en la brillante ejecución de la orquesta y la bella voz de la mezzosoprano Jessica Colmenares Cedeño.
Como dato curioso tenemos que el poema de Manuel Felipe Rugeles fue escrito en 1939, cuando se iniciaba la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de Polonia por los nazis; en cierto modo, este fue un presagio de los horrores que iban a ocurrir hasta 1945. Ello se hace patente en estrofas del poema, incluidas en la obra sinfónica y cantadas por la mezzosoprano, como “¡Oh! Ciudad de la sangre, con mariposas negras y pájaros de incendio en el crepúsculo” y “¡Oh! Ciudad de la sangre, con voces rotas de clarines y banderas desgarradas”.
3) En tercer lugar se interpretó el “Kaddish”, de las “Dos melodías Hebraicas”, de Maurice Ravel, escritas en 1914. La escuchamos en versión para violín solo y cuerdas, con excelente arreglo de D. Jonstone e interpretación de Dmitri Pylenkov, violinista ruso radicado en Venezuela. Tal como el presagio de la Segunda Guerra Mundial en el poema de Manuel Felipe Rugeles, este Kaddish o “Canto a los muertos”, de Ravel, fue premonitorio de los millones de muertes que iban a ocurrir durante la Primera Guerra Mundial.
En la segunda parte del concierto tuvimos la suerte de oír el estreno de dos grandes obras de compositores venezolanos contemporáneos.
En primer lugar, Agujeros en el alma, de Ricardo Teruel, obra escrita en 2014, por encargo de Espacio Anna Frank, para orquesta y sonidos grabados. Esta pieza logra incorporar a su música de profundos sentimientos –inspirados en los horrores del Holocausto– sonidos que nos hacen recordar la tragedia: ruidos de cristales rotos, de golpes y maltratos, de miedo. Es, como dice el autor, “un homenaje a la dignidad de la víctimas y sobrevivientes y a la cultura y el pensamiento judíos, profundamente humanistas”. Llama la atención el sonido de un shofar, interpretado por un rabino desde una de las filas de la audiencia.
La mañana del domingo, pocas horas antes del inicio del concierto, tuve la oportunidad de ser entrevistado en el programa Entre Noticias, de Globovisión, junto a Ricardo Teruel. Mientras conversábamos, Teruel me comentó –aludiendo a su obra– que horrores como los del Holocausto abrían en el alma de los seres humanos agujeros que nunca se podían cerrar. Tal vez no conviene que se cierren y es preferible que permanezcan entreabiertos, para que las generaciones venideras no olviden esa historia del horror, de modo que nunca se repita.
Concluyó el concierto con la obra “In memoriam”, de la afamada compositora y profesora de música Diana Arismendi, para narrador, soprano y orquesta escrita en el 2014, con tres movimientos: “Cámara oscura”, “Sacrificio por fuego” y “Nosotros los salvados”.
El canto y las palabras de la soprano Sara Catarine, así como la narración de Luigi Sciamanna contribuyen a resaltar el efecto –según la compositora– de pesadilla, tal como en las palabras de Anna Frank: “Me estremezco al recordar el rumor sordo y lejano que marcó para nosotros el comienzo de esta destrucción”. Continúa Arismendi, en referencia al segundo movimiento como alusión al Holocausto, para lo cual cita las palabras de la poeta argentina Beatriz Iriart:“Yo estuve en Auschwitz. Yo parí hijos de amargura, dolor y espanto”. “Sacrificio por fuego” es, según su autora, “un canto a la maternidad, un grito de esperanza a la vida y una súplica confiada a Dios ‘Ten piedad de mí, Señor’”, palabras estas que el narrador repite en varios idiomas. El último movimiento, “Nosotros los salvados”, toma su título de un poemario de Jacqueline Goldberg, para evocar los nombres de algunos sobrevivientes del Holocausto, cuyas fotos se van mostrando en las pantallas colocadas a los lados del escenario.
Pocas veces, en los numerosos conciertos a los que he asistido, pude observar como el domingo los interminables aplausos, sentidos, verdaderos y no de seguimiento al impulso de “claques”. El concierto del domingo tuvo al público embelesado con las obras, la orquesta, el director, los solistas y el narrador. Fueron también muy largos los aplausos a la intervención del representante de la Embajada de Alemania, el Primer Secretario Moritz Jacobshagen, quien habló en lugar del Embajador J. Lindner (ausente, en esta ocasión, por estar dedicado a coordinar desde Alemania el programa de ayuda contra el ébola). El joven diplomático conmovió a la audiencia al expresar con toda objetividad, honestidad y franqueza lo que piensan los alemanes de hoy acerca de los horrores del nazismo, en particular, las segundas y terceras generaciones posteriores a 1945.
Este concierto debería repetirse en otras salas grandes del país y, ¿por qué no?, incluso en Berlín. Fue un In memoriam que quedará para siempre en nuestro recuerdo.
Caracas, 8 de febrero de 2015
Espacio Anna Frank
de Manuel Felipe Rugeles
1
El agua,
el aire,
el sol
y el pájaro del alba,
desde la sombra
anuncian tu presencia en la tierra.
Es tu poema.
Gracias damos a Ti porque en él dejas
la armonía y la luz de tus palabras:
el agua,
el aire,
el sol
y el pájaro en el alba.
2
Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.
Luciérnaga y pedernal
son anuncios de su estrella.
Sombra de astro
en la sombra de la tierra.
Claridad que nos inunda
el espíritu y lo quema.
Al amparo de su lumbre
arden el sueño y la pena
de los humildes; al amparo
de su estrella.
Lejos, perdido, olvidado
por todos. Solo en la esfera
de su misterio,
torre de la fortaleza.
Otros no le quieren ver,
ni hallar la flor de su huella,
ni advertir cómo su aurora
funde en oro las tinieblas.
Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.
3
En el espejo de la estrella y del agua,
en el verde de la hoja y del fruto,
en el color de la tierra y del hombre,
advertid la ecuménica divinidad de Dios.
Presentido en el ala de la brisa inalcanzable
sobre islas y llanuras desiertas,
en el canto del pájaro que desnuda el silencio de la montaña,
en la tormenta que amotina sus ráfagas de luz misteriosa
sobre la noche de las ciudades
y en el perfume de los lirios
que extienden su blancura a la orilla de los remansos,
como la cabellera de los ángeles
aún no rebelados.
4
¡Oh! ciudad de la sangre,
con mariposas negras
y pájaros de incendio en el crepúsculo.
¡Oh! ciudad de la sangre,
con hormigas rojas
que lavan su hartazgo de muertos
en los pozos de lluvia.
¡Oh! ciudad de la sangre,
con voces rotas de clarines
y banderas desgarradas.
Escuchad este grito
de alerta entre las llamas:
Él hablaba de paz
y amor en sus parábolas.
Buscad su voz
perdida entre las rutas
altas de la montaña.
5
Id a buscarla,
me dice el alma.
Id en pos del secreto que ella guarda.
Entre ayes de agónicos soldados
y gentes que blasfeman, ¿ podré hallarla ?
Sólo su voz se escucha en el silencio
de pavor en que callan las granadas.
Desde el árbol, enseña de su muerte,
Cristo por sus heridas sigue hablando.
6
El fuego
se ha encargado de secar mis lágrimas.
Venció en mí,
y ha destruido mis falsos dioses.
Purificó mi canto y mi esperanza
y la luz de mi espíritu y mi carne.
Entre cenizas
anda ahora en el recuerdo,
y sólo un lirio intacto se alza
En medio de mi mundo hacia la estrella.
7
Bien podría sentirme en todas las miradas
y saberme pequeño.
Diminuta la luz náutica
perdida en alta mar y noches ebrias de tormenta.
Imperceptible llanto de la hormiga
en el túnel de la rosa olvidada.
Gota de agua o calcinada lágrima
en la hoguera en que arden
los júbilos y canciones del mundo.
Imposible creer que en la hora más pura de las cavilaciones
no haya el soplo de un trino
o la burbuja de una llama en nuestra vida,
para clamar al Dios que nos tienda la mano
y disipe, con trompetas de ángeles no soñados,
las sombras y el dolor de la tierra.
8
¡Oh! Dios de las parábolas
tatuadas en la verde hoja desnuda,
en el dorado ovillo del gusano,
en la limpia mirada de los peces.
El más humilde canto
de la fe que renace en mis palabras
va hacia Ti como el fruto de mi angustia y mi gozo.
Hágase en mí tu voluntad
como la resina en los árboles,
el vellón en la piel de los corderos,
el rocío en la yerba de los valles.
Hágase en mí la voz
de tu grandeza eterna, iluminada,
para entonar los himnos que aún te quedan sobre la tierra.
Con la música de tus órganos celestiales
enséñame a clamar por los tristes del mundo.
9
LA INÚTIL SOLEDAD
¿ Hacia qué soledad te encaminas,
¡oh! paria, ¡oh! traficante de las desilusiones,
con tu sombra a la espalda
como en un río de violetas ?
¿ Hacia qué tierra huyes,
con tu carta de nubes
y tu único vestido de fiesta ?
¿ Para qué soñar otra soledad más lejana y más honda
que esa mustia, callada, de tu cuarto sin libros,
sin estatuas, sin pájaros ?
Soledad de naufragio
o soledad de muerte golpeándose la frente
con guijarros de olvido.
¿ Hacia qué soledad te encaminas ?
¿ Hacia qué isla verde
y en qué mar
de qué mundo
podrás vivir sin cantos, sin palabras, sin odios,
como si te enterrases en un sueño de opio?
¿En que foso de montaña o llanura,
en qué grieta de la tierra o del aire
quieres hundir tu lágrima, tu bostezo y tu miedo?
¡Oh! solitario que andas sin brújula en la mano
y al evadirte sientes un frío de metales
y un surtidor de sangre negra en la garganta.
Hazte a la metafísica de tus mejores años.
A la luz de la copa donde bebiste el zumo
de la primera estrella. A la uva y la rosa
de la edad en que el cielo te dio su abril y el trigo
puso sobre tus manos su espiga más alegre.
Vuelve. Torna al estadio del mendigo y la fiera,
del sordo y del que habla con lengua de serpiente.
Al mundo tuyo, mío y de todos. Al mundo
de la uva y la rosa, de la espiga y la estrella.
Busca el aroma estoico de lejanas edades
cuando la sangre mártir era entre las venas
un río desbocado hacia los cielos.
El agua,
el aire,
el sol
y el pájaro del alba,
desde la sombra
anuncian tu presencia en la tierra.
Es tu poema.
Gracias damos a Ti porque en él dejas
la armonía y la luz de tus palabras:
el agua,
el aire,
el sol
y el pájaro en el alba.
2
Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.
Luciérnaga y pedernal
son anuncios de su estrella.
Sombra de astro
en la sombra de la tierra.
Claridad que nos inunda
el espíritu y lo quema.
Al amparo de su lumbre
arden el sueño y la pena
de los humildes; al amparo
de su estrella.
Lejos, perdido, olvidado
por todos. Solo en la esfera
de su misterio,
torre de la fortaleza.
Otros no le quieren ver,
ni hallar la flor de su huella,
ni advertir cómo su aurora
funde en oro las tinieblas.
Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.
3
En el espejo de la estrella y del agua,
en el verde de la hoja y del fruto,
en el color de la tierra y del hombre,
advertid la ecuménica divinidad de Dios.
Presentido en el ala de la brisa inalcanzable
sobre islas y llanuras desiertas,
en el canto del pájaro que desnuda el silencio de la montaña,
en la tormenta que amotina sus ráfagas de luz misteriosa
sobre la noche de las ciudades
y en el perfume de los lirios
que extienden su blancura a la orilla de los remansos,
como la cabellera de los ángeles
aún no rebelados.
4
¡Oh! ciudad de la sangre,
con mariposas negras
y pájaros de incendio en el crepúsculo.
¡Oh! ciudad de la sangre,
con hormigas rojas
que lavan su hartazgo de muertos
en los pozos de lluvia.
¡Oh! ciudad de la sangre,
con voces rotas de clarines
y banderas desgarradas.
Escuchad este grito
de alerta entre las llamas:
Él hablaba de paz
y amor en sus parábolas.
Buscad su voz
perdida entre las rutas
altas de la montaña.
5
Id a buscarla,
me dice el alma.
Id en pos del secreto que ella guarda.
Entre ayes de agónicos soldados
y gentes que blasfeman, ¿ podré hallarla ?
Sólo su voz se escucha en el silencio
de pavor en que callan las granadas.
Desde el árbol, enseña de su muerte,
Cristo por sus heridas sigue hablando.
6
El fuego
se ha encargado de secar mis lágrimas.
Venció en mí,
y ha destruido mis falsos dioses.
Purificó mi canto y mi esperanza
y la luz de mi espíritu y mi carne.
Entre cenizas
anda ahora en el recuerdo,
y sólo un lirio intacto se alza
En medio de mi mundo hacia la estrella.
7
Bien podría sentirme en todas las miradas
y saberme pequeño.
Diminuta la luz náutica
perdida en alta mar y noches ebrias de tormenta.
Imperceptible llanto de la hormiga
en el túnel de la rosa olvidada.
Gota de agua o calcinada lágrima
en la hoguera en que arden
los júbilos y canciones del mundo.
Imposible creer que en la hora más pura de las cavilaciones
no haya el soplo de un trino
o la burbuja de una llama en nuestra vida,
para clamar al Dios que nos tienda la mano
y disipe, con trompetas de ángeles no soñados,
las sombras y el dolor de la tierra.
8
¡Oh! Dios de las parábolas
tatuadas en la verde hoja desnuda,
en el dorado ovillo del gusano,
en la limpia mirada de los peces.
El más humilde canto
de la fe que renace en mis palabras
va hacia Ti como el fruto de mi angustia y mi gozo.
Hágase en mí tu voluntad
como la resina en los árboles,
el vellón en la piel de los corderos,
el rocío en la yerba de los valles.
Hágase en mí la voz
de tu grandeza eterna, iluminada,
para entonar los himnos que aún te quedan sobre la tierra.
Con la música de tus órganos celestiales
enséñame a clamar por los tristes del mundo.
9
LA INÚTIL SOLEDAD
¿ Hacia qué soledad te encaminas,
¡oh! paria, ¡oh! traficante de las desilusiones,
con tu sombra a la espalda
como en un río de violetas ?
¿ Hacia qué tierra huyes,
con tu carta de nubes
y tu único vestido de fiesta ?
¿ Para qué soñar otra soledad más lejana y más honda
que esa mustia, callada, de tu cuarto sin libros,
sin estatuas, sin pájaros ?
Soledad de naufragio
o soledad de muerte golpeándose la frente
con guijarros de olvido.
¿ Hacia qué soledad te encaminas ?
¿ Hacia qué isla verde
y en qué mar
de qué mundo
podrás vivir sin cantos, sin palabras, sin odios,
como si te enterrases en un sueño de opio?
¿En que foso de montaña o llanura,
en qué grieta de la tierra o del aire
quieres hundir tu lágrima, tu bostezo y tu miedo?
¡Oh! solitario que andas sin brújula en la mano
y al evadirte sientes un frío de metales
y un surtidor de sangre negra en la garganta.
Hazte a la metafísica de tus mejores años.
A la luz de la copa donde bebiste el zumo
de la primera estrella. A la uva y la rosa
de la edad en que el cielo te dio su abril y el trigo
puso sobre tus manos su espiga más alegre.
Vuelve. Torna al estadio del mendigo y la fiera,
del sordo y del que habla con lengua de serpiente.
