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Dita Cohen por Paulina Gamus, Gentiuno, 23 de octubre de 2014

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Palabras de Paulina Gamus en el homenaje a Dita Cohen


Dita la actriz

Dita: emoción y vida…


Palabras de Paulina Gamus en el homenaje a Dita Cohen ofrecido por la Comunidad Judía de Venezuela el pasado domingo 19 de octubre de 2014 en el Club Hebraica de Caracas

Directivos comunitarios, personalidades invitadas, amigos todos, querida Dita:
Por lo general cuando me proponen ser oradora de orden o decir unas palabras en algún homenaje, mi primera reacción es sorprenderme y hacerme de rogar un poco ¿por qué yo o por qué a mí? Pero hace unas semanas, cuando mi entrañable amiga Marianne Beker me llamó para pedirme que hablara en este acto de homenaje a su hermana Dita, acepté sin el menor titubeo. Fue algo impulsivo porque Dita es también una amiga muy querida y parece fácil hablar de sus virtudes y atributos. Pero, en la medida que fueron pasando los días desde aquella llamada y mi inmediata aceptación, me fue asaltando el miedo de no poder jamás hacer honor a Dita como lo hizo con su arte literario impecable, con sus metáforas y gracejos del idioma, otra queridísima y admirada amiga, la muy laureada escritora y autora teatral Elisa Lerner, en el número del Nuevo Mundo Israelita correspondiente al viernes 3 de octubre del presente año.
Dita y Marianne
Dita y Marianne Kohn
Elisa ha contado con la ventaja de ser amiga de Dita desde la infancia, yo la conocí muchos años más tarde gracias a Marianne y a una de sus mas importantes razones de existir que han sido el judaísmo y la causa del Estado de Israel. Habían transcurrido apenas dos o tres años de la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días y ya se desarrollaba una agresiva campaña anti israelí que bajo la consigna del anti sionismo, envenenaba a las Izquierdas del mundo con el antiguo y feroz antisemitismo de la Rusia Zarista heredado por la Unión Soviética. Todo había cambiado en ese inmenso país con la revolución bolchevique, menos el odio ancestral a los judíos que ahora esparcían por el mundo con su propaganda, y que los partidos comunistas y otras Izquierdas, se encargaban de repetir.
Marianne fue el motor para crear con otros adultos contemporáneos del momento, un grupo de estudios y acción, que se entrenara para escribir y debatir a favor del Estado de Israel. No sé a quién se le ocurrió darle un nombre que lo hacía parecer como una logia o una sociedad secreta !El Grupo X UNO! Dita era miembro imprescindible del grupo, con su apoyo para todas las iniciativas que surgieran.  
Pero allí no comenzaban ni terminaban  sus aportes a la causa del joven Estado Judío: desde muy joven casi con el nacimiento mismo del Estado de Israel, Dita fue activista de diferentes organizaciones e iniciativas relacionadas con el judaísmo venezolano y con Israel. Su encuentro con el amor de su vida -su único amor- con quien ha celebrado ya  sesenta y un años de feliz vida conyugal, se debió precisamente a que siendo una niña de apenas catorce años de edad, trabajaba con una organización de jóvenes judíos llamada KADIMA, como secretaria, recaudadora de fondos, organizadora de festejos y eventualmente una choferesa que violaba la ley por no tener licencia de conducir. La idea de ese grupo era reunir a la juventud judía que estaba dispersa por causa de sus orígenes. Y fue así que un día un joven ashkenazí estudiante de medicina, llamado Abraham Krivoy llevó a una reunión de Kadima, a un joven de origen mizrahí u oriental, estudiante de ingeniería, llamado Salomón Cohen Levy. 
Dita y Salomón boda
Boda de Esther “Dita” Kohn y Salomón Cohen
No se si el flechazo fue inmediato pero lo que si es cierto es que aquel joven moreno y apuesto, estaba destinado a ser, hasta el día de hoy, no solo el novio, esposo y padre de sus seis hijos, sino además el compañero inseparable de Dita, la causa primaria de su felicidad y también de sus desvelos. Por suerte la felicidad ha sido inmensa y los desvelos menores.
El homenaje que hoy se le rinde a Dita es por su contribución a la actividad teatral en el país. La actriz y directora de teatro Marta Candia, con la que Dita fundó el Grupo Prisma, ha escrito lo siguiente: Dita ha ayudado a tanta gente…ha sido siempre tan refinada y generosa…siempre persiguiendo la excelencia en los montajes de Prisma y en todos los gestos que hizo ayudando a otros de infinitas maneras….en el teatro y en la vida real   “Honor al que Honor merece….” Fue la productora más importante que tuvo el teatro judío en Venezuela….no solo en cantidad de obras sino en calidad y por el compromiso asumido en la escogencia de textos dramáticos. Porque los textos eran aprobados por Dita, por su identificación en las más puras manifestaciones del hombre: el deseo de libertad y el oprobio a los regímenes esclavizantes e ignorantes de los derechos humanos.
No fue solo Prisma sino también las obras que produjo o participó en la producción a través del Espacio Anna Frank y otras instituciones. Las personas que recibieron su generosidad recuerden su sonrisa y su palabra amable y trascendente”.
Muchos se preguntarán por qué una economista a quien un marido y seis hijos le dejaron poco espacio y tiempo para dedicarse a su profesión, decidió un día que la promoción teatral era algo importante para su realización personal. Una vocación que debía atender y satisfacer. Un sueño que realizar. Habría que remontarse a lo que la misma Dita ha contado de su infancia y juventud para entenderlo. 
Vivió en una casa llena de libros en la que se reunían amigos de sus padres y jóvenes con inquietudes intelectuales, para discutir sus lecturas. Perteneció a una familia profundamente judía, no en el sentido religioso del término, sino de pertenencia a un pueblo milenario con una cultura también milenaria. No por azar llamado El Pueblo del Libro. En la casa de Mote Kohn y Nulka Wager,  la cultura judía flotaba en el aire y la respiraban a diario sus hijas Marianne y Dita. Si bien el teatro no estaba entre las prioridades de aquellas inquietudes literarias, y los padres no parecían aficionados a esa disciplina artística, Dita lo fue desde niña quizá sin tener conciencia plena de ello. Su escuela primaria estaba situada muy cerca del Teatro Nacional a donde con frecuencia escapaba con su hermana Marianne y otras amigas, para ver los ensayos de algún espectáculo desde un escondido palco. El acceso era posible gracias a la complicidad de su amigo Zigie Rieber. Un poco más allá estaba la Radiodifusora Venezuela, a la que llegaban connotados artistas del cine mexicano, cantantes y orquestas para hacer presentaciones en vivo y con público. Quienes hayan visto la película Radio Days, de Woody Allen, entenderá la importancia que tuvo la radio en las personas de nuestra generación, una relación afectiva que nunca pudo ser sustituida por la televisión.
Dita películas preferidasPara completar este cuadro de vocaciones tempranas, la abuela materna era fanática del cine y todos los días iba con las nietas Marianne y Dita a ver las películas más populares de la época, las rancheras con Jorge Negrete y Pedro Infante, las lacrimógenas con Sara García y las de la época de oro del cine argentino en las que destacaban dos actrices judías, Paulina Singerman y Amelia Bence.
Dita era desde aquellos tiempos una gran declamadora y lo es todavía. Es un placer oírla recitar los poemas que aprendió en la niñez y nos causa  sana envidia a sus coetáneas incapaces de recordar situaciones y hechos que ocurrieron hace apenas una semana.
Y como estaba predestinada para dejar una huella, una impronta en el teatro venezolano, su primer montaje lo hizo en la escuela primaria. La historia era así: Simón Bolívar estaba pasando una noche en San Mateo y dormía en una hamaca sobre unas almohadas; junto a él dormitaba un muchacho encargado de atenderlo y cuidarlo. De pronto, Bolívar se despertó y tuvo ganas de tomar café, pero al ver que el joven se había quedado dormido, le dio lástima despertarlo y fue solo a preparárselo. Cuando regresó, encontró un puñal clavado en las almohadas. ¡Alguien lo había intentado apuñalar y había salido corriendo!. Dita cuenta que ante la novedad de su obra, decidieron montarla en el colegio y todo el mundo le prestó cosas: en el colegio juntaron las dos mesas que se utilizaban en las  reuniones de profesores para hacer el escenario; su mamá le dio ropa de la lavandería que tenían en la casa, para hacer el vestuario, el abuelo unas babuchas azules que convirtieron en botas. Ese fue su verdadero inicio en el arte teatral.
Muchos años después Dita tuvo que imponerse en su propia familia para dedicar tiempo y esfuerzos a su pasión por el teatro. A sus hijos no les agradaba ver a su mamá en esas lides y aunque Salomón tampoco era muy entusiasta, no puso objeciones y le hizo ver a sus hijos que debían respetar el deseo de su mamá de hacer algo que la llenaba de satisfacción. Hay un viejo chiste judío en el que tres madres hablan -como es natural- de los hijos. Una alaba las excelencias del suyo que quiere ser médico, la otra se explaya en alabar al suyo que aspira ser ingeniero. La tercera dice que su niño quiere ser rabino. Las dos amigas se asombran ¿Acaso esa es una profesión para un joven judío? Mutatis mutandis pudiéramos preguntarnos todos si el teatro es una actividad normal o apta para una señora judía, que debemos repetirlo, tenía un marido, seis hijos y además comenzaba su dilatada trayectoria de abuela
Recordemos aquí que el teatro judío tiene una historia tan antigua como su pueblo. En tiempos inmemoriales se trataba de representaciones bíblicas. Luego, con la conquista de las tierras de Israel por los griegos, se sumó la tragedia griega. En el exilio en Babilonia, el teatro judío evoluciona con las dramatizaciones del Libro de Esther. A partir de la Edad Media, la festividad de Purim y los disfraces, estuvieron en el centro de las representaciones judías, acompañadas de música y cantos.
Yiddish TheaterEl teatro idish, que fue esplendoroso, nació en Rumania. Su creador fue Abraham Goldfaden quien fundó una compañía itinerante que viajaba por Rusia y otros países de Europa. Si alguien pensaba, como el padre de Franz Kafka que el teatro es un género menor y el teatro idish una muestra de ordinariez, hay que recordar el mismo Kafka fue un entusiasta de ese género. Asistía de manera asidua a las representaciones de una compañía de actores polacos en el Café Savoy, de Praga, y en sus diarios se explayó acerca del valor de esas obras.  
El teatro judío en lengua idish alcanzó cotas de grandeza en Nueva York y en Buenos Aires. No en balde fue una judía Juana Sujo quien fundó prácticamente el teatro moderno en Venezuela. Y varios dramaturgos judíos figuran como estrellas en la historia del teatro venezolano: Isaac Chocrón y Elisa Lerner, ambos Premios Nacionales. Moisés Kaufman triunfante en Nueva York, y Johnny Gavlosky. La exposición itinerante “Una huella en el teatro venezolano”, presentada por Espacio Anna Frank, hace honor al aporte que miembros de la comunidad judía de nuestro país le han hecho al teatro como espectáculo y como creación literaria.


Esther Dita Cohen


Con estas breves notas históricas, he querido poner de relieve porqué la pasión de Dita por el teatro tiene mucho que ver con su ferviente amor por la cultura y las tradiciones judías. Voy a transcribir sus propias palabras sobre el primer montaje que hizo el grupo PRISMA, que Dita fundó. Cito:

 “Marta Candia trabajaba en Buenos Aires en la fábrica de Galletas Bagley como programadora de computadoras; a la par estudiaba teatro que era su vocación real. Llegó a Venezuela como actriz para participar en el montaje de Las Criadas, de Jean Genet, y aquí se quedó. Su idea era presentar seis episodios de la obra de Bertolt Brecht titulada: Terror y Miserias del Tercer Reich; cada uno de ellos reflejaba una situación cotidiana de aquel tiempo inmediatamente anterior al Holocausto.  
Aunque Marta Candia era prácticamente una hippyusaba vestidos largos, sandalias y vendía artesanía en el Ateneo—, yo tuve la intuición de que esa muchacha merecía la oportunidad de hacer lo que ella quería y como a mí también me apasionaba el teatro y aquella obra tocaba ese punto de la exclusión de los judíos, que siempre me ha mortificado, pues decidí que había que montarla. Y cuando a mí me entra algo en la cabeza soy más fuerte que el demonio; cuando quiero hacer algo tengo que hacerlo. Le pedí entonces que me explicara con exactitud para qué necesitaba el dinero que pedía. Ella había conseguido en Rajatabla que le prestaran una suerte de urna porque uno de los episodios, titulado «El Cajón», se desarrollaba en torno de ese cajón cerrado con clavos en cuyo interior había un muerto por tortura; pero necesitaba además un teléfono, una silla, una mesita, un abrigo de pieles, una maleta y sobre todo dinero para poder pagarle a quienes trabajarían allí. Recuerdo que tenía muy buenos actores: el argentino Ricardo Lombardi, quien se dedicó luego a la dirección teatral,  la uruguaya Ada Nocetti, Lili Amiel, entre otros, y la misma Marta representaría el monólogo de «La Mujer Judía».En este momento me acuerdo sobre todo de los dos que más me impresionaron: «La mujer judía» y «La cruz de tiza». En este último episodio se muestra cómo se descubría y delataba a los «enemigos» del régimen y la forma en que se marcaba a los judíos con una cruz blanca en la espalda para que la gente los maltratase, para que no les vendiesen alimentos o los tumbaran cuando estaban haciendo una cola. En el caso de «La Mujer judía», cuyo argumento me conmovió mucho, la protagonista era una judía que estaba casada con un prestigioso médico alemán. Ella aparecía en escena haciendo su maleta para marcharse y realizaba varias llamadas para anular los compromisos que tenía ese día, para pedirle a la cuñada con mucha preocupación que cuidara al marido porque ella temía que quedara muy mal tras su partida, para despedirse de una amiga y explicarle lo terrible que erapara ella dejarlo y cómo habría de convencerlo de que no la siguiera, ya que seguramente él insistiría…  Las razones de su partida eran claras: si él no se divorciaba de ella, perdería, en principio, su cargo como Jefe de Sala. Frente a una silla, la mujer ensayaba el modo en que se despediría de su esposo Fritz en cuanto llegase. Finalmente él abría la puerta, ella le explicaba que estaba haciendo la maleta para irse por un par de semanas y le pedía que le pasara el abrigo de piel que no necesitaría sino hasta el próximo invierno. Él se lo entregaba diciéndole que le parecía bien que se marchara… Después de aquel parlamento bellísimo que daba cuenta de todo el amor que ella sentía, pues él respondía con esa indolencia.
La sonrisa de DitaPara comenzar, tomé un teléfono de mi casa, rojo, que se destacara en escena. Luego le pedí prestada a mi tía Nusia una sillita de bronce —que por supuesto le devolví ¡aunque con mucha lástima porque me la quería quedar!—. Me llevé también una mesita japonesa muy bella, negra con rosas. Por cierto, Marta la tuvo en su casa mientras vivió en Venezuela, pero cuando se fue a Canadá la recuperé y se llama la mesita de «La Mujer Judía». Agarré un abrigo mío que por fuera era de gamuza y por dentro de pieles; lo volteamos y ahí estaba el abrigo de piel. ¡Ah!, y también le llevé una maleta muy bonita y una cartera. Del resto, necesitaba como unos dos mil quinientos bolívares para pagarle a actores y técnicos. Yo me pregunté, ¿será que le robo a Salomón de los bolsillos? Ja, ja, ja. ¡No! Pero sí le dije que necesitaba unos doscientos bolívares más semanalmente porque quería ayudar a montar una obra de Brecht contra el antisemitismo… y por ahí logré convencerlo.Finalmente compré unas cornetas para poder distribuir mejor el sonido pues el espectáculo se desarrollaba en toda la sala del teatro. Marta logró montar seis pequeños escenarios en uno solo; cada uno estaba cubierto con un trapo negro y cuando un episodio terminaba, ella tapaba ese escenario y descubría la próxima escena. La obra fue presentada en el teatro Luis Peraza en 1979 y a mí me fascinó. En el estreno, cuando comenzó el episodio de «La mujer judía» lo primero que me preguntó Salomón fue: «¿Qué hace mi maleta allí?». El caso es que al ver cómo una muchacha que solo había estudiado actuación hizo ese montaje con nada, me entusiasmó la idea de trabajar con ella y hacer algo por el teatro”. (Fin de la Cita)

PRISMA montó muchas obras no relacionadas con la temática judía, entre ellas: El triciclo, Fernando Arrabal (1980)
Los siameses, Griselda Gámbaro (1981)
El cero transparente, Alfonso Vallejo (1982)
El beso de la mujer araña, Manuel Puig (1983)
El archivo, Tadeus Rosewicz (1983)
El gorro de cascabeles, Luigi Pirandello (1984)
Sarah y el grito de la langosta, John Murrel (1984)
Háblame como la lluvia y déjame escuchar, Tennessee Williams    (1985)
Más allá de la vida, Johnny Gavlovski (1986)
La pasión lorquiana, versión Marta Candia (1986)
El Romancero Español,  collage (1987)
Altamar, Slawomir Mrozek (1987)
El placer de ser honrado, Luigi Pirandello (1988) 
El cementerio de automóviles, Fernando Arrabal (1988)
Niu York, Niu York, Luis Chesney (1989)

Dita recuerda que fue una gran sorpresa y una inmensa satisfacción para PRISMA cuando en 1984 obtuvieron el primer premio dentro del marco del Festival Pirandello -un festival en el que participaba la flor y nata del teatro venezolano- con la obra El gorro de Cascabeles. No pudieron presentarla en Italia, a donde estaban invitados, por falta de recursos.
Sin embargo, en agosto de 1980, Dita consiguió con personas amigas los pasajes y viáticos para traer al país al Teatro Nacional de Israel Habima con un montaje en yidish: Jojme Ligt Keshene (¿lo pronuncié bien?.) Fue una hazaña porque se trataba de cincuenta y cuatro personas con un container de vestuario. El montaje fue extraordinario y muy exitoso.
PRISMA, con el entusiasta patrocinio de Dita Cohen, fue no solo una compañía teatral sino una escuela que formó actores, directores, escenógrafos y otros profesionales del hecho teatral. Llegó  sin embargo el momento de decirle adiós a ese sueño que Dita convirtió en realidad, pero que amenazaba con transformarse en pesadilla por la cantidad de trabas  y escollos que debió enfrentar.
Después de esa experiencia invalorable, Dita fue presidenta de la Comisión de Cultura de la Unión Israelita de Caracas. Estas palabras se harían interminables si enumero lo que significó su presencia siempre activa y creadora al frente de esa responsabilidad. Sonia Silzer podrá explicarlo mucho mejor que yo.
Luego le ha tocado ser el pilar fundamental de una institución que día a día gana respeto y prestigio en la convulsionada Venezuela de estos tiempos, como es Espacio Anna Frank, creada para promover la convivencia y el respeto a las diferencias de cualquier índole.
Hoy le hacemos un homenaje a Esther Dita Kohn de Cohen por sus aportes  al teatro venezolano. Pero habría que hacerle uno cada semana de un año y quizá no alcanzarían, para reconocer y agradecerle el mero hecho de su existencia como ser humano excepcional.  En Dita se encierran no solo las virtudes de la generosidad, la solidaridad, el amor al prójimo y demás mandamientos bíblicos, sino también una inteligencia fuera de serie para ser el eje de una familia como pocas.  6 hijos, 23 nietos y no se si ya son 23 o 24 los bisnietos, que se aman, se compenetran, se respetan y tienen un alto sentido de la responsabilidad y de la calidad humana. Varias de sus nietas siguen hoy los pasos de Dita en importantes obras de acción social.
Salomón y Dita
Salomón y Dita
Salomón ha sido indispensable para que Dita haya realizado la mejor obra de su vida, que es su familia pero Salomón no habría podido ser la persona que es,  sin el complemento de Dita.
Sólo me resta formular votos porque tu presencia entre nosotros, querida Dita, se prolongue por varias décadas más y que siempre tengas salud y energía para que continúes regalándonos tu alegría de vivir, de servir, de ayudar y de compartir.


Paulina 16


Paulina Gamus*
Hebraica (Caracas) domingo 19 de octubre de 2014
*Abogada y política venezolana





Gentiuno
23 de octubre de 2014

Fuente: Gentiuno

"El grupo", artículo de Carlos Giménez, Revista Primera Fila, Caracas, febrero 1985

Gabriel García Márquez dijo de "El Coronel" de Carlos Giménez: “No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente” / declaraciones sobre la versión y puesta en escena de Carlos Giménez de “El Coronel no tiene quien le escriba”, México, agosto 1989

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Absolutamente emocionante pero de veras. Yo no leo ninguno de mis libros después de que se publican, no los leo por miedo, por miedo de  que algo no me guste y quisiera cambiarlo (…) El Coronel no tiene quien le escriba no es la excepción. Yo no la leo  desde que se publicó sin embargo  hoy la viví completamente otra vez como cuando la escribí. De veras no esperaba que fuera tan emocionante, tan conmovedora para mí y tengo la impresión de que para el público también porque me di cuenta de que todo el mundo quedó en suspenso desde la primera palabra hasta la última. No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente”. 
Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
Mexico, agosto 1989



"No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.” 
declaraciones después del estreno, México agosto 1989


Pepe Tejera y Aura Rivas







Mariana Rondón continúa triunfando con “Pelo Malo”: “En mi infancia creía que el cine era una sola película, El Submarino Amarillo”/ entrevista de viviana marcela iriart, Buenos Aires, 22 de octubre de 2014

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Mariana Rondón Foto: Javier Etxezarreta /Efe


 “…yo entendí que lo que pasaba era que la película estaba viendo al espectador, que las reacciones del espectador dependían de su  experiencia personal”



 





·        Jurado en el Festival de San Sebastián (donde el año pasado ganó la Concha de Oro) junto a  Nastassja KinskiOleg SentsovReinhold VorschneiderFernando BovairaVlad IvanovEric Khoo y    Marjane Satrapi, y donde  compartió con estrellas como Denzel Washington, Pedro Almodóvar, Antonio Banderas, Charlotte Gainsbourg, François Ozon … Mariana Rondón llegó a Buenos Aires para recibir el Premio Argentores, dar conferencias y estrenar Pelo Malo (30 de octubre).

·         “Pelo Malo”, dirigida y escrita por ella y  producida por Marité Ugás,  ya  ganó  13 premios internacionales desde su estreno el año pasado: San Sebastián, Cannes,  Montreal, Torino,  Argentina, Viña del Mar, Puerto Rico, Grecia, Marruecos, y  se vendió en 32 países. Está protagonizada por  Samantha Castillo y Samuel Lange.

·        Mariana Rondón es directora, productora, guionista y artista plástica. Estudió Cine en Francia y Cuba. “Pelo Malo” es su tercera película después de “Calle 22” (cortometraje), “A la medianoche y media (2000), co-dirigido con Marité Ugás, y “Postales de Leningrado” (2007). En total ha recibido más de 60 premios internacionales.  

·         Como artista plástica realizó Llegaste con la Brisa presentado en diferentes ciudades del mundo y en las Olimpiadas de Beijing (2008). Como productora fundó, junto a Marité Ugás, Sudaca Films y produjo “El Chico que Miente (2011), dirigida por Ugás, y prepara “Contactado”, de Marité Ugás, para el 2015.


“No soy ni una persona ni una artista de las certezas”






Son las cuatro y media de la tarde y Mariana Rondón está dando entrevistas, desde la mañana, a los medios más importantes de Argentina: impresos, televisivos, radiales. Raro, y qué bueno,  que una película latinoamericana convoque tanta prensa. Algo tiene ese “Pelo Malo”. A la hora de mi entrevista Mariana está con un periodista. Se acerca Erica Denmond, amabilísima encargada de prensa de la distribuidora de la película en Argentina, a disculparse por la demora. Después de mí la esperan otras entrevistas y una función privada con debate  a las 8:30 p.m.



Marité Ugás, productora, y Mariana Rondón, directora-guionista,   San Sebastián 2013




Mariana es de una sencillez, simpatía y alegría arrolladora. Durante la hora que duró la entrevista pasamos de la risa a la carcajada y viceversa. Sólo unos segundos su rostro se nubló un poco.  Creo que la risa de Mariana es su escudo y detrás de él podemos ver un dolor que la atraviesa de punta a punta, como el Guaire a Caracas, profundo y nauseabundo.  Y ella, como una alquimista, logra que veamos al río cristalino y perfumado como cuando nuestras abuelas se bañaban en él y hacían picnics en sus orillas.
Pero el dolor sigue allí.
Porque Mariana es una sobreviviente.
Y esta es su historia, la de sus películas, la de su arte.
Y es también un poco la historia de América Latina.




Samuel Lange, Samantha Castillo y Mariana Rondón


 “Nada está perdido si tenemos el valor de reconocer que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.” Julio Cortázar