Al mundo tuyo, mío y de todos. Al mundo
de la uva y la rosa, de la espiga y la estrella.
Busca el aroma estoico de lejanas edades
cuando la sangre mártir era entre las venas
un río desbocado hacia los cielos.
© Manuel Felipe Rugeles
A la memoria de Primo Levi27 de enero de 2006
Yo estuve en Auschwitz. Yo parí hijos de amargura, dolor y espanto. Yo anduve descalza en el fango de un campo con flores segadas al igual que las semillas frescas de nuestros rebaños. Y hoy a los 61 años de la liberación del campo: Soy una sombra, una mujer sin rostro. La desolación y el hambre. Yo... yo estuve en Auschwitz.
© Beatriz Iriart
© Manuel Felipe Rugeles
A la memoria de Primo Levi
27 de enero de 2006
Yo estuve en Auschwitz.
Yo parí hijos
de amargura, dolor y espanto.
Yo anduve descalza
en el fango de un campo con flores segadas
al igual que las semillas frescas
de nuestros rebaños.
Y hoy a los 61 años
de la liberación del campo:
Soy una sombra,
una mujer sin rostro.
La desolación y el hambre.
Yo...
yo estuve en Auschwitz.
© Beatriz Iriart
↧
“In memoriam”, obra de la compositora Diana Arismendi en homenaje a las víctimas del Holocausto con poemas de Gabriela Mistral, Anna Frank, Beatriz Iriart y Jacqueline Goldberg / texto de Diana Arismendi, Caracas febrero 2015
El pasado 1º de febrero el Espacio Anna Frank organizó un emotivo concierto con motivo del Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto. El maestro Alfredo Rugeles dirigió a la Orquesta Sinfónica de Venezuela, estrenando obras compuestas especialmente para esta conmemoración: “Oración para clamar por los oprimidos”, para orquesta y mezzosoprano, de Alfredo Rugeles, inspirada en el poema homónimo de su padre Manuel Felipe Rugeles; “In memoriam”, para soprano, narrador y orquesta sinfónica, de Diana Arismendi, inspirada en poemas de la Premio Nobel de Literatura chilena Gabriela Mistral, la pequeña víctima del nazismo Anna Frank (autora del famoso Diario), la poeta argentina Beatriz Iriart y la poeta venezolana Jacqueline Goldberg; “Agujeros en el alma”, para orquesta sinfónica y sonidos grabados, de Ricardo Teruel; y “Shuvá Adonai et shevitenu”, para orquesta sinfónica, de Icli Zitella. Asimismo se interpretó “Kaddish”, de las “Dos melodías Hebraicas”, de Maurice Ravel,. Participaron como solistas invitados la soprano Sara Catarine, la mezzosoprano Jessica Colmenares, el actor Luigi Sciamannay el violinista Dmitri Pylenkov."In Memoriam"contó con el apoyo de las Embajadas de Alemania, Italia, Argentina y Austria; la Dirección de Cultura de la Unión Israelita de Caracas y el Comité Venezolano Yad Vashem.
“In Memoriam” por Diana Arismendi
“In memoriam” (2014)
Para soprano, narrador y orquesta sinfónica
Solista: Sara Catarine, soprano
Narrador: Luigi Sciamanna
“In memoriam” a las víctimas del Holocausto fue compuesta por invitación de Espacio Anna Frank, para conmemorar el 70º aniversario del fin del “peor crimen cometido por el hombre, contra el hombre”.
En tres movimientos, esta obra ilustra tres situaciones relativas al Holocausto. “Cámara oscura”, el primer movimiento, ilustra el inicio de la pesadilla, en palabras que la joven Anna Frank escribiera en su diario: “Me estremezco al recordar el rumor sordo y lejano que marcó para nosotros el comienzo de esta destrucción”. Luego, la música explora diversos sentimientos: desesperación, duda, (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) miedo, tristeza, ira, (“Mírame, responde, Señor”) sobre textos provenientes del libro de Alabanzas o Salterio de las Sagradas escrituras.
El segundo movimiento, “Sacrificio por fuego”, en directa alusión al Holocausto, es una exploración de la maternidad y sus contradicciones en una situación límite. Comienza evocando palabras de Beatriz Iriart: “Yo estuve en Auschwitz. Yo parí hijos de amargura, dolor y espanto”, pero intenta ir más allá. Sobre un poema de Gabriela Mistral se evoca la conmoción causada por la pérdida física: madres que pierden a sus hijos e hijos que pierden a sus madres. Pero, sobre todo, “Sacrificio por fuego” es un canto a la maternidad, un grito de esperanza a la vida y una súplica confiada a Dios: “¡Ten piedad de mí, señor!”
El último movimiento. “Nosotros los salvados”, toma su nombre del libro de poesía documental de la escritora venezolana Jacqueline Goldberg y nos trae a tiempos más cercanos, evocando simplemente los nombres de algunos de los sobrevivientes del Holocausto que rehicieron sus vidas en nuestro país, Venezuela. “Nosotros los salvados” es un homenaje a quienes lograron cerrar el círculo del miedo, la injustica y el sufrimiento, para vivir en un país que los hizo suyos y les devolvió la esperanza por la vida.
• Goldberg, Jacqueline. Nosotros los salvados. Poesía documental. [Edicióndigital, descargable gratuitamente]. Smashwords Edition, 2013: https://www.smashwords.com/books/view/308471
• Goldberg, Jacqueline. Exilio a la vida [Vols. 1, 2 y 3]. Unión Israelita de Caracas, 2006-2013. (Fotografías de Esso Alvarez, Maxime Bendahán y Aarón Sosa).
Video en sala: • Nelson Hariton Producciones Audiovisuales.
Compositora
Es hoy en día una de las compositoras venezolanas más importantes de su generación. Su amplia producción musical incluye música orquestal y sinfónico-coral, conciertos solistas, una ópera para niños, ensambles de diversa índole, cuartetos de cuerdas, abundante música vocal, así como obras para órgano, percusión, piano y percusión, piano solo, diversos instrumentos solistas. A lo largo de más de veinticinco años, sus obras han sido interpretadas en festivales y salas de conciertos por importantes orquestas, solistas y grupos de cámara en Venezuela por toda América Laatina y del Norte y diversos país de Europa.
Nacida en Caracas, comenzó a muy corta edad su educación musical en su ciudad natal. Posee un Doctorado en Composición y un Master en Composición y Música Latinoamericana obtenidos en “The Catholic University of America”, Washington, D.C.; así como el “Diplôme Superieur de Composition” de “L’Ecole Normale de Musique”, de París.
Actualmente es Profesora Titular de Composición y Directora de Cultura de la Universidad Simón Bolívar. Desde 1996 es Directora Ejecutiva del Festival Latinoamericano de Música de Caracas.
Paralelamente a su intensa labor creativa, Arismendi realiza, investigación en el campo de la música latinoamericana y sobre la enseñanza de la composición, lo cual la ha llevado a dictar charlas y conferencias sobre este tema. Tres discos compactos han sido dedicados exclusivamente a sus obras “Ficciones” de 1996, “Fiestas Solemnes”, de 1998 y “Señales en el cielo” de 2007, muchas de sus obras han sido publicadas en diferentes antologías discográficas. Sus partituras están editadas por LaFi Pulblishers, en EEUU y Babel Scores, en Francia.
Diana Arismendi: www.dianaarismendi.com
Programa In memoriam 2015
A 70 años de la Liberación de Auschwitz
«Día Internacional de Conmemoración Anualen Memoria de las víctimas del Holocausto»
Palabras introductorias
Sr. César Sabas
Coordinador de Juventud Espacio Anna Frank
Orador de Orden
Sr. Milos Alcalay
Embajador
Intervenciones
Sr. Moritz Jacobshagen
Primer Secretario de la Embajada de Alemania en Venezuela
Sr. Pedro González
Presidente de la Junta Directiva de la Orquesta Sinfónica Venezuela
Concierto
1. “Shuvá Adonai et Shevitenu” (2014)
Icli Zitella
Para orquesta, en memoria de las víctimas de la Shoá (1941-1945)
2. “Oración para clamar por los oprimidos” (1989) (2014-2015)
Alfredo Rugeles
Para mezzosoprano y orquesta, con poesía de Manuel Felipe Rugeles
Solista: Jessica Colmenares, mezzosoprano
3. De las “Deux Mélodies Hébraïques” (1914), “Kaddish”
Maurice Ravel
Versión para violín solo y cuerdas, arreglo de D. Johnstone
Solista: Dmitri Pylenkov, violín
Intermedio
4. “Agujeros en el alma” (2014)
Ricardo Teruel
Para orquesta y sonidos grabados,
en memoria de las víctimas del Holocausto
5. “In memoriam”(2014)
Diana Arismendi
Para soprano, narrador y orquesta sinfónica
I. Cámara oscura
II. Sacrificio por fuego
III. Nosotros los salvados
Solistas: Sara Catarine, soprano
Luigi Sciamanna, narrador
Director y compositor
En el año 2012, el maestro venezolano Alfredo Rugeles celebra sus 30 años de carrera artística como Director de Orquesta. Destacado compositor, su catálogo incluye obras de cámara, sinfónicas, corales y electroacústicas que han sido interpretadas en diversas naciones y que le han llevado a obtener numerosos premios, entre los que se cuentan el Premio Nacional de Composición (1979) por su obra “Somosnueve” y el Premio Municipal de Música (1985) por su obra “Tanguitis”. Es miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Música Contemporánea, Miembro Fundador de Número del Colegio de Compositores Latinoamericanos de Música de Arte y ha sido Miembro del Comité Ejecutivo de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea. Desde 1991 es Director Artístico del Festival Latinoamericano de Música de Caracas.
Su variada y brillante trayectoria como Director de Orquesta lo hace invitado frecuente de todas las orquestas de Caracas, del interior de Venezuela y de otros países del mundo, en las que dirige con gran éxito tanto el repertorio sinfónico y de ópera tradicional, como obras maestras de los siglos XX y XXI, y acompaña a innumerables solistas de renombre internacional.
Desde 1991 es Director Artístico de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela y por cinco años (1982-1987) fue Director Asociado y Director Artístico de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, así como Director Musical del Teatro Teresa Carreño (1987-1990).
Fue fundador y Director Musical del Ensamble Nova Música y Director de la Fundación Orquesta de Cámara de Venezuela. En 1999 recibe el Premio Nacional del Artista como Director de Orquesta Sinfónica. Desde octubre de 2009 es el Director Musical del Ensamble Latinoamericano de Música Contemporánea Simón Bolívar que tiene como objetivo difundir la música nueva de autores venezolanos, latinoamericanos y las obras universales de referencia de los siglos XX y XXI.
De estas tres décadas de vida artística, estuvo durante veintitrés años al frente de la cátedra de Dirección de Orquesta del Instituto Universitario de Estudios Musicales (IUDEM), hoy Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), y desde 2001 es Profesor de Dirección Orquestal de la Maestría en Música de la Universidad Simón Bolívar. Rugeles es poseedor de una completa y variada formación musical que incluye diplomas en Canto (Fedora Alemán) y Dirección Coral (Alberto Grau) obtenidos en la Escuela de Música “Juan Manuel Olivares” de Caracas. Realizó estudios de composición con Yannis Ioannidis en Caracas y en el Instituto Robert Schumann de Düsseldorf, Alemania, donde obtuvo diplomas de Composición (Günther Becker) en 1979 y de Dirección Orquestal (Wolfgang Trommer) en 1981. Participó en Cursos Internacionales de Dirección de Orquesta dictados por Sergiu Celibidache, Michel Tabachnik y Franco Ferrara.
Desde enero hasta noviembre de 2013 produjo con su esposa, la compositora Diana Arismendi, el programa radial “Clásicos Contemporáneos de Latinoamérica”, especializado en la difusión de la música latinoamericana de concierto de los siglos XX y XXI, el cual se transmitió todos los sábados 1:30 a 3 pm por la Emisora Cultural de Caracas, 97.7 FM.
El pasado 10 de julio de 2013, el Ministerio de Cultura y Comunicación de la República Francesa le otorgó la orden “des Arts et des Lettres”, en el grado de “Chevalier”.
¿Cómo olvidar?
Espacio Anna Frank,
conforme a sus postulados y objetivos,
se adhiere una vez más
a esta conmemoración, con el fin
de divulgar el significado y dimensiones
de un crimen sin parangón en la historia
de la humanidad: el Holocausto.
Contribuimos con ello a evitar
que hechos similares puedan repetirse
en algún lugar del mundo.
Informe sobre el «Día Internacional Sobre el Holocaustode Conmemoración Anual en Memoria de las víctimasdel Holocausto»
Los días 28 y 29 de enero de 2000 se reunió en Estocolmo, Suecia, convocado por el gobierno de ese país, el Foro «El Holocausto: sobre el recuerdo, la educación y la investigación». La reunión congregó a casi todos los países de Europa, a tres países de América Latina: Argentina, Brasil y Uruguay, y además, Israel, Sudáfrica, Turquía, la ONU ,el Consejo de Europa y la Santa Sede como observador. Los asistentes firmaron la Declaración de Estocolmo con el texto siguiente: «Con la humanidad todavía aterrada por el genocidio, la limpieza étnica, el racismo, el antisemitismo y la xenofobia, la comunidad internacional comparte la solemne responsabilidad de combatir esas fuerzas del mal» y se comprometieron a destinar el 27 de enero como fecha para guardar en la memoria colectiva el Holocausto (en hebreo: Shoá) planificado y cometido por los nazis, como una tragedia que cambió las bases de la humanidad. El 27 de enero fue elegido para conmemorar el Día Internacional de Recordación del Holocausto, ya que en esa fecha del año 1945, el ejército soviético liberó el mayor campo de exterminio nazi en Auschwitz-Birkenau (Polonia).
El 1º de noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 60/7 en la que designó la fecha del 27 de enero: «Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto». Tras la aprobación de la resolución, el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, describió la fecha como «un importante recordatorio de las enseñanzas universales del Holocausto, atrocidad sin igual que no podemos simplemente relegar al pasado y olvidar». Los horrores de la Segunda Guerra Mundial dieron lugar a la creación de las Naciones Unidas. El respeto de los derechos humanos de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión, es uno de los mandatos fundamentales previstos en su Carta. Al inaugurar el Museo de la Historia del Holocausto en Yad Vashem (Israel) en marzo de 2005, el Secretario General de las Naciones Unidas recordó que: «la repulsa al genocidio, al asesinato sistemático de seis millones de judíos y millones de otras personas fue también uno de los factores que promovieron la Declaración Universal de Derechos Humanos». El Secretario General agregó: «Las Naciones Unidas tienen la responsabilidad sagrada de combatir el odio y la intolerancia. Si las Naciones Unidas no están a la vanguardia de la lucha contra el antisemitismo y otras formas de racismo, niegan su historia y socavan su futuro».
Espacio Anna Frank
Es una organización privada, sin fines de lucro, creada por iniciativa de un grupo de venezolanos deseosos de ofrecer un foro público para promover la aspiración legítima de todos los seres humanos de convivir en libertad y armonía. El Espacio aspira difundir el conocimiento de culturas distintas y distantes de la nuestra, lo mucho que tenemos
en común a pesar de las diferencias y los logros de su interacción en beneficio de las artes y las ciencias.