Marité Ugás y Mariana Rondón recibiendo la Concha de Oro, San Sebastián 2013




Para empezar, Mariana, quiero decirte que no quiero preguntarte sobre la situación política de Venezuela, aunque me duela tanto, porque no quiero que la política tape al arte. Y tampoco quiero preguntarte porqué siempre filmas con las mismas mujeres ni porqué tu productora está integrada sólo por mujeres, porque si fueras hombre nadie te haría preguntas tan estúpidas. Dicho esto, comencemos. Acabas de ganar el premio Argentores en Argentina y el año pasado ganaste la Concha de Oro en San Sebastián, además de muchos otros premios importantes. ¿Cómo te sientes?
Bien, súper bonito. ¿Sabes qué? El reconocimiento como que hace falta (se ríe), uno lo agradece, uno lo quiere. Ahora, también me ha pasado una cosa con la película y es que a veces los premios van peleados con el público, no necesariamente responden a lo que pasa con la película y el público. Pero en este caso está pasando también con el público, entonces esa sensación de poder encontrarte de verdad y sentir como el público está afectado, está conmovido, está impresionado por la película también es maravilloso, ¿sabes?
Me contó Erica que ayer tuviste una función muy emocionante, que la gente no dejaba de lloraba.
Súper emocionante. Estaba repleta la sala, la gente se estaba yendo ya y prendieron la luz y dijeron que yo estaba allí y fue muy cómico porque todo el mundo se quedó parado. Entonces fue una conversación de 600 personas  pero todos parados, y  unos me hablaban sin micrófono, otros pedían el micrófono, otro me hablaba desde lejísimo. Pero fue súper bonito porque además me preguntaban cosas importantes de la película.
¿Qué les impactó tanto?
Les impactaba el dolor que había en la película. Y me decían por qué tanto dolor y yo les dije que en parte era el dolor que yo estaba sintiendo cuando hice la película. Yo sentía y siento, ahora te explico por qué, un agobio de ver cómo los seres humanos somos tan torpes y avanzamos hacia las imposibilidades.
Mariana, no vi tu película y no me queda claro leyendo la sinopsis, viendo el tráiler, escuchando tu discurso cuando ganaste en San Sebastián, de qué va la película: si es contra el racismo, contra la discriminación sexual o contra nada,  (Mariana se ríe) ¿de qué va la película?
Mira, te voy a contestar con lo que dije ayer en el foro. Yo pensaba que estaba haciendo una película sobre Venezuela y no desde  el lugar de acusar, reivindicar, no, sino diciendo: a mí lo que me está pasando es esto, más allá de la verdad de todo el mundo. Lo concreto es que hay un dolor aquí y no logro conseguirle un lugar donde vea esperanza. Entonces lo que me pasó mostrando la película por el mundo, es que me di cuenta de que no es un problema solamente venezolano. Resulta que el mundo está así, entonces ahora tengo un poquito más de angustia que cuando comencé la película (se ríe).
Pero niña, tú no eres Dios, tampoco tienes que andar cargando con el dolor del mundo sobre tus espaldas.
(Ríe) No, no, ojo tampoco me voy a hacer la víctima, la estoy pasando bien pero también ha sido confrontar y ver que el mundo está lleno de fracturas. Y la película por eso va de muchas cosas, por eso la película hace eco. Porque cuando yo decidí hacer la película era sobre la absoluta y urgente necesidad de respetar las diferencias, de respetar al que piensa distinto, al que cree distinto, al que es distinto.
¿El que el niño sea afro-venezolano es una circunstancia o estás haciendo una denuncia del racismo en Venezuela?
No, fíjate que no es una denuncia.
¿Lo elegiste por casualidad?
No, por casualidad no, porque también tú sabes que el “pelo malo” no es una casualidad en Venezuela, la gran mayoría tiene el pelo malo aunque no sea negro, que es además la combinación más interesante de Venezuela. Cuando yo me meto a hacer Pelo Malo no es porque estoy hablando sólo de los negros, estoy hablando del gran mestizaje que tenemos. Y si estamos tan mestizos, si estamos tan complejamente mezclados, ¿por qué no respetar las mezclas? Pero al mismo tiempo, por ejemplo, en la película la mamá no acepta que el niño quiera alisarse el pelo y eso también es un no respeto, no permitir que te alises el pelo. Tampoco hay que respetar todas las tradiciones. Yo creo que hay que respetar las necesidades individuales, creo mucho en la construcción de la identidad que puede ser la de un país, pero también la individual. También las necesidades de cada individuo son importantes. Y entonces como no le hago juicio a mis personajes y dejo espacios abiertos para que cada espectador se pueda parar ante la película y verla desde su experiencia personal, es que la película va de muchas cosas, y depende un poco del lugar en que se encuentre el espectador cuando la ve.
A mí me ha pasado en Washington, en una sala llena de negros, que la película para ellos es sobre el racismo. Pero si la sala está llena de gays es sobre la homofobia. Pero si la sala está en Estambul es sobre religión, política y fundamentalismo. Y si es en Francia se arma una pelea entre hombres y mujeres por si las mujeres son o no así, si una madre puede ser así o no. Entones lo que para mí es fascinante del trabajo que hicimos es cómo el abanico se abrió y está hablando de las diferencias y del respeto, pero para todo el mundo.
¿Y tú imaginabas esto cuando comenzaste a escribir el guión?
Yo me propuse eso, pero  me sentía completamente incapaz de lograrlo (se ríe) .
¿Y cuando terminaste el guión también sentiste que eras incapaz?
Sí,sí, para mí fue una gran sorpresa lo que pasó cuando proyecté la película por primera vez en Francia, sin terminar, en un festival de Cine en Construcción que se hace para conseguir dinero para terminar las películas. Y eran unas 5 películas que habían escogido, pasaba una película y decían: “bueno, tienes que mejorar el montaje, pon la música…” Y yo estaba muy nerviosa porque estaba yendo con un corte menos elaborado que las otras películas,  estaba muy lejos de estar lista, no tenía maqueta de nada, estaba muy cruda.  Y dije: aquí muero, me van a matar. Y pasan la película y se arma una discusión brutal, pero la gente estaba hablando de su mamá, de su tío, de su primo. Yo decía: ¿qué está pasando aquí? esto está muy mal, esto está grave.   Porque además las peleas en la sala era violentísimas, salían todas las diferencias entre las personas y eran todas personas de la industria del cine de muchos países, acostumbrados a ver cine. Yo no entendí lo que estaba pasando y salí de la sala y me persiguió una persona que trabaja en un festival muy importante y me dice:  “Eh, Mariana, no estás mal ¿no? ¿sabes lo que acaba de pasar?” Y dije: no, bueno, súper complejo, súper conflictivo esto. Y él me dice: “No, tú no entendiste lo que pasó. Y yo: ¿Qué pasó? Y él me dice: “Que triunfaste, que la gente está hablando de sus problemas personales y si una película pone a la industria a hablar de sus problemas personales es que acabas de hacer una película muy buena, así que vamos, no te deprimas y vete a tomar unos vinos que esto está muy bien. Y si antes de que llegue mi festival no estás en otro, en el mío estás, ¿ok?” (ríe)
Qué divino.
Claro, él me dijo eso y te juro que yo seguía sin entender sus palabras, porque es un momento muy perturbador cuando muestras una película que no está lista y se arma aquel caos. Yo seguía sin entender lo que había pasado pero empecé a tener alguna idea, porque inmediatamente recibí 5 ofertas muy importantes de agentes de venta y la película no estaba terminada. Entonces me regresé a  mi casa y seguí haciendo mi trabajo igual que lo había hecho hasta ese momento, porque en el festival nadie me había dicho que modificara nada. Cuando la estrené en el Festival de Toronto fui más consciente de lo que estaba pasando, porque ya el primer día varios distribuidores la tomaron. Y en este momento la película se ha estrenado en 32 países,  en Francia salió con 50 copias, en Brasil le fue buenísimo, en Italia…
Yo me enteré del éxito de tu película por mi amigo  Luis Sedgwick Baez,  crítico que cubre el festival de Toronto, porque tú sabes que en América Latina nos cuesta mucho ver nuestro cine  e incluso  tener noticias de él.
Sí, es más difícil, aunque lo estamos logrando, traer la película a América Latina que al resto del mundo. Hay una distribuidora que se llama Aura Cine que decidió tomar la película, pero sin embargo es un camino siempre muy difícil, muy complejo estrenar en Latinoamérica. Estoy hablando de un cine de autor, claro.
Mariana, me da la impresión de que “Pelo Malo” es un pelo muy bueno para ti, como si fuera tu consagración internacional. Porque te vi en la Televisora Española como jurado del Festival de San Sebastián y me dio una alegría enorme y dije: ay, esta niñita que  yo conocí con sus primeros cortos (Mariana ríe) ¡está al lado de Nastassja Kinski, un ícono de mi generación!
Y de la mía también, porque yo soy una de las adoradoras de París-Texas.
Entonces cuando te vi ahí dije: Mariana triunfó,  ¿lo sientes así?
Sí, conocer a la protagonista de París-Texas es cerrar un ciclo en la vida. (Reímos a carcajadas).
¿Sientes que has llegado ya?
No, no, imagínate.
¿No? ¿No sientes que a partir de ahora va a ser más fácil filmar?
No, no creo que vaya a ser más fácil.
¿No se te abrió ninguna puerta cuando ganaste San Sebastián?
Sí, sí, claro que sí, claro que hay más respeto, gente que antes seguía de largo ahora te pregunta que proyectos tienes (ríe), pero yo creo que el tipo de cine que yo hago es un trabajo de hormiguitas y que se sigue haciendo en lo íntimo, en lo privado y austeramente. Porque lo otro es creer que hay un estado superior de esto. No, acá hay  una industria que está muy lejos de mí, con unos mecanismos industriales muy grandes y  por el otro lado estamos los directores que tratamos  de construir poco a poco un proyecto.
¿No se te abrió o tú no quieres abrirte a la industria?
No, no  (se ríe) yo estoy abierta a lo que sea. Pero yo creo que el punto fundamental es que una tiene además que contar con su espacio propio, con su  país y eso  no sé cuán abierto esté (ríe).
Es decir que tú sientes que si no cuentas con el apoyo de Venezuela no puedes filmar.
Siento que es muy complejo, claro, muy complejo.
Conseguir dinero en el resto del mundo es muy difícil.
Es muy difícil, sí, porque el resto del mundo lo necesita también.
¿Incluso después de ganar San Sebastián y tantos otros premios?
Sí, hay más respeto, claro, y yo imagino que cualquier proyecto que yo presente ahorita va a tener una atención mucho más grande que la que tenía antes pero no es: ya, llegaste. No.
No es que ahorita te ofrecen 10 millones de dólares.
No, nadie, nadie, ¿dónde están? ¡Avísame por favor! (ríe a carcajadas).
Y en Venezuela cuando la estrenaste, ¿qué pasó?
Fue muy interesante. La película estuvo 5 meses en cartelera, y para una película como esta eso es muy difícil, al final quedó en  3 cines pequeños y la gente no dejaba de ir. Hicimos un poquito más de 240 mil espectadores, que también es un buen número. Claro, estaba en simultaneo con una película comercial que hizo 2 millones de espectadores, entonces mis 240 mil suenan chiquitos, pero son dos universos completamente distintos, eso yo lo tengo claro, a lo mejor la gente no lo tiene muy claro pero yo sí  y me parecen buenísimos los números que hicimos. Pero sobretodo me pareció buenísimo lo que ha pasado con la película desde dos lugares, por un lado están los críticos de cine que escriben y ya, y  por el otro el público. Y lo que pasó con Pelo Malo es que desde una ama de casa hasta un historiador, un filósofo, un sicólogo, sobre todo los sicólogos, se dedicaron a escribir sobre “Pelo Malo”. Hubo muchísimos artículos en Venezuela, también hubo una crítica internacional enorme, pero lo mágico es que en Venezuela tanta gente se ha dado a la tarea de escribir y reflexionar sobre “Pelo Malo”.
¿Y el público?
Ahí voy, por otro lado en las salas de cine parece que no  había función que no terminara sin pelea, sin conflictos, “¡yo no soy así!”, “¡claro que eres así!” (ríe). La polémica interna de lo que es reconocerse, de la identidad, de a qué te pareces, a qué no te pareces, cómo te comportas…
¿Te gusta que pase eso?
Claro que me gusta, me gusta mucho y me llaman mucho la atención algunas reacciones del público. Me pasó a mí, le pasó a la actriz, que nos encontramos con alguien que nos decía con mucha bronca: “no me gustó, esa película es mala”. Y yo decía: “Ok, no te gustó, está bien, es mala, cuéntame porqué es mala”. Y las respuestas: “¡es que es uno termina muy triste!”  “no hay esperanza, a mí no me dicen qué van a hacer”  “yo no me pude terminar de comer las cotufas” (reímos). Entonces, cuando comienzas a analizar a la gente que dice “no me gustó”, descubres que esa gente  lo que estaba era profundamente dolida, que no le gustaba haber sufrido. A mí me cambiaron la perspectiva esos comentarios. O gente que me decía: “yo no entiendo por qué dicen que “Pelo Malo” es violenta, eso no es violento nada, además no pasa nada en esa película”. Eso habla de unas personas que viven en unos contextos donde han asumido y han decidido que esa violencia es natural, entonces eso es muy fuerte. Empezar a ver esos signos, empezar a descubrir esas cosas ha sido increíble.
Me pasó de ir a un foro donde había muchos sicólogos y la gente se paraba y decía: “yo que la he visto por tercera vez”… guau, “yo que la he visto por cuarta vez”, ¿qué pasa aquí? Al fin dije: “miren señores la próxima ronda va por mi cuenta, se los suplico, yo se las enseño, yo se las regalo, pero no la vean 4 o 5 veces porque eso me pone muy nerviosa” (reímos a carcajadas).  Y pasó algo muy bonito que me ayudó a entender la película. Una sicóloga se paró y empezó a hablar, primero muy normal y después empezó a sacar una furia dentro de ella y se descubrió como homofóbica, se descubrió como racista, estaba diciendo todo eso y toda la sala estaba como súper espantada y yo pensaba: “¿qué  hago?” Porque a ella le estaba pasando algo  personal con la película, estaba sacando sus problemas personales bien grandes, porque ella no me estaba contando a mí la película, ella me estaba contando a mí sus problemas. Cuando ella terminó lo único que se me ocurrió decirle fue: “mira, aparte de tú ver la película la película te estaba viendo a ti.”
Qué lindo.
Cuando yo le dije eso la mujer se derrumbó y después tuve que consolarla durante horas y yo entendí que eso era verdad, que lo que pasaba era que la película estaba viendo al espectador, que las reacciones del espectador dependían de su  experiencia personal.
Mariana, ¿y no te agota eso?
Sí, no sabes cómo… pero me hizo reflexionar y entender mucho el sentido ético de esto. De que hay que cuidar mucho el trabajo que haces, porque además tienes que contener al espectador y no siempre vas estar ahí para poder atenderlo tú.
Pero esa no es tu obligación.
Claro que no, pero sí hay que reflexionar sobre el sentido ético del cineasta y cuando haces una película,  de saber cuidar…. No tienes que dejar de contar lo que tienes que contar ni cómo lo tienes que contar pero… En “Pelo Malo” hay una secuencia final que para mí es muy importante,  que yo no la quería y que la editora dijo: “o la pones o yo renuncio”. Y como era la productora también me estaba poniendo en un problema grave. “Si tú no pones esa imagen yo no sigo en la película porque es fundamental, porque tú tienes que darle una posibilidad al espectador cuando esta película termina de que respire”. Yo no quería. Al final pactamos y la escena quedó ahí  y ahora todos los días yo se lo agradezco, porque hay muchos espectadores que de lo único que se pueden agarrar para levantarse es de esa imagen del final.
Mira Mariana, ¿y no se ocurrió escribir un artículo explicando “Pelo Malo” para que los espectadores y espectadoras  no tengan que ir a llorar a ti o decirte “¡no me gustó!” y todas esas cosas?
(Se ríe) Mira, llevo dos días pensándolo, de que me oficio es el oficio  del abismo, de la duda, de la incertidumbre, de trabajar con el dolor y con el alma …Y ahora entiendo la dimensión de cada palabra. Pero yo soy una artista que necesita la duda, las contradicciones, poder sobrevivir yo con mis contradicciones y un día sentir una cosa y otro día sentir otra, pero no soy ni una persona ni una artista de las certezas. No. No las tengo. Y de repente terminas envuelta en universos y mundos donde….
Donde tú caíste por casualidad.
¡Sí! Y tú dices: pero si yo mañana te voy a decir todo lo contrario de lo que te dije hoy y va a estar bien y tiene que estar bien, porque así soy yo como ser humano y de eso se trata mi obra.
Mariana, ¿por qué elegiste ser cineasta? ¿Elegiste tú al cine o el cine te eligió a ti?
No, yo lo elegí y también el abandono del cine lo he elegido yo. Pero no es dejarlo sino saber que hay cosas del cine que no me gustan tanto.
¿Qué?
A mí no me gusta del cine, y mira mi contradicción, su excesivo amor por las certezas, por las técnicas, por su verdades únicas. Pero entonces lo que hago para escapar del cine es que soy artística electrónico ¡y hago robots! (ambas reímos). Y cuando hablo con los ingenieros ellos son dogmáticos con los tornillos, y es que con los tornillos tienes que ser dogmático porque si no están derechos no entran en la tuerca. Entonces es cuando dices: mira, pero el dogmatismo tiene una razón de ser y un sentido en un espacio, ¡pero no en todos!
Ok. Pero eso no me dice por qué elegiste el cine.
Yo elegí el cine porque había gente en mi familia cercana al cine pero sobre todo lo elegí por la vida que me tocó llevar y cada diez minutos yo pensaba: “pero es que esto podría ser una película.” Y era una vida con mis padres que… yo no sé si tú pudiste ver  “Postales de Leningrado”….
No, pero me interesa mucho que me hables de esa película.




“…es un comic porque si mi única referencia era el Submarino Amarillo, ¿cómo más la iba a hacer? Con El Submarino Amarillo y con la canción que más me gustaba a mí que era la de Batman, porque la única canción que yo escuché hasta que crecí  (...) era “Hasta siempre Comandante” ...”





Bueno, esa película comienza como empezó mi vida. Mi mamá está en las guerrillas de Lara, baja a Barquisimeto a dar a luz, llega al hospital, nazco y resulta que fui el primer bebé que nació un día de las Madres en Barquisimeto. Y como allí no pasaba nada más importante que eso nos han sacado en primera plana del periódico a mi mamá y a mí, en una foto (sonríe) . Bueno, desde ese día empezamos a huir. Desde ahí hasta los 6 años más o menos que vino la Pacificación con Caldera…
¿Tu mamá se fue a la montaña?
No, estaba en la ciudad todo el tiempo conmigo… no había casa, nos movíamos de un lado al otro, siempre en la clandestinidad, con  nombres falsos…
¿Tú eras consiente de lo que estaba sucediendo?
Sí, bastante consiente. El otro día yo conté una barbaridad, que cuando yo me peleaba con mi papa  lo amenazaba diciéndole  que iba a decir su nombre de verdad en la tintorería, o sea  ¡lo amenazaba con delatarlo! (reímos). Y de eso trata la película, de cómo construir una identidad falsa.
¿Y cuándo pasaste a ser Mariana Rondón?
Cuando la Pacificación.
¿Y trabajaste en terapia esa infancia tan dolorosa?
No, por eso un muy buen amigo cuando hice “Postales de Leningrado” me dijo: “Mariana, era más barato ir para terapia, porque gastaste un dineral haciendo esa película”, aunque realidad fue poco.
¿Y cuándo comenzaste con la idea de escribirla?
Desde chiquita, porque uno de los pocos lugares de escape que tenía, de intimidad, era cuando nos dejaban a mí y a mis primos en la Cinemateca, para que nos entretuviéramos un rato. Pero siempre se equivocaban y nos llevaban a ver la misma película, entonces vimos Submarino Amarillo, no sé, unas 200 veces. Por eso en mi infancia creía que el cine era una sola película, El Submarino Amarillo,   y la primera vez que entré y no estaban pasando el Submarino Amarillo yo dije: ¡no, esto no es cine, vámonos que esto no es cine! (carcajadas de ambas). Entonces, claro, al ver el Submarino Amarillo yo siempre pensaba, después, un poquito más grande, y mis primos también, que teníamos que hacer una película y empecé a ver que cada historia podía ser una película y durante mucho tiempo yo dije: no, yo no estoy preparada para hacer esa película, porque tenía todavía una idea pomposa de los fundamentalismos heroicos guerrilleros (sonríe). Hasta que un amigo me dijo: “Mira, Mariana, esa película nunca te va a funcionar, nunca te va a salir y por supuesto nunca vas a estar preparada si no te metes tú dentro de ella, si no eres un personaje de la película”. Y eso me cambió completamente la perspectiva. Y la película es un desmadre total, porque no está contando la historia de ninguna guerrilla sino que  está contando una historia de cómo reconstruir la memoria y es una historia sobre el miedo, de cómo se aprende el miedo. (Una sombra de tristeza cruza por un instante el rostro siempre alegre de Mariana)
¿Fue doloroso escribir el guion?
No, pero un día recordé una escena cuando vino la Pacificación y dijeron: “todos van a quedar libres”  y mi mamá dijo: “yo no porque yo me fugué”. Porque antes de que yo naciera mi mamá cayó presa y se fugó. Entonces mi mamá dijo: “a mí no me va a llegar la Pacificación, yo voy a tener que cumplir la condena anterior y después voy a salir”. Entonces hizo una maleta y nos fuimos, ella se entregó y nos metieron en un cuartico durante horas…
¡¿Tu mamá se entregó?!
Bueno sí, se entregó porque era el momento de la Pacificación y le dijeron: “tú estás absuelta de estos cargos pero tienes que cumplir la condena anterior, tienes que estar en la cárcel, ir a juicio”… Era un proceso casi que rutinario, ¿no? Ella lo hizo y nunca se separó de mí. Yo tenía unos 5 o 6 años. En ese cuarto nos tuvieron horas y horas y después nos llevaron a la cárcel de Los Teques, era de madrugada, nos hicieron esperar en la puerta a que abrieran y entráramos. Ese instante de esperar en la puerta…. cuando recordé ese instante que yo no lo recordaba dije: ah, yo de lo que estoy hablando es del miedo. Esa escena no está en la película, esa es mía, es la que yo me guardo, pero ahí supe que una de las cosas de las que yo quería hablar era del miedo. Claro, la película es absolutamente juguetona porque mis padres son absolutamente juguetones y me enseñaron a jugar con todo (sonríe), y esa es una marca mía, yo juego, construyo juguetes, me dedico a los juguetes.
Pero perdóname, ¿y tu mamá quedó presa?
Sí, quedó presa y yo estuve un tiempo con ella, a veces salía con mi papá, a veces volvía con ella. Las presas políticas podían tener a sus hijos y los podían tener en su propia celda.
¡¿Estuviste presa de niña?!
Sí, sí, por eso yo a los 12 años me retiré de todas las militancias, después de ese expediente ya me podía retirar (se ríe y me hace reír). Ayer me preguntaban y yo decía que no me interesa ninguna militancia, yo no creo en eso.
A pesar de la tragedia  leí que hiciste la película como un comic.
Sí, es un comic porque si mi única referencia era el Submarino Amarillo, ¿cómo más la iba a hacer? Con El Submarino Amarillo y con la canción que más me gustaba a mí que era la de Batman, porque la única canción que yo escuché hasta que crecí y me pude comprar mis discos, era “Hasta siempre Comandante” de Carlos Puebla. Si yo no estaba adoctrinada, nadie más iba a estar adoctrinada. Entonces le dije al músico de la película que me hiciera una versión de “Hasta siempre Comandante” pero con la música de Batman (reímos). El tipo se me quedó viendo así (pone cara de incrédula) y me dijo: “Mariana, ¿te sirve el Avispón Verde? Porque yo a Batman no le llego”. Y yo: ¡dale, Avispón Verde! (carcajadas de ambas).  Y después se nos unieron un montón de rockeros mexicanos e hicieron una versión maravillosa.  Entonces para mí  fue buenísimo porque fue cerrar con cariño y con displicencia, sin pomposidad, esa relación con todo ese mundo y con todo ese universo, con absoluto amor y crítica.
¿Y tu mamá y tu papá vieron la película?
Sí, la adoran. Mi mamá la había visto como 15 veces  y vuelve a verla y hay una escena, y esto es genial, donde la niñita le pregunta a su mamá: “Mamá, ¿y si a ti te matan qué hago yo?”.  Y  mi mamá se da vuelta y me dice: “¿Tú sabes que tú me preguntabas a mí eso?”  y  yo dije: esta no ha visto nada, esta entra en la película y quien sabe que le pasa. Entonces le dije: ¿y qué te pasa mamá con la película? Y ella me dice: “es que cuando nombran a mi mamá”, es decir a mi abuela, “yo ya no la veo más, yo ya no me doy cuenta que más está pasando.” Imagínate (ríe). Entonces todos mis actores me dicen que yo soy medio sicóloga.  De repente la vida te pone en situaciones donde aprendes a descubrir y … mi papá era jefe de inteligencia de las guerrillas y yo creo que él simplemente me transfirió esos mecanismos que hay que tener para protegerse, que es observar al otro y saber cómo se mueve el otro y tal. Y durante muchos años yo me he dedicado a bloquear esos mecanismos para no estar cuidándome  de nadie y por eso termino haciendo tonterías y diciendo barbaridades a la prensa, porque no me quiero cuidar, no me quiero cuidar más, yo quiero decir lo que me de la gana y equivocarme, y si me equivoqué me equivoqué y si no me equivoqué y eso es un problema, bueno, es un problema, pero eso no tendría por qué ser grave.
¿Y cómo recibió el público “Postales de Leningrado”? Porque no recuerdo que haya muchas películas en Venezuela sobre la guerrilla.
No, no hay y en ese momento, 2007, no teníamos las posibilidades que tenemos ahora con la Ley del Cine, sin embargo la vio mucha gente, unas 40 mil personas, que en esa época era muchísimo. Era una película muy extraña para Venezuela en ese momento. Después se hicieron otras películas, no con el tema pero sí como que copiaron  la forma en que se hizo la película.
¿No hubo polémica como con “Pelo Malo”?
No, con “Postales de Leningrado” la gente fue muy respetuosa.
¿De tu dolor?
Respetuosa del universo. Yo creo que también había un reconocer que estábamos hablando de un espacio de la memoria y creo además que yo hice la película  con mucho respeto, aunque también “Pelo Malo” la hice así  y no han sido tan respetuosos. Pero el público en general fue muy generoso.
¿Escribir una novela de “Postales” no te gustaría?
¡Ay no! Ahí sí que te voy a contestar como me contestó  mi mamá cuando le dije que iba a hacer “Postales de Leningrado”: ¡Ay Mariana, no, que aburrido, quien va a querer hablar de eso!” Y yo seguí adelante. Y cuando estrené “Postales de Leningrado” ese mismo año salieron en todo el continente películas muy parecidas, la mía es una generación como que necesita hablar de ese tema, de lo que le pasó.  A mí me pareció súper interesante hablar de eso, saber si yo quería seguir haciendo cine después de esa película.
¿Y quisiste?
Sí, sí quise seguir haciendo cine… (ríe a carcajadas).





“…la exposición es un laboratorio clandestino donde cada 12 segundos se está tratando de crear a un nuevo ser mitológico, una nueva combinación genética”



Has hecho pocas películas en 20 años. ¿Es porque no consigues la plata o porque te interesan otras cosas?
Las dos cosas. Hice la primera película y dejó de haber fondos en Venezuela para filmar, fue muy difícil, no se conseguía nada. Cuando hice “Postales de Leningrado” había 3 centavos y me dijeron “tómalos o déjalos”, los tomé y no estafé a todo el mundo pero tuve que pedir ayuda y filmar con tan poco dinero que era casi una estafa, pero si no lo hacía así ya no iba a volver a filmar porque pasó mucho tiempo, pasaron casi 7 años para que yo pudiera volver a filmar. En ese camino, en ese durísimo camino antes de filmar “Postales…” yo me dije: no puedo limitarme al cine, porque para mí hay necesidad de muchos mundos y de muchas maneras de hacer cosas y el dinero no puede ser un inconveniente. Dije: bueno, voy a empezar por robarme cosas, y entonces iba por la calle robándome cosas e hice una instalación que era un policial: Y Yo que la quise tanto.  Era una escena del crimen y tú tenías que encontrar las pistas de cómo había ocurrido ese crimen. Entonces lo que hice fue agarrar el cine y meterlo dentro de una sala de museo, en el Museo de Arte Contemporáneo. Y todos los días me llamaban porque alguien había dañado la obra, entonces yo iba y…. la habitación donde había transcurrido el crimen era muy cutre y  cada vez que yo pasaba por ahí le escribía alguna frase muy obscena en la pared. Entonces el Museo estaba muy nervioso porque estaban dañando la obra  (se ríe), entonces me mandaban a ir todos los días y cuando llegaba era que habían descubierto una de mis frases obscenas (carcajadas de ambas). Pero también pasó que había un momento en que se veía una pareja haciendo el amor y un día yo llego y digo: qué raro que no se descubre la imagen, ¿qué pasa?, voy atrás y descubro que habían puesto un tirro tapando el sexo (no puede dejar de reír) de los personajes.
¿Censura?
Sí. Pero no sabemos si fue el vigilante, si fue la curadora, si fue el jefe del Museo, no sabemos quién fue, fue una censura misteriosa.
¿Y el crimen lo resolvió alguien?
No, pero había fanáticos adolescentes que se quedaban el fin de semana entero.
Guauu, movilizaste a los jóvenes.
Sí, es muy gracioso porque dicen que yo hago cine elitista e instalaciones populares, taquilleras, porque siempre me pasa que las instalaciones se vuelven una emoción muy grande para la gente. Hice  eso y descubrí que tenía un mundo por delante y que si no había plata para hacer cine yo tenía mucho que hacer todavía.
¿Y con eso podías vivir?
Ah no, con ninguna de las cosas que yo hago se puede vivir. Sin embargo yo vivo. Entonces no hay problema (ríe). Esa instalación tenía muchos elementos eléctricos que los resolví yo como a ojo. Entonces me metí a trabajar en un nuevo proyecto y ese proyecto se tomó 10 años. Si una película es trabajosa, con ese proyecto me metí en un terreno que jamás imaginé. Para poder financiarlo comencé a hacer proyectos e iba consiguiendo distintos apoyos. Conseguí una beca en México y estuve un tiempo trabajando en un departamento de robótica. Después, siempre en México,  me pidieron una sinopsis, entregué 10, me pidieron 20, entregué guiones junto con mi socia, Marité Ugás, y  nos contrataron como directoras y estuvimos filmando aquí en Argentina una serie de televisión para Estados Unidos. Se llama Post-Data y yo no sé cuál fue su final, pero pude vivir de mi trabajo y me dejaron escribir los guiones, dirigir, trabajé con actores maravillosos mexicanos y argentinos. Y ahí fue cuando volví a Venezuela y dije: voy a hacer “Postales de Leningrado con lo que exista, y la hice como pude y me volví a ir a México y allí terminé “Postales…” y  filmé otra película para televisión. Entonces  guardé mis cosas en caja y dije: ya vengo, voy a estrenar “Postales de Leningrado”. Pero no volví. Dejé una casa armada porque nos dedicamos a filmar películas en Venezuela con Sudaca.  Marité filmó “El chico que miente” y  le fue muy bien afuera, la estrenamos en Berlín, e inmediatamente mientras estábamos haciendo la ronda de festivales yo empecé a escribir “Pelo Malo” y  la filmé.
¿Y ahorita la cosa está un poquito mejor?
Ahorita estamos preparando la película de Marité, que ella va a dirigir y yo producir.
Están teniendo una pequeña continuidad.
Sí, estamos teniendo una pequeña continuidad después de que tuvimos diez años durísimos para poder filmar otra vez, pero no malos para hacer robots.
¿Cómo son los robots?
Los  puedes ver en la página de Sudaca Films, allí están todos los videos,  o busca en   Vimeo el video “Llegaste con la Brisa”. Los robots se definen por su grado de libertad. Esto (hace un movimiento) es un grado de libertad. Y si un robot  puede hacer eso autónomamente se convierte en robot. Pero además tiene 8 programaciones independientes. Al principio  yo armé un robot con ruedas de bicicleta, de patín y después me busqué un ingeniero y ya al final lo hicieron los ingenieros, pero eso fue después de que hice toda la curva, que supe cómo era, de que aprendí a hacer circuitos. Entonces me fui con una maleta a un laboratorio en la Universidad Simón Bolívar y le dije a un profesor que necesitaba alguien que me ayudara a hacer ese robot pero sólido y él consiguió al profesor más desajustado que había en la Simón Bolívar y a su vez este  buscó a dos tesistas que tenían que terminar su tesis y no sabían qué tesis hacer. Y entonces tuve mis robots y realicé la exposición “Llegaste con la Brisa”, que por lo menos cada seis meses la presentaba en un lugar distinto. La última versión estuvo en las Olimpiadas de Beijing, la actividad cultura de las Olimpiadas fue una exposición de arte electrónico donde estaba toda la gente que se dedicaba a ese tipo de arte y viajé con mis ingenieros, estuvimos quince días, yo que no sé sumar,  restar ni dividir estaba allí y además después de todo esto terminé dando clases en la Simón Bolívar, una materia que se llama “Ingenio”. Y a partir de este proyecto cambiaron un poco la manera de evaluar a los profesores, porque el proyecto era muy práctico y ellos necesitaban datos teóricos pero como también venía acompañado de todo un concepto artístico… la tesis de grado terminó siendo enorme. Cuando la presenté en México la gente creía que yo era artista electrónico, nadie se imaginó que yo hacía cine. También la presenté en Francia, España, muchos países, en sus distintas versiones.
Qué curioso, Mariana, que pases del cine a robots, que es como lo opuesto.
Sí, pero te estoy hablando de la máquina, pero lo que pasa dentro de esa máquina, lo que hace esa máquina es por lo que yo empecé a hacerla. Lo que pasa es que me divertí tanto haciendo la máquina que casi que olvidé lo que pasaba adentro, y lo que pasa adentro es mucho más divertido. El robot  crea una burbuja de jabón de 2 metros de diámetro más o menos y dentro de ella yo proyecto seres transgénicos, combinaciones genéticos entre seres humanos y animales.
¿Y de dónde los sacas?
Los hago. Y para mí la exposición es un laboratorio clandestino donde cada 12 segundos se está tratando de crear a un nuevo ser mitológico, una nueva combinación genética, que para mí son las laboratorios genéticos que existen ahora. Esto no lo inventé yo, esto se lo escuché a una persona de la Comisión de Bioética de la Comunidad Europea, que le estaba contando a su sobrino que tenían que desmantelar laboratorios genéticos caseros donde los genetistas estaban tratando de crear un ser mitológico.
¿Y tus robots crean al ser mitológico o fracasan siempre o no lo puedes contar?
Hay una instancia donde están creados y hay otra, que es la que más me interesa, que es el accidente genético, porque yo creo que en unos años vamos a empezar a ver accidentes genéticos en las calles.
¿A ti te preocupa ese tema?
Ah no, a mí me encanta porque me parece un espacio creativo. ¿Por qué los genetistas están tratando de crear un ser mitológico? Porque lo hicieron los escritores, lo hicieron los pintores, los escultores. Antes fue con la piedra, con la arcilla, con la pintura, ahora es con la genética. (Erica nos pone el video y Mariana continua hablando sobre las imágenes). En esa instalación yo empiezo a jugar con las imágenes y a mezclarlas, a veces el pez tiene un ojo humano y hay un momento que es súper mágico que es cuando la burbuja se revienta y ese ser empieza a desvanecerse.
¿Cómo lo recibió el público?
Esto es totalmente hipnótico. Si yo quiero que la gente me quiera pongo esto. La gente lo único  que me pide es besarme, cosa que ya llega un  momento que es  insoportable (ríe). 
¿Cómo hiciste para hacer las burbujas?
Me tomé 9 meses haciendo la fórmula para que pudiera estirarse de esa manera, eso se llama tensión superficial.
¿Tú estudiaste ingeniería o algo parecido?
No, todo lo hice de guataca como se dice en Venezuela. Y todo pesa 500 kilos.
Mariana, eres guionista, directora, productora y artista plástica, ¿cuál es el medio con el que te expresas mejor?
Depende del momento. Pero hago producción sólo porque se necesita, no porque me guste, pero si yo no tuviera la capacidad de producir no podría hacer esto (se refiere a la instalación robótica).
Mariana, ¿qué te gustaría que pasara con tu vida artística? ¿Cuáles son tus sueños?
Hay tantas cosas que me gustaría hacer que necesitan de una investigación científica, desde ir al espacio… Porque el cine está más claro cómo se hace, en cambio esto es siempre un descubrimiento.
¿Y el cine no? ¿Cada guión no es una cosa nueva? ¿La respuesta del público no es una cosa nueva? Ahora que ganaste San Sebastián ya te aburriste, ¡pero chica! ¿qué es eso?
(Se ríe) No sé, debe ser que me gustan los retos, empezar otra cosa. Yo hice esto porque lo que yo quería era estudiar genética,  ese es el espacio creativo de este momento, la genética, porque es ahí donde vas a crear el futuro, pero dije no, que flojera ponerme a estudiar a esta altura. Y me tardé 10 años en terminar este proyecto, hubiera estudiado genética y estaría haciendo monstruicos yo.
Si crees en los  milagros y se te concediera uno, ¿qué te gustaría que te pasara en tu vida artística?
En lo personal me gustaría vivir sin miedo, de hecho yo decidí hablar del miedo porque sentía que el miedo se estaba aproximando, que el miedo estaba por venir. Pero en lo artístico me gustaría… a mí lo que más me gusta de la vida es tener aventuras, entonces me gustaría que lo nuevo que haga tenga mucho de aventura.  Ahorita estamos en el proyecto de Marité Ugás, del que no puedo hablar mucho porque es su proyecto y yo sólo soy la productora, pero que implica un grado de aventura, es un proyecto al que le hicimos una investigación documental y fue muy emocionante, entonces quiero meterme en esa aventura nueva.
¿Hollywood?
A mí me encantaría ir a hacer efectos especiales, ver cómo hacen los efectos especiales en Hollywood. Dirigir no es que me niegue, no,  pero ese no es mi objetivo fundamental, a menos que se me ocurra un proyecto que su lugar ideal sea Hollywood sí querría, pero como no lo tengo… Lo que pasa es que a mí me gusta la trastienda, me encantaría ver toda la maquinaría del Circo du Soleil, o participar en la creación del espectáculo de inauguración de las olimpiadas.
¿Qué director o directora te influenció?
Tarkovski. Él siempre será un eje. Yo soy más cinéfila que cineasta y  soy fanática de él.  (Piensa) Bergman… los italianos, por supuesto, que vi en mi adolescencia, después renegué de ellos y ahora los estoy apreciando de nuevo. Y además me pasó algo muy bonito  cuando presenté la película en Torino, que los críticos y el público me paraban y me decían: ¡Vero neorrealismo italiano el tuyo! Ok, aquí podría estar, pensé. Fue muy bonito porque me dieron el Premio de Guión de la Escuela Holden y me dijeron: “¿no te gustaría venir a trabajar acá en guiones?” y yo dije: guau, está bueno, suena bien, cuando tenga tiempo lo voy a pensar (ríe).
Mariana, fue una entrevista muy interesante. Muchas gracias.
No, gracias a ti.


Buenos Aires
22 de octubre de 2014

Cinco cartas inéditas de Cortázar a Ariel Dorfman por Andrea Aguilar, 22 de agosto de 2014, El País

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Dorfman mantiene una nutrida correspondencia con el escritor desde que se conocieron



El "azar de alguna mudanza" hizo temer a Julio Cortázar por el paradero de un ensayo sobre Rayuela titulado Omenaje que Ariel Dorfman le dio cuando apenas se conocían. Lo encontró, y se lo contó en una cariñosa carta que le escribió en junio de 1980 en la que le animaba a publicarlo —“hay allí tantas cosas vivas, tantos hallazgos bellísimos en todos los planos, que me apena que siga inédito”—. Esa misma epístola es una de las cinco que, más de tres décadas después de haber sido escritas, se ha encontrado el dramaturgo, escritor, poeta y profesor Dorfman “traspapelada en alguna caja escondida” en otra mudanza, esta vez en EE UU. El círculo o juego azaroso de mudanzas e inéditos encaja bien en el universo del autor de La casa tomada.
Se llevaban 30 años. Cortázar nació en Bruselas en 1914 con pasaporte argentino y Dorfman en Buenos Aires en 1942 aunque marchó de niño a Estados Unidos y más adelante a Chile. Y fue en ese país, en la toma de posesión de Salvador Allende donde se vieron por primera vez. Uno era invitado de honor, reverenciado escritor que triunfaba en todo el mundo; el otro, joven asesor para temas culturales del nuevo presidente cuyo Gobierno llenaba de esperanza a los intelectuales. El golpe de Pinochet truncó violentamente aquel sueño y llevó a Dorfman a París, donde frecuentó a Cortázar y arrancó una amistad que, como todas las que forjaba el autor deÚltimo round, dejó un largo rastro de cartas.
Ariel Dorfman en 2009. / ULY MARTÍN
Tantas fueron las que escribió a sus amigos Cortázar, a ser posible con un cigarrillo en la mano y escuchando jazz —"yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos"—, que ocuparon cinco volúmenes en la edición ampliada y corregida de 2012 de Alfaguara. La mayoría de las que mandó al autor de La muerte y la doncella quedaron incluidas en la antología, excepto estas cinco de 1980, 1982 y 1983. En ellas Cortázar habla de unas vacaciones planeadas con Ariel y su familia en México, después de que ambos participaran en el jurado de un concurso literario en Cocoyoc junto a García Márquez —"… pienso que nos sentiremos tan bien en nuestros bungalows que imagino un poco como los de las novelas de Conrad, aunque desde luego serán totalmente distintos…"—; se queja de la publicación de un texto suyo en Mercurio —"le avisé a la agencia Efe que si no desmienten o cesan de enviar textos a esos canallas yo dejo de colaborar con ella"—; le hace partícipe de su pesar tras la muerte de Carol —“vivo mal, hueco y perdido”—, y le agradece el contacto con The New York Times para publicar sobre Nicaragua. En estos últimos años crecía su compromiso político con los sandinistas. “Era muy modesto, al no contar que, además de crónicas sobre la causa de los Nicas escribió bellísimos cuentos en ese periodo”, recuerda Dorfman. “Nunca pude decirle adiós personalmente, darle ese abrazo que aún me falta. Pero cada vez que leo sus obras, él me da la bienvenida y me despide, sonriente y gigantesco y genial, y ese aliento tiene que ser inevitablemente suficiente”.

22 de agosto de 2014, 
El País / Fuente: El País




Julio Cortázar: "El niño de los cien años" artìculo de Juan Cruz, / Foto Sara Facio / El País, 26 agosto 2014

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El niño. Le dijo a Elena Poniatowska, en una de las cuatro entrevistas que tuvieron, que se sintió mal de niño: “Sí, yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o siete años. Recuerdo muy bien que mi madre y mis tías —mi padre nos dejó muy pequeños a mi hermana y a mi—, en fin, la gente que me veía crecer, se inquietaba por mi distracción o ensoñación. Yo estaba perpetuamente en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía interés para mi. Yo veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas, si puedo usar esa imagen. Y por eso, desde muy niño, me atrajo la literatura fantástica”.
La gente. Su primer libro importante, o ambicioso, Los premios (1960), está lleno de gente que se va en un barco, de Buenos Aires a Europa. Gente vulgar, todo tipo de gente. Tiene esta admonición de Dostoievski, nada más empezar: “¿Qué hace un autor con la gente vulgar, absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla interesante? Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad de verdad”. Para sintetizar a Dostoievski, así empieza Los premios: “La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he leído eso?”. Estaban en el London, la cafetería de Buenos Aires, en Perú y Avenida, y a partir de esa pregunta en la que intervienen los diablos, esa gente empieza a desvariar. El resultado es la locura, que es la razón envuelta en el misterio.
La noche. Ese desvarío de Cortázar y de su gente de ficción alcanza su cima en Rayuela (1964), que fue leída (que es leída) como un breviario de la soledad y la noche, un monumento literario al amor, a la extrañeza y al tiempo. Lo preside el juego, pues Cortázar quiere que lo leas como te dé la gana, pero si le quitas a esta inmensa cebolla literaria toda esa pasión lúdica que se le atribuye a Julio lo verás solo, despojado, hablando solo y de noche, en París pero también en Buenos Aires. Como si Rayuela hubiera sido escrita ante el espejo de un hombre solitario que convoca (como dice Dostoievski) a muchísima gente que, en este caso, se pregunta cuánto durará un niño. El niño se llama Rocamadour; los lectores de Rayuela solíamos vernos en esa criatura indefensa. Y en el niño no era difícil ver también la metáfora que Cortázar le atribuía a la infancia.
Momias. La recepción de Rayuela asombró a Cortázar, a su editor (y amigo) Paco Porrúa, porque entonces (son palabras de Juan Carlos Onetti) por el mundo literario había (no se han marchado) “infinitas momias”. Cuando Félix Grande le dedicó a Julio un número especial de Cuadernos Hispanoamericanos (octubre-diciembre de 1980) Onetti se lo dijo en una carta: “(… sin previo aviso, apareció Rayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo”. Quien no se asombró fue Luis Harss, el gran escritor argentino que provocó (con Los nuestros) el conocimiento de todos los que, alrededor de Cortázar, hicieron boom.
Jóvenes. Seguía Onetti con su entusiasmo secreto y veterano: “Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o menos que un entendimiento consigo mismo, al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad”. Esos jóvenes se pusieron en fila entonces. Pero luego, treinta años después, cuando Cortázar volvió a reinar en las librerías españolas, tras un interregno que inauguró su muerte (en 1984), otros jóvenes dieron varias veces la vuelta a la Fundación March de Madrid para escuchar jazz y palabras en honor de Julio Cortázar; para ese acontecimiento vino su viuda, Aurora Bernárdez, y el pintorEduardo Arroyo dibujó el capítulo 7 de Rayuela, que fue como un banderín de enganche de la ternura que hay dentro de ese libro de gente perdida en la noche. Ahora de esto hace veinte años, y Rayuelasigue como el papel fresco.
Usted. El editor que creyó en él, que lo condujo, fue Paco Porrúa, que desde hace rato vive en Barcelona. Estaban trabajando en la revisión deLos premios, era marzo de 1960, y él trataba a su editor todavía de usted. Y casi jugando llega a otro libro, que le ofrece. “Hace un par de semanas terminé la revisión de Los premios, que mandé ya a Sudamericana. Me acordé entonces de lo que me había dicho usted sobre los cronopios, y me puse a buscar esos papeles que andaban bastante desparramados por toda la casa, como corresponde a cosas de cronopios. Pero finalmente aparecieron, algunos salpicados de sopa y otros con evidentes huellas de taco de goma (…) Ahora que junté todos esos pequeños textos, y los estuvimos leyendo y criticando con Aurora, tengo la impresión de que no se excluyen de ninguna manera, aunque reflejan distintas épocas e intenciones. (…) Si sigue usted con ganas de publicar esas cosas, será cuestión de que primero me escriba diciendo con su franqueza habitual (y que es la razón (una de las razones) de mi simpatía por usted) los méritos y deméritos del bicharraco”.
Risa. Así se iban haciendo los libros; ante Plinio Apuleyo Mendoza (el escritor colombiano) se asombraba en París, cuando ya tenía 64 años y seguía pareciendo un niño de dientes separados, de la cantidad de libros que había publicado; tenía la certeza, decía, de que eso debía constituir un error, “no son míos”. Los iba haciendo así, como si fueran bicharracos pintados desde dentro pero con risa. Así hizo La vuelta al día en ochenta mundos (1967); con la ayuda de su amigo el pintor Julio Silva (que hizo la portada, los interiores) no sólo lo escribió sino que lo construyó, como quien dibuja una rayuela. Todo lo que tocaba o recortaba, todo lo que veía viajando o sentado, todo lo que le inspiraba el exterior, se convirtió en literatura. Como si el niño que siempre fue le llevara la mano y le hiciera recortables. Así hizo también, con las fotos tremendas de Antonio Gálvez, Prosa del observatorio(1972). En esos dos libros están sus descubrimientos y la gente, miradas para que permanecieran aún siendo vulgares, o extraordinarias.
Fin. El fin vino después de varias tristezas, la muerte de Carol Dunlop, su propia enfermedad. Mario Muchnik, su amigo y editor, lo invitó a su molino de Segovia. Cortázar podía ser circunspecto o alegre, pero en ambas actitudes conservaba la mirada del niño que fue, asustado o curioso. Aquí, sin embargo, en su último viaje español, su mirada era esencialmente la de la tristeza. Muchnik lo retrató en una fotografía inolvidable en la que Julio aparece escribiendo sin decir cómo le habían sobrevenido el tiempo con su noche. Aquel niño que fue siguió con él, un animalito metafísico buscando el hueco.

26 de agosto de 2014
El País / Fuente: El País



Julio Cortázar y Aurora Bernárdez juegan "Rayuela" en el cielo: adiós a la cuidadora del Gran Cronopio/ El País (España), La Nación y Clarín (Argentina) 8-9 noviembre 2014

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Aurora Bernárdez 2005 / Foto Ricardo Gutiérrez

Muere Aurora Bernárdez, viuda de Cortázar y clave en su vida literaria

por Juan Cruz, El País, 8 de noviembre de 2014


Se encargó de revitalizar toda la obra del gran autor con su amiga Carmen Balcells




Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, traductora literaria de Camus, Sartre, Durrell , murió esta mañana a los 94 años en un hospital de París. Había sufrido una caída el pasado viernes, al salir de una vista médica, como consecuencia de un accidente cerebrovascular. Estuvo casada con Cortázar desde los años 50, fue relevante en la escritura de sus primeros libros más importantes, incluyendo Rayuela; aparece en otros, como compañera fiel, como una memoria inteligente e infatigable. Tras su separación, en los años setenta, él vivió con otras compañeras, la agente Ugné Kurvelis y la fotógrafa y escritora Carol Dunlop; a la muerte de esta, en 1983, Cortázar enfermó gravemente. Fue Aurora Bernández quien lo cuidó hasta el final. Después del fallecimiento del autor de Todos los fuegos el fuego, fue Aurora Bernárdez, con su amiga Carmen Balcells, la que se encargó de revitalizar la obra del gran cronopio, que sigue siendo leído en todo el mundo de habla española como si nunca hubiera desaparecido. Esta y sus admirables traducciones (de William Faulkner, por ejemplo) son sus mejores obras, así como su capacidad para recordar y para contar con todo detalle lo que vivió junto a Cortázar y junto a otros grandes escritores del siglo XX.
Aurora Bernárdez fue la inteligente alegría, la fuerza de una memoria prodigiosa; ella hizo publicar las cartas de Cortázar, memorable empeño editorial, que ahora es un tesoro, sobre la vida del autor de Rayuela; de ella fue también la mano que siguió hasta el último instante la revitalización necesaria de la obra de este escritor capital en la vocación literaria iberoamericana de nuestros días.

Todo lo que pasó con Julio Cortázar como autor, tras la muerte triste en 1984, tiene que ver con esta mujer menuda y sonriente, que dejaba de sonreír cuando a su alrededor se decían majaderías o inexactitudes. Persiguió con sensatez la verdad sobre Julio, en contra de quienes alimentaron, con buena intención a veces, falsedades que ella consideró poco afortunadas. Quería que la gente supiera de veras quién fue Julio, desde que lo conoció en los años 50 del siglo pasado hasta que se separaron, sorpresivamente, y hasta que luego, en los últimos tiempos del autor de Rayuela, regresó a su lado para cuidarle después de que él perdiera a su ultima mujer, Carol Dunlop, y de que además perdiera la salud.
En todo ese tránsito a ella no se le escuchó ninguna palabra más alta que otra sobre su convivencia con Julio, y de manera milagrosa recordó no sólo los periodos que se mantuvo a su lado sino que tenía viva constancia de cosas que le ocurrieron a Cortázar cuando ya no estaban juntos. Con una constancia que se debe al amor, nunca interrumpido, ella retomó (con Carmen Balcells), en los años 90, la presencia de Cortázar en las librerías, abordó reediciones de libros que volvieron a tener vida y rescató del olvido (por ejemplo, el libro sobre Yeats) manuscritos perdidos o ediciones que se hicieron inencontrables cuando en España y en el mundo la mala memoria literaria había arrinconado a Cortázar a ser, únicamente, el autor de aquella famosa novela.
Simbólicamente, ella acompañó a muchos jóvenes escritores y lectores, en Madrid, en torno a 1994, cuando Alfaguara abordó esas reediciones de rescate, que pusieron otra vez a Cortázar al alcance de todos los gustos y de toda la gente. En los últimos tiempos, de la mano de Carles Álvarez y de sus amigos del Centro de Arte Moderno de Madrid, esa obra pasada y presente ha tomado una actualidad extraordinaria; en la Casa del Lector, del Matadero madrileño, se puede ver una exposición que expresa la vida de Cortázar como lector, montada por el citado centro de Arte Moderno; ahí está Cortázar leyendo y escribiendo, y viviendo después de haber sido declarado, estúpidamente, muerto para la actualidad literaria.
La persona que hizo posible ese rescate que dura hasta hoy y que perdura es Aurora Bernárdez, la inteligencia alegre que contaba sin perder jamás ni un punto y coma la vida de Julio. Cuando se recuperó a Cortázar, después de los años de olvido tras su muerte, se divulgó un eslogan, Queremos tanto a Julio; a la cabeza de ese pelotón numeroso e inasible estaba Aurora Bernárdez.

8 de noviembre de 2014
El País, España / Fuente: El País

Nota del blog: Aurora Bernárdez no era la viuda de Cortázar sino su primera esposa, amiga y albacea. La última esposa de Cortázar fue Carol Dunlop, que murió antes que él. 




Aurora 

por Julia Saltzmann, El País, 8 noviembre 2014


Julia Saltzmann, editora de Alfaguara en Argentina, y amiga personal de Aurora, refleja la personalidad de esta mujer.


No hay duda de que editar la obra de Cortázar es un privilegio, y una de las satisfacciones más grandes que me deparó el trabajo. Y ese privilegio tuvo una añadidura que no olvidaré: conocer y tratar a Aurora Bernárdez.

Veníamos comunicándonos formal y cordialmente por fax durante los primeros tiempos hasta que nos vimos en Buenos Aires en 2004. La primera impresión que tuve de ella es la que se mantuvo en el tiempo (y es que siempre supo ser muy ella, hasta el final): conversadora, curiosa, expresiva… y rigurosa. Sin duda sabía el valor de las palabras: todas las que decía tenían su razón de ser y esperaba lo mismo de su interlocutor.

Pequeña y activa, en su casa de París se movía de un cuarto al otro, de una planta a otra para atender a las visitas, para buscar un libro o mostrar una foto. Todos los días daba largos paseos, leía mucho y cumplía con su trabajo: el cuidado de la obra de Cortázar. Con Aurora, Carles Álvarez Garriga y Gabriela Franco editamos las últimas obras inéditas de Cortázar: Papeles inesperados, los cinco tomos de correspondencia, Clases de literatura y finalmenteCortázar de la A a la Z. Tuvimos en común la contracción al trabajo, el amor por la obra de Cortázar, la consideración del detalle, y aun a la distancia la manía de dar lo mejor. También puedo decir que nos divertimos en esa cofradía de cuatro.

La vi por última vez en el último marzo. Entusiasta como era, estaba empeñada en preparar una antología del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez, su medio hermano, y quería también salvar su biblioteca. Como siempre, esta mujer, que nunca usurpó protagonismo, tenía sus propios planes. Quien quiera conocerla mejor, asomarse a su vida, que ya es pasado, lea Cartas a los Jonquieres, o busque en Cortázar de la A a la Z la A de Aurora, y encontrará a la joven lectora, a la muchacha enamorada, a la mujer que supo jugar y supo cumplir. Un carácter. Una vida.


El País, 8 noviembre 2014

Fuente: El País





Adiós a Aurora Bernárdez, ángel guardián de Cortázar

por   | LA NACION, 9 de noviembre de 2014

La primera esposa y albacea del escritor, además de traductora, murió ayer a los 94 años en París, donde estaba internada desde el miércoles por un accidente cerebrovascular




París.-Aurora Bernárdez, la primera esposa de Julio Cortázar y su albacea literaria, además de notable traductora, falleció ayer a las 8.25 de la mañana hora de París, en el hospital Sainte-Anne, ubicado en el distrito XIV, donde estaba internada desde el miércoles, después de ser víctima de un accidente cerebrovascular.
"Cuando sucedió, se quedó como dormida y nunca se despertó. Se puede decir que se fue apaciblemente", dijo a LA NACION uno de los diplomáticos de la embajada argentina en París.
El funcionario fue a visitarla anteanoche, acompañado por la flamante agregada cultural en París, la cantante Susana Rinaldi.
En ese momento, ya había llegado al hospital su sobrina, Alejandra, hija de un hermano de Bernárdez, que vive en Barcelona y solía viajar con frecuencia a París. Anoche, junto con el abogado de la primera esposa del autor de Rayuela, era ella quien comenzó a tomar las primeras disposiciones sobre la inhumación y los procedimientos testamentarios.
Según Alejandra Bernárdez, a los 94 años Aurora se movía sola sin problemas, acompañada por el mismo chofer de taxi que la llevaba a todas partes. "El miércoles fueron al dentista. Fue al salir que se produjo el ACV. Fue el mismo conductor que la llevó hasta el hospital", relató la sobrina de la traductora y albacea.
Aurora vivía en un edificio de cinco pisos ubicado en la Plaza del General Beuret, en el animado distrito XV de París, en el mismo sitio en que había convivido con Cortázar antes de separarse. Sin familia en Francia, hacía tiempo que una dama de compañía compartía su departamento.
Hasta anoche, se ignoraban las disposiciones tomadas por la familia, que dio instrucciones a la Agencia Carmen Balcells -representante literaria de Bernárdez y Cortázar- de dar la información de su fallecimiento a través de un comunicado hecho público en Madrid.
"Lamentablemente confirmamos la noticia. Aurora Bernárdez ha muerto esta mañana a las 8.25 en París", afirmó el director de la agencia, Guillem d'Efak Fullana Ferré, en un comunicado difundido ayer por la mañana.
Algunas fuentes allegadas a la desaparecida traductora afirmaban en las últimas horas, sin embargo, que Aurora Bernárdez será inhumada en el cementerio de Montparnasse, donde está precisamente enterrado su ex esposo, Julio Cortázar. Ése es el sitio donde el personaje de Horacio arroja un papelito en el último capítulo de Rayuela.
"A la altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita, Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand, con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos", escribió su autor.
Por la intensa actividad que desarrolló durante medio siglo como traductora de los principales autores europeos y por su estrecha amistad con los escritores del boom, Aurora -como la conocía y la llamaba todo el mundo- se había convertido con el tiempo en un emblema de la colonia literaria latinoamericana de Francia.
Hija de padres gallegos -Francisco Bernárdez y Dolores Novoa-, vivió una parte de su niñez en Lugo, pero su familia regresó rápidamente a la Argentina, donde la joven estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se graduó de licenciada en Literatura. Fue hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez.
Aurora Bernárdez estuvo casada durante 14 años con el autor de Rayuela. La pareja de separó en 1967, pero su relación amistosa e intelectual perduró hasta la muerte de Cortázar, en 1984.
Después del fallecimiento de la segunda esposa de Cortázar, la escritora estadounidense Carol Dunlop, Bernárdez asistió a su ex marido durante su enfermedad, una vez que le diagnosticaran leucemia.
Aunque nunca tuvo una actividad literaria destacada al margen de la traducción, su conocimiento y sus opiniones tuvieron una enorme gravitación en la generación del boom. Además de formar una "pareja amorosa que sabía enriquecer constantemente su complicidad", como reconoció el director literario de Editorial Sudamericana, Francisco "Paco'' Porrúa, Cortázar la consideraba siempre como su lectora más exigente y aceptaba disciplinadamente los comentarios que formulaba sobre sus manuscritos. Nunca los entregaba a su editor hasta que no obtenía el imprimátur de Aurora.
El mismo Porrúa cuenta que, al terminar Rayuela, Cortázar le escribió: "El libro tiene un solo lector: Aurora". Luego, sin ningún pudor, le confesó que cuando ella "llegó al final se echó a llorar". Para él, sin necesidad de escuchar el menor comentario, fue la señal de que podía enviarlo al editor. 
9 de noviembre de 2014
Buenos Aires,La Nación
Fuente: La Nación




Murió en París Aurora Bernárdez, la primera esposa de Cortázar

Tenía 94 años.
Estaba internada en una sala de Neurología, tras haberse desvanecido en plena calle. Era custodia de la obra del genial escritor. 
Una pareja literaria. Cortázar y Aurora Bernárdez, en la juventud.

Aurora Bernárdez, la primera esposa y albácea de Julio Cortázar, murió hoy a los 94 años en París, donde estaba internada desde el jueves luego de sufrir un accidente cerebrovascular.
La muerte de Aurora se produjo a las 8.00 de París y fue dada por la editorial Pengüin Random House, que publica la obra de Cortázar. La mujer, que se encontraba internada en el servicio de neurología del hospital Sainte Anne, en la capital francesa.
La mujer fue hallada inconsciente en la calle y trasladada a ese centro de salud, que queda cerca de la casa que habitaba. Una sobrina había viajado desde España para cuidarla.
Aurora residía en la última casa donde vivió con Cortázar en París antes de separarse, en 1968. Es una casa de varias plantas que tiene muchas escaleras. En el último tiempo hizo instalar una silla mecánica que le permitía subir y bajar sin riesgo.
Aunque después de separarse de ella Cortázar vivió con la lituana Ugné Karvelis y más tarde con la estadounidense Carol Dunlop, Aurora Bernárdez y el escritor fueron amigos durante casi toda la vida. Ella lo acompañó cuando Dunlop se enfermó y hasta su muerte, en 1982. Luego, vivió con él desde que Cortázar se enfermó hasta que murió, en 1984. Por voluntad del autor, Bernárdez quedó como la única heredera de su obra publicada, dueña de su biblioteca –salvo los miles de libros donados a la Biblioteca Nacional de Nicaragua–, y con poder sobre sus documentos personales y manuscritos
Aurora supo darle valor a este legado. En colaboración con editores como Carles Alvarez Garriga, en 2009 editó en 2009 Papeles inesperados. Se trataba de eso, papeles hallados en su mayoría en una cómoda: cuentos desconocidos y otras versiones de relatos publicados, historias inéditas de cronopios y de famas, nuevos episodios de Lucas, un capítulo del Libro de Manuel, discursos, prólogos, artículos sobre arte y literatura, crónicas de viaje, retratos de personalidades, notas políticas, autoentrevistas y poemas, entre otras muchas páginas.
En 2000, Aurora preparó una edición de la correspondencia de Cortázar, que en 2012 ampliaría a cinco tomos. Y luego trabajó en  Cortázar de la A a la Z, un diccionario  biográfico ilustrado.
Aurora Bernárdez nació en Buenos Aires y se desempeñó como traductora. Tradujo, entre otras, obras de Gustave Flaubert, Italo Calvino, Vladimir Nabokov, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y William Faulkner. Conoció a Julio Cortázar en 1948, en el café Boston.
Vargas Llosa los vio juntos en 1967 y escribió: “La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura y su generosidad para con todo el mundo y, sobre todo, los aprendices como yo. Era difícil determinar quién había leído más y mejor, y cuál de los dos decía cosas más agudas e inesperadas sobre libros y autores.”

Fuente: Clarín




Susana Rinaldi recuerda a Julio Cortázar /entrevistas Alejandro Lingenti, La Nación, 3 noviembre 2013 y María Laura Avignolo y Nöel Smart, Clarín, París octubre 2014

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Susana Rinaldi y un homenaje a Cortázar

La cantante presenta a partir de hoy su espectáculo dedicado al escritor
Por   | Para LA NACION






Susana Rinaldi recuerda vivamente esa tarde lluviosa en París que la volvió a reunir con Julio Cortázar. Fue este año, en la Casa Argentina de la Ciudad Universitaria de París, que la convocó especialmente para que participe en un homenaje al famoso escritor argentino y terminó impulsando un espectáculo dedicado a rememorar la relación entre la Tana y el autor de Rayuela , forjada en la capital francesa a fines de los 70.
Cortázar era sobre todo un amante del jazz así lo certifican su cuento "El perseguidor" y las referencias a Bix Beiderbecke, Louis Armstrong y Fats Waller que los amigos de El Club de la Serpiente escuchan en Rayuela , pero, dice la propia Rinaldi, fue su inalterable curiosidad lo que lo llevó a relacionarse con el tango.
La Tana atesora, además, un recuerdo imborrable, el de aquella noche de fines de 1976 en el teatro D'Orsay con Cortázar sentado en primera fila escuchádola cantar. "Ese hecho marcó mi vida de muchacha de barrio y militante a los tumbos en un terreno que se presentó sembrado de oportunidades a través de aquellos que quisieron acompañar con su impronta de sabios conquistadores mi destino de cantante convencida en favor del tango y su misterio", escribió Rinaldi en un texto de homenaje publicado hace unas semanas por la revista electrónica Ensemble.
Para reafirmar la memoria, el afecto y la admiración por Cortázar, Rinaldi armó un espectáculo que tendrá cuatro únicas funciones en Clásica y Moderna, hoy, mañana, pasado mañana y el próximo viernes, a las 21. Cantará clásicos de su repertorio y tangos que interpretaba en la época de su tour parisiense, todo condimentado con un puñado de anécdotas que vivió con ese hombre al que hoy ella describe como "amable pero distante". La acompañará al piano su sobrino, el pianista Juan Esteban Cuacci, que ha trabajado con Raúl Lavié, Rubén Juárez, Sandra Luna, Juan Carlos Copes y María Nieves.
¿Es verdad que a Cortázar no le gustaba tanto el tango?
Sí, es verdad. Se quedaba con las figuras primordiales: Carlos Gardel, Agustín Bardi, Horacio Salgán, Enrique Cadícamo. Era fundamentalmente un amante del jazz. Por eso me llamó mucho la atención cuando apareció en mi vida. El primer encuentro fue en la casa de Pepe Fernández, un escritor, pianista y fotógrafo argentino que vivía en París desde los 60 y era amigo de Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y María Elena Walsh. Eso fue en el 76, pero yo supe que Cortázar ya me había querido conocer tres años antes. Pepe era amigo de muchos artistas argentinos que andaban por París, y en su casa también conocí a Héctor Bianciotti, otro escritor que me ayudó mucho en mis estadías allá.
¿Cortázar era tan huraño como dicen?
Sí, era un tipo seco, a pesar de esa cara de bebote que tenía. Su mirada era muy penetrante y cuando estuve por primera vez con él me intimidó un poco porque me miraba todo el tiempo. Él sabía de mí desde mucho antes de ese encuentro. Para muchos de nosotros, Rayuela era una lectura obligada. Yo estaba en la Escuela Nacional de Arte Dramático y ahí todos admirábamos muchísimo a Cortázar. Que ese mismo tipo me estuviera buscando era increíble para mí. Unos años antes me había pasado algo similar con Eduardo Mallea. En aquellos tiempos era común conocer a los grandes escritores y aprender de ellos. Esos encuentros me sirvieron para poder decir las mismas cosas que yo estaba diciendo en ese momento sin que sonaran banales. Cuando estudiaba teatro con Cunil Cabanellas, él nos alentaba a leer novelas, poesía, ensayos. Fueron años muy estimulantes para mí.
(...)
¿Qué cuenta pendiente tiene como legisladora?
Tenemos moratorias permanentes. Es difícil reunir quórum para tal o cual comisión, falta tiempo para dialogar en la Legislatura, pero me he sentido muy respetada ahí y no sólo por mis compañeros de bancada. El año que viene se va a inaugurar una escultura de homenaje a Cortázar en la plazoleta que lleva su nombre en Palermo, así como hemos impulsado homenajes similares a figuras como Roberto Goyeneche y Alfonsina Storni o la creación del Museo del Tango. Nuestro espacio político trabaja muchísimo y el respeto que me he ganado como artista me ha servido mucho para desarrollar mi tarea como legisladora. La educación, como dije antes, es un foco. Por eso lamento que Daniel Filmus haya quedado fuera del Senado. A él le debemos nada menos que la ley de educación federal.

LA TANA, SEGÚN LAS PALABRAS DEL ESCRITOR

Luego de conocer a Susana Rinaldi, Cortázar escribió un texto sobre la Tana que revelaba su fascinación por la cantante, que tenía por aquel entonces 40 años. 
"Susana sabe que el tango ha sido ante todo y sobre todo Buenos Aires, una música arrabalera como la java y el blues, un testamento urbano, su crónica de las noches de amor, de abandono y de muerte, su nostalgia de una felicidad imposible, su acta de pobreza sin esperanza de rescate. Con esa materia bastante primaria, esas palabras y esos aires limitados, Susana desviste el cuerpo a menudo vulgar del tango para mostrarlo en su más bella desnudez y, al hacerlo, muestra a los argentinos de Buenos Aires tal como son, vulnerables y reprimidos, tiernos y hoscos. En ella los tangos maltrechos por el desgaste del tiempo recuperan su esencia porque una gran artista los cambia", decía un fragmento de ese elogioso escrito.    También le dedicó un poema, que aquí transcribimos:

A la voz de Susana Rinaldi

No sé lo que hay detrás de tu voz.
Nunca te vi, vos sos los discos 
 que pueblan por las noches este departamento de París. 

Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro 
cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,
como después de andar de bache en bache 
acabás con ginebra en un boliche 
 murmurando la bronca del despiste.

No sé, ya ves, ni como sos, 
tengo las fotos de tus discos, gente 
que te conoce y te escribe, 
paredes de palabras con glicinas 
y vos detrás, inalcanzable siempre.

(Y esto que digo Susana 
es también la Argentina donde todo 
puede esconder la estafa si no sabemos ser 
como el farol del barrio, o como aquí sus tangos, 
 vigías de la noche y la esperanza).
Julio Cortázar, París  1973 o  1974

Alejandro Lingenti
La Nación, 3 noviembre 2013 / Fuente: La Nación


WebTV | Entrevista a Susana Rinaldi. Por María Laura Avignolo y Nöel Smart.


Susana Rinaldi:  "Julio Cortázar fue de una cálidez impresionante...(...) Un hombre serio, a veces extremadamente serio   pero con unos ojos y una mirada profunda (...)  Nunca fui ni seré peronista".