Espacio Anna Frank comparte la historia, los valores y la diversidad cultural universal, y promueve el acercamiento entre los sectores de la vida nacional en aras de la comprensión, la solidaridad y el respeto a las diferencias, con el afán de contribuir al fortalecimiento de una sociedad libre de los atropellos de los que fue víctima Anna Frank, tales como: los cometidos contra niños, cuyo derecho al respeto, a la salud y a la educación aún siguen siendo cercenados. Los padecidos por mujeres, vejadas en el marco de muchas sociedades y discriminadas -en algunos aspectos- aún en naciones consideradas liberales y democráticas. Los instigados contra minorías, grupos y personas que, por razones étnicas, religiosas, culturales y de cualquier otra naturaleza, son víctimas de persecuciones que no pocas veces desembocan en genocidios.
Para el cumplimiento de sus objetivos, Espacio Anna Frank ofrece a toda la sociedad venezolana foros, conferencias, exposiciones de arte y didácticas, obras teatrales, conciertos, cinetertulias, publicaciones, programas en el área de la educación y toda actividad comprendida dentro del ámbito intelectual y cultural, que fortalezca el espíritu de convivencia y la responsabilidad social.
Para más información:
Av. Francisco de Miranda, Centro Lido, torre A, piso 8, Ofic. 86-A,
El Rosal. Caracas
Facebook: https://www.facebook.com/espacioaf
Twitter: @espacioaf
Blog: blogdelespacioannafrank.blogspot.com
Telfs. +58 212-9577999 0212-9577997
Correos: espacioannafrank@gmail.com | info@espacioannafrank.org
85 años protagonizando la Historia musical de Venezuela
el 15 de enero de 1930, por los músicos más virtuosos de su generación, siguiendo la convocatoria del Maestro Vicente Emilio Sojo, se apresta desde sus inicios a liderar el movimiento orquestal sinfónico no sólo en nuestro país,
sino en América Latina.
En su 85º aniversario, la OSV sigue con ánimo renovado, dispuesta a apoyar, difundir y contribuir con el desarrollo de nuestros músicos venezolanos y extranjeros, contando con la participación de los mejores directores, solistas y compositores de nuestro tiempo en sus ciclos de conciertos.
En estos momentos, la OSV trabaja arduamente para consolidar convenios con instituciones académicas nacionales e internacionales, que permitan seguir elevando el perfil académico de sus integrantes. Siempre ha sido innovadora y, en este sentido, tiene el reto de alcanzar al público juvenil, preparando un repertorio totalmente dedicado a nuestros adolescentes, brindándoles la calidad y la excelencia musical que nos respalda a través de sus géneros preferidos.
Durante 5 años, “La OSV en mi Escuela” fue nuestro programa socioeducativo bandera y este año se extenderá –mediante convenios con el Ministerio del Poder Popular para la Educación – a un mayor número de colegios públicos y privados de las zonas educativas en municipios y alcaldías de los diferentes estados de nuestra geografía.
La activa agenda de eventos seguirá creciendo con grandes espectáculos de ópera, ballet y conciertos sinfónicos en el Teatro Teresa Carreño, en calidad de coproducción, complaciendo así al público venezolano que asiduamente colma la Sala Ríos Reyna, nuestra sede permanente.
Tomando en cuenta nuestra sólida e ininterrumpida trayectoria artística, el de 2015 promete ser un aniversario muy especial, en el que los músicos de la OSV llevarán la música académica clásica, universal, latinoamericana y nacional a todos los rincones del país.
También será un año para renovar el talento artístico abriendo las puertas para que músicos profesionales, sin distingo de ninguna clase, puedan audicionar y formar parte, con gran orgullo, de la primera orquesta sinfónica profesional de Venezuela.
Actualmente, la OSV cuenta con un plantel de 80 músicos profesionales, una plantilla renovada con los mejores talentos juveniles y veteranos, comprometidos con la excelencia y la calidad, en todos los sentidos, y un profundo amor por el país.
Facebook: Orquesta Sinfónica de Venezuela
Twitter: @SinfonicadeVzla
Youtube: SinfonicadeVenezuela
Página Web: www.osv.org.ve
Blog: www.sinfonicadevenezuela.com
Textos tomados del programa de mano del concierto “In Memoriam”, Caracas 1 de febrero de 2015
Fuente: Orquesta Sinfónica de Venezuela
↧
↧
Adolfo Bioy Casares opina sobre Roberto Arlt, Eduardo Mallea y Manuel Mujica Láinez/ “Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares” de Fernando Sorrentino (fragmento)
Prólogo: Este libro
Me resulta muy fácil recordar cuándo y dónde conocí a Adolfo Bioy Casares. Ocurrió en el último tramo del año 1969 y en la vereda par de la avenida Santa Fe, en la cuadra que corre desde Juan B. Justo hasta Humboldt. Ése era mi barrio, y yo me sentía jugando de local.
En aquella época Bioy Casares no era aún la persona cuyo rostro conocen inclusive quienes no lo han leído; pero yo sí lo había leído —y con mucha aprobación y con mucho entusiasmo— y había visto su foto alguna que otra vez. De manera que me permití detenerlo y saludarlo, y entonces se produjo allí un breve diálogo en el que seguramente Bioy se mostró cordial y simpático, y yo, nervioso y atolondrado: la prueba está en que sólo recuerdo que prometió enviarme su último libro.
Supongo que fingí creer en su promesa y, puesto en la actitud de quien está siguiendo una broma, le habré dado un papelito con mi nombre y domicilio. Pero lo cierto es que ahora —junio de 1992— tengo frente a mí un libro de tapas verdes y páginas que tienden al ocre: es el Diario de la guerra del cerdo, con la dedicatoria de Adolfo Bioy Casares fechada en noviembre de 1969.
Hacía muchos años que yo deseaba realizar un libro de entrevistas a Bioy Casares, parecido al que hice hacia 1970 con Borges. Tuve, tengo y tendré la ineficaz costumbre de embarcarme al mismo tiempo en más proyectos de los que puedo con sensatez cumplir, de tal manera que unos a otros se van abortando mutuamente, y, en fin, son pocos los que llegan a nacer.
No diré nada nuevo si afirmo que, en general, yo no hago lo que quiero sino lo que puedo: pese a mis deseos, la concreción de las entrevistas parecía, a través de los años, diferirse hasta el infinito. Sintácticamente hablando, mis circunstancias de tiempo, lugar y modo tendían a no coincidir con las de Bioy.
Sin embargo, el día llegó en que pude sentarme, con un grabador, frente a Bioy Casares, en el quinto piso de la calle Posadas, ahora con una rutina y un plan establecidos. Terminaba el invierno de 1988, y así, durante siete mañanas de sábados, me dediqué a grabar mis preguntas y sus respuestas.
Casi en seguida llegó aquel 1989 de infausta memoria, y yo —como tantos— me vi envuelto en una maraña de imposibilidades vitales, que me vedó ocuparme no sólo de estas Siete conversaciones, sino también de cualquier clase de actividad literaria o paraliteraria. Dejé de escribir y, casi, de leer. Y, a lo largo de esos tres años, no dejaba de hostigarme la idea de qué pensaría Bioy Casares de aquel personaje que, tras molestarlo con tantas preguntas durante siete sábados, ahora parecía olvidar del todo la empresa en la que tan entusiasmado se había manifestado.
Ninguna descripción impertinente del abatimiento pretenderá justificar mi demora. De cualquier manera, como yo no soy periodista de revista de actualidades, lo que dijimos en 1988 no diferirá gran cosa de lo que hubiéramos dicho en 1992.
En fin, aquí está el libro. Ya no temo —como antaño— explicar lo obvio (porque comprobé más de cuatro veces que, para muchas personas, no existe la categoría de obvio): el Bioy de este libro es un señor que conversa, no un señor que escribe; no redacta borradores ni relee para corregir; puede equivocarse y decir una palabra por otra; como no es un político, no está a la defensiva, cuidando los vocablos y tratando de ganar prosélitos o de convencer; así, va diciendo lo que le da la gana; olvida el grabador, se encuentra distendido y matiza su conversación con pausas, inflexiones, silencios, sonrisas, miradas y hasta alguna carcajada de vez en cuando… El papel escrito —obviamente— no puede reproducir tales armonías.
Yo percibo a Bioy como un hombre superior, y libre, por eso mismo, de necedades y de suspicacias; un hombre que sabe reírse de sí mismo y que relata con una sonrisa algún episodio en el que no sale del todo bien parado; un hombre al que no lo molesta en absoluto mi opinión de que tal obra suya tiene tal o cual defecto; un hombre que no se mueve histriónicamente en una escenografía de profeta angustiado, apta para impresionar a personas tan cándidas como indocumentadas…
Para mí, concluir este libro fue tarea muy grata. A Bioy Casares vaya el reconocimiento por la indulgencia que me tuvo durante las grabaciones; al lector, me gustaría trasmitirle algo del placer experimentado durante ellas.
Buenos Aires, junio de 1992
“Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares” de Fernando Sorrentino (fragmento)
F.S.: Cuando en 1940 aparece La invención de Morel, había dos escritores muy disímiles entre sí, y que ya tenían bastante prestigio: Roberto Arlt y Eduardo Mallea. ¿Cómo los veías, te han interesado, te han influido?
A.B.C.: A Arlt no lo he conocido personalmente. Me gustó El juguete rabioso. Leí muchas de las Aguafuertes porteñas, y algunas de ellas me parecieron bastante buenas. Pero mi admiración no se extiende al resto de la obra de Arlt: me parece que está muy sobrevaluado… Creo que también Mallea está sobrevaluado. Yo era amigo de él. Creo que Mallea era muy buena persona, pero no he leído ningún texto suyo que me haya gustado. Ninguno. Tal vez Chaves sea un poco superior a otros, pero tampoco me gusta. No hay un solo texto de Mallea que me guste. Así que no es mucho lo que puedo decir de él… Recuerdo que una vez Mallea me dijo “Somos muy pocos los que escribimos bien”; pero yo no me contaba entre ellos: él sí se había incluido. Y yo siempre me he preguntado si Mallea realmente creía que escribía muy bien… Hacia el final de su vida él sentía un gran desencanto, pero no creo que fuera un desencanto sobre su obra sino sobre la estimación de su obra. A Mallea creo que le ocurrió una cosa muy patética. Quiero decir: mucha gente, que es famosa mientras vive, deja de ser famosa cuando muere: es como si esa fama hubiera necesitado de la simpatía, de la capacidad de convicción, del prestigio social, de la fuerza política, o de lo que sea, de la persona en cuestión. Desaparecido el escritor, la obra por sí misma no se mantiene. Pero con Mallea ocurrió algo peor. Mallea fue primero famosísimo en vida y después fue olvidado en vida. A veces me pregunto si el hecho de que dejara de ser director del suplemento literario de La Nación le restó la admiración de muchos posibles colaboradores del suplemento… Bueno, esto, para admitirlo, hasta parece demasiado satírico, parece demasiado craso. Pero es que realmente ocurrió algo que fue paralelo a eso: antes todo el mundo admiraba a Mallea y luego nadie lo siguió admirando… Desde luego lo que me parece más raro es que lo admiraran: yo nunca lo admiré. Pero también me parece raro cómo, de repente, dejaron de admirarlo. De todos modos, a veces encuentro personas que sienten una gran admiración por Mallea, y te aseguro que tengo ganas de que me revelen mi error y que me prueben que en Mallea hay algo muy bueno, porque él me pareció una muy buena persona. Era tal vez un hombre obsesionado, y la obsesión generalmente quita lucidez. Mallea estaba obsesionado contra cierta gente y, hacia el final de su vida, también muy irritado. Pero creo que Mallea era esencialmente un partidario del bien; era un hombre noble que quería el bien. Por qué escribía tan mal, no sé. A mí con Mallea me pasó algo raro. Yo sentía afecto por él como persona, y, sin embargo, él, en algún momento, y nunca supe bien por qué, se resintió terriblemente conmigo. Y me maltrataba casi ostensiblemente, y yo le tenía lástima y le perdonaba ese maltrato… Sospecho que una vez yo… —porque yo he revisado los hechos: ¿por qué Mallea estaría enojado conmigo?—, sospecho que una vez yo dije algo… Resulta que la mujer de Mallea era víctima de sus propios nervios, y estaba dominada por ellos. Y sus nervios eran realmente desorbitados, eran nervios terribles. A Mallea lo he visto maltratado por ella de una manera casi insoportable, y Mallea, con gran resignación, aguantaba eso y se mostraba como una persona que aceptaba la esclavitud, pero no por debilidad ni por bajos motivos, sino simplemente por cariño hacia su mujer. Entonces alguna vez yo comenté eso con un íntimo amigo de Mallea y dije que yo hubiera preferido que Mallea se liberara de esa mujer que tanto lo maltrataba, aunque también comprendía que la actitud de Mallea era muy noble. Y pienso que, a lo mejor, Mallea se enteró de esto que dije yo, y desde entonces, por lealtad a su mujer, empezó a maltratarme. Finalmente, parece que se hubiera cansado de maltratarme y en los últimos años de su vida fue muy amistoso conmigo.
F.S.: Ese episodio, ¿de qué época es?
A.B.C.: Ese episodio puede haber sido del 64…, por ahí… Fue durante las últimas veces que él y yo estuvimos en el jurado del concurso de La Nación. Yo sentía que Mallea era abiertamente hostil conmigo. Y, como si hubiera sido un príncipe o Einstein, yo lo perdonaba a Mallea; normalmente, yo tendría que haberme enojado y tendría que haberlo mandado a la miércoles. Pero, con una especie de rara soberbia, yo lo perdonaba. Y, en definitiva, me alegro de haberlo perdonado, porque creo que todo el final de su vida fue muy duro y muy triste. Creo que él sentía su propia decadencia y sentía la tiranía de su mujer, que a su vez era víctima de algo que estaba en ella y que no era ella: era como si un demonio se hubiera posesionado de esa mujer… Y entonces —aunque se hubiera justificado que yo lo hubiera mandado a Mallea a la miércoles— me alegro de no haber contribuido con algo malo a esa triste decadencia. Era el hundimiento de una persona: era como si a Mallea todo lo hundiera, como si toda la gente lo hundiera. Y él estaba enfermo… Recuerdo que, en uno de los trabajos mandados al concurso de La Nación, el autor —para ser premiado— elogiaba a algunos miembros del jurado, y también a algunos otros escritores que no eran miembros del jurado… Y entonces lo elogiaba a Borges, me elogiaba a mí, elogiaba tal vez a Cortázar o tal vez a Arlt… Y entonces Mallea dijo tristemente: “Elogia a todos los que están de moda”. Era algo patético y a la vez torpe, porque ahí estábamos dos de ésos… En fin… Yo, cuando he hablado con él, tuve la impresión de que Mallea era bastante sensato. Pero, al leerlo, no he tenido la misma impresión. Y hasta podría decir que la admiración que en una época lo rodeó le hizo mal porque ¡escribió demasiados libros…! Él tendría que haberse dado cuenta de que eran demasiados. En definitiva, creo que Mallea debió de haber sido una persona bastante soberbia. Y hacia el final de su vida estuvo tristísimo, lo cual hace que todo sea aún más patético. Como destino, el de Mallea fue un destino tristísimo. En Alemania y en Estados Unidos pasó algo parecido: la gente estaba preparada para admirar a Mallea y después se sintió decepcionada. En Estados Unidos publicaron Fiesta en noviembre, creo que le pusieron Fiesta no más…
F.S.: Hay un artículo de Amado Alonso que elogia muchísimo ese libro…
A.B.C.: Bueno, Amado Alonso era un típico profesor, desprovisto absolutamente de sentido crítico… Amado Alonso leía y leía, y para él era lo mismo una cosa que otra, y, si Mallea era admirado, bueno, él tenía también que admirarlo… Cuando Fiesta en noviembre se publicó en Estados Unidos, causó estupor. Porque la crítica estaba preparada para admirarlo, y se encontró con algo que no había por dónde ni cómo admirarlo.
F.S.: Bueno, Mallea y Arlt eran mayores que vos. Pero Mujica Láinez era prácticamente de tu edad…
A.B.C.: Creo que Manucho era un escritor de verdad. Que sentía la literatura, que podía escribir, que tenía gran habilidad para escribir. Pero creo que frustraba algunas cosas porque las encaraba erróneamente. Yo creo que a él le hizo mal la vanidad. Manucho era muy vanidoso. Y, cuando se reía de su propia vanidad, resultaba encantador y muy inteligente. Pero, puerilmente, muchas veces quería lucirse, y entonces se demoraba demasiado en descripciones de objetos, de cuartos, de telas, etcétera. Esta morosidad quita el placer de la lectura y hasta irrita. Hace que a veces uno no entre en relatos que merecen ser leídos. Yo sé que más de una vez a mí un texto de Mujica Láinez me ha producido irritación y he tenido que sobreponerme para encontrar allí lo que había de bueno, que era mucho. Porque yo creo que Manucho era un verdadero escritor y que su obra merece ser leída.
F.S.: Yo a Mujica Láinez llegué al revés. Yo lo había visto en algún reportaje en televisión, y me resultaba más bien una persona antipática. Pero, cuando leí Misteriosa Buenos Aires, me pareció una maravilla, y cambié de opinión sobre el autor. Y después hemos cambiado algunas cartas, y ahora sólo tengo elogios para él: siempre fue muy simpático y muy bueno conmigo.
A.B.C.: Es que Manucho era muy bueno. Era muy buena persona. Oíme: él podía ser cruel por el placer de decir una cosa graciosa. Yo se la celebraba, porque sabía por qué la había dicho: él había visto la ocasión de hacer una buena frase y ¿por qué no la iba a hacer? Pero no por eso dejaba de quererte y de desearte el bien: simplemente sentía la diversión que le ofrecía ese efecto literario y, bueno, entonces hacía la broma. Pero, además, que eso esté un poco mal depende también de la valoración que le da el que lo oye. Si uno lo oye como una condena de algo, entonces se convierte en algo malo, en hundir a una persona porque sí. Pero, si lo que toma uno de eso es sólo lo que hay de gracioso y acertado literariamente, entonces no hay ninguna maldad, ya que uno no piensa mal de la víctima sino que piensa que ésta ha dado pie a una cosa ingeniosa.
“Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares”
Este libro tuvo tres ediciones: Editorial Sudamericana (1992), Editorial El Ateneo (2001) y Editorial Losada (2007).
Fragmento y prólogo publicados con autorización de su autor.
Contacto: fersorrentino@gmail.com
Buenos Aires, 15 de septiembre de 1914 - 8 de marzo de 1999. Escritor argentino.
Nacido en una familia acomodada, recibe una educación esmerada y se interesa, desde bien joven, por la literatura. Su familia cuenta con una gran biblioteca que le sirve para acercarse a la literatura argentina y a los clásicos de la literatura universal, incluso en sus lenguas originales, como el inglés y el francés. Vive siempre en Buenos Aires, aunque a lo largo de su vida realiza numerosos viajes al extranjero. Uno de los primeros fue en 1928 cuando contaba con 14 años, por Egipto y Oriente Próximo.
En 1932 conoce a Jorge Luis Borges, con quien entabla una amistad personal y literaria de por vida, y con quien posteriormente escribe muchas obras en colaboración, utilizando varios seudónimos que adoptaron entre los dos: C.I. Lynch, B. Suárez Lynch y el más conocido de todos, H. Bustos Domecq.
En 1940 se casa con la pintora y escritora Silvina Ocampo, perteneciente a una conocida familia de intelectuales argentinos. Abandona la universidad para dedicarse a escribir, alentado por Borges y por Silvina. Su carrera literaria empieza muy pronto, al publicar la novela La invención de Morel en 1941 y obtener así el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires.
Posteriormente publica numerosos cuentos y participa en varias revistas literarias, como Sur. Además, junto a Borges, dirige una colección de novelas policiales, El séptimo círculo, crea la revista literaria Destiempo, prepara laAntología de los mejores cuentos policiales y escribe varios ensayos y traducciones. En 1941 publican la Antología poética argentina.
Muchas de sus obras son llevadas al cine y sus novelas y cuentos se traducen en numerosas lenguas. Se le considera el maestro del cuento y de la literatura fantástica. La impecable construcción de sus relatos y la claridad de su lenguaje son los rasgos más característicos de su narrativa.
Nacido en una familia acomodada, recibe una educación esmerada y se interesa, desde bien joven, por la literatura. Su familia cuenta con una gran biblioteca que le sirve para acercarse a la literatura argentina y a los clásicos de la literatura universal, incluso en sus lenguas originales, como el inglés y el francés. Vive siempre en Buenos Aires, aunque a lo largo de su vida realiza numerosos viajes al extranjero. Uno de los primeros fue en 1928 cuando contaba con 14 años, por Egipto y Oriente Próximo.
En 1932 conoce a Jorge Luis Borges, con quien entabla una amistad personal y literaria de por vida, y con quien posteriormente escribe muchas obras en colaboración, utilizando varios seudónimos que adoptaron entre los dos: C.I. Lynch, B. Suárez Lynch y el más conocido de todos, H. Bustos Domecq.
En 1940 se casa con la pintora y escritora Silvina Ocampo, perteneciente a una conocida familia de intelectuales argentinos. Abandona la universidad para dedicarse a escribir, alentado por Borges y por Silvina. Su carrera literaria empieza muy pronto, al publicar la novela La invención de Morel en 1941 y obtener así el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires.
Posteriormente publica numerosos cuentos y participa en varias revistas literarias, como Sur. Además, junto a Borges, dirige una colección de novelas policiales, El séptimo círculo, crea la revista literaria Destiempo, prepara laAntología de los mejores cuentos policiales y escribe varios ensayos y traducciones. En 1941 publican la Antología poética argentina.
Muchas de sus obras son llevadas al cine y sus novelas y cuentos se traducen en numerosas lenguas. Se le considera el maestro del cuento y de la literatura fantástica. La impecable construcción de sus relatos y la claridad de su lenguaje son los rasgos más característicos de su narrativa.
En 1990 obtiene el Premio Miguel de Cervantes, máximo galardón de las letras hispánicas.
Fuente : Instituto Cervantes
©Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de Lengua y Literatura.
Sus cuentos suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Parte de situaciones muy “normales” y “cotidianas”: pero, paulatinamente (y con toques de humor), ellas se van enrareciendo y se convierten en insólitas o turbadoras.
Algunos de sus libros son Imperios y servidumbres (1972), El mejor de los mundos posibles (1976), En defensa propia(1982), El rigor de las desdichas (1994), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso (2005), Costumbres del alcaucil (2008), El crimen de san Alberto (2008), El centro de la telaraña (2008), Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013). Muchos de sus cuentos han sido traducidos a diversas lenguas europeas y asiáticas.
Le pertenecen dos volúmenes de entrevistas: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992).
Se han publicado libros suyos en Brasil, México, Estados Unidos, España, Portugal, Inglaterra, Italia, Alemania, Hungría, Rumania, Bulgaria, India, China…
↧
Marguerite Duras: "El Amante" (fragmento), Tusquets Editores
Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: «La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».
Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino.
Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Mekong. La imagen persiste durante toda la travesía del río.
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cá- lida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.
Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela. Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas, me contentaba relegándolas a la espera. Siempre vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día ya no fue capaz de planear grandezas para sus hijos y planeó miserias, futuros de mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron cumpliendo su función, llenaban el tiempo que tenía por delante. Recuerdo las clases de contabilidad de mi hermano menor. De la escuela Universal, cada año, en todos los niveles. Hay que ponerse al corriente, decía mi madre. Duraba tres días, nunca cuatro, nunca. Nunca. Cuando cambiábamos de destino abandonábamos la escuela Universal. Volvíamos a empezar en el nuevo. Mi madre aguantó diez años. Todo era inútil. El hermano menor se convirtió en un simple contable en Saigón. Al hecho de que la escuela Violet no existiera en la colonia debemos la marcha de mi hermano mayor a Francia. Durante algunos años permaneció en Francia para estudiar en la escuela Violet. No terminó. Mi madre no debió hacerse ilusiones. Pero no podía elegir, era necesario separar a aquel hijo de los otros dos hermanos. Durante algunos años no formó parte de la familia. En su ausencia, la madre compró la concesión. Terrible aventura, pero para nosotros, los niños que nos quedamos, menos terrible de lo que hubiera sido la presencia del asesino de los niños de la noche, de la noche del cazador.
Con frecuencia me han dicho que la causa era el sol demasiado intenso durante toda la infancia. Pero no lo he creído. También me han dicho que era el ensimismamiento en el que la miseria sume a los ni- ños. Pero no, no es eso. Los niños-viejos del hambre endémica, sí, pero nosotros, no, no teníamos hambre, nosotros éramos niños blancos, nosotros teníamos vergüenza, nosotros vendíamos nuestros muebles, pero no teníamos hambre, nosotros teníamos un criado y comíamos, a veces, es cierto, porquerías, zancudas, caimanes, pero tales porquerías estaban cocinadas por un criado y servidas por él y a veces incluso no las queríamos, nos permitíamos el lujo de no querer comer. No, algo sucedió cuando tenía dieciocho años que motivó que ese rostro fuera como es. Debió de suceder por la noche. Tenía miedo de mí, tenía miedo de Dios. Cuando amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena de vida de ese hermano mayor plantada encima de la suya, de ese velo negro ocultando el día, de la ley por él representada, por él dictada, un ser humano, y que era una ley animal, y que a cada instante de cada día de la vida de ese hermano menor sembraba el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y lo mató.
He escrito mucho acerca de los miembros de mi familia, pero mientras lo hacía aún vivían, la madre y los hermanos, y he escrito sobre ellos, sobre esas cosas sin ir hasta ellas.
(...)
Marguerite Duras
El Amante
Tusquets Editores
Traducción de Ana M.ª Moix
Puedes comprar el libro en: Tusquets Editores
Fuente: Tusquets Editores
Marguerite Duras en la web :
Association Marguerite Duras
Societé Internationale Marguerite Duras
Escritora, dramaturga, cineasta, guionista, periodista. Nació en la Indochina francesa en 1914 y murió en París en 1996. En 1932 se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas.
En 1943 publicó su primera obra, La impudicia, a la que seguirían más de veinte novelas, guiones cinematográficos y obras de teatro: El Amante,célebre novela que inspiró una película homónima de Jean-Jacques Annaud; Moderato cantabile, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro, Emily L., Los caballitos de Tarquinia, El amor,Destruir, dice; El amante de la China del Norte, Un dique contra el Pacífico, El hombre sentado en el pasillo, El mal de la muerte, La amante inglesa, Hiroshima Mon Amour (cine), India-song (cine) Savannah Bay (teatro)...
TÍTULOS EN TUSQUETS:
- El amante
- L’amant
- Moderato cantabile
- El vicecónsul
- El arrebato de Lol V. Stein
- Los ojos azules pelo negro
- Emily L.
- Los caballitos de Tarquinia
- El amor
- Destruir, dice
- El amante de la China del Norte
- La impudicia
- Escribir
- El amante (Fábula)
- Emily L. (Fábula)
- Los ojos azules pelo negro (Fábula)
- El amante de la China del Norte (Fábula)
- El amor (Fábula)
- Escribir (Fábula)
- L'amant (L'Ull de Vidre)
- Un dique contra el pacífico (Fábula)
- El hombre sentado en el pasillo y El mal de la muerte
- El amante (MAXI)
- La amante inglesa (Fábula)
- Moderato cantabile (Fábula)
↧
"Un hombre bueno es dificil de encontrar" cuento de Flannery O`Connor / "Vida y Obra: Flannery O'Connor por Andres Hax, Clarín, 6 de diciembre de 2013

Un hombre bueno es difícil de encontrar
Por Flannery O`Connor
La abuela no quería ir a Florida. Quería visitar a algunos de sus conocidos en el este de Tennessee y no perdía oportunidad para intentar que Bailey cambiase de opinión. Bailey era el hijo con quien vivía, el único varón que tuvo. Estaba sentado en el borde de la silla, a la mesa, reclinado sobre la sección deportiva del Journal.
—Mira esto, Bailey —dijo ella—, mira esto, léelo.
Y se puso en pie, con una mano en la delgada cadera mientras con la otra golpeaba la cabeza calva de su hijo con el periódico.
—Aquí, ese tipo que s'hace llamar el Desequilibrado s'ha escapao de la Penitenciaría Federal y se encamina a Florida, lee aquí lo que hizo a esa gente. Léelo. Yo no llevaría a mis hijos a ninguna parte con un criminal d'esa calaña suelto por ahí. No podría acallar mi conciencia si lo hiciera.
Bailey no levantó la cabeza, así que la abuela dio media vuelta y se dirigió a la madre de los niños, una mujer joven en pantalones, cuya cara era tan ancha e inocente como un repollo, con un pañuelo verde atado con dos puntas en lo alto de la cabeza, como orejas de conejo. Estaba sentada en el sofá, alimentando al bebé con albaricoques que sacaba de un tarro.
—Los niños y'han estao en Florida —dijo la anciana señora—. Deberías llevarlos a otro sitio pa variar, así verían otras partes del mundo y aprenderían otras cosas. Nunca han ido al este de Tennessee.
La madre de los niños no pareció oírla, pero el de ocho años, John Wesley, un niño robusto con anteojos, dijo:
—Si no quieres ir a Florida, ¿por qué no te quedas en casa? - Él y su hermanita, June Star, estaban leyendo las páginas de entretenimiento en el suelo.
—No se quedaría en casa aunque la nombraran reina por un día —dijo June Star sin levantar su cabeza amarilla.
—¿Y qué harían si este hombre, el Desequilibrado, los agarrara? —preguntó la abuela.
—Le daría un puñetazo en la cara —respondió John Wesley. —No se quedaría en casa ni por un millón de dólares —afirmó June Star—. Teme perderse algo. Tiene que ir a donde vayamos.
—Muy bien, señorita —dijo la abuela—. Acuérdate d'eso la próxima vez que me pidas que te ondule el pelo.
June Star dijo que sus rizos eran naturales.
A la mañana siguiente la abuela fue la primera en subir al coche, lista para partir. A un costado dispuso su gran bolsa de viaje negra que parecía la cabeza de un hipopótamo y debajo de ella escondía una cesta con Pitty Sing, el gato, en el interior. No tenía la menor intención de dejar solo al gato durante tres días, porque este la echaría mucho de menos y ella temía que se frotara con la llave del gas y se asfixiara por accidente. A su hijo, Bailey, no le gustaba llevar un gato a un motel.
Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron adelante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.
La anciana se sentó cómodamente, se quitó los guantes de algodón y los dejó con su bolso en la repisa de la ventanilla de atrás. La madre de los niños aún llevaba los pantalones y la cabeza atada con el pañuelo verde; la abuela, en cambio, llevaba un sombrero de paja azul marino con un ramillete de violetas blancas en el ala y un vestido azul marino con pequeños lunares blancos. El cuello y los puños eran de organdí blanco adornado con encaje, y en el cuello se había prendido un ramillete de violetas de tela de color púrpura perfumado. En caso de accidente, cualquiera que la viera muerta en la carretera sabría al instante que era una dama.