Fuente: Clarín



"A JULIO CORTÁZAR" por Susana Rinaldi

Leer aquí: Revista Ensemble

SUSANA RINALDI RECUERDA A JULIO CORTAZAR

Leer aquí: Revista Ensemble










Joan Baez: "Lifetime Achievement Award 2011" (Premio a la Trayectoria), Folk Alliance International, USA (video-biography)

Conferencia en la Universidad de Stanford sobre dramaturgia venezolana dictará la profesora Sonia M.Martin / El Universal, Caracas, 30 de agosto de 1999

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Sonia M.Martin 2013



Teatro venezolano en Stanford


Bajo el título Oh madre, ¡Coraje!, Sonia M.Martin, directora del Celcit de California Norte en Estados Unidos, ofrecerá una conferencia sobre dramaturgas latinoamericanas que dará a conocer algunas autoras venezolanas como Aminta de LaraXiomara MorenoViviana Marcela Iriart, entre otras. La catedrática Sonia M.Martin, chilena de nacimiento, vivió en nuestro país en la década de los ochenta, y fue una de las fundadoras del Círculo de Críticos de Teatro del país (Critven). 


Caracas, 30 de agosto de 1999

Fuente: El Universal

















Cinco cuentos de Fernando Sorrentino: El irritador, Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza, Reinserción en la sociedad, Corazones solitarios, Terapia exitosa

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El irritador


El 8 de noviembre fue mi cumpleaños. Me pareció que una buena manera de festejarlo consistía en entablar un diálogo con alguna persona desconocida.
Serían las diez de la mañana.
En la esquina de Florida y Córdoba detuve a un señor de unos sesenta años, muy bien vestido, con un maletín en la mano derecha y con cierto aire vanidoso de abogado o escribano.
—Discúlpeme, señor —le dije—, ¿usted podría por favor indicarme cómo debo hacer para llegar a la plaza de Mayo?
El señor se detuvo, me observó de pies a cabeza y me contestó con una pregunta ociosa:
—¿Usted quiere ir a la plaza de Mayo o a la avenida de Mayo?
—En principio me gustaría ir a la plaza de Mayo, pero, si tal cosa no fuera posible, me conformaría con ir a cualquier otro lugar.
—Muy bien —dijo, ansioso por hablar y sin haberme prestado la menor atención—. Tome hacia allá —señaló el sur—, y va a cruzar Viamonte, Tucumán, Lavalle...
Me di cuenta de que iba a encontrar placer en enumerar las ocho calles que yo debería cruzar, y entonces decidí interrumpirlo:
—¿Usted está seguro de lo que dice?
—Absolutamente seguro.
—Discúlpeme si dudo de su palabra —expliqué—, pero hace unos minutos un hombre con cara de inteligente me dijo que la plaza de Mayo quedaba hacia allá —y señalé en dirección a la plaza San Martín.
El señor se limitó a decir:
—Será alguien que no conoce la ciudad.
—Sin embargo, como le decía, era un hombre con cara de inteligente. Y yo, como es lógico, prefiero creerle a él, y no a usted.
Mirándome con severidad, me preguntó:
—A ver, dígame, ¿por qué prefiere creerle a él antes que a mí?
—No es que yo prefiera creerle a él antes que a usted. Pero, como le dije, ese hombre tenía cara de inteligente.
—¡No me diga...! ¿Y yo tengo cara de burro, acaso?
—¡No, no...! —me escandalicé—. ¿Quién dijo tal cosa?
—Como usted dijo que el otro hombre tenía cara de inteligente...
—Es que, en verdad, era un hombre con un rostro muy inteligente.
Mi interlocutor mostró alguna impaciencia:
—Muy bien, caballero —dijo—, estoy bastante apurado, así que lo saludo y me retiro.
—De acuerdo, pero ¿cómo hago para llegar a la plaza San Martín?
Hubo en su cara un breve gesto de contrariedad:
—¿Pero no me había dicho que quería ir a la plaza de Mayo?
—No: a la de Mayo, no. A la plaza San Martín quiero ir. Nunca se habló de la plaza de Mayo.
—En ese caso —ahora señaló hacia el norte—, tome por Florida, y va a cruzar Paraguay...
—¡Usted me está volviendo loco! —protesté—. ¿No me dijo antes que tenía que tomar hacia el lado opuesto?
—¡Porque usted me dijo que quería ir a la plaza de Mayo!
—¡En ningún momento hablé de la plaza de Mayo! ¿Cómo se lo tengo que decir? ¿Usted no entiende el idioma o todavía está medio dormido?
El señor enrojeció; vi cómo su mano derecha se crispaba contra la manija del maletín. Me dirigió una frase que es preferible no repetir y se puso en marcha con pasos rápidos y violentos.
Daba la sensación de estar un poco enojado.

1988






 Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarmecon un paraguas en la cabeza



Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza. Justamente hoy se cumplen cinco años desde el día en que empezó a pegarme con el paraguas en la cabeza. En los primeros tiempos no podía soportarlo; ahora estoy habituado.
No sé cómo se llama. Sé que es un hombre común, de traje gris, algo canoso, con un rostro vago. Lo conocí hace cinco años, en una mañana calurosa. Yo estaba leyendo el diario, a la sombra de un árbol, sentado en un banco del bosque de Palermo. De pronto sentí que algo me tocaba la cabeza. Era este mismo hombre que ahora, mientras estoy escribiendo, continúa mecánica e indiferentemente pegándome paraguazos.
En aquella oportunidad me di vuelta lleno de indignación: él siguió aplicándome golpes. Le pregunté si estaba loco: ni siquiera pareció oírme. Entonces lo amenacé con llamar a un vigilante: imperturbable y sereno, continuó con su tarea. Después de unos instantes de indecisión, y viendo que no desistía de su actitud, me puse de pie y le di un puñetazo en el rostro. El hombre, exhalando un tenue quejido, cayó al suelo. En seguida, y haciendo, al parecer, un gran esfuerzo, se levantó y volvió silenciosamente a pegarme con el paraguas en la cabeza. La nariz le sangraba, y en aquel momento tuve lástima de ese hombre y sentí remordimientos por haberlo golpeado de esa manera. Porque, en realidad, el hombre no me pegaba lo que se llama paraguazos; más bien me aplicaba unos leves golpes, por completo indoloros. Claro está que esos golpes son infinitamente molestos. Todos sabemos que, cuando una mosca se nos posa en la frente, no sentimos dolor alguno: sentimos fastidio. Pues bien, aquel paraguas era una gigantesca mosca que, a intervalos regulares, se posaba, una y otra vez, en mi cabeza.
Convencido de que me hallaba ante un loco, quise alejarme. Pero el hombre me siguió en silencio, sin dejar de pegarme. Entonces empecé a correr (aquí debo puntualizar que hay pocas personas tan veloces como yo). Él salió en mi persecución, tratando en vano de asestarme algún golpe. Y el hombre jadeaba, jadeaba, jadeaba y resoplaba tanto, que pensé que, si seguía obligándolo a correr así, mi torturador caería muerto allí mismo.
Por eso detuve mi carrera y retomé la marcha. Lo miré. En su rostro no había gratitud ni reproche. Sólo me pegaba con el paraguas en la cabeza. Pensé en presentarme en la comisaría, decir: “Señor oficial, este hombre me está pegando con un paraguas en la cabeza”. Sería un caso sin precedentes. El oficial me miraría con suspicacia, me pediría documentos, comenzaría a formularme preguntas embarazosas, tal vez terminaría por detenerme.
Me pareció mejor volver a casa. Tomé el colectivo 67. Él, sin dejar de golpearme, subió detrás de mí. Me senté en el primer asiento. Él se ubicó, de pie, a mi lado: con la mano izquierda se tomaba del pasamanos; con la derecha blandía implacablemente el paraguas. Los pasajeros empezaron por cambiar tímidas sonrisas. El conductor se puso a observarnos por el espejo. Poco a poco fue ganando al pasaje una gran carcajada, una carcajada estruendosa, interminable. Yo, de la vergüenza, estaba hecho un fuego. Mi perseguidor, más allá de las risas, siguió con sus golpes.
Bajé —bajamos— en el puente de Pacífico. Íbamos por la avenida Santa Fe. Todos se daban vuelta estúpidamente para mirarnos. Pensé en decirles: “¿Qué miran, imbéciles? ¿Nunca vieron a un hombre que le pegue a otro con un paraguas en la cabeza?”. Pero también pensé que nunca habrían visto tal espectáculo. Cinco o seis chicos empezaron a seguirnos, gritando como energúmenos.
Pero yo tenía un plan. Ya en mi casa, quise cerrarle bruscamente la puerta en las narices. No pude: él, con mano firme, se anticipó, agarró el picaporte, forcejeó un instante y entró conmigo.
Desde entonces, continúa golpeándome con el paraguas en la cabeza. Que yo sepa, jamás durmió ni comió nada. Simplemente se limita a pegarme. Me acompaña en todos mis actos, aun en los más íntimos. Recuerdo que, al principio, los golpes me impedían conciliar el sueño; ahora creo que, sin ellos, me sería imposible dormir.
Sin embargo, nuestras relaciones no siempre han sido buenas. Muchas veces le he pedido, en todos los tonos posibles, que me explicara su proceder. Fue inútil: calladamente seguía golpeándome con el paraguas en la cabeza. En muchas ocasiones le he propinado puñetazos, patadas y —Dios me perdone— hasta paraguazos. Él aceptaba los golpes con mansedumbre, los aceptaba como una parte más de su tarea. Y este hecho es justamente lo más alucinante de su personalidad: esa suerte de tranquila convicción en su trabajo, esa carencia de odio. En fin, esa certeza de estar cumpliendo con una misión secreta y superior.
Pese a su falta de necesidades fisiológicas, sé que, cuando lo golpeo, siente dolor, sé que es débil, sé que es mortal. Sé también que un tiro me libraría de él. Lo que ignoro es si el tiro debe matarlo a él o matarme a mí. Tampoco sé si, cuando los dos estemos muertos, no seguirá golpeándome con el paraguas en la cabeza. De todos modos, este razonamiento es inútil: reconozco que no me atrevería a matarlo ni a matarme.
Por otra parte, en los últimos tiempos he comprendido que no podría vivir sin sus golpes. Ahora, cada vez con mayor frecuencia, me hostiga cierto presentimiento. Una nueva angustia me corroe el pecho: la angustia de pensar que, acaso cuando más lo necesite, este hombre se irá y yo ya no sentiré esos suaves paraguazos que me hacían dormir tan profundamente.

De Imperios y servidumbres
Editorial Seix Barral, Barcelona  1972




Reinserción en la sociedad



Nuestra luna de miel transcurrió en Bariloche. Al atardecer de un sábado volvimos a Buenos Aires, deseosos de estrenar nuestro departamento de dos ambientes.
En el dormitorio encontramos una jaula.
Idéntica, en escala mayor, a las jaulas para loros. Tenía una base circular, de unos tres metros de diámetro, y rejas verticales: a modo de meridianos, se iban uniendo hacia arriba, hasta culminar en una cúpula puntiaguda, que rozaba el cielo raso.
Para hacerle lugar a la jaula en el dormitorio, habían llevado la cama y las mesitas de luz al comedor, y habían comprimido la mesa y las cuatro sillas contra una pared. Obstruidas por la cama, sería difícil abrir las puertas de los armarios. Muebles, pisos y paredes mostraban rayaduras y golpes.
En la jaula había un hombre pálido, de cabellos rojizos. Daba la impresión de extrema pulcritud y también de algo anacrónico. Vestía traje cruzado, negro, con finas rayas grises; blanca camisa almidonada; corbata oscura; zapatos negros, muy lustrados; sobre las rodillas sostenía un sombrero gris, tan limpio, tan antiguo y tan nuevo como el resto de su persona. Esos elementos de otras épocas que parecían recién fabricados me inspiraron una idea molesta de utilería, de disfraz, de reconstrucción arqueológica.
Todo esto lo fuimos viendo más tarde. Al principio, Susana y yo experimentamos una conmoción. El hombre aguardó que nos calmáramos y dijo, con tono monocorde:
—No los esperaba hoy. Según mis informes —consultó una libreta—, ustedes deberían haber regresado mañana por la noche. El cronograma es bien claro: “viernes 12, instalación del tutelado; sábado 13, jornada de adaptación física y psicológica; domingo 14, arribo de los tutores”. Y hoy, si no me equivoco, es sábado 13.
—Es cierto —respondí—; adelantamos un día la fecha de regreso. Resulta desagradable volver pocas horas antes de reintegrarse al trabajo.
—Más desagradable resulta recibir gente antes de lo previsto. Al señor Rocchi le van a disgustar estas informalidades que, por otra parte, perturban mis proyectos para esta noche.
—¿El señor Rocchi? ¿El propietario de la empresa inmobiliaria?
—¿Quién, si no? Él en persona se ha encargado de efectuar las gestiones necesarias. Y no son trámites placenteros ni rápidos. Pero el señor Rocchi sostiene la idea de que todos los ciudadanos deben extremar su celo para cumplir y hacer cumplir las leyes.
Decidí poner las cosas en su lugar:
—¿Leyes? ¿Qué leyes son ésas? ¿Y desde cuándo el tal Rocchi, un mero comerciante, tiene poder para hacer cumplir las leyes?
El hombre continuó, siempre monótono:
—Usted es una persona que aún no conoce la vida. Además, su casamiento le ha impedido interiorizarse de ciertos cambios introducidos en la legislación inmobiliaria. Por ejemplo, el señor Rocchi es ahora un magistrado. Y también usted es, dentro de ciertos límites, un magistrado.
—¿Yo, un magistrado? —ensayé una risita incrédula.
—No tanto: más bien una especie de auxiliar de los magistrados.
—¿Un auxiliar del señor Rocchi, entonces?
—Sería imprudente adelantarme a la decisión de las autoridades. Sin embargo —bajó la voz—, puede tomar esta información como una estricta confidencia.
—¿Y por qué me hace usted una confidencia?
—Mi regla de oro, señor, es Saber convivir. Puesto que pasaremos bastante tiempo bajo un mismo techo…
—¡Bastante tiempo bajo un mismo techo!
—Así es, señor. Yo soy mayor que usted: treinta años, o aún más. He progresado muy poco; me encuentro en el grado más bajo del escalafón carcelario: sólo soy un recluso. En cambio, usted es aún un hombre libre y ya logró el primer honor en la carrera carcelaria: el grado de auxiliar.
Entonces estalló Susana:
—¡Jamás en mi vida he oído tantas estupideces juntas! El problema básico es: ¿qué demonios está haciendo este hombre con su horrible jaula en nuestro dormitorio? Y además: ¿quiénes y por qué han llevado la cama y las mesitas al comedor, y quién pagará los daños que les produjo la mudanza?
—Mi joven señora, no puedo aplaudir el tono, un tanto áspero, de su inquietud. Hay cuestiones de orden práctico. El traslado de la cama fue imprescindible porque, de lo contrario, no se habría podido ubicar la celda en forma reglamentaria. ¿Quién pagará los daños?: las autoridades proyectan crear un equipo de obreros de diversas especialidades que, por una suma módica, volverán a dejar sus muebles y paredes en óptimo estado. Pero antes usted preguntó qué demonios hago yo con mi horrible jaula en su dormitorio. A mi vez, yo le pregunto: ¿cree usted que yo estoy aquí por mi propia voluntad?, ¿piensa que me agrada ser un presidiario?
—Es que a mí no me interesa si usted está preso por su voluntad o por la ajena. Lo que no puedo soportar es su jaula en nuestro dormitorio.
—No es una jaula: este término carga la desagradable connotación de animales en cautiverio, idea opuesta al espíritu humanitario que guía a nuestras autoridades. Tampoco celda ni calabozo. Su nombre técnico es “receptáculo reinsercional”.
Esta rectificación irritó aún más a Susana:
—¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?
—Los diputados y senadores argentinos son personas inteligentes, cultas, laboriosas, honestas, austeras y altruistas. Merced a estas virtudes, han promulgado nuevas leyes, cuyo conjunto se conoce con el nombre de Régimen de Reinserción Social y que…
—¿Quiere hacerme creer —lo interrumpí— que usted está en nuestro dormitorio debido a esas nuevas leyes?
Colocó el sombrero sobre el índice izquierdo y, tomándolo del ala con la mano derecha, lo hizo girar, mientras meneaba la cabeza:
—Yo sólo soy un recluso. Dentro del sistema carcelario cumplo la función más humilde. Ustedes dos gozan del grado inmediatamente superior al mío. Deberían dominar el tema mejor que yo. Pero, en la práctica, nunca sucede así, ya que yo hace muchos años que pertenezco al sistema, mientras que ustedes acaban de ser admitidos en él. Deberían sentir una inmensa alegría por esa admisión, pero no la sienten: tal fenómeno, aunque dista de ser mayoritario, suele presentarse siempre. Cuando conozcan la letra de las nuevas leyes, sentirán no sólo alegría sino también orgullo.
Susana tenía los puños crispados.
—Si me permiten —añadió el hombre—, yo podría dar algunos datos sobre el Régimen de Reinserción Social…
—Estoy ansioso por oírlo —su lentitud me resultaba insoportable.
—Las autoridades, tras estudiar el antiguo sistema carcelario, comprobaron que no respondía a las necesidades de la sociedad moderna. Por lo tanto, no vacilaron en reemplazarlo por otro sustentado en ideas solidarias. ¿Me explico…?
—Sí, sí, adelante —sacudí la mano con impaciencia.
—El Régimen de Reinserción Social se basa en dos principios interrelacionados: A y B. Mediante A, se procura la progresiva reinserción del presidiario en la sociedad; mediante B, se reemplaza el antiguo sistema de unidades carcelarias colectivas por otro de unidades carcelarias individuales. Las empresas inmobiliarias distribuyen los presidiarios en las viviendas a estrenar y, gracias a esta medida, las antiguas cárceles son demolidas para dar lugar a plazas y parques.
—Pero, ¿por qué en las viviendas a estrenar?
—Las viviendas viejas no siempre guardan condiciones estéticas gratas y pueden influir de modo negativo en la psiquis del presidiario. En cambio, un ámbito de prisión moderno influye de modo muy beneficioso en su reinserción en la sociedad. Además, custodiar un recluso tiene que causar enorme júbilo en los nuevos dueños de casa: es como si…
—¿De manera que Susana y yo somos sus guardianes, y usted, nuestro presidiario?
Decepcionado, volvió a menear la cabeza:
—Las autoridades no utilizan los términos guardianes y presidiarios. Emplean tutores y tutelados, vocablos que se adecuan al principio Adel sistema: la progresiva reinserción del presidiario en la sociedad. ¿No lo cree usted así?
—Pero veo que tanto las autoridades como usted sí utilizan la palabra presidiario.
—Sólo a modo de metáfora poética, para que los tutores comprendan sus obligaciones.
—¿Obligaciones…?
—Digamos tareas. Son escasas y sencillas. Sólo deben proveerme, en cantidad y calidad adecuadas, de comida, ropa, asistencia médica y psicológica, ejercicios gimnásticos, elementos de higiene, etcétera... En suma, las cosas materiales a que se hace acreedor un ser humano en cuanto tal. También se prevé la rehabilitación espiritual del tutelado mediante el esparcimiento y la información: me corresponden diarios, revistas, libros, televisor, equipo de audio… Dos noches por semana, martes y jueves, me visitan amigos de cierta edad: señores aficionados a los naipes y a los dados, y a quienes se debe agasajar con entremeses y bebidas.
—¿Cuántas personas serían?
—Nunca más de ocho o diez. Asimismo, no he abandonado mis prácticas sexuales: los sábados por la noche recibo a la señorita Cuqui, una muchacha bella, encantadora y culta. Una joven de tantos méritos no podría enamorarse de mí, de modo que ustedes deberán retribuir sus favores. Desconozco la tarifa, pues odio ocuparme de algo tan ruin como el dinero. Más bien me place el arte, y tres veces por semana (lunes, miércoles y viernes) tomo lecciones de batería con un chico rockero, devoto de la música delicada y cuyos honorarios no son muy altos.
—Pero —preguntó Susana— ¿cómo podríamos hacernos cargo de tantos gastos?
—Yo nunca he sido un hombre de suerte —volvió a menear la cabeza—. Otros colegas fueron alojados en hogares de sólida posición económica... En fin, la vida suele ser injusta... Yo les aconsejaría describir el problema en una carta-documento; a ella debe adjuntarse una foja adicional, en original y cuatro copias, en papel sellado, firmada por un contador público y un escribano; en esta foja constará el detalle pecuniario de ingresos y erogaciones, de manera que los tutores puedan probar la existencia de un déficit considerable. Las autoridades se desviven por resolver los problemas causados por los tutores, y hasta es posible que los honren con una beca de tutor.
Calló, dando a entender que se había excedido en revelar esta ventaja. Tuve que preguntar:
—¿En qué consiste la beca de tutor?
—Implica un derecho y un deber. En cuanto al primero, las autoridades intentarán conseguirles sendos empleos nocturnos: por ejemplo, el caballero podrá formar parte del personal de maestranza de alguna estación ferroviaria del conurbano bonaerense; respecto de la señora, no creo que la señorita Cuqui se niegue a iniciarla en los misterios de su apostolado. A cambio de estos privilegios, ustedes deberán asistir a los Cursos Holísticos de Perfeccionamiento para Tutores: sus aranceles son bastante reducidos y se dictan en la ciudad de Luján.
—¡En Luján! —dije estúpidamente—. ¡Tan lejos…!
—No tienen obligación de solicitar la beca —repuso, y agregó, bostezando—: Ya es casi la hora de la cena. No tengo preferencias especiales: acepto cualquier comida, a condición de que sea abundante, variada, con los condimentos apropiados y acompañada de vino tinto de excelente calidad.
Susana corrió a la cocina.
—Siempre me baño antes de cenar. Ésta es la llave de la celda.
Me la entregó a través de los barrotes. Abrí la puerta y el hombre salió. En la mano llevaba un pequeño bolso deportivo, que contrastaba con la severidad de sus ropas. Y de este mismo anacronismo brotaba ahora una paradójica sensación de salud, de fuerza, de bienestar.
—No es necesario que usted conserve la llave en su poder. La tengo conmigo para entrar y salir, pues soy enemigo de causar la menor molestia a nadie. ¡Señora! —gritó—. ¡Me sube un poco el calefón, por favor! Y usted —me dijo— alcánceme un toallón limpio y, para mañana, no se olvide de comprarme un frasco grande de champú especial para cabellos teñidos.
Obedecí. Se colgó el toallón en el cuello; abandonamos el dormitorio, llegamos frente al cuarto de baño.
—Me atrevo a recordarle que hoy, sábado, es el día en que viene la señorita Cuqui. Pudorosa como es, le resultaría chocante encontrarse con gente extraña. Así que, por favor, a las veintitrés y treinta, usted y su esposa tendrán la amabilidad de retirarse.
Apoyó la mano en el picaporte:
—Voy a utilizar la cama matrimonial: ha escapado a la perspicacia de las autoridades la notoria incomodidad de la cucheta reglamentaria. Ah..., sábanas sin usar, se lo ruego.
—Este… ¿Y cuánto demorará… todo eso?
—Pueden volver a las tres y media o cuatro de la mañana. Toque el timbre una sola vez; si no recibe respuesta, no insista: la señorita Cuqui es muy enérgica y, cuando concluye su labor, suelo sumirme en un sueño tan merecido como profundo. En tal caso, dése una vueltita mañana a las diez en punto: antes de esa hora, no, pues aún estaré entregado al reposo; y, después de las diez, tampoco, ya que acostumbro tomar mi desayuno a las diez y cuarto.
Entró en el cuarto de baño. Atiné a preguntarle:
—¿A cuánto tiempo ha sido condenado?
—A cadena perpetua —contestó, y sus palabras me llegaron apagadas por el ruido de la ducha.


                                                        A la memoria de mi idolatrado K.








Corazones solitarios


1

El aviso decía:

     Atractiva señora, origen alemán, 35 años, rubia, distinguida, culta, 1,75 estatura, desea conocer caballero 40-45 años, igual situación, se interese cultura, fines serios. Escribir a Sra. Hilda Wagner, Roque Pérez 2435, 1430 Buenos Aires.

La carta, en prolija tipografía de computadora, decía:

    Estimada Sra. Hilda Wagner:
Interesado en su aviso publicado en el último número de la popular revista Sentimientos, me atrevo a hacerle llegar algunos datos sobre mi persona, que espero sean de su agrado y nos lleven quizás a conocernos y a entablar una relación que espero sea agradable y fructífera tanto para usted como para mí.
Mi nombre es Eugenio Carlos Brizzolara, soy argentino, soltero, cumplí cuarenta y dos años el pasado mes de mayo (soy del signo de Tauro), mi profesión es abogado y a lo largo de mi vida he sabido hacerme una buena posición económica como fruto de mi trabajo honesto y perseverante.
Soy un hombre serio, tranquilo y hogareño, pero la suerte no ha querido que yo encontrara la mujer ideal para compartir mis días, mis sueños y mis esperanzas, de manera que hasta el día de hoy no he logrado casarme.
Soy, como usted lo prefiere, una persona culta, que gusta de los buenos libros, de las exposiciones de pintura y también un poco de la música culta, como por ejemplo Beethoven, Mozart, Bach y su antepasado el autor de Tristán e Isolda(¡le pido me disculpe esta pequeña broma!, como ve, tengo sentido del humor).
Mi domicilio postal es Casilla de Correo 242, Sucursal 25.
Esperando tener pronto noticias suyas, le mando un respetuoso y cordial saludo.
Eugenio Carlos Brizzolara

La estilográfica firmó los dos nombres y el apellido, con tinta azul, letra cuidadosa y exceso de rúbricas.
El sobre —que fue despachado en la sucursal de la avenida de Mayo— era alargado, blanco y, si se quiere, algo solemne.


La carta, estampada al dorso de una hoja tamaño oficio que llevaba el membrete de una compañía de seguros y redactada con una antigua máquina de escribir Remington Rapid-Riter, que, por tener los tipos algo sucios, dejaba una sombra grisácea en el interior de algunas letras, decía:

     Querida Hilda:
A veces las palabras están de más.
Soy un joven de cuarenta y dos años, soltero y con esperanzas. Me gusta mucho la cultura, pero más me gustan las mujeres, sobre todo si son altas y rubias como una que quiero conocer pronto.
Mi situación económica es buena, pero no rechazaría un premio de la lotería.
Me llamo Juan Pablo Zubieta y trabajo en el ramo de los seguros, con buen sueldo y cargo jerárquico.
Si te interesa la propuesta, podés mandarme unas líneas a la calle Costa Rica 5649, 5º A, 1414 Capital Federal.
Un beso,
Juampi

Sobre la última palabra había una gruesa JPZ de marcador verde. El sobre, corto y sencillo, fue despachado desde la sucursal que se encuentra frente a la plaza de los Dos Congresos.


2

Yo, Federico Sordi, no me cuento ahora entre las personas que cada día se presentan a trabajar en un empleo.
En cambio, a intervalos irregulares, retiro el trabajo que luego realizo en mi casa. Quienes, dándome trabajo, me permiten vivir, son unas cuantas empresas editoriales.
Desde los dieciocho años y hasta los treinta y dos, trabajé como empleado en cierta compañía comercial de Buenos Aires. Durante esos tres lustros, lejos de “enriquecerme espiritualmente”, me dediqué a detestar a la compañía y a cuanto hubiera en su interior; por las noches trataba de cultivarme —de modo por cierto asistemático— en el campo de las humanidades.
A manera de infantil trofeo de guerra, me aprovisioné, mediante metódicos hurtos diarios, de aquellos bienes de la empresa que consideré útiles o agradables: lápices, biromes, clips, sacapuntas, gomas de borrar, abrochadoras, reglas, perforadoras y, sobre todo, montañas de papeles tamaño carta y de papeles tamaño oficio, algunos con membrete de la empresa, otros sin él. Puedo asegurar que nunca economicé papel; hasta tal punto fueron eficaces mis rapiñas que —ahora mismo: diez años después de abandonar la compañía— conservo una provisión de papel que supera con holgura la cantidad de veinte mil hojas.
Que las editoriales me den trabajo no significa que yo sea un escritor. Aunque he llenado no menos de un millar de las citadas hojas con tres novelas y multitud de cuentos, he tenido el suficiente discernimiento para advertir el escaso valor literario de mis creaciones, que nadie ha visto ni verá.
Soy, a lo sumo, un merodeador de los territorios de la ciencia en algunas ocasiones, de la literatura en otras. O, lo que es peor, a veces sólo soy un merodeador de la seudociencia o de la infraliteratura.
Mi relación con las empresas editoriales se bifurca en dos actividades, que me confieren dos personalidades diferentes, pero no contradictorias y quizá complementarias.
A veces, oficio de corrector: cuando me va bien, de corrector de estilo; cuando no me va tan bien, de corrector de pruebas. No quiero decir que una cosa sea más digna o más elevada que la otra, sino sólo que la primera está mejor remunerada.
Junto con el oficio de corrector, tengo también el de traductor. Como siempre fui muy aficionado a la lectura, bastante curioso e inclinado a los idiomas y a las gramáticas, aprendí, sin ayuda, a leer en varias lenguas. A leer, no a hablar, que es algo muy distinto. De manera que puedo traducir con bastante fluidez desde el inglés, el francés, el italiano, el portugués y, si no me apuran demasiado, incluso desde el alemán, aunque en verdad más del noventa por ciento de lo que me dan para traducir viene en inglés, y, de esta masa, un nuevo noventa por ciento es de origen norteamericano.


3

Para que el diariero de mi barrio no se forjase una idea errónea de mi personalidad, compré el número de la popular revista Sentimientos en un quiosco del centro. De entre la multitud de avisos (de los cuales nada podría saber yo, ya que en todos ellos se ocultarían grandes y/o pequeñas mentiras y ficciones), elegí, como podría haber elegido cualquier otro, el de Hilda Wagner. El aviso, mutatis mutandis, no era demasiado diferente de los demás, ya que la mayoría de las postulantes se autodenominaba “atractiva, distinguida, culta, sugestiva, elegante, educada”, etcétera, etcétera. Creo, en fin, que lo que me decidió por Hilda Wagner fue la conjunción de dos elementos. El primer elemento tiene carácter paradójico y se impuso por lo absurdo: el aparente o real origen alemán de la susodicha; esto me atrajo precisamente porque la gente germana siempre me ha parecido un poco extraña, y entonces, no sé por qué, me alegró pensar que iba a ponerme en contacto con una persona a priori un poco extraña. El segundo elemento se refiere más al campo de los amores inexplicables: me sedujo que viviera en la calle Roque Pérez, muy cerca de la estación Coghlan, lugar por el cual —sin haber vivido nunca en él— siento un misterioso afecto.
Entonces escribí las cartas.


4

Ese mismo día la Editorial Psiqué me asignó la traducción, desde el inglés, de un extenso libro integrado por catorce artículos de otros tantos autores. El original inglés, publicado en Nueva York, tenía casi quinientas páginas y se titulaba, con lacónica pedantería, Psychoanalysis Today. En la editorial tenían prisa, y me encarecieron me apresurase lo más posible. Así lo prometí.
Apenas llegué a casa, me puse frente a la computadora y empecé a traducir aquel libro, que tenía el reconocible sabor y olor de cosa ya leída, de variaciones infinitas sobre el mismo tema, de bibliografías cuyas obras citaban las obras de otras bibliografías que ya habían citado a las primeras y a las últimas, las que, a su vez, ya citaban a cada una de ellas en particular y a todas ellas en conjunto, en un juego infinito de alimentación recíproca hacia adelante, hacia atrás y hacia todos los costados, proceso de gigantismo que contribuía al hecho verificable fácilmente de que el psicoanálisis fuera la superciencia, la ciencia de todas las ciencias y, sobre todo, las más lucrativa, la que permitía vivir magníficamente bien a los psicoanalistas y que permitía también a los psicoanalizados el placer de hablar de sí mismos y, por qué no, el placer de sentirse trastornados y un poco locos, y el orgullo de relatar sus trastornos y de exhibir sus locuras.
De manera que todos estaban contentos, inclusive yo, que iría a cobrar una razonable suma por traducir aquellos catorce artículos tan sencillos, que decían más o menos lo mismo que ya habían dicho y seguirían diciendo todos los artículos escritos o por escribirse.
Con mi cabeza puesta por entero en ese trabajo, corrió toda esa semana y mi traducción avanzaba bien y con rapidez. Como el sábado y el domingo fueron días lluviosos, aproveché para adelantar el trabajo.
El primer lunes de julio ya andaba por la mitad del artículo sexto; oí un ruido susurrante, el típico chistido del papel cuando se desliza horizontalmente sobre el piso, pasando debajo de la parte inferior de la puerta.