Dijo que pensaba que sería un buen día para conducir, pues no hacía demasiado calor ni demasiado frío, y advirtió a Bailey que el límite de velocidad era de ochenta kilómetros por hora, que los coches patrulla se escondían detrás de carteles publicitarios y de pequeños grupos de árboles y que podían salir disparados en su persecución sin darle tiempo a aminorar la marcha. Señaló los detalles interesantes del paisaje: la montaña Stone, el granito azul que en algunos lugares asomaba a ambos lados de la carretera, las lomas de brillante arcilla roja ligeramente rayadas de púrpura, y las mieses que trazaban líneas de encaje verde sobre el terreno. Los árboles estaban llenos de la luz blanca y plateada del sol y hasta los más míseros destellaban. Los chicos leían tebeos y su madre se había dormido.
—Pasemos Georgia a toda velocidad, así no tendremos que verla mucho —dijo John Wesley.
—Si yo fuera un niño —dijo la abuela—, no hablaría d'esa manera de mi estado natal. Tennessee tiene montañas y Georgia, colinas.
—Tennessee n'es más que un muladar lleno de pueblerinos y Georgia es también un estado asqueroso.
—Tú l'has dicho —dijo June Star.
—En mis tiempos —dijo la abuela entrecruzando los dedos, delgados y venosos—, los niños tenían más respeto por su estado natal y por sus padres y por to lo demás. La gente era buena entonces. ¡Oh, mirar qué negrito más mono! —Y señaló a un niño negro plantado ante la puerta de una choza—. Qué estampa más bonita, ¿verdá?
Todos se volvieron para mirar al negrito por la luneta trasera. Él saludó con la mano.
—Ese chico no llevaba pantalones —observó June Star.
—Probablemente no tiene —explicó la abuela—. Los negritos del campo no tienen las cosas que nosotros tenemos. Si supiera pintar, pintaría ese cuadro.
Los niños intercambiaron sus historietas.
La abuela se ofreció a tomar al bebé y la madre de los chicos se lo pasó por encima del asiento delantero. La abuela lo sentó sobre sus rodillas y le hizo el caballito y le explicó lo que se veía por la ventanilla. Puso los ojos en blanco, frunció los labios y apretó su cara delgada y curtida contra la piel blanda y suave. De vez en cuando, el bebé le dedicaba una sonrisa distraída. Pasaron junto a un vasto campo de algodón con cinco o seis tumbas en medio, rodeadas de un cerco, como una isla pequeñita.
—¡Mirar el camposanto! —dijo la abuela señalándolo—. Era el antiguo camposanto de la familia. Pertenecía a la plantación.
—¿Dónde está la plantación? —preguntó John Wesley.
—El viento se la llevó —dijo la abuela—. Ja, ja.
Cuando los chicos terminaron de leer todos las historietas que habían llevado, abrieron la caja del almuerzo y se lo comieron. La abuela comió un bocadillo de mantequilla de cacahuete y una aceituna, y no permitió que los chicos arrojasen la caja y las servilletas de papel por la ventanilla. Cuando no tuvieron otra cosa que hacer, se pusieron a jugar; elegían una nube y los otros tenían que adivinar qué forma sugería. John Wesley eligió una con forma de vaca y June Star adivinó la vaca y John Wesley dijo: «No, un coche», y June Star dijo que hacía trampas y comenzaron a pegarse por encima de la abuela.
La abuela dijo que les contaría un cuento si se quedaban calladitos. Cuando contaba un cuento, ponía los ojos en blanco, movía la cabeza y era muy histriónica. Contó que una vez, cuando era jovencita, la había cortejado un tal señor Edgar Atkins Teagarden, de Jasper, Georgia. Dijo que era un hombre muy apuesto y un caballero, y que todos los sábados por la tarde le llevaba una sandía con sus iniciales grabadas, E. A. T. Pues bien, un sábado por la tarde, el señor Teagarden llevó la sandía y no había nadie en la casa; la dejó en el porche de entrada y volvió a Jasper en su calesa, pero ella nunca vio la sandía, explicó, porque un chico negro se la comió cuando vio las iniciales, E. A. T.: come. A John Wesley le hizo mucha gracia la historia y reía y reía, pero June Star opinó que no tenía nada de gracioso. Dijo que nunca se casaría con un hombre que sólo le trajera una sandía los sábados. La abuela dijo que habría hecho muy bien en casarse con el señor Teagarden, porque era un caballero y había comprado acciones de Coca-Cola cuando salieron al mercado y había muerto, hacía unos pocos años, muy rico.
Se detuvieron en The Tower para tomar unos bocadillos calientes. The Tower era una gasolinera y sala de baile, en parte de estuco y en parte de madera, en un claro en las afueras de Timothy. Lo regentaba un hombre gordo llamado Red Sammy Butts, y había letreros aquí y allá sobre el edificio y a lo largo de varios kilómetros de la carretera que rezaban:
PRUEBA LA FAMOSA BARBACOA DE RED SAMMY. ¡NADA IGUALA AL FAMOSO RED SAMMY! EL GORDO DE LA SONRISA FELIZ. ¡UN VETERANO! ¡RED SAMMY ES EL HOMBRE QUE NECESITAS!
Red Sammy estaba tendido en el suelo fuera de The Tower con la cabeza bajo una camioneta, mientras un mono gris de unos treinta centímetros de altura, encadenado a un árbol del paraíso pequeño, chillaba cerca. El mono saltó hacia el arbolito y se encaramó a la rama más alta apenas vio a los chicos apearse del coche y correr hacia él.
El interior de The Tower era una larga habitación oscura con una barra en un extremo y mesas en el otro y una pista de baile en medio. Todos se sentaron a una mesa cerca de la máquina de discos y la esposa de Red Sam, una mujer alta y bronceada con ojos y cabellos más claros que la piel, llegó y tomó nota de lo que querían. La madre de los chicos insertó una moneda en la máquina y se pudo escuchar el «Vals de Tennessee», y la abuela dijo que esa melodía siempre le daba ganas de bailar. Preguntó a Bailey si quería bailar, pero él tan sólo la miró. No era de natural alegre como ella y los viajes lo ponían nervioso. Los ojos marrones de la abuela resplandecían. Movió la cabeza de un lado a otro e hizo como si bailara en la silla. June Star dijo que pusieran algo para que ella pudiera bailar claqué. Entonces la madre de los niños metió otra moneda y eligió una pieza más movida; June Star saltó a la pista de baile y bailó el claqué de costumbre.
—¡Qué graciosa! —exclamó la mujer de Red Sam, inclinada sobre la barra—. ¿Te gustaría quedarte aquí y ser mi pequeñita?
—Claro que no —contestó June Star—. No viviría en un lugar medio en ruinas como este ni por un millón de dólares. Y salió corriendo hacia la mesa.
—¡Qué graciosa! —repitió la mujer, estirando la boca con amabilidad.
—¿No te da vergüenza? —susurró la abuela.
Red Sam entró y le dijo a su mujer que dejara de holgazanear en la barra y que se apresurara a servir a esa gente. Los pantalones caquis le llegaban hasta las caderas y la barriga le caía sobre ellos como un saco de comida bamboleante bajo la camisa. Se acercó y se sentó a una mesa cercana; emitió una mezcla de suspiro y gritito en falsete.
—No hay manera. No hay manera —dijo, y se secó la cara sudorosa y roja con un pañuelo gris—. En estos tiempos que corren, no se sabe en quién confiar. ¿No es verdá?
—Desde luego, la gente ya no es como antes —sentenció la abuela.
—La semana pasada vinieron aquí dos tipos —explicó Red Sammy— que conducían un Chrysler. Un coche muy baqueteado pero bueno, y los muchachos me parecieron decentes. Dijeron que trabajaban en el molino y ¿saben que les permití poner en la cuenta la gasolina que compraron? ¿Por qué hice yo semejante cosa?
—¡Porque usté es un hombre bueno! —contestó de inmediato la abuela.
—Bueno, supongo que es así —dijo Red Sammy como si su respuesta lo hubiera dejado atónito.
La mujer sirvió lo que habían pedido. Llevaba los cinco platos al mismo tiempo sin usar bandeja, dos en cada mano y uno en equilibrio sobre el brazo.
—No hay una sola alma en este mundo de Dios en la que se pueda confiar —dijo—. Y yo no excluyo a nadie de la lista, a nadie —afirmó mirando a Red Sammy.
—¿Han leído algo sobre ese criminal, el Desequilibrado, que se escapó? —preguntó la abuela.
—No me sorprendería na que llegase a atacar este lugar —dijo la mujer—. Si oye lo qu'hay aquí, no me sorprendería verlo. Si se entera de que hay dos centavos en la caja, no me sorprendería que...
—Basta —dijo Red Sam—. Trae las Coca-Colas a esta gente. Y la mujer se retiró a buscar el resto del pedido.
—Un hombre bueno es difícil d'encontrar —dijo Red Sammy—. Las cosas s'están poniendo cada vez más feas. Yo m'acuerdo de qu'antes podías salir sin echar el cerrojo a la puerta. Eso s'acabó.
Él y la abuela hablaron de tiempos mejores. La anciana dijo que en su opinión Europa tenía la culpa de la situación actual. Dijo que por la manera en que actuaba Europa se podía llegar a pensar que estábamos hechos de dinero, y Red Sammy dijo que no valía la pena hablar de eso y que tenía toda la razón. Los chicos salieron corriendo a la luz blanca del sol y observaron al mono encadenado al árbol. Estaba entretenido quitándose pulgas y las mordía una a una como si se tratase de un bocado exquisito.
De nuevo partieron en la tarde calurosa. La abuela dormitaba y se despertaba a cada rato con sus propios ronquidos. En las afueras de Toombsboro se despertó y se acordó de una vieja plantación que había visitado en los alrededores una vez, cuando era joven. Dijo que la mansión tenía seis columnas blancas en el frente y que había una avenida de robles que conducía hasta la casa y dos pequeñas glorietas con enrejado de madera donde te sentabas con tu pretendiente después de pasear por el jardín. Recordaba con exactitud por qué carretera había que doblar para llegar allí. Sabía que Bailey no estaría dispuesto a perder el tiempo viendo una casa vieja, pero cuanto más hablaba de ella más ganas tenía de volver a verla y comprobar si las dos pequeñas glorietas seguían en pie.
—Había un panel secreto en la casa —afirmó astutamente, sin decir la verdad pero deseando que lo fuera—, y se contaba que toda la plata de la familia estaba escondida allí cuando llegó Sherman, pero nunca la encontraron...
—¡Eeeh! —dijo John Wesley—. ¡Vamos a verlo! ¡L'encontraremos nosotros! ¡Lo registraremos to y l'encontraremos! ¿Quién vive allí? ¿Dónde hay que girar? Eh, papá, ¿no podemos girar allí?
—¡Nunca hemos visto una casa con un panel secreto! —chilló June Star—. ¡Vayamos a la casa con el panel secreto! Eh, papá, ¿no podemos ir a ver la casa con el panel secreto?
—No está lejos d'aquí, lo sé —aseguró la abuela—. No tardaríamos más de veinte minutos.
Bailey miraba al frente. Tenía la mandíbula tan rígida como la herradura de un caballo.
—No —dijo.
Los chicos comenzaron a alborotar y a gritar que querían ver la casa con el panel secreto. John Wesley la emprendió a patadas contra el respaldo del asiento delantero, y June Star se colgó del hombro de su madre y le gimoteó desesperada al oído que nunca se divertían, ni siquiera en vacaciones, que nunca les dejaban hacer lo que querían. El bebé empezó a llorar y John Wesley pateó el respaldo del asiento con tal fuerza que su padre notó los golpes en los riñones.
—¡Muy bien! —gritó, y aminoró la marcha hasta parar a un costado de la carretera—. ¿Quieren cerrar la boca? ¿Quieren cerrar la boca un minuto? Si no se callan, no iremos a ningún lado.
—Sería muy educativo pa ellos —murmuró la abuela.
—Muy bien —dijo Bailey—, pero métanse esto en la cabeza: es la única vez que vamos a parar por algo así. La primera y la última.
—El camino de tierra donde debes doblar queda dos kilómetros atrás —observó la abuela—. Lo vi cuando lo pasamos.
—Un camino de tierra —gruñó Bailey.
Después de dar la vuelta en dirección al camino de tierra, la abuela recordó otros detalles de la casa, el hermoso vidrio sobre la puerta de entrada y la lámpara de velas en el recibidor. John Wesley dijo que el panel secreto probablemente estaría en la chimenea.
—No se puede entrar en esa casa —dijo Bailey—. No sabemos quién vive allí.
—Mientras ustedes hablan con la gente delante de la casa, yo correré hacia la parte d'atrás y entraré por una ventana —propuso John Wesley.
—Nos quedaremos todos en el coche —dijo la madre.
Doblaron por el camino de tierra y el coche avanzó a tropezones en un remolino de polvo colorado. La abuela recordó los tiempos en que no había carreteras pavimentadas y hacer cincuenta kilómetros representaba un día de viaje. El camino de tierra era abrupto y súbitamente se encontraban con charcos y curvas cerradas en terraplenes peligrosos. Tan pronto se hallaban en lo alto de una colina, desde donde se dominaban las copas azules de los árboles que se extendían a lo largo de kilómetros, como en una depresión rojiza dominada por los árboles cubiertos de una capa de polvillo.
—Mejor será que aparezca ese lugar antes de un minuto —dijo Bailey—, o daré la vuelta.
Daba la impresión de que nadie había pasado por aquel camino desde hacía meses.
—No falta mucho —comentó la abuela, y apenas lo hubo dicho cuando tuvo un pensamiento horrible. Le produjo tal vergüenza que la cara se le puso colorada y se le dilataron las pupilas y sus pies dieron un salto, de modo que movieron la bolsa de viaje en el rincón. En el momento en que se movió la bolsa, el periódico que había colocado sobre la cesta se levantó con un maullido y Pitty Sing, el gato, saltó sobre el hombro de Bailey.
Los chicos cayeron al suelo y su madre, con el bebé en brazos, salió disparada por la portezuela y se desplomó en la tierra; la vieja dama se vio arrojada hacia el asiento delantero. El automóvil dio una vuelta y aterrizó sobre el costado derecho, en una zanja al lado del camino. Bailey se quedó en el asiento del conductor con el gato —de rayas grises, cara blanca y hocico naranja— todavía agarrado al cuello como una oruga.
Tan pronto como los chicos se dieron cuenta de que podían mover los brazos y las piernas, salieron arrastrándose del coche y gritaron: «¡Hemos tenío un accidente!». La abuela estaba hecha un ovillo bajo el salpicadero y esperaba estar tan malherida que la furia de Bailey no cayera sobre ella. El pensamiento terrible que había tenido antes del accidente era que la casa que recordaba tan vívidamente, no estaba en Georgia, sino en Tennessee.
Bailey se quitó el gato del cuello con las manos y lo arrojó por la ventanilla contra el tronco de un pino. Luego salió del coche y empezó a buscar a la madre de los chicos. Estaba sentada en la cuneta, con el chico, que no paraba de llorar, en brazos, pero sçolo había sufrido un corte en la cara y tenía un hombro roto. «¡Hemos tenío un accidente!», gritaban los chicos en un delirio de felicidad.