5

Era un sobre de papel grueso, de buena calidad, y, curiosamente, de color amarillo muy fuerte, casi como el color de la yema del huevo. El remitente decía:

      H. W.
      Roque Pérez 2435
      1430 Buenos Aires.

Con mucha prolijidad y utilizando la tijera (pues no me gusta destruir documentos), corté el borde superior del sobre y extraje un papel de la misma clase y de igual color. Lo desplegué sobre la mesa.
Con negrísima letra de máquina eléctrica de escribir, decía:


Buenos Aires, Martes 29 de Junio de 1999

      Sr. Juan Pablo Zubieta
      Costa Rica 5649, 5º A,
     1414 Capital Federal

     Estimado Sr. Zubieta:

Mucho le agradezco su amable carta del ppdo. dia 11 de Junio, la cual quedará en mi pertenencia con el fín de evaluarla convenientemente en su momento adecuado y oportuno.
No obstante pienso que por el momento actual en virtud de múltiples compromisos de mi parte no será posible acceder a su vehemente deseo de conocerme personalmente.
Reciba Vd. mis atentos y respetuosos saludos,

Hilda Wagner


—Pero ¿quién te creés que sos? —esta frase me surgió de lo más profundo del alma.
Aunque parezca extraño, yo me sentía dostoievskianamente ofendido y humillado. Había en la carta de Hilda Wagner una suerte de ubicarse en la posición del superior que no accede a un pedido de empleo de un peón de limpieza. Era en especial irritante la frase “con el fin de evaluarla convenientemente”.
Como mínima venganza, consideré las deficiencias de su prosa:
—Además, en lugar de en mi pertenencia debió poner en mi poder; escribió martes y juniocon mayúscula, día sin tilde y fin con tilde…
Sin embargo, el asunto no daba para más. Volví a leer la carta y, luego —en vez de arrojarla a la basura, como habría sido lo razonable—, la archivé, junto con el sobre, en una carpeta que inauguré ad hoc.
Junto con esta locución latina, de frecuente uso jurídico, y por una lógica asociación de ideas, me pregunté: “¿Y cómo le habrá ido al rival de Zubieta?”.
Volví a mi traducción y no pensé más en el asunto. Trabajé hasta muy tarde y me acosté cerca de las tres de la mañana.


6

El martes, cuando me desperté, me sentía aún con sueño, pero, como aborrezco dormir a la mañana, hice un esfuerzo y me levanté.
Tracé, ignoro por qué, una especie de frontera simbólica entre el trabajo y algo que aún no sabía qué sería. De modo que un rato después, me hallaba recién bañado, rasurado, las mejillas con olor a loción para después de afeitarse y, muy contento, vestido con un pantalón de gabardina gris y un bléiser azul.
Me asomé al balcón. Una mañana nublada y muy serena hacía más gris aún la siempre grisácea calle Costa Rica, donde vivía desde hacía tantos años.
Apoyé los codos en el antepecho del balcón. Si hubiera querido, me habría dejado llevar por mis pensamientos, que seguramente me habrían conducido, en esos instantes, a reconstruir episodios del pasado, que solía ser uno de mis ¿placeres? recurrentes. En efecto, me encantaba evocar episodios ocurridos hacía muchísimo tiempo.
Pero ahora no quería hacer eso. Bebí una segunda tacita de café y fumé un cigarrillo, con el orgullo de saber que, desde hacía ya unos cinco años, había logrado la hazaña de —ocurriera lo que ocurriere— no fumar nunca más de tres cigarrillos por día. Y éste, que era el de la mañana, acababa ya de fumarlo y entonces salí del departamento, bajé en el ascensor y salí a la calle.
Serían las 10 de la mañana. En la esquina de Bonpland y Costa Rica tomé el primer colectivo que apareció, y que resultó ser el 111.


7

El colectivo abundaba en asientos libres: me senté en mi lugar preferido, que es el asiento doble que, en los 111, está ubicado inmediatamente después de la puerta para descender. Luego me dediqué, con el placer de siempre, a mirar por la ventanilla.
Pero, habiendo tantos asientos libres, ese maldito individuo tuvo que venir a sentarse a mi lado, y resultó ser uno de esos sujetos absolutamente insoportables. Como primera lacra, despedía un olor que resulta inconfundible y cuyos elementos constituyentes podría caracterizar así: falta de baño + ropa sucia impregnada de olor a cigarrillo + olor a pelo grasoso. Y, como si estas abominaciones no fueran suficientes, se dedicaba, con intervalos regularísimos de veinte segundos, a hacer chasquear las encías con sonora satisfacción; en verdad, no sólo hacía chasquear las encías, sino que lanzaba, además, una especie de silbidito húmedo, que me provocaba a la vez asco e indignación. Me puse a mirarlo furibundamente de reojo y todo lo que lograba ver de él incrementaba mi reprobación: su barba a medio crecer, las uñas sucias, un anillo de sello, el pantalón de un traje y el saco de otro traje, un ejemplar de La Fija arrugado y manoseado…
Me puse de pie y me alejé unos pasos de él, apostándome frente a la fila de los asientos simples. Esto ocurrió exactamente cuando el colectivo llegó a la avenida Santa Fe.
—Ahí tiene asiento —me dijo una señora, señalándome uno de los lugares libres que yo bien veía.
—Le agradezco, pero no puedo sentarme. Sufro de lumbalgia esquemática tangencial serventesia.
—No me diga. Qué casualidad —la señora se tocaba con una suerte de gorro ruso, que más bien parecía la guarida de una rata—. Lo mismo que mi marido. No puede dormir en cama. Tiene que dormir en el suelo por culpa de la lumbalgia.
—Sí, pero mi lumbalgia es mucho más grave, porque cada tanto me agarra el serventesio. Si me siento, ya después la cintura se me queda aristotélicamente dura y pierde su flexibilidad intersticial, de modo que debo quedarme doblado horas y horas, y dormir doblado por la mitad.
—Ay, pobre… —se condolió; pero, si voy a decir la verdad, no me pareció sincera.
Por eso proseguí:
—Justamente ahora voy a ver al doctor Federico Sordi, un gran médico, una verdadera celebridad, que quiere operarme. Dice que, amputándome la oreja izquierda, voy a curarme para siempre de la lumbalgia esquemática tangencial serventesia. Y lo voy a hacer. Igual, tengo dos orejas, así que, si pierdo una, no hay problema. Adiós, señora.
Y, dándole la espalda, me ubiqué frente a la puerta de descender y toqué el timbre. Antes de bajar, aproveché para darle un codazo y pisarle con disimulo un pie al individuo sucio que hacía chasquear las encías.


8

Ya en la calle, me sentí, de repente, muy contento y con ganas de hacer bromas. Caminé por Santa Fe y luego por Serrano, y, como siempre, pensé: “En Serrano, entre Guatemala y Paraguay, vivió Borges”. Y, en seguida: La manzana pareja que persiste en mi barrio: / Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
En la Casilla de Correo 242 encontré por enésima vez la publicidad de un curso de inglés con discos y libros, encontré por enésima vez un folleto de un banco que me exhortaba a obtener una tarjeta de crédito y encontré, aleluya, el sobre amarillo de Hilda Wagner.
Sin abrirlos, tiré al canasto los sobres del curso de inglés y de la tarjeta de crédito, y metí en el bolsillo el sobre de Hilda Wagner. Crucé la avenida Santa Fe y me senté en uno de los bancos de la Plaza Italia.
Sin tijera ni cortaplumas, abrí el sobre con la mayor prolijidad que pude y volví a encontrarme con papel y rasgos familiares: la negrísima letra de máquina de escribir eléctrica decía:
  
                                   Buenos Aires, Martes 29 de Junio de 1999

           Dr. Eugenio Carlos Brizzolara
           Casilla de Correo 242
           Sucursal 25
          1425 Capital Federal

          Mi muy apreciado Dr. Brizzolara:

Tengo el agrado de dirigirme a usted para agradecerle su amable carta del dia 11 de Junio ppdo., con sus muy simpáticos conceptos.
Al respecto debo decirle que no es mucho lo que puedo expresarle por escrito y que por lo tanto, le agradecería que si le resulta cómodo, me llame por teléfono cuando le quede bien después de las 18 horas al número que figura al pié de la presente.
Reciba el respetuoso saludo de
Hilda Wagner.

La sencillez y el tono de esas pocas líneas tocaron no sé qué misteriosa fibra de mi ser, y me sentí absurdamente conmovido. Conmovido y avergonzado de estar jugando con los sentimientos y las expectativas de aquella mujer desconocida. Sentí estúpidas lágrimas en los ojos y, de repente, perdí el buen humor que había ganado en el colectivo.
Me puse de pie y, con la carta en las manos, eché a caminar por los senderos de grava roja, acompañado por cierto deseo de arrojarla a uno de los recipientes para residuos. Finalmente, la volví al bolsillo y regresé a casa.
Me sentía de mal talante. Para no pensar en la carta de Hilda Wagner, encendí la computadora y estuve largas horas trabajando en la traducción de Psychoanalysis Today.


9

Con el codo derecho apoyado en el escritorio y con la frente apoyada en ese brazo, recibo el reflejo tenue de la pantalla de la computadora, donde uno podría leer las últimas palabras que he tipiado (…estas manifestaciones alienantes en la estructuración subjetiva que constituyen, a partir de su libidinización somática, la instauración del fracaso en cuanto goce masoquista y transferencial, en cuanto renuncia instintual…). Apartado del trabajo, por mi mente corren ahora otras tribulaciones.
“Puedo contestarle o no contestarle. Si no le contesto, estoy defraudando sus expectativas. Si le contesto, estas expectativas podrán aumentar y, más tarde, será más difícil hacerla volver a la normalidad. Porque, en verdad, ¿qué quiero hacer yo? Sólo divertirme al pretender conocer esas personas que buscan encontrar afecto por medio de avisos en las revistas. ¿Y eso está bien? No, no está bien. Es una inmoralidad. Una verdadera inmoralidad. Y, sin embargo, bien podría ocurrir que yo trate con absoluta seriedad a esta buena mujer y que, entonces, muy correctamente le diga que no hay entre nosotros la afinidad que sería de desear y que, teniendo en cuenta esto, lo mejor será…”.
Aquí noté una especie de irrealidad, mezclada con soberbia: bien pudiera ocurrir que Hilda Wagner no se interesara en mí, y, en tal caso, todo sería más fácil.


10

En este punto corté el flujo de mis razonamientos. En invierno oscurece temprano y decidí lanzarme a la calle a fin de proveerme de vituallas para la cena y para el día siguiente.
Estuve muchísimo tiempo haciendo compras, pues sentía una suerte de placer en demorarme en detalles sin importancia (y, lo que es peor, del todo ineficaces), de manera que no sería raro que mis compras hayan sido más bien desatinadas.
De vuelta en casa, me serví un whisky, y después comí con placer y con voracidad.
Y con el buche bien lleno, en lugar de irme en brazos del amor a dormir como la gente —según lo preconiza Martín Fierro—, me senté estólidamente frente al televisor. No sé qué miré: mientras mi vista se posaba de un modo distraído en la pantalla, yo dejaba vagar mi pensamiento por remotas e inconexas regiones.
En una de estas regiones estaba Hilda Wagner.
En un momento dado abandoné el sillón del televisor y marqué el número de Hilda Wagner. Eran casi las doce de la noche. El teléfono sonó: una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces…
—A la décima corto —me propuse, mientras con la mano izquierda cubría la bocina del aparato.
Entonces oí una voz muy, pero muy agria, que, del otro lado, decía:
—Aló, aló.
Me mantuve en silencio.
—Aló, aló —insistió la voz agria, ahora ya con cierta impaciencia.
—¿Cristina…? —pregunté, distorsionando un poco mi voz.
—No, señor. ¿Con quién quiere hablar?
—¿No hablo con la casa de Cristina Inchausti?
—Equivocado, señor.
Y cortó la comunicación.
Bueno. Ya sabía algo más sobre Hilda Wagner: que tenía voz de cacatúa, que había tardado siete llamadas en atender el teléfono y que, quizás, esta tardanza se debía a que, a las doce de la noche, ya estaba acostada.
Con esto me pareció que podía dar por concluida la jornada y, en efecto, me fui a dormir.
Así terminó ese martes pleno de acontecimientos pequeños.


11

—Bueno, ahora sí —me dije al atardecer del miércoles, ya con el teléfono en la mano.
Y marqué el número de Hilda Wagner. Eran cerca de las siete de la tarde.
Al tercer ring, atendieron:
—Hooola —era una voz joven, provinciana y más bien inculta.
—Buenas noches —dije, ahuecando un poco la voz, como los ejecutivos y los curas—. ¿Estaría por favor la señorita Hilda Wagner?
—¿Quiéeeen…? —en ese prolongado monosílabo estaba el asombro total.
—La señorita Hilda —repetí, entre divertido y un poco irritado.
—Ah… ¿Usted quiere hablar con la señora?
—Por favor —repuse, y me sentí contento de haber emitido esa frase de perentoria cortesía.
Un instante después oí:
—Aló —era la misma voz de cacatúa.
—¿La señorita Hilda Wagner…?
—¿Quién es usted…? —esto, al parecer, debía tomarse como una respuesta afirmativa.
—Soy Eugenio Brizzolara, el que contestó su aviso de la revista.
—¿Cómo le va? Mucho gusto en oírlo.
—Igualmente. Ayer recibí su carta y entonces ahora me atreví a molestarla…
—No, no es ninguna molestia…
Etcétera, etcétera, etcétera.
El hecho fue que estuvimos hablando muchísimo rato, porque, cuando corté, ya estaba terminando el noticiero del canal 11. El diálogo resultó cordial y la conclusión a la que arribamos fue que el próximo sábado nos conoceríamos personalmente.
¿Dónde?
A ella no se le ocurría ningún sitio (con esto, pensé, quiere hacerme creer que nunca sale de su casa)… Entonces, cortando por lo sano, le propuse encontrarnos en la confitería Blasón, en la esquina de Las Heras y Pueyrredón, confitería cuya ubicación, misteriosamente, guardo siempre en la memoria, y que, si voy a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, he utilizado siempre como una suerte de estadio donde juego de local en mis encuentros galantes.
La cita sería, pues, el próximo sábado a las siete de la tarde.
—Muy bien —especificó o corrigió—. Allí nos veremos, a las diecinueve horas.
“El horas está de más”, pensó mi otro yo de impenitente corrector gramatical.
Pero lo que importaba era que la cita ya estaba concertada. Y yo la reconocería a Hilda Wagner por sus cabellos rubios, sus ojos azules, sus treinta y cinco años y su metro setenta y cinco de estatura.


12

Se fue el miércoles, corrieron el jueves y el viernes.
Llegó el sábado. Me afeité, me bañé, me vestí con algún cuidado y, de algún modo, perdí un poco el tiempo, pues abundé en ciertos movimientos innecesarios, con el resultado de que, pensando salir de casa a las seis de la tarde, eran ya más de las seis y media cuando abordé el colectivo 93.
Aquí debo aclarar que aborrezco con toda la fuerza de mi alma llegar tarde. O no llegar tarde: ni siquiera admito llegar a una cita después de la otra persona. Siempre me digo que llegar tarde equivale, en términos futbolísticos, a empezar un partido perdiendo uno a cero al minuto de juego.
Pero qué iba a hacerle. Si llegaba unos minutitos tarde, el mundo seguiría andando.
Este razonamiento no impidió que me pusiera nervioso y que, ante cada semáforo en rojo, me invadiera la impaciencia. Evalué la posibilidad de bajarme y tomar un taxi, pero al mismo tiempo pensé que le estaba dando a aquel proyecto si se quiere teatral una importancia que estaba lejos de tener.
¿Qué importaría si llegaba más tarde o menos tarde? ¿Qué podía perder? O, ¿qué podía ganar?
El hecho fue que, cuando me bajé en Las Heras y Pueyrredón, eran ya las siete y cuarto. No quise apresurarme y, por el contrario, traté de calmarme y de caminar esos pocos metros con tranquilidad y tratando de mostrarme aplomado y sereno.
Entré en la confitería con cierto aire indiferente.
Eché una mirada a lo ancho y a lo largo de todo el salón. No había mucha gente. Vi tres parejas de distintas generaciones; vi dos hombres de edad madura que fumaban frente a sus cafés; vi una mujer rubia, de peinado un poco rígido, a modo de mitra de obispo, que tenía desplegados varios papeles sobre su mesa.
Me dije “Ésa es Hilda Wagner” y me detuve frente a ella:
—¿Hilda Wagner? —pregunté.
Levantó la mirada, unos ojos verdosos, medio desteñidos:
—¿Có-cómo, señor?
—¿Usted es la señora Hilda Wagner?
—Ah, usted sin duda es el doctor Brizzolara.
—Así es. Entonces vos sos Hilda Wagner.
—No, caballero, no soy Hilda Wagner. Siéntese y le ruego que no me tutee.
Amedrentado por aquella recepción glacial, me senté y no dije nada. Pero aproveché ese segundo para separar un poco el índice y el pulgar derechos y hacerle a un mozo el gesto que significaba “Un café”.
La mujer volvió a clavarme sus ojos descoloridos:
—Hilda es mi mejor amiga. Es una persona muy buena, que ha sufrido mucho en esta vida.
Nueva mirada, aún más severa que la anterior.
—Ajá —dije, por decir algo; percibía, no sé por qué, un matiz de acusación en aquellas palabras.
En ese momento el mozo me sirvió el café. Enfrascándome en la operación de endulzarlo, yo bajé la mirada y dejé de observar a la mujer.
—Muchas veces Hilda se ha topado con hombres inescrupulosos, que han pretendido burlarse de ella, cuando no sacarle plata. Por eso, nosotras tomamos ciertas precauciones.
—Me parece muy bien.
—Por empezar, yo no sé quién es usted.
—Tampoco yo sé quién es usted —repliqué.
Con aire de resignación y cansancio, metió la mano derecha en una enorme cartera y revolvió en el fondo como quien busca una llave que se le ha caído en un aljibe.
Un instante después, me extendía unos folletos en papel brilloso y con ilustraciones. Maquinalmente, los tomé y leí el título en voz alta:

Asamblea de los Hijos de Esdras del Último Milenio.

—Asamblea de los Hijos de Esdras del Último Milenio —repetí—. ¿Qué es esto?
—Los Hijos de Esdras constituimos la única y verdadera religión que trae la verdad a los hombres de este pervertido planeta.
Hice un gesto vago, que podía interpretarse de mil maneras diferentes.
—Siga leyendo —agregó.
Después del nombre de tal organización venía el título de lo que supuse un artículo:
Esdras esgrime la luz en su diestra victoriosa, por Bernardina Salustiana.
—Yo soy Bernardina Salustiana, la autora de ese trabajo. Ahí, clamando en el desierto como el profeta no escuchado, advierto a los pecadores que el reinado de Esdras se aproxima, y que viene a pedir cuentas a los pecadores y a los impíos…
La mujer dijo mucho más que esto. Siguió hablando, en una especie de catarata incongruente donde alternaban los disparates con la ignorancia disfrazada de tragedia y con la mera estupidez. Y mientras ella se despeñaba en su torrente de palabras, yo pensaba que nadie podía llamarse verdaderamente Bernardina Salustiana y pensé también que ese bicho raro no era sino uno de los tantos dementes que se aferran a cualquier fragmento del mundo y hacen de él la razón de su vida, del mismo modo como podrían haber elegido la decoración de interiores o la filatelia, o lo que fuere.
Luego de esta perorata, que me aburría y que no me atreví a interrumpir, sobrevino una zona de conversación en que caímos en una suerte de cadena de indefiniciones. Al cabo de un rato, creo que dije:
—Mi propósito al venir acá era encontrarme con la señora Hilda…
—…y no ser iluminado por una hija de Esdras, ¿no es cierto?
—Así es.
—Muy bien, doctor Brizzolara. Yo ya lo he analizado lo necesario. No sé si usted es una persona honesta o un delincuente, y eso no puede saberse nunca en una primera entrevista. Lo único que puedo comunicarle a Hilda con total seguridad es que usted tiene modales relativamente correctos y que se halla vestido con sobriedad. Por lo demás, su escepticismo con respecto a los Hijos de Esdras es algo que sin duda lo perjudicará ante los ojos de Hilda.
Ahora bien, yo no lograba saber cuál era mi situación en aquella entrevista. Era indudable que Bernardina Salustiana se había colocado, con respecto a mí, en una posición superior, como si yo me hubiera presentado ante ella para presentar una súplica. Y no, no era así. Yo pensaba que debería estar muy claro que Hilda Wagner y yo acudíamos a aquella cita movidos por los mismos intereses y, por lo tanto, en un plano de, digamos, igualdad jurídica y psicológica.
Por otra parte, Bernardina Salustiana volvía, una y otra vez, como atraída por un imán fatídico, a mencionar a los Hijos de Esdras y a sus bondades.
—…el reino de Esdras está en todas partes, y a todos alcanzarán su misericordia y también su flamígera espada…
En “espada” me acometió una suerte de ataque de mal humor y la interrumpí:
—Estimada señora: voy a decirle que yo vine acá a procurar encontrarme con la persona llamada Hilda Wagner, y entonces no tengo ganas de someterme a ningún examen, de manera que pago mi café y me retiro en seguida.
Y eso fue lo que hice. Para no llamar al mozo, me puse de pie y le llevé el dinero hasta donde él se hallaba.
Sin volver la cabeza, salí furioso del Blasón y puteando entre dientes: contra Hilda Wagner y contra aquella estrafalaria Bernardina Salustiana. Y también contra mí mismo: qué modo estúpido de perder el tiempo. Y lo más triste era que nadie me había metido a mí en aquella farsa. Yo mismo me la había buscado, con una intención más o menos festiva, y así terminaba, si se quiere, casi ultrajado.


13

Crucé Las Heras y abordé el colectivo 93. Me entretuve mirando por la ventanilla y así me fui calmando un poco. Pero sentía rabia y también desazón, lo cual era muy ridículo porque no había perdido nada que valiera la pena. Sí me había privado de divertirme con las sorpresas que pudiera depararme aquella relación que yo presumía azarosa.
Es verdad, la aparición de Bernardina Salustiana había constituido una sorpresa tan extraña como desagradable.
Así corrían mis pensamientos. Eran ya casi las nueve de la noche.
Cuando el 93 llegó a Carranza y Costa Rica, yo, llevado de un súbito impulso, en lugar de descender allí, decidí continuar hasta la mismísima casa de Hilda Wagner, en la calle Roque Pérez 2435.
No obstante, durante el trayecto, cambié dos o tres veces de idea y estuve a punto de bajarme y volver a la calle Costa Rica. Pero una curiosa inercia me llevaba, y yo me dejaba llevar, no más, por ella.
Al fin, bajé del colectivo en Acha y Monroe. Tomé hacia la derecha, crucé las vías y, haciendo más lento mi paso, como si tuviera un poco de miedo, me dirigí a la casa de Roque Pérez 2435.
Era una especie de chalecito sin mayores pretensiones, que rodeaba un jardín oscuro y mustio, separado de la acera por una verja negra o grisácea.
A través de una ventanita mal iluminada, vi fragmentos de pared y de puertas interiores. ¿Qué estaría haciendo Hilda Wagner…? Se me ocurrió imaginármela —seguramente por reminiscencias de su apellido— sentada frente a un piano, tratando de ejecutar algún ejercicio.
En seguida la pensé fastidiada por el sonido del timbre y, entonces, ponerse de pie y caminar por el interior de esa casa que yo suponía con olor a humedad y a moho. Se dirigía a la puerta de calle, ya que yo acababa de tocar el timbre, de tocarlo inclusive con cierta impaciencia, cosa que, sin duda, causaría en Hilda Wagner la más justificada de las indignaciones.
Y, en efecto, sobre la puerta de la casa se abrió, a la altura de mis ojos, una puertecita del tamaño de una caja de zapatos. Un rostro dividido en cuatro por las dos rejas que cruzaban la ventanita preguntó, con voz entre asustada e irritada:
—¿Quién es? ¿Por qué toca así? ¿Es que no puede esperar ni un segundo?
Como si fuera una explicación, levanté el índice y pregunté:
—¿La señora Hilda Wagner?
En vez de contestar o no, preguntó a su vez:
—¿Quién es usted?
Sin vacilar, y haciendo una pequeña reverencia, contesté:
—Soy Eugenio Carlos Brizzolara. Ábrame, por favor. No tenga miedo.
Increíblemente, al instante abrió la puerta y se corrió unos pasos para hacerme pasar.
Entré.
La primera sensación que experimenté fue que en aquella casa había un exceso de cosas. Muchas alfombras, sofás, sillones, cuadros en las paredes, las mesitas cubiertas con estatuillas, con veladores, con ceniceros.
Pero más importante era la mujer.
Le tendí la mano:
—Mucho gusto, Hilda, ¿cómo le va?
Estreché una mano parecida a una merluza fría. Hilda Wagner me clavaba una mirada grisácea. Llegué a advertir que tenía cutis seco y tosco, como de persona que pasaba mucho tiempo al aire libre. Una segunda mirada general me convenció de que la mujer valía físicamente muy poco. Los treinta y cinco años que había manifestado en su aviso no eran menos de cincuenta. También había mentido en su estatura. Yo mido un metro ochenta y esa mujer no era sólo cinco centímetros más baja que yo, sino mucho más.
Pero, ¿a mí qué me importaba…? Me sentía contento de hallarme dentro de aquella pequeña obra de teatro.
Al cabo de un rato de palabras vagas y de circunstancias, me hizo sentar en un sillón de pana verdosa, frente a una mesita ratona, y fue a buscar café.
Pensé: “¿Y la sirvienta que me atendió por teléfono? Hoy, sábado, estará de franco”.
Ya más cómodo, pude verificar que, en efecto, aquella casa era una suerte de museo atiborrado de cosas pesadas y oscuras. Admirado de mi intuición, supe también que había allí olor a humedad y a moho.
Sirvió el café en dos tacitas muy lindas, que llevaban sin embargo el estigma de la vejez y de estar percudidas por los años. También la cucharita tenía unos reflejos cobrizos que me predisponían en contra. Fui bebiendo de a sorbitos, y con cierto asco.
—Bien, doctor Brizzolara —dijo, ya sentada frente a mí, pero separados ambos por la mesita ratona—, ¿cómo se ha decidido usted a venir sin concertar previa cita?
—Es que estuve conversando con su amiga Salustiana…
Y sonreí, como si esta vaguedad aclarase algo.
Hilda Wagner me miraba muy seria, dándome a entender que no consideraba suficiente tal argumento. Entonces advertí que exhalaba ese vaho empireumático que suele ser la consecuencia de la repulsión que algunos europeos sienten por el baño diario.
—Una señora muy simpática —agregué, frunciendo un poco la nariz.
Inclinó la cabeza, como compartiendo mi opinión (que era exactamente la contraria).
Envalentonado, continué:
—Con profundas convicciones religiosas.
—Así es —nueva inclinación de cabeza.
—Bueno, el caso es que sentí deseos de conocerla, Hilda, sin más preámbulos. Y bueno, aquí estoy.
—Ah, sí. Sintió deseos de conocerme… Y ahora que me conoce, ¿qué opina de mí…?
—Este... Bueno, apenas hace unos pocos minutos que la conozco. No puedo todavía formarme opinión.
—¿No le resulto simpática? —no dejaba de clavarme su mirada gris.
—Oh, sí, muy simpática. Sin duda.
—Pero más vieja que lo que usted suponía, ¿no es cierto?
Empecé a sentir que un hilito de transpiración me corría por el cuello:
—No, no sé calcular las edades.
—Además, le parezco fea, ¿no? Y de baja estatura…
—Bueno…, este… Creo que no es adecuado hablar de temas personales…
—Veo que usted se ha sentado apenas en la punta del sillón, porque siente cierta aprensión. Piensa que este sillón es viejo y está sucio. Y se le frunce un poco la nariz, porque percibe un terrible olor a humedad…  ¿eh?
—Por favor, Hilda —me empecé a poner de pie—. Usted está prejuzgando. Y yo preferiría retirarme…
Al ponerme de pie, me sentí de golpe muy mal. Como si estuviera a la vez triste y mareado. Di uno o dos pasos hacia la puerta de calle, y traté de caer sobre el sofá para no lastimarme la cara.


14

—Como puede comprobar, me he visto obligada a verter en su café unas gotas de una poción soporífera paralizante. No lo he hecho para castigarlo (que bien merecido lo tendría, por otra parte) sino por mi propia seguridad de mujer indefensa y sola.
Hilda me había colocado un collar de acero. De ese collar salían dos cadenas que se extendían hasta aprisionarme ambos tobillos; a su vez, estos anillos se prolongaban en otras dos brevísimas cadenas que terminaban en sendas enormes bolas de hierro, tal como yo había visto en viejos dibujos de presidiarios del siglo XIX.
Yo me hallaba sentado en el mismo sillón, pero inmovilizado por el collar, la cadena y los grillos. Abrí los brazos en gesto de interrogación:
—Pero, Hilda, por favor, ¿qué significa todo esto?
—Sólo son precauciones. Así no podrá atacarme.
—No pensaba atacarla. ¿Quién cree que soy?
—Un sinvergüenza y un burlón. Un inmoral que quiso jugar conmigo y con mis necesidades y sentimientos.
Como algo de razón tenía, guardé silencio.
—Antes de que usted hiciera su imprevista visita, recibí un llamado telefónico de Salustiana. Ella tiene una aguda percepción psicológica y en seguida se dio cuenta de que usted es un canalla. El contacto personal de Salustiana sirvió para confirmar los resultados de la investigación que había realizado mi informante.
Las palabras investigación e informantedesencadenaron una nueva oleada de transpiración angustiosa, especialmente profusa en cuello y tobillos.
Hilda tenía en las manos una carpeta de plástico, tamaño oficio. Mientras hacía correr un poco las hojas, comentaba, como distraída:
—Mi aviso en Sentimientos tuvo gran repercusión. Recibí nada menos que treinta y cuatro respuestas: ni treinta y tres ni treinta y cinco: treinta y cuatro. ¿Qué le parece?
En realidad, no me parecía nada. Pero respondí:
—Es un buen número.
—¡Un número excelente! Otras amigas mías nunca reciben más de ocho o diez. Como mucho, hay quien recibió catorce. Cifras que no pueden compararse con mis treinta y cuatro.
Y sonrió, con bastante orgullo.
—Yo clasifico las respuestas, en primer lugar por el nivel social, cultural y económico. No me interesa la belleza física, que es un ítem superficial y frívolo. ¿No le parece?
No contesté.
—¿No le parece? —insistió.
—Claro, así es, tiene razón.
—Recibí mensajes de toda clase de personas. Encumbrados profesionales —señaló una hoja, que yo no podía ver—: éste es un juez de la Corte Suprema. También ejecutivos, industriales, políticos, militares: todos sufren la soledad. Asimismo hubo modestos empleados y hasta algún obrero sin capacitación alguna y que casi no sabía escribir. Sin embargo, todas personas dignas de respeto.
Hizo una nueva pausa.
—Salustiana y yo analizamos todas las cartas y, tras desechar sin más trámite algunos candidatos, examinamos otros con atención. Hay que tener cuidado; yo había casi eliminado a uno, pero en la segunda entrevista se reveló como persona muy valiosa. Antes de dos meses voy a casarme con él y a él le debo la investigación que me reveló las facetas oscuras de su personalidad, doctor Brizzolara.
Extrajo dos hojas de la carpeta, y me las extendió. Estaban mecanografiadas en antigua máquina de escribir, de tipos no demasiado limpios.
—Lea desde la marca roja en adelante. Lo anterior no es cosa suya.
Leí:

El colofón de mis investigaciones es que todo es como yo lo había imaginado. Al Juampi le sobra cerebro y no se le escapa nada. En resumen. El tal Brizzolara no existe: es una especie de seudónimo empleado por un sujeto llamado Federico Sordi, una especie de escritor fracasado que, como no puede escribir ficción, vive en los arrabales de la literatura, haciendo correcciones y traducciones de textos ajenos. Algo tiene, sin embargo, de creador y de histrión, claro que en un nivel elemental y rudimentario. Por razones largas de explicar, pude conocerlo bastante bien; sé que es aficionado a gastar bromas y a urdir mistificaciones e imposturas: para eso es mandado a hacer, y le reconozco cierta espontaneidad creativa no desdeñable. En fin, que aplicó sus talentos a hacer idioteces.
Para no dar más vueltas con este asunto. Debés dar por terminado todo el episodio y mandarlo al diablo de una vez por todas.
Un beso,
Juampi

Sobre la última palabra había, a modo de firma, una gruesa JPZ trazada en marcador verde. En un reflejo súbito, di vuelta la hoja para ver el dorso y vi la línea impresa que esperaba ver y que no deseaba ver.
Cuando le devolví el papel, advertí que Hilda tenía en la mano una llave de formas arcaicas.
—Ahora, como estoy segura de que ya no tendrá ganas de intentar ninguna maldad, voy a liberarlo, para que se vaya a su casa y desaparezca para siempre de mi vida.
Primero me liberó del grillete del cuello y luego de los de los tobillos.
—No haga movimientos bruscos porque se va a marear. Todavía está bajo los efectos del narcótico.
Me puse de pie y, en efecto, me sentí algo mareado.
—Muy bien. Ahora puede retirarse.
Me acompañó hasta la puerta.
Cuando pisé la acera de la calle Roque Pérez, añadió:
—Espero que haya escarmentado.


Ediciones Carena, Barcelona 2005




Terapia exitosa



1

—No hay nada peor que reprimir —me había dicho el psicoterapeuta, profesional de abdomen generoso y mirada severa.
Y es verdad. Yo reprimía y reprimía. Y volvía a reprimir. Era un reprimido, todo yo era una gran represión.
Era la persona que nunca opinaba, que nunca se atrevía a emitir un juicio cualquiera, a decir “No estoy de acuerdo”, a decir “Tengo otro punto de vista”, a decir “Me inclino por esta idea”. Esas osadías, ni pensarlas.
Pero lo más triste era que ni siquiera me atrevía a estar de acuerdo. No tenía valor para expresarme, para manifestar una exteriorización cualquiera.
A fin de no atraer sobre mi persona las miradas ajenas, siempre fingía estar de acuerdo con todo el mundo: para lograrlo, me bastaba con hacer una ligerísima inclinación de cabeza.
Pero a la noche, estando en casa y, más específicamente, en la cama, no podía conciliar el sueño.
Me veía bajo la metáfora de una acumulación de frustraciones que pugnaban por escapar de mi cuerpo. Y, aunque yo era flaco de total flacura, sin un gramo de grasa, con la piel pegada a las costillas, me percibía a mí mismo como un ánfora redonda y panzona, a punto de reventar a fuerza de represiones.
—No es saludable que usted reprima sus opiniones —insistía el psicoterapeuta.
A esta altura del relato debo confesar que, tras cuatro décadas de represiones, me decidí a consultar a un psicoterapeuta.
El tratamiento resultó prolongado y costoso (especialmente para mí, que en esa época era un modesto profesor de castellano y literatura: es decir, un individuo que trabajaba mucho y ganaba muy poco). Pero debo confesar que valió la pena: pocas veces invertí con tanta utilidad mi plata. No puedo describir con términos científicos en qué consistía la terapia: sí debo declarar que su éxito fue total.
La idea directriz del psicoterapeuta era:
—No reprima sus opiniones. Opine, diga siempre lo que sienta. Exprésese, grite a los cuatro vientos lo que se le dé la real gana. Cuando llegue a esta cúspide, usted será un hombre nuevo. Libre de represiones, libre de timideces, un hombre, en fin, con mayúscula.
Y agregaba:
—Cuconati, métase esto en la cabeza, y con letras gigantescas: no diga cuando quiera decir no.
Tenía razón.
Los resultados fueron graduales. Nadie debe creer que, de un día para el otro, salté al ruedo, del todo desinhibido, a lanzar por el mundo mis opiniones. No: las cosas ocurrieron de la siguiente manera.


2

La primera vez que opiné fue en una reunión de profesores. Como es fama, he sido ministro de Cultura y Educación, pero, en aquella época —dos años atrás— sólo era profesor de lengua y literatura. Ni siquiera ejercía en un colegio prestigioso, como el Nacional de Buenos Aires o el Carlos Pellegrini: no, era un insignificante profesor en un insignificante colegio privado que —vamos a decir la verdad— funcionaba, bajo la ficción de un instituto de fines educacionales, como una grosera empresa comercial.
Como tantas otras organizaciones parecidas, el colegio se había ajustado al canon de autodenominarse con una frase compuesta de artículo y un sustantivo “poético” en plural: se llamaba Las Golondrinas, sin que nadie supiera qué relación podía tener este nombre con ninguna cosa del mundo.
Nada me cuesta declarar que me considero un individuo de bastante lucidez y de inteligencia eficaz: ambas virtudes inmovilizadas o menoscabadas por la terrible timidez que contaminaba todas las horas de mi vida.
Es cierto. Opiné, por ser la primera vez que opinaba, con trémulo apocamiento. Esto tuvo un efecto paradójico, algo así como una ley de mercado: a menor cantidad de opiniones, éstas ganaban en valor y en consideración.
Como yo nunca había opinado antes de esa reunión, el profesor Leonardo Andrés López (rector del colegio) y los demás profesores me escucharon con especial interés, en un silencio profundo y respetuoso que no habían merecido quienes, desgastándose, opinaban con frecuencia: en general, por el gusto de hablar, de hacerse oír.
Recuerdo perfectamente cuál fue mi juicio esa tarde. Opiné que los alumnos Fulano y Mengano, de tercer año y de repudiable conducta, que, sentados en las últimas filas, se dedicaban a perturbar la labor pedagógica de mil maneras o guisas, deberían ser trasladados a los primeros pupitres y, como si esta represalia no fuera suficiente, deberían también ser separados por, al menos, dos filas de condiscípulos o educandos.
Un cortinaje aprobatorio cayó tras mi última palabra. Yo no creía que mi idea estuviese revestida de originalidad, pero fue aceptada casi con veneración.
Me di cuenta de que esta reverencia era menos homenaje a mi juicio que a mi ponderación como ser humano: me convertí en el hombre que hablaba lo imprescindible y en el momento oportuno. Al advertir este efecto, me mantuve taciturno hasta el fin de la reunión.
Al día siguiente el rector del colegio hizo suya mi opinión. Al entrar en el aula de tercer año, encontré a los censurables Fulano y Mengano ubicados en los primeros pupitres; dos filas de alumnos constituían un serio obstáculo para la comunicación entre ambos réprobos.
En la sala de profesores, noté que había ganado dos admiradores: la profesora de biología (es verdad que gorda y solterona) y el profesor de música (un joven mimoso, de ademanes amanerados); éste se tomó la desagradable libertad de besarme en ambas mejillas y me dijo, con énfasis de sonata romántica:
—¡¡¡Te felicito, Cuco, te felicito una y mil veces…!!!
Aunque reconfortado por estas muestras de afecto, yo, desde luego, necesitaba el refuerzo de la terapia y continué visitando al psicoterapeuta. Así seguí emitiendo mis juicios y liberándome de la represión. Viajando en colectivo, y sin duda debido a mi afición literaria, mascullaba entre dientes versos clásicos adecuados para el caso.
Tomando la personalidad de Francisco de Quevedo, cuchicheaba:

No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

Otras veces, recordaba a José Hernández:

Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar,
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar.

A partir de entonces, abandonando mi parsimonia en la emisión de juicios, tomé un nuevo hábito: en la sala de profesores me dedicaba a expresar mis pareceres sobre todos los temas del mundo.
Jamás discutía, jamás me acaloraba. La frialdad y el desapasionamiento con que puntualizaba mis asertos eran la garantía de su verdad. Exponía mi juicio y callaba. Con esto daba a entender que no existía en el mundo fuerza capaz de modificarlo. Y que, si yo había manifestado tal opinión, era porque estaba escrupulosamente meditada: era, por lo tanto, incontrovertible.
Así lo entendían mis colegas, que guardaban silencio.


3

Ese mismo fin de año, el profesor Leonardo Andrés López se jubiló. La rectoría del colegio quedó vacante. En la sala de profesores los docentes ensayaron conjeturas sobre cómo y quién iba a cubrir el cargo.
Debo decir que la propietaria del colegio me convocó a su despacho para ofrecerme el puesto de rector.
Esa mujer —estado civil: abandonada— se llamaba Nadia Avérnica Taboada.
Habría resultado un personaje ridículo y grotesco —y, por ende, con algún atributo simpático—, si no fuera que la caracterizaban la deshonestidad, la codicia, la hipocresía, la tacañería enfermiza, la desconsideración hacia el prójimo.
Su edad excedía los cinco decenios bien contados, pero cierta vez —para mí, inolvidable— había declarado:
—Jamás he oído tal cosa, en los treinta y tres años que llevo vividos…
Obsesionada por los estragos del tiempo, se vestía como una jovencita que aspirara a un puesto de honor en la constelación del puterío universal: pollera apretada, para marcar las curvas de las decadentes nalgas; corpiño ferozmente opresor, que le levantaba dos hipertrofiadas pasas de uva blancas. Por ser cabezona y de hombros muy estrechos, algo tenía de títere o de monigote. Usaba larguísima cabellera teñida de rubio platinado que, por contraste, ponía aún más en evidencia el arrugado mapa de su rostro. Transpiración y cosméticos se conjuraban en un tufillo rancio que siempre iba con ella.
Decía, entonces, que Nadia Avérnica Taboada me llamó a su despacho para ofrecerme el puesto de rector.
Llevado de antiguos vicios represivos, estuve a punto de aceptar la rectoría (para la que no sentía la menor vocación), cuando recordé el consejo del psicoterapeuta: “No diga cuando quiera decir no”.
La propietaria, sentada del otro lado del escritorio vidriado, daba por segura mi aceptación.
—Muchas gracias —le dije—. Me honra su confianza. Pero mi respuesta es no.
Desconcertada, abrió muy grandes los ojos verdes:
—¿Pueden conocerse sus razones, Cuconati? —había como un óxido en su voz.
Por supuesto que podían conocerse. Bajo la guía interior de mi psicoterapeuta, fui breve y contundente. Le dije que, a mi juicio, el rector de un colegio privado no es otra cosa que una suerte de lacayo —de traje y corbata— de la entidad propietaria: un pobre diablo que, además de sobrellevar esa servidumbre, debía al mismo tiempo lidiar con el carácter díscolo y conflictivo que es el sello de fábrica del docente argentino, y, como si fuesen pocas desdichas, debía tratar también con los abominables padres de los no menos abominables alumnos, que suelen creer —y hasta con razón— que los docentes pertenecen a su personal de servicio.
Todo esto lo dije sin levantar la voz, en un tono monocorde y distante que confirió al discurso la pátina de verdad definitiva.
Muy seria, me preguntó si yo realmentepensaba así.
—Exacta y literalmente así —le respondí—. Más aún: estoy convencido de que el profesor López, ahora jubilado, fue un pobre pelele, un infeliz que siempre me hizo recordar el verso de Mano a mano, tango de Celedonio Flores: “como juega el gato maula con el mísero ratón”.
La Taboada desconocía, desde luego, la letra de ese tango, desconocía la letra de cualquier otro tango, desconocía toda cosa que tuviera la menor relación con la poesía, con alguna de las artes o con la más diminuta manifestación espiritual.
—¿Gato maula…? —repitió—. Por favor, Cuconati, exprésese con claridad, no lo entiendo…
—Quiero decir que el profesor López fue siempre una especie de mísero ratón en las garras del gato maula. Y el gato maula viene a ser usted.
Preguntó si yo la llamaba gato maula a ella.
Gato maula era el término con que se refería a usted el profesor López. Siempre a sus espaldas. El pobre es tan cobarde, tan mísero ratón, que jamás se habría atrevido a decírselo en la cara.
Por suerte, no me preguntó cuál era mi propia opinión sobre ella. De haberlo hecho, se habría encontrado con que, comparada con mi juicio, la expresión gato maula podía tomarse como un himno de alabanza.
Quedó agradablemente sorprendida por las informaciones que yo le había suministrado sobre el idiota de López. Acaso por tal razón, la charla continuó luego por carriles amables y, sin duda por lo mismo, fingimos despedirnos con cordialidad.


4

Todavía no dije que a mí me interesaba mucho más la cultura que la educación, y la literatura sobre todas las demás expresiones artísticas.
Por aquel entonces, yo tenía publicados cuatro libros de cuentos y solía colaborar con ensayos literarios en los suplementos culturales de La Nación y de La Prensa.
Parece ser que, como una palabra trae la otra, y ésta una tercera, la Taboada se ufanó, ante algún jerarca del Ministerio de Cultura y Educación, de contar entre sus empleadillos a un sujeto como yo. Después, para que la glorificación fuera mayor, me adornó con elogios que en verdad la prestigiaban a ella.
—Cuconati —me dijo—, gracias a mí, seguramente van a ofrecerle un puesto en el Ministerio.
En efecto, fui citado desde el Ministerio para sostener una entrevista con un funcionario del que sólo recuerdo que se llamaba Blasetti y era semánticamente barroco y fonéticamente ceceoso. En representación del señor ministro, y por las referencias que le había dado la señora Taboada, el funcionario me ofrecía el cargo, espléndidamente remunerado, de subsecretario de Expresión Literaria: este organismo acababa de crearse en virtud de la ley de reducción de gastos del Estado.
Antes de aceptar, le dije que quería saber con exactitud cuáles serían mis atribuciones, mis derechos, mis deberes y mi campo de acción. De este modo dejé sentado un principio: yo no era uno de esos muertos de hambre que aceptan cualquier puesto, con tal de que sea bien pago.
—Me parece una objeción muy razonable —respondió Blasetti, y, sin dejar de exudar zetas, llamó gongorinamente por el teléfono interno a su secretaria—: señorita Susana, concédame la merced de decirle al profesor Cersósimo que me acerque las siguientes certificaciones…
Cersósimo (tenía aspecto de llamarse Cersósimo: su cara tenía algo de trapezoide mayor en el que estuvieran inscriptos cinco o seis trapezoides menores) trajo dichos papeles.
Eran unos bonitos folletos, en papel ilustración y en colores, que —según me explicó Blasetti— describían en detalle la estructura y los alcances de la Subsecretaría de Expresión Literaria.
—Permítanme veinticuatro horas para estudiar el tema —dije, y me retiré a casa.
Con dos sonrisas gemelas, pero de distinta jerarquía burocrática, me despidieron Blasetti y Cersósimo.
El folleto resultó una suerte de antología de la nada. Se prodigaba en cuadros sinópticos, flechitas, círculos, llaves y cuadraditos que, en verdad, carecían de significado. Se veía que estaba redactado por una licenciada en ciencias de la educación.
Por ejemplo, el pasaje correspondiente al subtítulo “Metas, fines y propósitos de la Subsecretaría de Expresión Literaria” comenzaba así: “Los objetivos generales reposan en aumentar el caudal literario de la escritura y desarrollar el pensamiento crítico de los integrantes de la muestra estadística de adultos de ambos sexos a través del análisis de los textos adecuados según evaluaciones objetivas de profesionales calificados”.
Al otro día regresé al Ministerio. Llevaba mi aceptación, pero también muchas salvedades, en un documento que había redactado la noche anterior:
—Para no continuar tirando la plata a la basura —sentencié, entregando el documento a Blasetti—, es imprescindible desmantelar las siguientes oficinas y despedir a tales y tales funcionarios…
Según mi plan, desaparecerían, entre otras muchas, tres gerencias: la Gerencia de Textos Épicos o Narrativos; la Gerencia de Textos Líricos o Poéticos; la Gerencia de Textos Dramáticos o Teatrales. De acuerdo con el organigrama que me habían suministrado, cada una de ellas se ramificaba en múltiples subgerencias: Subgerencia de la Novela; Subgerencia del Cuento Brevísimo o Minificción; Subgerencia del Cuento Breve o Cuento Propiamente Dicho; Subgerencia del Cuento Largo o Relato con o sin Final Abierto; Subgerencia del Relato Largo o Nouvelle; Subgerencia de la Novela Tradicional con Narrador Omnisciente en Tercera Persona; Subgerencia de la Novela Tradicional con Narrador Protagonista en Primera Persona; Subgerencia de…
Blasetti dijo que iba a “transmitir mi inquietud” y entregar “dicho actuado” al señor ministro. Y agitó mis papeles, identificando así, en un solo ente, inquietud y escrito.
Desde el interior del ascensor oí sonar la campanilla del teléfono de mi departamento; por eso me apresuré a entrar y a atender antes de que cortaran. Era Blasetti: increíblemente, el ministro estaba de total acuerdo conmigo, me felicitaba por mi sinceridad y por mi “ejecutividad”, y me invitaba a hacerme cargo de la Subsecretaría de Expresión Literaria dentro de dos días.
Para no extenderme en detalles administrativos, sólo diré que asumí el cargo. No tardé mucho en convertirme en un funcionario eficiente, rápido y hasta valorado.
(Por fortuna, no me gané la animadversión de ninguno de los ciento sesenta y cuatro funcionarios que, a causa de mi solicitud, fueron despedidos de la Subsecretaría: antes de que transcurrieran tres días, todos ellos fueron reubicados en la Subsecretaría de Carnaval, Carnestolendas, Corsos, Rey Momo, Bailantas y Festejos Populares Afines que las cámaras de Diputados y Senadores acababan de crear en virtud de una ley de prioridad nacional.)
Desde ese día fui acostumbrándome a la vida de las esferas oficiales. Cumplí una suerte de cursus honorum y anudé amistades influyentes. Llegó el momento en que asumí la titularidad del Ministerio de Cultura y Educación.
Al tomarme juramento, pude, por primera vez en mi vida, estrechar la mano de un presidente de la Nación. Cuando él me dijo “Si así no lo hiciereis, que Dios y la Patria os lo demanden”, yo pensaba que ese sujeto sonriente era una especie de pelafustán de comité, un inútil que, en una empresa privada, debería agradecer que lo destinasen a servir café a los empleados. Pero, ahora, era “el presidente de todos los argentinos”.
Entre los tantos invitados, se hallaban los maridos y las mujeres de los funcionarios entrantes y salientes. Fui, soy y seré sensible a la belleza femenina; en un segundo plano, se hallaba la señora esposa del presidente. No pude menos que echar furtivas miradas de admiración a la hermosa primera dama. Pensé que, entre funcionarios y políticos, estaba un poco fuera de lugar: la mujer ostentaba —ése es el término— una belleza provocativa, como de muñeca de lujo.


5

Al poco tiempo volví a cruzarme con Nadia Avérnica Taboada.
Se trataba del día inaugural del Vigesimonoveno Congreso de Propietarios de Colegios Privados de la República Argentina. Como ministro, tuve que concurrir al Alvear Palace Hotel para “dejar abiertas las fructíferas jornadas”, según dije en mi discurso.
Luego hubo un refrigerio con mil y un entremeses y bocadillos, y bebidas gaseosas y vinos blancos y tintos.
Por casualidad me encontré en un aparte con la Taboada.
—Hola —me dijo, haciéndose la juvenil—. ¿Cómo te va, Cuconati? ¡Quién te ha visto y quién te ve…! De modesto profesor a encumbrado ministro.
Aunque, indirectamente, yo le debía mi elevado cargo, no sentía hacia esa mujer la menor gratitud.
Al ver de cerca el rostro estriado, la sonrisa hipócrita, los malvados ojos verdes, un tropel de aciagas memorias me entenebreció el pecho. Recordé sus acciones perversas, su altanería, su mezquindad, su ignorancia, su egoísmo, su avaricia atroz, su desconsideración hacia el prójimo, su vacuidad espiritual… Recordé su implacable deshonestidad, hija de la codicia.
Advertí que me miraba medio de reojo, con la cara inclinada y una sonrisa que pretendía ser cautivante: ¡buscaba seducirme!
Pensé: “A vos no te toco ni con un palo de escoba”.
Clavé mis ojos verdes en sus ojos verdes:
—En primer lugar —le dije, con la elocuencia que otorgan las heridas profundas—, nosotros siempre nos hemos tratado de usted: no veo ninguna razón para que se tome la libertad de tutearme. En segundo lugar, lo correcto es llamarme Señor ministro y no Cuconati. En tercer lugar, nunca he sido un modesto profesor, sino un excelente profesor de lengua y literatura. En cuarto lugar, le diré que usted nunca me cayó simpática y que, en realidad, guardo hacia su persona tres sentimientos que prefiero callar.
Introduje este enigma para que me hiciera la pregunta:
—¿Qué tres sentimientos? —el gesto crispado, los ojos desafiantes—. Dígalos, si se atreve.
Yo no deseaba otra cosa:
—Para satisfacer su curiosidad, le confieso que siempre he experimentado hacia usted asco, desprecio y odio.
Sonreí con beatitud.
Dio media vuelta y se alejó. La seguí con la vista y pude ver que se metía en el baño de damas.
Ésa fue la última vez que hablé con Nadia Avérnica Taboada.


6

Como ministro de Cultura y Educación yo trabajaba muchísimo.
De la misma manera actuaban los demás funcionarios. Subsecretarios, secretarios y ministros se hallaban siempre en movimiento.
El presidente de la Nación también, pero mucho más. Corría de aquí para allá y de allí para acá. En medio siempre de una multitudinaria comitiva que se trasladaba en decenas de automóviles, no descansaba un segundo: a las diez de la mañana descubría, en la plaza de Mayo, sendos bustos en honor a Ronald Reagan y Margaret Thatcher; a las once recibía en la Casa Rosada al embajador de la República Transoceánica de Zambaweti; a las doce y treinta compartía un almuerzo de choripanes con los habitantes de la villa miseria El Jolgorio de Soldati; a las quince y treinta daba el pelotazo inicial de un partido amistoso de vóley entre los clubes Estrella de Chacarita y Fulgor de Colegiales; a las dieciocho tenía cita con su sastre para probarse nuevos trajes; a las diecinueve debía ser acicalado por su peluquero personal y someterse a los servicios de una manicura; a las veintidós concurría al Teatro Colón a presenciar un recital de rock pesado que brindaba un grupo de alumnos del Colegio Los Tamarindos Primaverales…
Desde que asumí como ministro me vi obligado a frecuentar todo tipo de recepciones y reuniones sociales. En ellas conocí nuevas categorías de personas “importantes”, en un amplísimo abanico de variedades.


7

Fiel al psicoterapeuta, yo continuaba opinando. Pero, acaso porque era un producto de los estudios gramaticales y literarios, mis opiniones se expresaban con corrección sintáctica y con eufemismos estilísticos. Ahora bien, me pregunté cierto día, un eufemismo, ¿puede considerarse opinión sincera?
No supe responderme y volví a experimentar aquella olvidada angustia de represión.
Tuve que regresar al consultorio del psicoterapeuta.
—Su error —me dijo— consiste en sublimar sus opiniones. En todo eufemismo, más aún, en toda creación artística, hay un elemento mendaz, un elemento de ficción e invención. En todo eufemismo, querido Cuconati, siguen latiendo los vestigios de la represión.
Me miró con tanta severidad, que no pude sostener su mirada.
Un eufemismo—agregó, apuntándome con su índice al entrecejo— no es una opinión íntegra, Cuconati: un eufemismo sólo es una opinión investida de temor y de inautenticidad.
Bajé la vista y, avergonzado, me escarbé un poco las uñas.
—De manera —añadió— que el único medio de librarse de la represión para siempre es emitir sus juicios sin el disfraz del eufemismo. El eufemismo, Cuconati, no es otra cosa que una figura retórica, es decir un subproducto de la elaboración literaria, o sea algo cultural y, por lo tanto, no vital, una creación verbal en que predomina la pulsión de muerte.
Yo estaba asustadísimo.
Me acompañó hasta la puerta del consultorio y luego hasta el palier y hasta el ascensor. Mientras se metía en el bolsillo el importe de sus honorarios, concluyó, al modo de una sinfonía triunfal:
—Recuerde, Cuconati, para no reprimirse, la expresión de sus juicios debe ser auténtica, vital, profunda: debe exteriorizarse tal como la expresión sube a su garganta y a su lengua. ¡Sin eufemismos!
Ya dentro del ascensor, vacilé un poco sobre mis piernas. Pero había comprendido y me sentí revivir.


8

Por aquella época se cumplieron en Buenos Aires las Terceras Asambleas Ecuménicas de la Latinidad. Las sesiones tuvieron lugar en el Teatro Municipal General San Martín y, como se sabe, presentaron “ponencias” intelectuales de los países que tienen como oficial o alternativa cualquiera de las lenguas procedentes del latín.
Por obligación de mi cargo, tuve que asistir a la jornada inaugural y a la jornada de clausura: ambas me parecieron insensatas y onerosas. Un expositor X leía en voz alta un papel que otros asistentes Z bien podrían haber leído en sus casas; a su vez, los oyentes no prestaban la menor atención.
Pero, en fin, terminaron las Asambleas y los intelectuales regresaron a sus países.
Como secuela, hubo —unas noches más tarde, en salones del Hotel Sheraton— una reunión social con el cuerpo diplomático de los países “latinos”. Las naciones representadas eran cerca de treinta, la mayoría hispanoamericanas (cuya gente era, en cuanto al aspecto exterior, más parecida, por poner un ejemplo, al último mohicano o al tío Tom de la lúgubre cabaña que a los emperadores Julio César o Augusto); pero también se encontraban representantes de España, Portugal, Francia, Italia, Rumania… Hasta había un filipino hispanohablante, que con sus reverencias e inclinaciones de cabeza me hizo recordar a un correcto tintorero japonés en el momento de entregar un pantalón recién planchado.
El presidente había decidido instituir el Día de la Familia Latina. Por ese motivo, en la reunión se hallaban no sólo los diplomáticos sino también sus cónyuges e hijos. Largas mesas cubiertas de manteles blancos exhibían deliciosos entremeses y abundantes bebidas. Todo el mundo picoteaba bocaditos y empinaba el codo.
De pronto, empecé a sentirme de mal humor. Esto suele ocurrirme con cierta frecuencia, sin que al principio conozca la causa.
En seguida me di cuenta de que, entre varios factores simultáneos que me infundían ese brusco mal talante, quienes en especial me sacaban de quicio eran dos niños de unos ocho o diez años: sin un instante de respiro, gritaban, corrían y hacían gambetas entre las piernas de los adultos. Siempre he aborrecido el ruido y la agitación.
Casi al mismo tiempo, el azar quiso que me encontrase frente a la dottoressa Caterina Bertone dell’Infantino, mujer relativamente bonita, graduada en lenguas clásicas en la Universidad de Bolonia. Estas cualidades me habían predispuesto en su favor. Cumplía las funciones de agregada cultural en la Embajada de Italia.
La había conocido en reuniones anteriores y hasta habíamos alcanzado a conversar sobre Sófocles y Virgilio. La dottoressa era una autoridad en griego y en latín. Hacía muy poco que se hallaba en el país; se expresaba en un español estrafalario, en el que no sólo diferenciaba entre eses y zetas sino también entre elles y yes.
Al estilo europeo, nos saludamos con un beso en cada mejilla. La dottoressa era la mismísima madre de uno de los dos niños que corrían y proferían alaridos. Lo supe porque, justamente en ese momento, el párvulo en cuestión acababa de encapricharse: de un modo inadmisible entre personas civilizadas, requería la atención de su madre gritando —en un italiano no petrarquesco— y tironeándole del vestido y del brazo.
Yo sentía tentaciones de asestarle un golpe en la cabeza.
Por otra parte, el aspecto del niño no inspiraba piedad ni simpatía. El rostro burdo, la nariz ancha, la baja estatura y el físico rechoncho me hicieron pensar en un jabalí.
—Este pequeño niño es Gino, el mi hijo más pequeñito de los tres chicos —canturreó Caterina.
Mecánicamente, estuve a punto de inclinarme para besarlo, cuando recordé el consejo del psicoterapeuta, y obré en consecuencia:
—No pienso besarlo, dottoressa—dije, sin perder mi sonrisa—. Su hijo es insoportablemente travieso y maleducado, y me ha causado una pésima impresión. Además, es muy feo, con esa cara de tano bruto que tiene.
Caterina era menos versada en español oral que en filología clásica. Dibujó una amplia sonrisa y me contestó:
—Tante grazie, gentilissimo signor ministro.
A lo que respondí:
—Prego.
Una suerte de reducido tumulto indicó que acababa de llegar el presidente de la Nación. Con su habitual jovialidad, iba desplazándose de uno a otro grupo, para saludar a cada persona y formular algún comentario simpático. A su alrededor, como un círculo que se contrajese y se dilatase una y otra vez, marchaban diez o doce funcionarios obsecuentes: de manera sistemática, festejaban cada una de las ocurrencias del primer magistrado.
Dije antes que yo albergaba una paupérrima opinión sobre este pelafustán de comité. Debo reconocer que poseía cierta elegancia natural y que se vestía con buen gusto y sobriedad. Gozaba de cierta fama (que lo enaltecía) de hombre exitoso con las mujeres.
Justamente, lo acompañaba su esposa, a la que yo sólo había visto una vez, y de manera fugaz, la tarde en que juré como ministro; en aquella ocasión me habría gustado saludarla, pero todo ocurrió de modo un poco caótico y no hubo oportunidad de hacerlo. Ahora pude verla de cerca y en detalle.
Mi juicio admirativo de aquel día se confirmó con creces. Era una mujer de unos treinta y seis años, alta y morena, con torrencial cabellera que temblaba en montón, de piel aceitunada y perfecta en su tirantez, de grandes ojos oscuros con largas pestañas negras, pródiga de curvas elogiables y equilibradas, con maravillosos pechos redondos y levantados, con armónicas y fascinantes caderas, con nalgas duras y firmes, merecedoras de la mayor ponderación, con magníficas piernas doradas, con un hermosísimo rostro de italiana voluptuosa, con una hechicera sonrisa blanca entre los gruesos y rojos labios… ¡Oh, demonios!: un aura de sensualidad iba con esa mágica mujer de vestido color de marfil…
El presidente y ella se detuvieron ante mí. El séquito de obsecuentes y otras personas se congregaron a nuestro alrededor para contemplar el espectáculo y oír el diálogo.
El presidente estaba haciendo las presentaciones:
—El doctor Florencio Cuconati, ministro de Cultura y Educación… Mi mujer, Wanda Zavatarelli…
—Hola —nos dijimos—. Mucho gusto.
Nos acercamos un poco y su perfume erótico casi me derrumbó allí mismo. Según el estilo argentino, nos dimos un beso en el aire y nos rozamos apenas mejilla contra mejilla.
Esta caricia resultó suficiente para provocarme una erección instantánea. Con disimulo, estiré hacia abajo los extremos inferiores del saco.
El presidente se mostraba locuaz. De acuerdo con su costumbre, peroraba con vaguedades, de modo insustancial, con muchos adjetivos y adverbios, sobre los nobles pueblos que egregiamente encumbran su cultura y privilegian sabiamente su educación, valores que no sólo constituyen un preclaro derecho sino también un deber de todo ciudadano consciente y preocupado por la marcha de la cosa pública… Etcétera, etcétera.
—Imaginate, Wanda —dijo, levantando la voz, para Wanda y para los demás circunstantes—, que el empeñoso doctor Cuconati, insistiendo, insistiendo, con la tozudez del agua que horada la piedra, consiguió que, finalmente, aumentáramos de modo drástico el presupuesto para las bibliotecas públicas…
Mentira de cabo a rabo: ni se había aumentado ningún presupuesto ni yo había pedido nada.
—…perseverancia que, naturalmente, habla loas de la contracción al trabajo del doctor Cuconati y de su esfuerzo al servicio del pueblo que confía en él.
Hizo una pausa de efecto teatral, pues deseaba concluir el diálogo con una de sus bromillas:
—Doctor Cuconati —dijo, guiñando un ojo y dirigiéndose a la vez a mí, a su esposa y a todos los presentes—: ¿con qué pedido se va a despachar ahora para el Ministerio, aprovechando que estoy distendido y contento…?
—Para el Ministerio, no quiero nada —repuse—. En realidad, lo que en este momento me encantaría hacer, señor presidente, es cogerme a su señora.
Esta frase sumió en silencio a todos los que nos rodeaban y, por lógico efecto, acrecentó la rigidez de mi erección.
El presidente estaba blanco; Wanda, roja, y más hermosa todavía.
Hay gente que, con su falta de tacto, genera situaciones incómodas: hubo una especie de movimiento de agitación. No sé exactamente qué pasó luego. Creo recordar que el presidente tomó del brazo a Wanda y, sin explicación ni saludo, se alejó con ella. Creo recordar también que el paralizado círculo de personas atónitas pareció de pronto revivir y al instante esos atolondrados se dispersaron en todas direcciones, haciéndome recordar un conjunto de lauchas asustadas. En fin, una escena chocante.
Al verme solo, comprendí que la recepción del Día de la Familia Latina había finalizado, y entonces me retiré a casa.