—Pero nadie se ha muerto —señaló june Star con cierta desilusión, mientras la abuela salía rengueando del coche, con el sombrero todavía prendido a la cabeza pero el encaje delantero roto y levantado en un airoso ángulo y el ramito de violetas caído a un costado.
Se sentaron todos en la cuneta, excepto los chicos, para recobrarse de la conmoción. Estaban todos temblando.
—Tal vez pase algún coche —dijo la madre de los niños con voz ronca.
—Creo que m'hecho daño en algún órgano —comentó la abuela apretándose el costado, pero nadie le prestó atención.
A Bailey le castañeteaban los dientes. Llevaba una camisa amarilla de sport, con un estampado de loros en un azul vivo y tenía la cara tan amarilla como la camisa. La abuela decidió no comentar que la casa en cuestión estaba en Tennessee.
La carretera quedaba unos tres metros más arriba y sólo podían ver las copas de los árboles al otro lado. Detrás de la cuneta donde estaban sentados había más árboles, altos, oscuros y graves. A los pocos minutos divisaron un coche a cierta distancia, en lo alto de una colina; avanzaba lentamente como si sus ocupantes los estuvieran observando. La abuela se puso en pie y agitó los brazos dramáticamente para atraer su atención. El automóvil continuó avanzando con lentitud, desapareció en un recodo y volvió a aparecer, rodando aún más despacio, sobre la colina por la que ellos habían pasado. Era un vehículo grande y baqueteado, parecido a un coche fúnebre. Había tres hombres dentro.
Se detuvo justo a su lado y durante unos minutos el conductor miró fija e inexpresivamente hacía donde estaban sentados, sin decir palabra. Luego volvió la cabeza, susurró algo a los otros dos y se apearon. Uno era un muchacho gordo con pantalones negros y una sudadera roja con un semental plateado estampado delante. Caminó, se colocó a la derecha del grupo y se quedó mirándolos con la boca entreabierta en una floja sonrisa burlona. El otro llevaba pantalones color caqui, una chaqueta de rayas azules y un sombrero gris echado hacia delante que le tapaba casi toda la cara. Se acercó despacio por la izquierda. Ninguno de los dos habló.
El conductor salió del coche y se quedó junto a él mirándolos. Era mayor que los otros. Su pelo empezaba a encanecer y llevaba unas gafas con montura plateada que le daban aspecto académico. Tenía el rostro largo y arrugado, y no llevaba camisa ni camiseta. Vestía unos tejanos que le quedaban demasiado ajustados y llevaba en la mano un sombrero y una pistola. Los dos muchachos llevaban pistolas.
—¡Hemos tenío un accidente! —gritaron los niños.
La abuela tuvo la extraña sensación de que conocía al hombre de las gafas. Le sonaba tanto su cara que era como si le hubiera conocido de toda la vida, pero no lograba recordar quién era. Él se alejó del coche y empezó a bajar por el terraplén dando los pasos con sumo cuidado para no resbalar. Calzaba zapatos blancos y marrones y no llevaba calcetines; sus tobillos eran flacos y rojos.
—Buenas tardes —dijo—. Veo que han tenío un accidente de na.
—¡Hemos dao dos vueltas de campana! —dijo la abuela.
—Una —corrigió él—. Lo hemos visto. Hiram, prueba el coche a ver si funciona —indicó en voz baja al muchacho del sombrero gris.
—¿Pa qué lleva esa pistola? —preguntó John Wesley—. ¿Qué va hacer con ella?
—Señora —dijo el hombre a la madre de los chicos—, ¿le importaría decirles a esos chicos que se sienten a su lao? Los niños me ponen nervioso. Quiero que se queden sentados juntos.
—¿Quién es usté pa decirnos lo que debemos hacer? —preguntó June Star.
Detrás de ellos, la línea de los árboles se abrió como una oscura boca.
—Vengan aquí —dijo la madre.
—Verá usted —dijo Bailey de pronto—, estamos en un apuro. Estamos en...
La abuela soltó un chillido. Se levantó trabajosamente y lo miró de hito en hito.
—¡Usté es el Desequilibrado! ¡Lo he reconocío na más verlo!
—Sí, señora —dijo el hombre, que sonrió levemente como si estuviera satisfecho a pesar de que lo hubieran reconocido—, pero habría sido mejor pa todos ustedes, señora, que no me hubiese reconocío.
Bailey volvió la cabeza bruscamente y dijo a su madre algo que dejó atónitos hasta a los niños. La anciana se echó a llorar y el Desequilibrado se ruborizó.
—Señora —dijo—, no se disguste. A veces un hombre dice cosas que no piensa. No creo qu'haya querido hablarle d'esa manera.
—Tú no dispararías a una dama, ¿verdá? —dijo la abuela, que se sacó un pañuelo limpio del puño y empezó a secarse los ojos.
El Desequilibrado clavó la punta del zapato en el suelo, hizo un pequeño hoyo y luego lo tapó de nuevo.
—No me gustaría na tener qu'hacerlo.
—Escucha —dijo la abuela casi a gritos—, sé qu'eres un buen hombre. No pareces tener la misma sangre que los demás. ¡Sé que debes de venir d'una buena familia!
—Sí, señora —afirmó él—, la mejor del mundo. —Cuando sonreía mostraba una hilera de fuertes dientes blancos—. Dios nunca creó a una mujer mejor que mi madre, y papá tenía un corazón d'oro puro.
El muchacho de la sudadera roja se había colocado detrás de ellos con la pistola en la cadera. El Desequilibrado se acuclilló.
—Vigila a los niños, Bobby Lee —dijo—. Sabes que me ponen nervioso.
Miró a los seis apiñados ante él y dio la impresión de estar incómodo, como si no se le ocurriera qué decir.
—No hay ni una nube en el cielo —comentó alzando la vista—. No se ve el sol, pero tampoco hay nubes.
—Sí, es un día hermoso —dijo la abuela—. Escucha, no te tendrías que apodar el Desequilibrado, porque yo sé que en el fondo eres un hombre bueno. Con solo mirarte ya me doy cuenta.
—¡Calla! —gritó Bailey—. ¡Calla! ¡Cállense todos y déjenme a mí arreglar esto! —Estaba en cuclillas como un atleta a punto de iniciar la carrera, pero no se movió.
—Muchas gracias, señora —dijo el Desequilibrado, y dibujó un circulito con la culata de la pistola.
—Tardaremos una media hora en arreglar el coche —avisó Hiram mirando por encima del capó abierto.
—Bueno, primero tú y Bobby Lee lleven a él y al niño allá —dijo el Desequilibrado señalando a Bailey y a John Wesley—. Los muchachos quieren preguntarle algo —explicó a Bailey—. ¿Le importaría acompañarlos hasta el bosque?
—Escuche —comenzó Bailey—, ¡estamos en un gran aprieto! Nadie se da cuenta de lo qu'es esto. —Y se le quebró la voz. Tenía los ojos tan azules y brillantes como los loros de su camisa, y se quedó absolutamente inmóvil.
La abuela levantó la mano para ponerse bien el ala del sombrero como si fuera al bosque con él, pero se le desprendió entre los dedos. Se quedó mirándola y después de un segundo la dejó caer al suelo. Hiram levantó a Bailey tomándolo del brazo como si estuviera ayudando a un anciano. John Wesley agarró la mano de su padre y Bobby Lee se colocó detrás de ellos. Se encaminaron hacia el bosque y, cuando llegaron al borde oscuro, Bailey se dio la vuelta y, apoyándose contra el tronco gris y pelado de un pino, gritó:
—¡Estaré de vuelta en un minuto, espérame, mamá!
—¡Vuelve ahora mismo! —exclamó la abuela, pero todos desaparecieron en el bosque—. ¡Bailey, hijo! —gritó con voz trágica, pero se encontró con que estaba mirando al Desequilibrado, que estaba acuclillado delante de ella—. Sé muy bien qu'eres un hombre bueno —le dijo con desesperación—. ¡No eres una persona corriente!
—No, no soy un hombre bueno —repuso el Desequilibrado un instante después, como si hubiera considerado su afirmación con sumo cuidado—, pero tampoco soy lo peor del mundo. Mi viejo decía que yo era un perro de raza diferente de la de mis hermanos y hermanas. «Mira —decía mi viejo—, hay algunos que pueden vivir toa su vida sin preguntarse por qué y otros que tienen que saber el porqué, y este muchacho es d'estos últimos. ¡Va estar en to!»
Se puso el sombrero y súbitamente alzó la mirada y la dirigió hacia el bosque como si de nuevo se sintiera incómodo.
—Perdonen qu'esté sin camisa delante de ustedes, señoras —añadió encorvando un poco los hombros—. Enterramos la ropa que teníamos cuando escapamos y nos apañamos con lo que tenemos hasta que consigamos algo mejor. Esta ropa nos la prestaron unos tipos que encontramos.
—No pasa na —observó la abuela—. Tal vez Bailey tenga otra camisa en su maleta.
—Luego la buscaré —dijo el Desequilibrado.
—¿Adónde se lo están llevando? —gritó la madre de los niños.
—Papá era un gran tipo —dijo el Desequilibrado—. No había quien l'engañara. Pero nunca tuvo problemas con las autoridades. Tenía l'habilidá de saber tratarlos.
—Tú podrías ser honrado si te lo propusieras —afirmó la abuela—. Piensa en lo bonito que sería establecerse en algún sitio y vivir cómodamente sin que nadie t'estuviera persiguiendo to el tiempo.
El Desequilibrado escarbaba en el suelo con la culata de la pistola como si estuviera reflexionando sobre estas palabras.
—Sí, siempre hay alguien persiguiéndote —murmuró.
La abuela reparó en cuán delgados eran sus omóplatos detrás del sombrero, porque estaba de pie y lo miraba desde arriba.
—¿Rezas alguna vez? —preguntó.
Él negó con la cabeza. Ella sólo vio cómo el sombrero negro se movía entre sus omóplatos.
—No.
Sonó un disparo de pistola en el bosque, seguido de inmediato por otro. Luego, silencio. La cabeza de la anciana dio una sacudida. Oyó cómo el viento se movía entre las copas de los árboles como una larga inspiración satisfecha.
—¡Bailey, hijo! —gritó.
—Durante un tiempo fui cantante de gospel —explicó el Desequilibrado—. He sido casi to. Serví en el Ejército de Tierra y en la Marina, aquí y en el extranjero. Me casé dos veces, trabajé de sepulturero, trabajé en los ferrocarriles, aré la madre tierra, presencié un tornado, una vez vi quemar vivo un hombre. —Y miró a la madre de los chicos y a la niña, que estaban sentadas muy juntas, con la cara blanca y los ojos vidriosos—. Hasta he visto azotar a una mujer.
—Reza, reza —empezó a repetir la abuela—, reza, reza...
—No era un chico malo por lo que recuerdo —prosiguió el Desequilibrado con voz casi soñadora—, pero en algún momento hice algo malo y m'enviaron a la penitenciaría. M'enterraron vivo.
Miró hacia arriba y mantuvo la atención de la abuela con una mirada fija.
—Fue entonces cuando deberías haber comenzado a rezar —dijo ella—. ¿Qu'hiciste pa que te enviaran a la penitenciaría la primera vez?
—Doblabas a la derecha y había una pared —explicó el Desequilibrado con la mirada alzada hacia el cielo sin nubes—. Doblabas a la izquierda y había una pared. Mirabas arriba y estaba el techo, mirabas abajo y estaba el suelo. Olvidé lo qu'había hecho, señora. Me quedaba sentado allí tratando de recordar lo qu'había hecho y, hasta el día de hoy, no lo recuerdo. De vez en cuando pensaba que lo recordaría, pero no fue así.
—Tal vez t'encerraron por error —apuntó la anciana. —No —dijo él—. No hubo error. Había pruebas contra mí. —Tal vez robaste algo.
El Desequilibrado soltó una risita burlona.
—Nadie tenía na que yo quisiese. Un jefe de médicos de la penitenciaría dijo que lo que yo había hecho fue matar a mi padre, pero sé que es mentira. Mi viejo murió en mil novecientos diecinueve de la epidemia de gripe y yo nunca tuve na que ver con eso. L'enterraron en el cementerio de la iglesia baptista de Mount Hopewell y usté puede ir y verlo por sí misma.
—Si rezaras —dijo la anciana—, Cristo te ayudaría.
—Así es.
—Entonces, ¿por qué no rezas? —preguntó ella, temblando de súbita alegría.
—No quiero ninguna ayuda. Solo, las cosas me van bien.
Bobby Lee y Hiram regresaron del bosque con paso lento. Bobby Lee arrastraba una camisa amarilla con loros azules estampados.
—Tírame esa camisa, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado.
La camisa llegó volando, aterrizó en su hombro y se la puso. La abuela no podía pensar en lo que le hacía recordar esa camisa.
—No, señora —prosiguió el Desequilibrado mientras se abrochaba los botones—, comprendí que el delito da igual. Puedes hacer una cosa o hacer otra, matar a un hombre o quitarle una rueda del coche, porque tarde o temprano t'olvidas de lo qu'has hecho y simplemente te castigan por ello.
La madre de los chicos comenzó a emitir sonidos entrecortados, como si no pudiese respirar.
—Señora —dijo él—, ¿podrían usted y la pequeña acompañar a Hiram y a Bobby Lee hasta donde está su esposo?
—Sí, gracias —dijo la madre débilmente. Su brazo izquierdo colgaba inútil, y llevaba al bebé, que se había quedado dormido, en el otro.
—Ayuda a la señora, Hiram —dijo el Desequilibrado, cuando ella trataba penosamente de subir por la zanja—. Y tú, Bobby Lee, toma a la pequeña de la mano.
—No quiero que me dé la mano —replicó June Star—. Parece un cerdo.
El muchacho gordo se ruborizó y se rió, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el bosque detrás de Hiram y la madre.
Sola con el Desequilibrado, la abuela se dio cuenta de que había perdido la voz. No había una sola nube en el cielo, y tampoco sol. No había nada a su alrededor excepto el bosque. Quiso decirle que debía orar. Abrió y cerró la boca varias veces antes de que saliera algo. Finalmente se encontró a sí misma diciendo: «Jesús, Jesús». Quería decir «Jesús t'ayudará», pero de la manera en que lo decía era como si estuviera maldiciendo.
—Sí, señora —dijo el Desequilibrado como si le estuviera dando la razón. Jesús rompió el equilibrio de todo. Le ocurrió lo mismo que mí, salvo que Él no había cometido ningún crimen y en mi caso pudieron probar que yo había cometido uno porque tenían los documentos contra mí. Por supuesto, nunca me mostraron los papeles. Por eso ahora pongo la firma. Dije hace mucho tiempo: te consigues una firma y firmas to lo qu'haces y te quedas con una copia. Entonces sabrás lo qu'has hecho y podrás contraponer el delito con el castigo y ver si se corresponden y al final tendrás algo pa probar que no t'han tratao como debían. Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportao durante`l castigo.
Se oyó un grito desgarrador en el bosque, seguido de inmediato por un disparo.
—¿Le parece bien a usté, señora, que a uno le castiguen mucho y a otro no le castiguen na?
—¡Jesús! —gritó la anciana—. ¡Tienes buena sangre! ¡Yo sé que no dispararías a una dama! ¡Sé que vienes d'una familia buena! ¡Reza! Por Dios, no deberías disparar a una dama. ¡Te daré to el dinero que tengo!