9

Al otro día me convertí en víctima de una injusticia: fui literalmente obligado a dimitir. En el Ministerio me reemplazó cierto abogado semianalfabeto, un engreído que, aun subido en la punta del obelisco, no me hubiera llegado ni a los talones.
Desde entonces, he dejado de participar en política. Nunca más volví a ocupar ningún cargo público. Ni lo necesito ni lo ambiciono.
Después de haberme extenuado como ministro durante casi un año completo, ahora prefiero estar en el llano, viviendo más que holgadamente con mi descomunal jubilación de privilegio, que me corresponde por “los importantes y patrióticos servicios prestados”.
Ha llegado, pues, el momento de mirar hacia atrás y de reflexionar.
De haber continuado siendo un hombre que reprime sus opiniones, hasta el día de hoy habría seguido desempeñándome como profesor de lengua y literatura en algún ínfimo colegio secundario.
En cambio, gracias al psicoterapeuta, que me enseñó a no reprimir, gozo de una situación bastante buena: con apenas cuarenta y tres años, vivo sin trabajar y me dedico a hacer dos de las cosas que más me gustan: leer literatura y escribir cuentos. Por ejemplo, este que ahora concluye con la palabra fin.

Ediciones Carena, Barcelona 2005


Estos cuentos son publicados con la autorización de su autor, a quien agradecemos su gentileza.

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©Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de Lengua y Literatura.
Sus cuentos suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Parte de situaciones muy “normales” y “cotidianas”: pero, paulatinamente (y con toques de humor), ellas se van enrareciendo y se convierten en insólitas o turbadoras.
Algunos de sus libros son Imperios y servidumbres (1972), El mejor de los mundos posibles(1976), En defensa propia (1982), El rigor de las desdichas (1994), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso (2005), Costumbres del alcaucil (2008), El crimen de san Alberto (2008), El centro de la telaraña(2008), Paraguas, supersticiones y cocodrilos(2013). Muchos de sus cuentos han sido traducidos a diversas lenguas europeas y asiáticas.
Le pertenecen dos volúmenes de entrevistas: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares(1992).
Se han publicado libros suyos en Brasil, México, Estados Unidos, España, Portugal, Inglaterra, Italia, Alemania, Hungría, Rumania, Bulgaria, India, China…
Su página web es la siguiente:http://www.fernandosorrentino.com.ar



Bibliografía

Su bibliografía detallada (excluidas las ediciones anotadas de clásicos, las inclusiones en antologías —tanto en español como en otras lenguas— y las colaboraciones en diarios y/o revistas) es la siguiente:


OBRA NARRATIVA

a)    LIBROS DE CUENTOS

La regresión zoológica, Buenos Aires, Editores Dos, 1969.
Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972; reedición, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992
El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976, (2.º Premio Municipal de Literatura).
En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982
El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994 (2.º Premio Municipal de Literatura).
La Corrección de los Corderos, y otros cuentos improbables, Buenos Aires, Editorial Abismo, 2002
Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza, Barcelona, Ediciones Carena, 2005
El regreso. Y otros cuentos inquietantes, Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005
En defensa propia / El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Editorial Los Cuadernos de Odiseo, 2005
Costumbres del alcaucil, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008
El crimen de San Alberto, Buenos Aires, Editorial Losada, 2008
Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables), Veracruz (México), Instituto Literario de Veracruz, El Rinoceronte de Beatriz, 2013


b)    NOVELA

Sanitarios centenarios, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979; reedición (muy reelaborada), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000; reedición, Bar­celona, Ediciones Carena, 2008

c)    NOUVELLE

Crónica costumbrista, Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996

d)   LITERATURA PARA NIÑOS, NIÑAS Y/O ADOLESCENTES

Cuentos del Mentiroso, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978 (Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]); reedición (con modificaciones), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002; nueva reedición (con nuevas mo­dificaciones), Buenos Aires, Cántaro, 2012
El remedio para el rey ciego, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984
El Mentiroso entre guapos y compadritos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994
La recompensa del príncipe, Buenos Aires, Editorial Stella, 1995
Historias de María Sapa y Fortunato, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995 (Premio Fantasía Infantil 1996); reedición: Ediciones Santillana, 2001
El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997
La venganza del muerto, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997
El que se enoja, pierde, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999
Aventuras del capitán Bancalari, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999 Cuentos de don Jorge Sahlame, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001
El Viejo que Todo lo Sabe, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001
Burladores burlados, Buenos Aires, Editorial Crecer Creando, 2006, 104 págs.
La venganza del muerto [edición ampliada, contiene cinco cuentos: Historia de María Sapa; Relato de mis travesuras; La fortuna de Fortunato; Hombre de recursos; La venganza del muerto,], Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2011


ENSAYOS

El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Losada, 2011



ENTREVISTAS

Siete conversaciones conJorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974; reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996; nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007

Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992; reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007


ANTOLOGÍAS (compilador)
35 cuentos breves argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973
36 cuentos argentinos con humor, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976
17 cuentos fantásticos argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978
Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2007
Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt, Buenos Aires, Editorial Losada, 2012


TRADUCCIONES

a)   LIBROS DE FICCIÓN

Sanitary Centennial. And Selected Short Stories. Translated by Thomas C. Meehan. Austin, Texas, University of Texas Press, 1988
Sanitários centenários [Sanitarios centenarios]. Traducción al portugués de Reinaldo Guarany. Río de Janeiro, José Olympio Editora, 1989
Von Skorpionen und anderen Alltagsgefahren. Erzählungen. Ausgewählt und aus dem Spanischen übersetzt von Vera Gerling. Gotinga, Hainholz Verlag, 2001
Attukkuttikal Allikkum Thandanai (La Corrección de los Corderos). Volumen de once cuentos en lengua tamil. Nagercoil (India), Kalachuvadu Pathippagam, 2003
Per colpa del dottor Moreau, ed altri racconti fantastici (14 racconti; traduttori: Ales­sandro Abate; Mario De Bartolomeis; Isabel Cuartero; Carlo Santulli, Marco Capelli e Eva Malagon Esteo; Luca Muzzioli). Módena, Progetto Babele, 2006
Existe um homem que tem o costume de me dar com um guarda-chuva na cabeça (18 contos; traduzidos do espanhol por António Ladeira e Helder Semmedo). Entroncamento (Portugal), OVNI, 2006
Per difendersi dagli scorpioni, ed altri racconti insoliti (20 racconti; traduttori: Ales­sandro Abate; Mario De Bartolomeis; Federico Guerrini; Renata Lo Iacono; Carlo Santulli). Macerata, Progetto Babele / Stampalibri, 2009
How to Defend Yourself against Scorpions (25 short stories; translators: Clark M. Zlotchew, Emmy Briggs, Gustavo Artiles, Michele McKay Aynesworth, Alex Patterson, Jonathan Cole, Norman Thomas di Giovanni, Susan Ashe, Donald A. Yates, Naomi Linds­trom). Liverpool, Red Rattle Books, 2013

b)    LIBROS DE ENTREVISTAS

Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translation, additional notes, appendix of personalities mentioned by Borges and translator’s foreword by Clark M. Zlotchew. Troy, Nueva York, The Whitston Publishing Company, 1982
Sette conversazioni con Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. A cura di Lucio D’Arcangelo. Milán, Arnoldo Mondadori Editore, 1999
Hét beszélgetés Jorge Luis Borgesszel [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Fordította Latorre Ágnes. Szerkesztette Scholz László. Budapest, Európa Könyvkiadó, 2000
Borges chi si tan [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al chino de Lin Yi an. Pekín, 2000
Sapte convorbiri cu Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al rumano de Stefana Luca. Bucarest, Editura Fabulator, 2004
Sapte convorbiri cu Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. Traducción al rumano de Ileana Scipione. Bucarest, Editura Fabulator, 2004
Sete conversas com Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Tradução: Ana Flores. Río de Janeiro, Azougue Editorial, 2009
Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translated, with Notes and Appendix by Clark M. Zlotchew. Filadelfia, Paul Dry Books, 2010
Sedem radsgovora s Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al búlgaro de Boriana Dukova, Sofía, Enthusiast Libris, 2011
Sette conversazioni con Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. A cura di María José Flores Requejo, Introduzione di Armando Francesconi, Tra­duzione e note di Armando Francesconi e Laura Lisi, Note alla traduzione di Laura Lisi, Pescara, Edizioni Solfanelli, 2014


Julio Cortázar por Julio Cortázar... y otras historias: cuentos en su voz, entrevistas, documentales, películas basadas en sus cuentos

CINE: ACIERTOS 2014 / por Luis Sedgwick Báez, Caracas, 15 de diciembre 2014

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Julianne Moore, "Still Alice"



Todo listado implica necesariamente omisiones; toda elección aúna subjetividades. Pero existen ciertos criterios contundentes para evaluar, objetivamente un film, más aún, si es un film de arte. Ha llegado el momento para escoger lo más relevante del año en el renglón cinematográfico. La mayoría de los films los he visto en festivales internacionales; trato de ver films independientes, aquellos que quizás no aterricen en Venezuela. Trato de evitar, en esos festivales, los films comerciales, que deduzco llegarán algún día al país. Si acaso! En el mercado de los sábados en Los Palos Grandes se encuentra un “stand” donde es posible comprar DVDs  que remotamente se mostrarán en las carteleras habituales. En fin…..

Que el 2015 se nos brinde distinto, mejor, mucho mejor.







1)    “Boyhood: momentos de una vida” (EEUU) de Richard Linklater.

 Filmada durante 12 años con el mismo elenco, en Texas, donde vemos el aprendizaje de Mason (Ellar Coltrane, un descubrimiento) frente a la vida, sus momentos plenos de euforia, de decepción, teniendo a unos padres (Ethan Hawke, Patricia Arquette) disfuncionales que asumen la cotidianidad como una rutina para solucionar sus problemas. Mason crece, convive con los amigos, con su hermana, como cualquier hijo del vecino. Se acaba la primaria, finaliza la secundaria, el entorno se modifica. La música  se convierte en un intérprete  más de los años transcurridos. Una suerte de postrealismo con una distinta óptica, la mirada impersonal, tal vez nostálgica de una época. Oso de Plata al mejor director, Berlín. Premio Fipresci al mejor film del año.





2)    “Winter sleeps” (Turquía) de Nuri Bilge Ceylan.

 Larga, lenta y discursiva, con aires de Ingmar Bergman y de Edward Albee (en el teatro), un guión preciso en la descripción íntima de los personajes vis-á-vis a sus emociones. Un antiguo actor vive en la casa heredada de su padre, convertida ahora en hotel. Su joven esposa se dedica a la ayuda social y su hermana convive con el aburrimiento. El film es una suerte de catarsis emocional permeando en cada instante un sentido de frustración en sus vidas y nosotros, los espectadores, somos parte de ella. Estéticamente admirable, un ensamble de actores a la altura, filmada en el entorno fantasmagórico de Capadocia, el film ofrece múltiples lecturas y discusiones. Es la vida misma en movimiento, Palma de Oro, Cannes.




3) “Leviatán” (Rusia), de Andrey Zvyaginstsev

El film es el retrato de la Rusia contemporánea. Desfilan alcaldes corruptos, obsesionados en adquirir terrenos a precios irrisorios para luego urbanizarlos o construir palacetes para ellos mismos. Se rodean de mafias, extorsionando a diestra y siniestra. Vemos también a burócratas que asumen su función con inercia y el vodka que lo toman como agua. El guión es lúcido, tajante. Filmado en la costa abrupta del mar de Barents ( una metáfora?) donde los actores se expresan con afán de dinero, otros con nostalgia y temor al futuro incierto. Un film importante. Gran premio del Jurado, Cannes.





4) “Nebraska”(EEUU) de Alexandre Payne.

      Una familia errática, un padre con principios de Alzheimer, una madre perennemente quejumbrosa ( June Squibb, estupenda), dos hijos con conflictos personales. Bruce Dern es el padre, quizás en su mejor papel, con ansias de ajustar cuentas con el pasado y convencido de haber ganado un gran premio en la loterías, viajando al pueblo a reclamar lo que considera es suyo. Un “road movie” personal, de mirada crítica al provincialismo rural, inteligente en su planteamiento.





5) “El gran Hotel Budapest” (EEUU) de Wes Anderson.

Basado en los escritos de Stefen Zweig y en las ideas del propio director, seguimos los pasos de M. Gustave (Ralph Fiennes), un famoso concierge de un hotel renombrado (pero con el glamour de la decadencia,)  en la imaginaria República de Zubrowka entre las dos guerras y de Zero  (Tony Revolori) su fiel ayudante. La trama se centra en el robo de un cuadro del Renacimiento, una muerte misteriosa y una gran fortuna que se disputan los herederos. Un film pletórico de situaciones estrambóticas , una imaginación que exuda una original estética en la puesta en escena y de cómo la guerra cambió a la sociedad con datos históricos puntuales. Gran premio del Jurado, Berlin.





6) “Una paloma sentada en una rama meditando sobre la existencia” (Suecia) de Roy Andersson.

El film no es más que una serie de episodios con sus variantes repetidas. En la primera vemos a dos vendedores con claros indicios de estulticia mental que discuten y se pelean entre ellos. En el segundo vemos al belicoso rey Carlos XII que desfila con sus tropas de antaño en la Suecia de nuestros días. Por momentos surrealista, con un humor cruel que recuerda al director noruego Bert Hamer (los países también tiene su sentido de humor!), y con toques de Dostoyevski en su crítica al hombre. El film en el fondo es una seria meditación sobre la soledad intrínseca del individuo, Oso de Oro, Venecia.









7) “Fénix”(Alemania) de Christian Petzold.

Como en su anterior “Barbara” donde la protagonista protege y ayuda a un colega a escapar de la Alemania del Este, aquí la historia se concentra en Nelly que logra salir de un campo de concentración finalizada la II Guerra Mundial y decide someterse a una cirugía para recomponer su cara destrozada por una bala. La mayoría de sus familiares y amigos la dan por muerta pero ella se empeña a volver a la vida de antes, a pesar que muchos le han advertido que su esposo fue el que la delató a los nazis por ser judía. Su esposo no la reconoce pero encuentra en ella cierto parecido a su esposa “fallecida” y la manipula para que recupere su dinero en Suiza. Con la magnífica Nina Hoss (protagonista también  en “Barbara”). Petzold es uno de los más importantes nombres de la nueva camada de directores de la Escuela de Berlín).






8) “ Mommy” (Canadá) de Xavier Dolan.

De apenas 25 años y con 5 largometrajes a su favor, Xavier Dolan, nacido en Montreal trae su mejor film hasta la fecha. Un enfoque peripatético, la de un adolescente con problema de conducta, internado en reformatorios, irascible, violento, con una madre también desquiciada en su comportamiento, la propuesta de Dolan cual “cinéma verité” asoma fluida, impactante, reflexiva.  Gran Premio del Jurado, Cannes.





9) “Adios al lenguaje” (Francia) de Jean Luc Godard.

A sus 83 años, vanguardista a ultranza y  provocador empedernido, dice Godard refiriéndose a su film:  “La idea es simple, una mujer casada y un soltero se encuentran. Se aman, se pelean, un perro deambula entre la ciudad y el campo. Las estaciones pasan…..” El film  en 3D,  al día en cuanto a la técnica en la proyección de imágenes, es un conversatorio   y una reflexión) al borde de un lago, en un apartamento , donde se discute de política, de arte, de sociología, de filosofía. Los celulares son sinónimo de la falta de comunicación entre los individuos in situ y el lenguaje, por extensión, se va diluyendo y corrompiendo. Resta la naturaleza y su perra Roxy que todo lo observa y nosotros que la observamos a ella también. Gran Premio del Jurado, Cannes, que compartió con el film de Xavier Dolan.







10) “La era dorada” (China) de Ann Hui.

Recién se ha empezado a estudiar a la ensayista y novelista china Xiao Hong, relegada durante décadas. Rebelde, de mente emancipada, escapa de la tutela familiar y de un matrimonio arreglado en la Manchuria de los años de 1930 y se establece en Harbin. Abandonada por su amante, sin dinero y con un bebé en camino, las circunstancias hacen que conozca a un escritor con el que establecerá una simbiosis mental y física. El film de Hui apunta hacia un paneo de la China de los años 30-40, compleja y turbulenta, con la descripción de la vida trágica de la escritora a través de los varios personajes que nos la cuentan.


Mejor director: Richard Linklater por “Boyhood : momentos de una vida”.

Mejor actor: Romain Duris por “” La nueva novia” (Francia) de Francois Ozon

Mejor actriz:ex aequo:  Jennifer Aniston por “Torta” (EEUU) de Daniel Barnz y Julianne Moore por “Still Alice”” (EEUU) de Richard Glatzer y Wash Westmoreland.









Crítico de cine. Escritor. 
Miembro de FIPRESCI ( Federación Internacional de Críticos de Cine).


Otros artículos de Luis Sedgwick Báez: aquí









ANAIS NIN videos

Julio Cortázar: "Cartas a los Jonquieres" ("Papeles Inesperados", Alfaguara 2009), La Nación, 19 junio 2010

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"París, 24 de febrero de 1952
Mi querido Eduardo:
[...] Es la noche del domingo, y descanso un poco, solo en mi cuarto, después de una semana llena de cosas, idas y venidas, curiosas experiencias, "peladas de frente" y grandes maravillas. Hay un gran silencio en la Cité porque es medianoche, los últimos grupos de estudiantes se han disuelto, y callan los aparatos de radio -uno o dos- de mi piso. Tengo conmigo a un gatito, que me toca alimentar y guardar esta noche, pues es el hijo colectivo de los habitantes del tercer piso. (Hace una semana lo salvé de morirse helado en la nieve, y como recompensa el tipo me chupó de tal modo un pulóver que había a los pies de la cama, que me lo dejó arruinado para siempre.) Pienso que hace dos años justos yo estaba en Venecia, disponiéndome a venir al misterioso París. Ya llevo aquí cuatro meses, y anoche, al hacer un balance mental de este tiempo, me daba cuenta de la asombrosa familiaridad con que me muevo en este mundo. Ahí está, ahora, el peligro. Es ahora que debo vigilar mi visión, mi manera de situarme frente a cosas que cada vez conozco mejor; es ahora que debo impedir que los conceptos me escamoteen las vivencias. Me aterraría (¡no me ha sucedido, por suerte!) pasar un día apurado frente a Notre-Dame y echarle apenas la ojeada sin intencionalidad que se dedica a los bancos o a las casas de renta. Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada. Puedo darme el lujo de pasar cerca del Museo de Cluny y decirme: "Entraré otro día". Pero entrar ahí tiene que seguir siendo una cosa grave, última, la verdadera razón de mi presencia en París. Nos reímos de los turistas, pero te aseguro que yo quiero ser hasta el final un turista en París, el hombre que anota en su agenda: Jueves, ir a ver el San Sebastián de Mantegna... Es tan horrible advertir a cada minuto cómo las facultades intelectuales empiétent [desbordan] sobre las intuiciones puras, tratando de esquematizarte el mundo... Lo atroz de B.A. es que es materia mucho más intelectual que estética, y apresura ese horrendo proceso de cristalización de un hombre. Por eso los argentinos son gente de tanto "carácter" (!), de tanta "personalidad" -repertorios de ideas definitivamente fijas, cuajadas, sin movimiento posible. Todo el mundo tiene allí su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla. La idea de Wilde en su "Retrato de Mr. W. H." es realmente profunda: si en el acto de probar que una cosa es A o B, ocurre que de golpe se siente una angustia terrible y la sensación del descreimiento total en lo afirmado, ello se debe a que todo hombre inteligente y sensible sabe que una prueba es siempre otra cosa, que no toca para nada la realidad esencial de eso de que se habla. Yo quisiera que París se me diera siempre como la ciudad del primer día. Llevo aquí 4 meses: pero llegué anoche, llegaré otra vez esta noche. Mañana es mi primer día de París. [...]
Un muy gran abrazo, y que ésta te encuentre bien.
Julio


16 de mayo de 1952
Mi querido Eduardo:
[...] ¿Has trabajado más? Yo terminé, con inmensa alegría, de copiar mi Keats [Imagen de John Keats, editado póstumamente]. 548 páginas de máquina! Lo suficiente para convertirlo en una nueva Medusa, o máquina-para-petrificar-editores, como diría Jarry. Me siento tan libre, tan en paz conmigo mismo al terminar ese libro. Hay diez años de mi vida ahí dentro (ocho de lectura y dos de trabajo). Ahora quisiera escribir otra novela antes de empezar a olvidarme del español. Llegué a manejarlo lo bastante bien como para desear este -quizá- último libro de prosa argentina. El Examen me vale como tubo de laboratorio; hay allí errores que no repetiré, y cosas in nuce que esperan desarrollo.
[...] Interrumpí esta carta para ir a un concierto del que acabo de regresar (es la una de la mañana). Después de una hermosísima obra de Schönberg, escuché el ´dipus-Rex´de Stravinsky. Hace exactamente 15 años que se lo oí al mismo Stravinsky en Buenos Aires, y pienso que tú estabas conmigo y que nos emocionó (aunque no tanto como La Sinfonía de los Salmos, que es más pura). Para esta representación, Cocteau preparó siete cuadros vivos, que se cumplen en el fondo de la escena, detrás del coro. Ha hecho unas máscaras increíblemente hermosas, con inmensas cabezas, ropajes de colores finísimos. Las máscaras miman la acción que el mismo Jean leía como recitante. Creo que te alcanzará mi especial emoción de esta noche, en que por primera vez he visto y oído a ese hombre que, salvadas las distancias y las diferencias, fue mi primer maestro. Piensa que yo leía a Pierre Loti cuando el azar me hizo comprar Opium... Sí, he tenido una terrible sensación de gratitud, y a la vez de vejez, de acabamiento, de mundo liquidado... Hacia el fin hubo una bagarre fenomenal, a cargo de una cabale enemiga [...], que interrumpió su lectura. Con una estupenda serenidad, Cocteau dijo: "Stravinsky y yo hemos trabajado con un profundo respeto hacia el público. Yo pido que el público nos devuelva ese respeto". Hubo una ovación, y la obra pudo terminarse. Cocteau saludaba como un volatinero -como el juglar que es. Había mucha poesía en la escena y fuera de ella... y yo tengo casi dislocadas las manos, y un cansancio monstruoso. Como si toda mi vida me pesara ahora sobre la cabeza. Los que silbaban eran los jóvenes. Yo aplaudí, yo estoy ya entre los viejos. Así sea. Esta noche ha tenido algo de testamento, pero de un testamento que pudiera ser muy bello.
Mis cariños a María y los chiquitos. Un gran abrazo para ti de
Julio


1 de octubre/ 52
Mi querido Eduardo:
[...] Estuve a punto de hacerte un paquete con mis últimas faenas verbales, pero lo pensé mejor y he decidido mandárselas a Baudi [el abogado Luis Baudizzone]. La razón está en que sólo tengo una copia, y que a Baudi no le he mandado nada desde que estoy aquí. Sé que él te pasará el cuadernito (que se llama Historias de cronopios y de famas) y que en el fondo será lo mismo. Además, y por último, sé que tú entiendes muy bien.
Estos cuentecitos de cronopios y de famas han sido mis grandes camaradas de París. Los anoté en la calle, en los cafés, y sólo dos o tres pasan de una carilla. No los considero obra seria, sino un descanso bien merecido después de Keats. Noto que me ha sido dada cierta magia verbal, y los cronopios son la objetivación espontánea de esos juegos de la palabra consigo misma. Pero tú, buen observador, verás que por debajo van aguas más duras e intencionadas. Pienso que en la Argentina un librito así molestaría -como vagamente molestaba Macedonio Fernández, o molesta Ramón-, y que en cambio aquí, después de Plume por ejemplo, o los juegos de Crevel o de Desnos, valdría por lo que vale, es decir se lo aceptaría de lleno y se lo juzgaría con la misma seriedad que a una poesía de intención más alta. Yo te confieso que lo de las intenciones de la poesía me resulta cada día más retórico, y que si bien nunca he sido legítimamente un surrealista (para eso hacen falta otros aires y otros méritos) por lo menos he llegado a no rehusarme el lado liviano y pueril que con toda facilidad me viene a la palabra. Quiero que sepas (pues esto es lo que cuenta) que el escritor de El Examen y el de estas Historias no ha cambiado de onda ni de ars poetica para ir de uno a las otras. Yo creo que en el fondo lo que espero de ti y de los pocos lectores que tendrá el cuadernito, es que se diviertan tiernamente (o que se enternezcan alegremente). Me gusta (lo he descubierto) leer en alta voz estos pequeños cuentos. Suenan muy bien y son materia juglaresca, pícara, prosa de alta voz. Ah, me gustaría leértelos. De veras, es libro de juglar, y no está mal que sea así. No sé lo que voy a hacer ahora. Deseos, deseos... Pero nada ensayístico, eso no. Libertad como nunca, y que la inteligencia se las rebusque para ordenar, para dar coherencia y sentido a todo lo que remue sa symphonie dans les profondeurs [remueve su sinfonía en las profundidades]. [...]
Un gran abrazo de
Julio


París, 27 de agosto de 1955
Mi querido Eduardo:
Ayer cumplí cuarenta y un años. Je viens d´avoir trente ans, decía Jean el de la estrella [Cocteau, que firmaba con una estrella] en un hermoso poema que has de recordar, y lo decía con tanta tristeza como yo. Cuarenta y uno es una cifra horrible para quien cree que el mundo es hermoso pero ajeno, ajeno a mis sentidos que sólo conocen una ínfima parte, a mi inteligencia que es incapaz de aprehenderlo en sus estructuras más elementales. Ahora empieza de veras el declive, la década que nos lleva a los cincuenta. ¡Y yo que me siento siempre con veinte años, tan tonto, tan crédulo, tan entusiasta, tan esperanzado como entonces! Pero los signos físicos me llaman a la realidad. Me enfermo más seguido, me canso mucho más pronto. Hasta hace cinco años podía pasar una noche en blanco y seguir perfectamente al otro día; ahora, si me acuesto después de medianoche, lo pago al día siguiente. No puedo beber tanto vino, no puedo comer tantas cosas, no puedo leer tantas horas. Cosas profundamente materiales empiezan a ahilarse, a adelgazarse sutilmente, como si el mundo iniciara sigiloso su retirada, dejándome cada vez más sus imágenes a cambio de sus materias... [...]
Te abraza,
Julio


París, 19 de abril de 1958
Mi querido Eduardo:
[...] Nosotros hemos pasado una racha bastante jorobada.Aurora entró en abierta depresión al enterarse de que su madre estaba internada a causa de un abceso y, lo que es peor, que se quejaba de su soledad y pedía su presencia. Cuando me di cuenta de la cosa, hice lo que correspondía: anulé los pasajes de avión que ya tenía para irnos el 27 a Estambul y Atenas, y le saqué uno en Air France para que se fuera a B.A. Nos quedamos con el estado de ánimo que te imaginarás, trabajando en la Unesco como autómatas, sin ganas de salir ni de ver gente, hasta que llegaron cartas tranquilizadoras de B.A., y sobre todo una llamada telefónica de Mariano Bernárdez, quien le aseguró a Glop que su madre se irá a vivir con él por el momento, hasta que se arregle alguna manera de que tenga compañía en el horrendo departamento de la calle Paraguay. Aurora respiró, decidió cancelar el viaje (puesto que estamos decididos a ir juntos por dos o tres meses a comienzos de 1959), y yo me eché de nuevo al bolsillo los pasajes para Grecia. Si no hay novedades, volamos a Estambul el domingo 27; el 1 de mayo viajamos a Atenas, y nos quedamos todo mayo en Grecia; el 31 volamos de vuelta a París. El plan, como ves, no puede ser más perfecto, aunque por lo que a mí refiere debo confesar que -como tantas cosas en la vida- me encuentra ya un poco viejo. Pero puesto que a los veinte años no tuve agallas para largar todo e irme a ver el Partenón en su momento justo, tengo que aceptar el largo retraso y lo que comporta de pérdida: pérdida de fervor, de ingenuo y tantas veces equivocado entusiasmo, de ansiedad deliciosa frente a la belleza. En cambio sé más cosas y entenderé mejor. He ahí una frase de occidental: entenderé mejor. ¿De qué me servirá entender si sé que no voy a llorar frente a las costas griegas? Pero, melancolías aparte, el viaje será admirable. Cuento con ver bien Estambul (adoro lo bizantino, creo que lo sabes), y aprovechar lo mejor posible cuatro semanas en Grecia. Iremos a Creta, a Míconos, a Delos... Y desde allá te escribiré, como consuelo de que no estés con nosotros para beber vino resinoso en las tabernas del puerto. [...]
Es decir que en 1959, si nada ha cambiado, Aurora se verá en el dilema de dejarme en París e irse a vivir con su madre -por lo menos una larguísima temporada-, o yo tendré que levantar mi casa, renunciar a un trabajo por primera vez en mi vida admirablemente pagado -lo que supone la paz, París entre mis manos, viajes a cualquier lado, etc.- para ir a meterme en ese Buenos Aires que detesto minuciosamente y rehacerme una vida de empleado público o de profesor. Bonito, ¿eh? Llegué a Francia sin un centavo, pasé lo que bien sabes -conste que no me quejo, porque valía la pena- y al final encontré el trabajo menos reventador, una casa, mis libros y algunos amigos; todo eso, conseguido en seis años, tiembla ahora al borde de una hojita de papel de avión llegada esta mañana. Y lo peor es que hace tres o cuatro años yo hubiera reaccionado violentamente: si fui capaz de prescindir de mi familia y mis amigos de allá, te imaginas si era capaz de prescindir de una suegra y sus problemas. Hubiera dicho redondamente que no, y Aurora hubiera tenido que elegir entre quedarse o irse. Pero ahora vivo, para mi mal, en un plano en el que la edad y el progresivo reumatismo de la voluntad lo van haciendo pasar a uno del plano estético al ético. Tal es, por lo demás, el tema de la novela que acabo de terminar. Al lado de un Sergio de Castro, dispuesto a pisotear la cara de su madre con tal de seguir adelante su carrera, yo descubro con infinita tristeza que cada vez me cuesta más hacer sufrir a los demás, que cada vez me es más duro pagar mis viajes con las lágrimas de mi madre o de cualquiera que me tenga cariño. Es pura cobardía en cierto modo; ningún artista verdaderamente grande repara en esas cosas, del mismo modo que al Cristo se le importaba un real bledo que su madre se arrancara el pelo, cosa que hizo prácticamente todo el tiempo. Lo terrible de la dimensión moral es que por un lado parece insinuar que es el término de la evolución espiritual del hombre (cf. Scheler, Ortega, etc.), y que sólo la santidad puede rebasarla; pero al mismo tiempo te convierte en un idiota sometido a los caprichos y a las crisis de hígado de los demás. Fulanito se enferma, y ya estás tomando el tren y dejándolo todo por él. ¿Te imaginás a Miguel Ángel soltando los pinceles porque a su suegra le daban las saudades?
[...] Julián Urgoiti [gerente de editorial Sudamericana] me escribe deplorando no poder publicar "El perseguidor" y los otros cuentos que le dejé. Me promete hacerlo en 1959. Pero me voy a dar el gusto de decirle que no, y le escribo a Salas para que retire el original. Hay algunos placeres que uno tiene que dárselos en vida. Ya verás que me publicarán cuando esté muerto. ¿Por qué preocuparse entonces?
Aurora le escribirá a María. Me gustaría encontrar una carta tuya en el Consulado argentino de Atenas (hasta el 31 de mayo).
Julio