—Señora —repuso el Desequilibrado mirando hacia el bosque—, nunca ha habido un cadáver que diera una propina al sepulturero.
Se oyeron otros dos disparos y la abuela levantó la cabeza como un viejo pavo sediento pidiendo agua y gritó: «¡Bailey, hijo, Bailey, hijo!», como si fuera a partírsele el corazón.
—Jesús es el único qu'ha resucitao a los muertos —continuó el Desequilibrado—, y no tendría qu'haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad. No hay placer, sino maldad —dijo, y su voz casi se había transformado en un gruñido.
—Tal vez no resucitó a los muertos —murmuró la anciana, sin saber lo que estaba diciendo y sintiéndose tan mareada que se dejó caer en la zanja sobre las piernas cruzadas.
—Yo no estaba allí, así que no puedo decir que no lo hizo —repuso el Desequilibrado—. Ojalá hubiera estado allí —añadió golpeando el suelo con el puño—. No está bien que no estuviera allí, porque d'haber estao allí yo sabría. Escuche, señora —añadió alzando la voz—, d'haber estao allí, yo sabría y no sería como soy ahora.
Su voz parecía a punto de quebrarse y la cabeza de la abuela se aclaró por un instante. Vio la cara del hombre contraída cerca de la suya como si estuviera a punto de llorar, y entonces murmuró:
—¡Si eres uno de mis niños! ¡Eres uno de mis hijos!
Tendió la mano y lo tocó en el hombro. El Desequilibrado saltó hacia atrás como si le hubiera mordido una serpiente y le disparó tres veces en el pecho. Luego dejó la pistola en el suelo, se quitó las gafas y se puso a limpiarlas.
Hiram y Bobby Lee regresaron del bosque y se detuvieron junto a la cuneta para observar a la abuela, que estaba medio sentada, y medio tendida en un charco de sangre, con las piernas cruzadas como las de un niño, y su rostro sonreía al cielo sin nubes.
Sin las gafas, los ojos del Desequilibrado estaban bordeados de rojo y tenían una mirada pálida e indefensa.
—Llévensela y déjenla donde dejaron a los otros —dijo, y tomó al gato, que se estaba refregando contra su pierna.
—Era una charlatana —dijo Bobby Lee, y bajó a la zanja cantando.
—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.
—¡Pequeña diversión! —dijo Bobby Lee.
—Cállate, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado—. No hay verdadero placer en la vida.
Cuentos Completos
Ediciones DeBolsillo
Fuente: La Maquina del Tiempo
Flannery O`Connor: web site"Cuentos completos", comprar en: Cúspide
Vida y Obra: Flannery O`Connor
por Andres Hax
"El quehacer del escritor es contemplar la experiencia, no fundirse con ella.”
Un libro de oraciones recién publicado pone a la escritora del estado sureño de Georgia, Estados Unidos, bajo una nueva luz. Murió en 1964 a los 39 años de edad de lupus. Sin embargo, tuvo una rica obra que consiste de dos novelas, 39 cuentos cortos y volúmenes de cartas y ensayos. Heredera de la tradición de Faulkner de ninguna manera fue imitativa o una escritora secundaria. Siempre se supo de su devoción religiosa pero este nuevo libro de oraciones por ella escritas muestra en más profundidad cómo la escritura y la oración se combinaban en un solo acto.
I.
Si en el año 1956 hubieramos enviado una carta a Milledgeville, Georgia sin dirección postal con el solo nombre de la escritora Flannery´Connor en el sobre, esa carta habría llegado. Y en ese escenario, es muy probable que O´Connor —que en ese momento tenía 31 años, y le quedaban sólo ocho por vivir— nos hubiera invitado a su casa. De hecho tuvo varias amistades que comenzaron de esa manera.
Sigamos en ese pasado hipotético. Si sólo hubiéramos leído superficialmente su primera novela, Sangre sabia (1952) y algunos de sus cuentos, podríamos haber esperado un encuentro con un personaje sombrío y morboso; tal vez un alcohólico, antisocial y anárquico. El mundo literario de Flannery O'Connor (el sur profundo de los Estados Unidos) está poblado por freaks, como un predicador ateo que crea una “iglesia de Cristo sin Cristo”; un asesino nihilista de los campos rurales de Georgia; un vendedor itinerante de biblias que seduce a una mujer con una pierna ortopédica de madera (en su biblia, que es hueca, guarda naipes pornográficos, whisky y condónes...).
Pero no. A la inversa, lo que hubierámos encontrado sería una mujer sencilla y amorosa con la cara y los modales de una bondadosa bibliotecaria de pueblo chico. Habría salido al porch de su casa con muletas (tenía lupus, un enfermedad auto-inmune sin cura) vestida con jeans (que aun no estaban de moda) y una simple camisa de tela escocesa. No lo hubiésemos imaginado. Ella vivía con con su madre, era soltera, profundamente católica y aparte de escribir, críaba pavos reales. Si nos hubiéramos sentado en el porch, tomando una limonada, habríamos visto veinte de esas aves chillonas desfilando con arrogancia.
Después de esta visita tendríamos que releer a O´Connor con otra mirada para finalmente darnos cuenta que en su literatura se juegan cuestiones ligadas a los misterios religiosos centrales: la salvación, la redención y la gracia. Flannery O'Connor no es una directora de un anómalo circo itinerante, como podría parecerle a primera vista a quiens la encasillan como una exponente del Gótico Sureño. Al contrario, es una devota de la iglesia católica apostólica romana y su arte no es otra cosa que una ofrenda a su Dios.
En un cuaderno de oraciones originales que escribió en 1947 (a los 20 años) y que recién se publicó este año, O'Connor le implora a su creador: “Querido Señor, por favor, haz que te desee. Sería el éxtasis más grande. No solo desearlo cuando piense en Usted sino desearlo todo el tiempo, tenerlo desgarrándome, tenerlo dentro de mí como un cáncer. Me mataría como un cáncer y eso sería mi gran realización.”
También escribió: “Por favor Dios, ayúdeme a ser una buena escritora.” Y exista dios o no, esta oración fue correspondida.
Si en el año 1956 hubieramos enviado una carta a Milledgeville, Georgia sin dirección postal con el solo nombre de la escritora Flannery´Connor en el sobre, esa carta habría llegado. Y en ese escenario, es muy probable que O´Connor —que en ese momento tenía 31 años, y le quedaban sólo ocho por vivir— nos hubiera invitado a su casa. De hecho tuvo varias amistades que comenzaron de esa manera.
Sigamos en ese pasado hipotético. Si sólo hubiéramos leído superficialmente su primera novela, Sangre sabia (1952) y algunos de sus cuentos, podríamos haber esperado un encuentro con un personaje sombrío y morboso; tal vez un alcohólico, antisocial y anárquico. El mundo literario de Flannery O'Connor (el sur profundo de los Estados Unidos) está poblado por freaks, como un predicador ateo que crea una “iglesia de Cristo sin Cristo”; un asesino nihilista de los campos rurales de Georgia; un vendedor itinerante de biblias que seduce a una mujer con una pierna ortopédica de madera (en su biblia, que es hueca, guarda naipes pornográficos, whisky y condónes...).
Pero no. A la inversa, lo que hubierámos encontrado sería una mujer sencilla y amorosa con la cara y los modales de una bondadosa bibliotecaria de pueblo chico. Habría salido al porch de su casa con muletas (tenía lupus, un enfermedad auto-inmune sin cura) vestida con jeans (que aun no estaban de moda) y una simple camisa de tela escocesa. No lo hubiésemos imaginado. Ella vivía con con su madre, era soltera, profundamente católica y aparte de escribir, críaba pavos reales. Si nos hubiéramos sentado en el porch, tomando una limonada, habríamos visto veinte de esas aves chillonas desfilando con arrogancia.
Después de esta visita tendríamos que releer a O´Connor con otra mirada para finalmente darnos cuenta que en su literatura se juegan cuestiones ligadas a los misterios religiosos centrales: la salvación, la redención y la gracia. Flannery O'Connor no es una directora de un anómalo circo itinerante, como podría parecerle a primera vista a quiens la encasillan como una exponente del Gótico Sureño. Al contrario, es una devota de la iglesia católica apostólica romana y su arte no es otra cosa que una ofrenda a su Dios.
En un cuaderno de oraciones originales que escribió en 1947 (a los 20 años) y que recién se publicó este año, O'Connor le implora a su creador: “Querido Señor, por favor, haz que te desee. Sería el éxtasis más grande. No solo desearlo cuando piense en Usted sino desearlo todo el tiempo, tenerlo desgarrándome, tenerlo dentro de mí como un cáncer. Me mataría como un cáncer y eso sería mi gran realización.”
También escribió: “Por favor Dios, ayúdeme a ser una buena escritora.” Y exista dios o no, esta oración fue correspondida.
II.
Mary Flannery O'Connor nació en Savannah, Georgia, el 25 de marzo de 1925. Sus padres eran católicos --una minoría despreciada en ese momento y ese lugar del mundo--. Por eso recibió toda la educación primaria y secundaria en colegios religiosos. Desde chica, su vocación se manifiestó en el dibujo más que en la escritura. Por mucho tiempo su ambición fue ser historietista. Llevaba una vida tranquila, idílicaque se destruyó cuando su padre murió de lupus en 1941. O'Connor tenía 15 años. Diez años después, en 1951, le diagnosticaron la misma enfermedad, de la que finalmente murió en 1964, a los 39 años. Había escrito dos novelas, treinta y dos cuentos, decenas de ensayos y miles de cartas (que algunos críticos se atreven comparar con las de Kafka, Van Gogh y Keats).
El título universitario obtenido por O'Connor fue en literatura y el destino para una mujer con esos estudios en Georgia, en 1944, no era otro que el de profesora de lengua en la escuela secundaria. Algunos profesores la animaron a postularse a un programa de posgrado en periodismo en la Universidad de Lowa. Consiguió una beca y por primera vez salió de Georgia. Pero una vez instalada en el campus, se cambió a la facultad de escritura creativa, la primera de esa disciplina en los Estados Unidos. Ya estaba escribiendo su primera novela, Sangre Sabia, que le llevaría unos seis años de trabajo.
Sobre este periodo de su vida O'Connor dijo: “La verdad es que no comencé a leer hasta que fuí a la escuela de posgrado y entonces comenzé a escribir al mismo tiempo. Cuando entré a Lowa nunca había oido hablar de Faulkner, Kafka, Joyce, mucho menos los había leído. Pero en ese momento me puse a leer todo al mismo tiempo, tanto es así que no creo que haya sido influida por un solo autor.”
Su vocación literaria nunca le hizo cuestionar su fe, aunque tampoco fue ingenua sobre la influencia que podría llegar a tener esa vocación en términos espirituales. En una carta a una amiga íntima que conoció en una situación parecida a la que hemos planteado en esta nota, dijo: “Una de las cosas terribles de escribir cuando eres un cristiano es que para ti la realidad suprema es la encarnación, la realidad presente es la encarnación, y nadie cree en la encarnación; es decir, no tienes un público. El público está compuesto de personas que creen que Dios ha muerto. Al menos tengo la conciencia de estar escribiendo para esas personas.”
Mientras perfeccionaba su arte y desarrollaba una teoría personal sobre la ficción Flannery O'Connor siempre tuvo su religión en el primer plano. En otra carta a la misma amiga escribió: “La ficción es la expresión concreta del misterio – un misterio vivido. Los católicos creen que toda la creación es buena y que la maldad es el mal uso del bien y que sin Gracia lo usamos mal casi todo el tiempo. Es casi imposible escribir sobre la gracia sobrenatural en la ficción. Casi siempre lo tenemos que encarar de una forma negativa. En cuanto a la Gracia natural, tenemos que recibirla como llega, por la naturaleza. En todo caso opera rodeada por la maldad.”
Tras terminar sus estudios en Lowa, vivió un tiempo en la colonia de escritores Yaddo, en el estado de Nueva York. Allí se hizo amiga del poeta Robert Lowell, quien a su vez le presentó al editor Robert Giroux, editor de todos sus libros. También en este periodo comenzó su amistad con el traductor y poeta Robert Fitzgerald y su esposa. Vivió casi un año con ellos en Connecticut escribiendo por las mañanas y cuidando los hijos de la pareja por las tardes.
El diagnostico de Lupus le cambió la vida y abandonó sus planes de vivir en el norte. Volvió a Georgia y se instaló en una casa con su madre, escribiendo, criando sus pavos reales, leyendo teología y manteniendo decenas de amistades epistolares.
Mary Flannery O'Connor nació en Savannah, Georgia, el 25 de marzo de 1925. Sus padres eran católicos --una minoría despreciada en ese momento y ese lugar del mundo--. Por eso recibió toda la educación primaria y secundaria en colegios religiosos. Desde chica, su vocación se manifiestó en el dibujo más que en la escritura. Por mucho tiempo su ambición fue ser historietista. Llevaba una vida tranquila, idílicaque se destruyó cuando su padre murió de lupus en 1941. O'Connor tenía 15 años. Diez años después, en 1951, le diagnosticaron la misma enfermedad, de la que finalmente murió en 1964, a los 39 años. Había escrito dos novelas, treinta y dos cuentos, decenas de ensayos y miles de cartas (que algunos críticos se atreven comparar con las de Kafka, Van Gogh y Keats).
El título universitario obtenido por O'Connor fue en literatura y el destino para una mujer con esos estudios en Georgia, en 1944, no era otro que el de profesora de lengua en la escuela secundaria. Algunos profesores la animaron a postularse a un programa de posgrado en periodismo en la Universidad de Lowa. Consiguió una beca y por primera vez salió de Georgia. Pero una vez instalada en el campus, se cambió a la facultad de escritura creativa, la primera de esa disciplina en los Estados Unidos. Ya estaba escribiendo su primera novela, Sangre Sabia, que le llevaría unos seis años de trabajo.
Sobre este periodo de su vida O'Connor dijo: “La verdad es que no comencé a leer hasta que fuí a la escuela de posgrado y entonces comenzé a escribir al mismo tiempo. Cuando entré a Lowa nunca había oido hablar de Faulkner, Kafka, Joyce, mucho menos los había leído. Pero en ese momento me puse a leer todo al mismo tiempo, tanto es así que no creo que haya sido influida por un solo autor.”
Su vocación literaria nunca le hizo cuestionar su fe, aunque tampoco fue ingenua sobre la influencia que podría llegar a tener esa vocación en términos espirituales. En una carta a una amiga íntima que conoció en una situación parecida a la que hemos planteado en esta nota, dijo: “Una de las cosas terribles de escribir cuando eres un cristiano es que para ti la realidad suprema es la encarnación, la realidad presente es la encarnación, y nadie cree en la encarnación; es decir, no tienes un público. El público está compuesto de personas que creen que Dios ha muerto. Al menos tengo la conciencia de estar escribiendo para esas personas.”
Mientras perfeccionaba su arte y desarrollaba una teoría personal sobre la ficción Flannery O'Connor siempre tuvo su religión en el primer plano. En otra carta a la misma amiga escribió: “La ficción es la expresión concreta del misterio – un misterio vivido. Los católicos creen que toda la creación es buena y que la maldad es el mal uso del bien y que sin Gracia lo usamos mal casi todo el tiempo. Es casi imposible escribir sobre la gracia sobrenatural en la ficción. Casi siempre lo tenemos que encarar de una forma negativa. En cuanto a la Gracia natural, tenemos que recibirla como llega, por la naturaleza. En todo caso opera rodeada por la maldad.”
Tras terminar sus estudios en Lowa, vivió un tiempo en la colonia de escritores Yaddo, en el estado de Nueva York. Allí se hizo amiga del poeta Robert Lowell, quien a su vez le presentó al editor Robert Giroux, editor de todos sus libros. También en este periodo comenzó su amistad con el traductor y poeta Robert Fitzgerald y su esposa. Vivió casi un año con ellos en Connecticut escribiendo por las mañanas y cuidando los hijos de la pareja por las tardes.
El diagnostico de Lupus le cambió la vida y abandonó sus planes de vivir en el norte. Volvió a Georgia y se instaló en una casa con su madre, escribiendo, criando sus pavos reales, leyendo teología y manteniendo decenas de amistades epistolares.
III.
El único propósito de esta serie de Vidas Breves es motivar al lector a tomar o retomar la obra de la retratada y tal vez bocetar una mínima guía de lectura. La obra de O'Connor es parte de una de las grandes tradiciones literarias de los Estados Unidos, que incluye a William Faulkner, Eudora Welty, Carson McCullers, Tennessee Williams, entre decenas de otros. Se podría decir que la literatura del sur de los Estados Unidos del Siglo XX es comparable en vitalidad con la novela rusa del siglo XIX, pero eso es un tema para otra nota.
Además de la ficción, O'Connor tuvo una obra literaria paralela (los ensayos, las cartas y ahora sus oraciones) que permite conocer cómo construyó su literatura. Cerremos esta fragmentaria biografía con citas de su libro Mistery and Manners, una collección de prosa.
“...cuando miro los cuentos que he escrito encuentro que son, en su mayoría, sobre personas que que están afligidas y son pobres, tanto de cuerpo como de alma, y que tienen poco sentido espiritual, y cuyas acciónes no dan, aparentemente, al lector ninguna seguridad sobre la alegría de vivir. ¿Como puede ser esto? Porque yo no descreo de la cuestión espiritual ni soy ambigua en mis creencias. Miro desde la perspectiva de la ortodoxia cristiana. Esto significa que el sentido de la vida esta centrada en nuestra redención por parte de Cristo. Y lo que veo en el mundo lo veo en relación con esto. No creo que sea una posición que se pueda tomar a medias o que sea, en estos tiempos, particularmente fácil hacerlo de manera transparente en la ficción.”
“Lo mejor de la ficción Americana siempre ha sido regional. La ascendencia pasó, aproximadamente, desde Nueva Inglaterra hasta la llanura central y después al sur; ha pasado hacía lugares -y ha prosperada en ellos- donde existe un pasado compartido, una sensación de comunidad, y la posibilidad de leer una historia pequeña bajo una luz universal.”
“El novelista hace sus declaraciónes por selección y, si es bueno, seleccióna cada palabra con un propósito, cada incidente con un motivo, y los arregla en una secuencia de tiempo con un propósito. Demuestra algo que no puede ser demostrado de ninguna otra forma, salvo en una novela.”
“El hecho es que cualquier persona que haya sobrevivido a su infancia tiene suficiente información sobre la vida para que le dure hasta el fin de sus días. Si no puedes armar algo con poca experiencia no es probable que lo puedas hacer con mucha experiencia. El quehacer del escritor es contemplar la experiencia, no fundirse con ella.”
“Una sensación de pérdida es natural para nosotros, y es sólo en estos siglos en los cuales estamos afligidos con la doctrina de la perfectibilidad de la naturaleza humana que la visión del freak en la ficción es tan inquietante. El freak en la ficción moderna nos inquieta porque nos impide olvidarnos del hecho de que compartimos su condición...”
Andres Hax
Clarìn, 6 de diciembre de 2013
↧
Holocausto: Con poemas de Maiakovski, Elsa Langer, Beatriz Iriart y un texto de Javier Romañach, la Fundación Rey Ardid recordó al millón de personas con discapacidad asesinadas por los nazis / España, 3 de febrero de 2015
Fueron leídos los poemas Libertad de Expresióndel poeta ruso Vladimir Maiakovsky , La Mesade la poeta, artista plástica y sobreviviente del Holocausto Elsa Langer; Números, Yo estuve... y Ansias de la poeta argentina Beatriz Iriart y un texto del ingeniero y activista español Javier Romanach incluido en la traducción que hizo al español del libro "Forgotten crimes: the Holocaust and people with disabilities"de Suzanne E. Evans en la conmemoraciòn del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto.
Visiones sonoras para no olvidar: el holocausto de los discapacitados
por Noemí López, Responsable Espacio Visiones
Visiones Sonoras para no Olvidar
Audio realizado por los componentes de Espacio Visiones escuchado en el acto homenaje en Zaragoza a las víctimas del Holocausto (clikea para escucharlo)
El pasado 27 de Enero los integrantes de Espacio Visiones fueron invitados a participar en el acto del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto celebrado en la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón y organizado por Rolde Estudios Aragoneses y Amical de Mauthausen.
Este año era el 70 aniversario de de la liberación de los campos de concentración y exterminio de la Segunda Guerra Mundial y se celebró bajo el lema: «Mantened la memoria viva».
Por primera vez en Zaragoza participaba el colectivo de discapacidad que tanto sufrió los horrores de aquella época. Nuestra aportación fue de forma sonora, una grabación dónde los participantes del taller de radio narraron un texto de Vladimir Maiakovsk, poemas de Beatriz Iriart y Elsa Langer y un alegato a los derechos de las personas con discapacidad de Javier Romañach.
Tras encender una de las 7 velas al principio del acto en memoria de todos los seres que fueron victimas de un u otro modo de aquella barbarie, fueron participando diferentes personas para contar la historia de cómo había afectado aquello a los colectivos o personas que representaban (colectivo gitano, homosexual, una nieta de un superviviente aragonés, un grupo de estudiantes de un instituto representando a los niños exterminados y supervivientes… y también nuestra aportación representando a la discapacidad).
Fue muy especial recibir el agradecimiento de los organizadores, hacia nuestra aportación y pequeño homenaje a todos los seres que padecieron ese desastre, en especial a las personas con algún tipo de discapacidad.
Las palabras de Vicente Pinilla Navarro (Presidente de Rolde de Estudios Aragoneses) nos emocionaron especialmente ya que fueron dedicadas hacia nuestro colectivo, citando que en aquel momento muchos de los crímenes quedaron impunes puesto que aquellas personas por sus circunstancias no pudieron defenderse ni fueron representadas…y terminó recordando que hoy todavía se sigue discriminando en todo el mundo a las personas con discapacidad.
By Noemí López
Zaragoza, España, 3 de febrero de 2015
Fuente: Gritando en Blog baja
Links:
Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto
Museo del Holocausto
Vladimir Maiakovsky
Elsa Langer
Beatriz Iriart
Javier Romañach
Minusval2000.com
Rolde Estudios Aragoneses
Amical de Mauthausen
Fundación Rey Ardid
Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto
Museo del Holocausto
Vladimir Maiakovsky
Elsa Langer
Beatriz Iriart
Javier Romañach
Minusval2000.com
Rolde Estudios Aragoneses
Amical de Mauthausen
Fundación Rey Ardid
Poemas y texto leídos en el homenaje:
Libertad de Expresión
La primera noche,
ellos se acercan
y toman una flor de nuestro jardín.
No decimos nada.
ellos se acercan
y toman una flor de nuestro jardín.
No decimos nada.
La segunda noche
ya no se esconden,
pisan las flores,
matan a nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día,
el más frágil de ellos,
entra solo a nuestra casa,
nos roba la luna,
y conociendo nuestro miedo,
nos arranca la voz de la garganta.
el más frágil de ellos,
entra solo a nuestra casa,
nos roba la luna,
y conociendo nuestro miedo,
nos arranca la voz de la garganta.
Y porque no dijimos nada,
ya no podemos decir nada.
ya no podemos decir nada.
La Mesa
Por qué no cierra la puerta?
Los rincones vacíos.
También el sol se fue.
Olvidó los colores en el suelo y se fue.
Pasaron las horas.
Las siete velas se consumían.
Y yo
bajo la mesa recordaba otra mesa
donde la sangre cálida caía sobre mí.
Sabía sin saber,
sabía sin comprender,
comprendía sin hablar.
Sola,
con los colores del piso que el sol había olvidado.
↧
↧
Susy Dembo: Contemplación
↧
Sí, "Te quiero" Carlos Giménez / artículo de viviana marcela iriart, 5 de marzo de 2015
“Por eso nos afectan tanto los recuerdos,
las fechas, los días de cumpleaños,
los nacimientos y las despedidas.
Algo de nosotros se queda en los calendarios sin uso,
tal vez para continuar aquella tradición temprana de coleccionar
tarjetas postales.”
Carlos Giménez, 28 de febrero de 1991, El Nacional
Con esta canción de Mario Benedetti y Alberto Favero, "Te quiero", cantada por la Schola Cantorum de Venezuela dirigida por María Guinand en el Cementerio del Este de Caracas, despedimos a Carlos Giménez por última vez el 29 de Marzo de 1993. Era su canción favorita.
La despedida había comenzado un día antes, el 28, cuando con profunda tristeza pero también con alivio porque dejaba de sufrir, nos enteramos que Carlos se había ido para siempre.
Nunca más Carlos en los pasillos de Parque Central, en el café Rajatabla, en el Ateneo de Caracas, cruzando la calle desde Parque Central al Teresa Carreño o viceversa; nunca más en las páginas de El Nacional con algún artículo memorable, en los ensayos, en los estrenos, en la dirección e inauguraciones de los festivales internacionales de teatro de Caracas. Nunca más la risa de Carlos, su picardía, su timidez, su rebeldía ante la injusticia, sus rabietas, su ternura, su generosidad, su melancolía, su honestidad, sus sueños, su talento, su conmovedor e inagotable talento en todo lo que hacía, que era mucho más que teatro.
Nunca más Carlos ayudando (entre tantos pero tantos) al hombre con discapacidad mental y física que cuidaba los carros en Los Caobos, vestía harapos y dormía en las calles, que terminó con ropa decente, "cuidando" Rajatabla, durmiendo en un camerino, comiendo todos los días y teniendo el respeto y el cariño de la gente. Ese hombre que en su media lengua, llorando desesperadamente, miraba a Carlos, tan joven, tan bello en el féretro y decía: "¿Por qué te fuiste, Carlitos, por qué?"
El gobierno había decretado tres días de duelo nacional y toda Caracas parecía estar de duelo aunque seguramente exagero, porque cuando el dolor duele tanto a veces nos parece que toda la ciudad llora nuestras lágrimas.
Pero en la Funeraría Vallés parecía estar toda Venezuela y parte de América y Europa también. Afuera las calles estaban llenas de gente esperando que alguien saliera para poder entrar pero nadie salía, nadie quería dejar de estar a su lado y nadie abandonaba las calles tampoco.
Recuerdo a su mamá, Doña Carmen, tan chiquitica y estoica, que miraba con ojos de pesadilla queriendo despertar pero sin embargo tan fuerte. Toda su familia conmovía por su entereza: sus hermanas, mi querida amiga Anita, y Norma; su cuñado Percy; su sobrino Carli, sus sobrinas Marianita y Gaby, tan jóvenes para tanto dolor.
Cuando el féretro salió la gente comenzó a aplaudir y gritar: "Bravo, Carlos, bravo", como sucedía en todos sus estrenos, y los aplausos y "bravos" de adentro se fundieron y multiplicaron con los de afuera y se convirtieron en un rugido emocionante que no impedía sentir la caída de las lágrimas, que subían hasta el Avila buscando consuelo.
Era un día de mucho sol el día que cantamos "Te quiero", hermoso, con una luz maravillosa que parecía haber sido diseñada por Carlos, pero para las cientos de personas que asistimos a su entierro no dejaba de diluviar, como en una de sus más hermosas obras, "El Coronel no tiene quien le escriba".
©viviana marcela iriart
5 de marzo de 2015
Te quiero
(Mario Benedetti - Alberto Favero)
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
↧
Carlos Giménez creó y dirigió el "Festival Pirandello-La Máscara frente al Espejo" en 1984/ Revista Intermedio, Caracas, mayo-junio 1984 / introducción viviana marcela iriart, 14 de marzo de 2015
Carlos Giménez fue el creador y productor del "Festival Pirandello", realizado en todos las salas y espacios del Ateneo de Caracas, desde el 23 de Mayo al 24 de Junio de 1984, con el auspicio de la Embajada de Italia, el Instituto Italiano-Venezolano de Cultura, la Casa Sicilia y el Ateneo de Caracas.
El "Festival Pirandello" incluyó teatro, con la participación especial de un grupo venido especialmente de Italia y grupos nacionales, en el Ateneo de Caracas y Sala Rajatabla; cine en la Cinemateca Nacional; videos, exposición y conferencias, con un experto en Pirandello venido de Italia, en el Ateneo de Caracas; y concurso de ensayo, todo ideado por el genio creador de Carlos Giménez acompañado por María Teresa Castillo, su equipo de la Dirección de Teatro del Ateneo (que dirigía Carlos) y el invalorable aporte económico de la Embajada de Italia, el Instituto Italiano-Venezolano de Cultura y la Casa Sicilia.
En el "Festival Pirandello" participaron los siguientes grupos:
"La Prova d`insieme" (Italia): "La fábula del hijo cambiado", Teatro Anna Julia Rojas,
Grupo Rajatabla: "La Máscara frente al espejo", todos los espacios del Ateneo de Caracas.
Grupo Actoral 80: "Esta noche se improvisa en busca de personajes", Sala Rajatabla.
Grupo Ateneo de Caracas: "Enrique IV"
Grupo Raíces-Centro Cultural Prisma: "El gorro de cascabeles", Sala de Conciertos
Grupo Theja-Autoteatro: "Hermes Bifronte", Sotano Ateneo de Caracas
Grupo Teatral La Casa de Sicilia: "La Patente", Sala Rajatabla
Concurso de Ensayo "Pirandello y su tiempo" organizado por la Embajada de Italia, el Instituto Venezolano Italiano de Cultura, la Casa Sicilia y el Centro de Dramaturgia del Departamento de Teatro del Ateneo de Caracas , coordinado por Ibsen Martinez y creado por inciiativa de Carlos Giménez.
En la Cinemateca Nacional se realizó un ciclo dedicado a Pirandello llamado "Teatro en el Cine" donde se exhibieron las siguientes películas: "Enrique IV" de Pastina, "Enrique IV" de Palermi, "Acciacio" de Ruttman, "Canciones de Amor" de Righelli, "Así es la vida" de Pastina.
El Ciclo de Videos se realizó en la Sala de Cine del Ateneo (más tarde llamada Margot Benacerraf): se proyectaron 13 novelas filmadas de las obras de Pirandello.
En el Hall de la sala de Cine del Ateneo se realizó la Exposición "Los Lugares de Pirandello".
En la Sala de Conferencias del Ateneo de Caracas se dictaron una serie de Conferencias sobre Pirandello a cargo del profesor italiano Callari, especialista de la obra de Pirandello, quien viajó de Italia especialmente para participar del "Festival Pirandello". Las conferencias fueron sobre: "Pirandello, actor y guionista", "Seis personajes en busca de un autor", "Cuando y cómo Pirandello se acercó al cine, "El Cinema de 1930 a 1936".
14 de marzo de 2015
El "Festival Pirandello" creado y dirigido por Carlos Giménez quedó registrado en el libro Una huella en el teatro venezolano, edición Espacio Anna Frank, Caracas 2009.
↧