Cacania, 5 de mayo de 1961
Abweburte Gebrauchtsanländischer Fruhlingsverrerte Pote:
Por si no lo sabés (pero sí lo sabés, todo se sabe en el Departamento de Hactividades Kulturales), Cacania es el nombre que Robert Musil le daba a Austria. En Cacania, pues, héme desde el lunes, deambulando melancólicamente por el Ring pero sin boxeo, y ganando mis modestos veinte mil francos diarios a cambio de echar los dos pulmones sobre informes vagamente radioisotópicos. Horresco referens.
No sé en realidad por qué te escribo, porque no tengo absolutamente nada que decirte, pero tal vez ésa sea la condición de toda carta divertida. Hasta ahora lo único digno de mención que me ha ocurrido (aparte de buenos conciertos) es que estaba tomándome un Kleine Moka en el Opern Café, sitio distinguido y asquerosamente bacán si los hay, cuando entró una señora armada de un perro de aguas de esos que recortan fragmentariamente para convertirlos en monstruos dignos del Apocalipsis de Angers. La ilustre bagliona (cf. Glop para el sentido de esta palabra) se instaló frente a un Koffee mit Milch und Doppia Panna, ornado de diversas Schokolade Torte und Malakoff Torte mit plenty of Schlag [tortas de chocolate y tortas Malakoff con mucha nata], y no encontró nada mejor que atar al monstruo angevino a una pata de su mesa. No te oculto que observé con secreta esperanza el arribo de otra bagliona todavía mucho más encorsetada, anillada, pulserada y permanenteada que la primera, la cual esgrimía un boxer de adustas mandíbulas. Mi oído de por sí perverso alcanzó a distinguir un ominoso gruñido, sofocado por el alegre parloteo de cuarenta o cincuenta vieneses entregados a la joie de vivre, voire de bouffer et comment. Discreto como Ulises, sorbí otro trago de mi Apfelsaft y aprecié cómo la bagliona n° 2 ataba al boxer a la pata de su mesa y ordenaba, con esa graciosa manera de aullar que tienen las pitucas de cualquier país, varias cremas y otros mets de régime. En eso estaba cuando se quedó sin mesa, porque el boxer se proyectó en dirección al perro de aguas, y éste arrancó en el mismo instante dejando sobre la falda de la bagliona n° 1 una tal cantidad de crema que un Henry Miller se hubiera creído en el caso de lamerla minuciosamente junto con las regiones adyacentes. Pero nada de esto tenía importancia comparado con el choque de las dos mesas debajo de las cuales los dos perros se destrozaban frenéticamente, aunque mucho peor todavía era el radiante espectáculo de las caras de las dos baglionas, la una sin mesa y la otra bañada en crema, mirándose como debían mirarse los dos perros pero sin el consuelo de hacerse pedazos a dentelladas. Ahora bien, el Opern Café es un lugar distinguido, como habrás advertido por el mero hecho de mi presencia allí, y la lucha de dos perros y dos mesas que se entrechocan entre otras ocho o diez mesas cuyos ocupantes lanzaban unos Ach! y unos Schrecklich! positivamente indignados, constituía uno de esos espectáculos que son la alegría de mi vida y la razón de ser de los perros. Termino este ejercicio de desestilo con una comprobación melancólica: he vuelto otras dos veces pero nunca encontré perros. Ensayaré en otras partes. ¿Por qué no autorizarán a las baglionas a llevar leopardos a los restaurantes?
Te dejo entregado a tus meditaciones, siempre de peso y ponderadas (viene a ser lo mismo pero suena vistoso) y te saludo canodrónicamente,
Julio


Delhi, 6 de marzo de 1968
Mi querido Eduardo:
[...] Nos vamos acercando poco a poco al final de la conferencia, y el 26 nos vamos a dar la vuelta a la India, de manera muy sumaria pero, con ayuda del conocimiento que tiene Octavio, y los muchos libros que me ha pasado para disipar mis brumas en la materia, veremos unas pocas cosas de primera calidad, dejando de lado mucho de lo que van a ver los turistas por razones de publicidad no siempre justificada. En síntesis, nos vamos a Bombay (para ver otra vez Ajanta y Ellora, y esta vez las cavernas de Karla o Karli), y de ahí volamos a Ceilán, donde hay sobre todo paisaje, playas, y ese ambiente de paraíso tropical que es una de mis nostalgias infantiles (Ceilán es Salgari, Verne...). Luego volvemos a Madrás para ver Mahabalipuram, y subimos a Orissa para visitar los templos de Konarak y el resto. Luego Calcuta, y saltamos a Nepal, del que Octavio y Marie-José cuentan maravillas. Volvemos entonces a Delhi, el tiempo para irnos a Teherán y empezar la conferencia. Ya ves que no está mal, aunque los nombres exóticos hayan dejado de interesarte como me decís.
Con Octavio llevamos ya muchas horas de charla, en la medida en que es posible hablar en paz teniendo junto a nosotros ese pájaro maravilloso y turbulento que es su mujer. Me maravilla cada vez más la lúcida y sensible inteligencia de Octavio, aunque esté muy lejos de sus criterios en muchas cosas. Lo que más me asombra en él es su juventud, su deseo de seguir adelante en la poesía; "Blanco", su último poema, es el resultado de una larga meditación "india", por una parte, y estructuralista por otra. Trabaja ahora en una serie de poemas "en rotación" (¿leíste Los signos en rotación?), que se imprimirán con un sistema de tarjetas perforadas que permitirán diferentes lecturas, etc. Su interés por las búsquedas de los poetas concretos, lo que hace el grupo de Haroldo de Campos, el de Henri Chopin, etc., es conmovedor, porque todo llevaría a pensar que un hombre que ha llegado a una plena madurez en una línea poética se mantendría prudentemente al margen de las aventuras actuales. Y no es así, y frente a eso los resultados importan menos que la actitud de un hombre capaz de tirarlo todo por la borda y lanzarse a cosas que muchos de sus admiradores encontrarán insoportables.
Por mi parte, terminé 62 y lo mandé a Buenos Aires, espero ahora la opinión de Paco Porrúa, y supongo que el libro se editará rápidamente. Tengo que pensar en escribir una serie de textos ya más o menos pensados o sentidos, para una especie de suplemento de La vuelta al día [Último round ], así como un prólogo para la segunda edición que no tardará en hacerse pues parece que el libro se vende mucho y Orfila piensa ya en ella. Trabajo para Saignon, claro, pues ahora me dedico a leer fascinantes textos de John Cage, adentrarme en el tantrismo (fabuleux, le tantrisme, ces sages mallarméens bien avant la lettre...) y tratar de entender mejor las etapas del arte indio y musulmán. Estoy flaco, quemado, con un pelo de yogi, y no estoy contento: Cuba y nuestros países siguen mordiéndome las paredes del estómago, murmurándome algo que no sé bien lo que es pero que está ahí, como una llamada o un reproche.
Gracias por mandarle a Paul mi carta. Que mi soneto te parezca imponderable me llena de satisfacción. Ahora trabajo en ejercicios de poesía sustituible o sustitutiva, inspirado por John Cage y unos pájaros que aquí en el jardín vuelan siempre en grupos de siete y forman increíbles constelaciones de formas y sonidos. Te mandaré unas líneas en cours de voyage. Abrazos a todos, y para vos el afecto de Aurora y todo el de 
Julio"

©Julio Cortázar
Fuente: La Nación




Cartas de un amigo en París

Anticipo exclusivo de un libro que reúne 127 misivas inéditas escritas por Julio Cortázar entre 1951 y 1983. En Cartas a los Jonquieres , el autor de Rayuela revela detalles de su vida en Francia, secretos de su obra y su mirada sobre el arte

Julio Cortázar y Aurora Bernárdez


Julio Cortázar hace las prácticas pedagógicas para graduarse como maestro en la Escuela Normal Mariano Acosta, en Buenos Aires, a mediados de la década de 1930. Ahí conoce a Eduardo Alberto Jonquières, cuatro años menor. "Eduardo -recuerda Aurora Bernárdez- era un alumno particularmente brillante, gran lector, poeta y ya buen dibujante. Durante muchos años el retrato de Julio, uno de sus primeros óleos lamentablemente perdido, estuvo colgado en la calle Artigas."
Me llama la atención, cuando en septiembre de 2009 pregunto a Aurora por cosas que ya sólo ella puede recordar (cosas de esos años, de esas gentes), que se refiera de inmediato al retrato que, según parece, la hermana echó a la basura muchos años después porque creyó que estaba muy deteriorado. El destino de ese cuadro, en el que un jovencísimo Cortázar apoya sus largas manos sobre las rodillas con la incomodidad del tímido que posa, pudo ser el mismo que el de las cartas que aquí presentamos, de cuya existencia teníamos noticia porque en una biografía cortazariana aparecida en 1998 se afirmaba que Jonquières conservaba "cartas a granel". ¡A granel!, se felicitaba uno relamiéndose por adelantado, aunque tuviera que esperar más de una década hasta poder leer, en una de estas cartas recién resucitada, la interrogación retórica y por suerte no profética de Cortázar a Jonquières: "¿Dónde están las cartas ´perdidas´? ¿En qué estante, saca, desván, se van pudriendo poco a poco, envueltas en su tristeza de no haberse cumplido?".
Por fortuna, las cartas se conservaron. A la muerte de Jonquières, acaecida en París en el año 2000, la grabadora María Rocchi, su viuda ("paciente guardiana de la correspondencia de los años europeos", apunta Aurora), las encontró en el archivo familiar. Gracias a ese pequeño milagro tenemos la ocasión de presentar ciento veintisiete cartas, trece tarjetas postales y un recorte publicitario que Julio Cortázar envió a Eduardo, a María y a su hija Maricló entre febrero de 1950 y febrero de 1983. [...]
Sí, pero, ¿quién era Eduardo Jonquières? Para ofrecer un perfil casi curricular -de su psicología estas cartas dan, como en un negativo fotográfico, un dibujo excepcionalmente vigoroso-, puede decirse que Jonquières fue, ante todo, poeta y pintor. Así lo demuestran sus libros ( La sombra , El Bibliófilo, 1941; Permanencia del ser , El Bibliófilo, 1945; Crecimiento del día , Losada, 1949; Los vestigios , Botella al mar, 1952; Por cuenta y riesgo , Mundonuevo, 1961; Zona árida , Losada, 1965) y sus obras expuestas, entre otros lugares, en El Fogón de los Arrieros, en Resistencia; en el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano, en La Plata; en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, en Santiago de Chile; en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori y en el Museo de Arte Moderno, en Buenos Aires.
La amistad entre ambos se afianzó a partir de 1946, con el regreso de Cortázar a Buenos Aires tras su periplo profesoral en provincias. Casados Eduardo y María, se acomodan en la casa de la calle Ocampo "donde se juntan -puntualiza Aurora- grandes y chicos, Albertito y Maricló. La amistad se extiende a la familia. De esas reuniones queda un divertido testimonio: ´El extraño caso criminal de la calle Ocampo´, publicado en Papeles inesperados ".
Aurora Bernárdez está entusiasmada con el libro. Fue al leer de corrido la transcripción completa cuando nos dimos cuenta de que estas páginas en cierto modo desmienten la consideración de Vargas Llosa, para quien Cortázar era "un hombre eminentemente privado, con un mundo interior construido y preservado como una obra de arte". Hasta leer las cartas a los Jonquières, todos teníamos la impresión de que Cortázar era, en efecto, extremadamente reservado en lo personal; aquí en cambio se diría que escribe a un hermano. "La de Julio y Eduardo -sigue Aurora- era una amistad fraternal. Julio se sentía como el hermano mayor, con derecho y obligación de decirle lo que pensaba de sus contradicciones, de su manera de perder el tiempo y las energías en conflictos que no merecían tanta dedicación, de su carácter de cascarrabias que le impedía disfrutar de todo lo bueno que le había tocado en suerte: familia, talento, vocación. El afecto lo obligaba a salir de su reserva habitual. Es lástima que se hayan perdido las respuestas de Eduardo, que podían ser tan cómicas como asesinas."
Además de que estas cartas ofrecen una imagen nueva de Cortázar, las correspondientes a los años de su instalación definitiva en Europa (1951-1955) nos informan con esmero y puntualidad casi semanal sobre un período del que apenas sabíamos nada. Estas cartas valen por el diario que no tenemos; accedemos con ellas a parte de su construcción intelectual porque, a la gran cultura literaria que ya tenía, aquí está sumando "el aprendizaje de la mirada".
Pregunto a Aurora si en su opinión la partida de Cortázar fue tan crítica como reflejan algunas de las cartas, y si cuando lo reencontró en París en 1952 lo notó muy cambiado. Responde sin dudar: "Cuentos como ´Las ménades´, ´La banda´, ´La escuela de noche´ reflejan una atmósfera de fraude, violencia, fascismo, intolerable. Transformar esa experiencia en relatos era una manera de exorcizarla. Pero no le bastaba. Una visita al médico (sufría de migrañas y alergias) le dio el empujón decisivo: después de escucharlo atentamente, el médico le dijo: Lo suyo no es una enfermedad; es una opinión. Váyase´. Y Cortázar se fue. Con todo, su personalidad no cambió, estaba seguro de que había tomado la buena decisión en el momento justo. El mundo de sus preferencias se ensancha. Ya en el primer viaje adquiere una visión más rica y variada de la realidad. Añade a la contemplación de la obra de los grandes maestros de la pintura, clásica y moderna, el descubrimiento de la ciudad, objeto tan vivo y fascinante como el mejor libro, el mejor cuadro. Camina sin rumbo por las calles, descubre patios misteriosos, jardines escondidos, papeles arrancados en los que el azar organiza otras armonías. Está atento a todo lo que habitualmente pasamos por alto. Aprende a mirar para ver, modesto pajuerano del Nuevo Continente, fascinado por la vieja Europa. Así aprendió también a ver mejor Buenos Aires".
Comentamos otra característica que me parece una constante en toda la correspondencia cortazariana: la adaptación a los interlocutores, la versatilidad estilística que se amolda al destinatario: con Eduardo tiene largas parrafadas culturales, con María es más doméstico y con Maricló es muy "amiguito". Aurora se ríe: "Le gustaban poco las grandes reuniones pero era amable y cordial con cualquiera, a menos que le cayera muy pesado; en ese caso, no disimulaba y en sus raras cóleras le salían por los ojos relámpagos verdes como los de las peores tormentas de Santa Rosa en Buenos Aires. A María la quería mucho y con los chicos siempre se entendía muy bien". [...]
Anochece en París. Antes de salir a comer algo, nos quedamos callados un momento. Creo que le envidiamos un poco al lector la maravilla que le espera cuando asista en estas páginas al nacimiento de los cronopios, a las peripecias de la traducción de la obra de Poe, al minucioso relato de las visitas a museos, iglesias y galerías, a la crónica de paseos urbanos y de reacciones-reflexiones: un curso de historia del arte y del deambular por la ciudad donde el profesor es, ni más ni menos, Julio Cortázar. [...]
Cenaremos en el hindú de la esquina. Vamos yendo. Me acuerdo de lo que dijo Paco Porrúa al terminar su lectura de las pruebas: "Es maravilloso. Se lee como una novela."
Pedimos la comida. Aurora bebe un sorbo de té y se queda pensativa. Entonces me dice, lentamente: "Es una curiosa experiencia leer la propia vida contada por otro. Porque las cartas de Julio son su mejor biografía, pero también son la mía. Yo sabía que no había estado nada mal, pero no recordaba los detalles (algunos de ellos francamente fantasiosos, como la reiterada y amable referencia a mis tortillas, que todavía hoy no he aprendido a hacer). Pero lo que descubro ahora es que el relato de mi vida se ha convertido en mi vida. Todo depende, claro está, del narrador."
Traen los platos. Me acuerdo del plan de Sainte-Beuve que citaba Proust y no puedo evitar recitarlo a modo de conclusión de estos meses de trabajo. (Por suerte el restaurante está vacío: cenamos temprano.)
Escribir de vez en cuando cosas agradables, leer otras agradables y serias, pero sobre todo no escribir demasiado, cultivar a los amigos, guardar una parte del propio espíritu para las relaciones diarias y saber compartirla sin reservas, dar más a la intimidad que al público, reservar la parte más fina y más tierna, la propia flor, para el interior, para usar con moderación, en un dulce comercio de inteligencia y sentimiento, las últimas estaciones de la juventud.
Pasa un ángel. Levantamos las copas para brindar por la larga y hermosa amistad de los Cortázar y los Jonquières, y por estas cartas; ciertamente inesperadas, ciertamente inolvidables.
©Carles Álvarez Garriga
La Nación, 19 de junio de 2010 / Fuente: La Nación



Frente al terrorismo islámico: "Seguiremos publicando" / editorial conjunto de los diarios Le Monde, The Guardian, El País, Süddeutsche Zeitung , La Stampa , Gazeta Wyborcza / Europa 8 enero 2015 /

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"Si Mahoma resucitara" dice arriba. Abajo Mahoma a punto de ser decapitado por un terrorista de Issis dice: "Yo soy el profesta, estúpido". El terrorista: "No jodas, infiel".  Fuente:El Diario

"Seguiremos publicando" 


Editorial conjunto de seis diarios europeos por el asesinato de los dibujantes franceses Stéphane Charbonnier, alias Charb,  Jean Cabut, Georges Wolinski y Tignous por terroristas islámicos


Cabu, Wolinski, Charb y Tignous; los dibujantes muertos por el ataque terrorista a Charlie Hebdo. Fotos: EFE. Fuente: La República

Arriba: "Mahoma abrumado por los fundamentalistas". Mahoma dice: "Es difícil ser amado por idiotas". Fuente: El País



El atentado cometido en París el miércoles 7 de enero contra Charlie Hebdo y el odioso asesinato de nuestros colegas, feroces defensores del pensamiento libre, no es solo un ataque contra la libertad de prensa y la libertad de opinión. Es además un ataque contra los valores fundamentales de nuestras sociedades democráticas europeas.
Ya en los últimos meses, la libertad de pensar e informar estaba en el punto de mira, con la decapitación de otros periodistas, estadounidenses, europeos o de los países árabes, secuestrados y asesinados a manos de la organización Estado Islámico. El terrorismo, sea cual sea su ideología, rechaza la búsqueda de la verdad y no acepta la independencia de espíritu. El terrorismo islámico, aún más.
Después de negarse a ceder a las amenazas por haber publicado, hace casi 10 años, unas caricaturas de Mahoma, la revista Charlie Hebdo no había cambiado ni un ápice su cultura de la irreverencia. Con el mismo ánimo, nosotros, los periódicos europeos que trabajamos juntos habitualmente dentro del grupo Europa, seguiremos dando vida a los valores de libertad e independencia que son el fundamento de nuestra identidad y que todos compartimos. Continuaremos informando, investigando, entrevistando, editorializando, publicando y dibujando sobre todos los temas que nos parezcan legítimos, en un espíritu de apertura, enriquecimiento intelectual y debate democrático.
Se lo debemos a nuestros lectores. Se lo debemos a la memoria de todos nuestros colegas asesinados. Se lo debemos a Europa. Se lo debemos a la democracia. “Nosotros no somos como ellos”, decía el escritor checoslovaco Vaclav Havel, opositor al totalitarismo que triunfó y se convirtió en presidente. Esa es nuestra fuerza.

Editorial conjunto de los diarios Le Monde, The Guardian, Süddeutsche Zeitung, La Stampa, Gazeta Wyborcza y El País.

Fuente: El País


El fundamentalismo is

lámico no solamente mata la libertad de expresión y dibujantes: también asesina y esclaviza mujeres


Mujer musulmana lapidada. Fuente: Vanguardia

Stop the opression of women in the Islamic world.  Basta de opresión a las mujeres en el mundo islámico. Fuente: ISHR




Después de que sus oficinas en París fueran incendiadas por la publicación de unas caricaturas de Mahoma, el semanario publicó el 9 de noviembre de 2011 una imagen de un musulmán y un dibujante besándose junto con la frase "El amor es más fuerte que el odio".Fuente: El País


Cabu, Wolinski, Charb y Tignous: los dibujantes muertos por el ataque terrorista a Charlie Hebdo

Cabu, Wolinski, Charb y Tignous; los dibujantes muertos por el ataque terrorista a Charlie Hebdo. Fotos: EFE.
Cabu, Wolinski, Charb y Tignous; los dibujantes muertos por el ataque terrorista a Charlie Hebdo. Fotos: EFE.
El mundo perdió a cuatro de sus más destacados artistas.
Desde muy jóvenes se vieron envueltos en el arte de capturar la realidad con sus mentes y expresarla, sin tapujos, como una caricatura. Georges WolinksiJean Cabut (Cabu),Stephane Charbonnier (Charb) y Bernard Verlhac (Tignous) perdieron la vida este miércoles por un ataque terrorista junto a otras 8 personas en un ataque por tres delincuentes terroristas de orientación islámica.

Cabu (Francia, 1939) trabajó en Charlie Hebdo desde 1970, años antes de cancelarse la revista por problemas económicos y volver en1992, año desde el cual no ha parado. Su estilo era muy político y no ocultaba su afiliación izquierdista. Sus trabajos han sido expuestos en librerías, recopilados en álbumes e incluso han ilustrado portadas de discos.
Wolinksi (1934, Túnez) creció mientras leía cómics norteamericanos, los cuales lo empujaron al camino del arte. Llegó a Charlie Hebdo cuando esta revista se llamaba Hara-Kiri Hebdo, nombre que cambió tras la muerte del general Charles De Gaulle. Él, que trabajó para importantes diarios como Journal de DimancheParis MatchL’Humanite,Libération y Le Nouvel Observateur;también destacó como dibujante erótico. Su estilo, que parece muy ligero a simple vista, se caracteriza por tener múltiples lecturas. Su padre murió asesinado.
Char (Francia, 1967), es el más joven de los dibujantes asesinados por los terroristas este miércoles, además de director de Charlie Hebdo. Su estilo se caracteriza por personas de ojos grandes y piel amarilla. Entre sus obras más populares tenemos a Maurice y Patapon, un perro y un gato que e mantienen como observadores filosóficos de la realidad. De manera premonitoria, una de sus últimas caricaturas muestra a un guerrillero islámico bajo el titular “Aún no hay un ataque en Francia”.
Tignous (Francia, 1957). Su estilo rompía tabúes, destacando tanto en ilustraciones de tinta negra o acuarelas a color, con críticas abiertas a grupos extremistas, sean de tendencia islámica o ultraderechistas de su propio país. Entre sus obras más recientes muestra una de las ejecuciones de rehenes por el Estado Islámico y el Levante.
CHARLIE HEBDO
El semanario satírico de izquierda francés Charlie Hebdo reivindicaba su lado provocador y era blanco constante de amenazas desde que en 2006 publicó caricaturas de Mahoma que indignaron al mundo islámico.
Tras la publicación de las controvertidas caricaturas del profeta inicialmente difundidas por la revista danesa Jyllands-Posten, la redacción de Charlie Hebdo vivía asediada.
"Había amenazas permanentes desde la publicación de las caricaturas de Mahoma", dijo el abogado del semanario Richard Malka tras el ataque del miércoles por desconocidos que abrieron fuego con armas automáticas y que costó la vida a varias de las figuras más famosas de la redacción, incluyendo Cabu, Charb, Wolinski y Tignous.
"Hace ocho años que vivíamos bajo amenazas, estábamos protegidos pero no hay nada que se pueda hacer contra unos bárbaros que irrumpen con kalachnikov", agregó el letrado. "Es un semanario que no ha hecho más que defender la libertad de expresión, o simplemente la libertad", agregó.
La última edición de la revista que salió este mismo miércoles incluye en la portada una caricatura del escritor Michel Houellebecq, autor de la polémica novela "Sumisión" publicada el mismo día y que imagina a una Francia islamizada.
"En 2015 pierdo mis dientes, en 2022 ¡Hago el Ramadán", dice la caricatura del escritor en la portada de Charlie Hebdo, cuyos números se agotaron en los quioscos inmediatamente después del atentado que dejó a Francia en estado de conmoción. Otra caricatura hace decir al novelista: "En 2036, el Estado islámico entrará en Europa". 
Tras la difusión en 2011 de un número que se burlaba de la sharia o ley islámica, un atentado con cócteles molotov incendió parte de la sede del semanario en el distrito 11 del este de París. (AFP)

Portada dedicada a la renuncia del Papa. Fuente: El Diario










Manifestación contra el terrorismo en París: Je suis Charlie, Somos Charlie / BBC, 11 de enero de 2015

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El presidente Hollande acompañado de la canciller alemana Ángela Merkel y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Fuente: BBC











Más de un millón de personas marchan por las calles de París / BBC, 11 enero 2015


    Marcha de la unidad


Analistas coinciden que el número de personas en las calles de París es algo "sin precedentes".

Más de un millón de personas, entre ellas varios jefes de Gobierno de países extranjeros, avanzan este domingo en una multitudinaria marcha en París para rechazar los violentos ataques que ocurrieron esta semana y que dejaron 17 personas muertas.
La movilización, que inició en el bulevar Voltaire en el centro de la capital francesa, fue convocada por el presidente Francois Hollande, quien la bautizó como la "Marcha de la unidad".
Es la segunda vez desde 1945 que un mandatario francés encabeza un evento de esta magnitud. Francois Mitterrand lo hizo en 1990 para rechazar el racismo en su país.
Al frente también estarán familiares de las víctimas que murieron en tres días de ataques.
Durante el recorrido se han podido apreciar diversas muestras de apoyo a las víctimas y a los valores de la República, pero sobre todo a la libertad de expresión.
Banderas de distintos países como Israel, Túnez, Pakistán y de los territorios palestinos han sido ondeados por personas en las calles.
También se ha escuchado repetidamente a la gente entonando la Marsellesa, el himno nacional de Francia.
Los corresponsales de la BBC en París y distintos analistas han coincidido en afirmar que esta movilización no tiene "precedentes" en la historia reciente de la ciudad.
En este acto se han hecho presentes los jefes de gobierno de Alemania, Reino Unido, España, Italia, Israel, entre otros.
También personajes de la cultura, los medios y la industria franceses asisten a este evento.
Según el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, se tomaron "medidas excepcionales de seguridad", donde unos 5.000 efectivos fueron desplegados por las calles de París para controlar cualquier posible ataque.
Se espera que la marcha termine en inmediaciones del palacio Elíseo, donde tiene su despacho el presidente Hollande.


Hollande acompañado de Ángela Merkel
El presidente Hollande acompañado de la canciller alemana Ángela Merkel y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.
Marcha de la solidaridad
La gente se tomó la Plaza de la República, donde se congregó el mayor número de personas.
Marcha por Paris
La gente ha salido a las calles para defender los valores de la República: "Igualdad, libertad y fraternidad".
Marcha Paris
"No tenemos miedo" es la consigna que se respira en cada parte de la marcha.
Mujer con la bandera de Francia
La gente ha salido con la bandera de Francia para expresar su solidaridad con las víctimas de los ataques.
Marcha París
La mayoría de los que se han unido a la marcha han expresado su apoyo al semanario Charlie Hebdo, donde murieron 12 personas.
Fuerzas de seguridad
El ministro del Interior de Francia afirmó que se tomaron medidas "excepcionales" de seguridad.

Mahatma Gandhi: “Existen innumerables definiciones de Dios, porque sus manifestaciones son innumerables”/ "Autobiografía, La historia de mis experimentos con la verdad", Edición Embajada de la India, Colombia 2007

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“Tantas que me abruman de pasmo y reverencia y, por momentos, me aturden (…) MG 








 Ghandi fue el libertador de la India del Imperio Británico y creador del método de resistencia y lucha pacífica conocido como No-Violencia.




INTRODUCCIÓN   
Hace cuatro o cinco años, a instancias de algunos de mis colaboradores más íntimos, accedí a escribir mi autobiografía. Comencé, pero apenas había concluido la primera página, estallaron los motines de Bombay y la tarea quedó paralizada. Siguieron después una serie de acontecimientos que culminaron con mi encarcelamiento en Yeravada. Sjt. Jeramdas, que era uno de los que estaba preso conmigo, me pidió que dejara todo lo que traía entre manos y ter-minara de escribir la autobiografía. Respondí que me había trazado un pro-grama de estudios y que no podía pensar en dedicarme a otra cosa mientras no llevase a cabo mi propósito.

En realidad, de haber tenido que cumplir toda mi condena en Yeravada, hubiera concluido la autobiografía, ya que habría dispuesto de un año entero para escribirla. Pero fui puesto en libertad.

Ahora, Swami Anand vuelve a insistir sobre el tema y, como en estos instantes he concluido la historia delSatyagrahaen Sudáfrica, me siento tentado de escribir mi autobiografía para las páginas del NavajivanSwami quiere que la escriba para publicar un libro, pero no tengo tiempo suficiente. Solo puedo escribir un capítulo por semana y, semanalmente, tengo que enviar alguna colaboración alNavajivan. ¿Por qué no mi autobiografía? Swami aceptó mi propuesta y heme aquí en la tarea.

Sin embargo, un buen amigo, temeroso de Dios, tenía sus dudas, de las cuales me hizo partícipe en mi día de silencio.

 — ¿Por qué te has embarcado en esta aventura? —me preguntó—. Escribir autobiografías es una costumbre peculiar del Occidente. No conozco a nadie en Oriente que haya escrito alguna, con excepción de aquellos que han caído bajo la influencia occidental. ¿Y qué vas a escribir? Supongamos que mañana rechazas aquellos principios que hoy te parecen justos; o que en el futuro decides revisar tus planes de hoy. En tal caso, ¿no es verosímil que los hombres que conforman su conducta a la autoridad de tu palabra, habladao escrita, se sientan desorientados? ¿No te parece que sería preferible no escribir nada semejante a una autobiografía, al menos por ahora?

Tales argumentos hicieron en mí cierta mella. Pero en realidad, no es mi propósito escribir una autobiografía en el sentido cabal de la palabra.Simplemente, quiero relatar la historia de mis numerosos experimentos con la verdad, y como mi vida consiste de esas experiencias únicamente, resulta que tal narración tomará la forma de una autobiografía.

Más no pienso preocuparme si en cada una de sus páginas solo se habla de esos experimentos. Creo, o al menos me halaga, abrigar la creencia de que la relación de tales pruebas será beneficiosa para el lector. Mis experimentos en el campo político son hoy conocidos no solo en la India, sino también, yen cierta medida, en el mundo “civilizado”. Lo cual para mí no tiene gran valor y el título deMahatmaque me dieron por ese motivo, vale para mí menos todavía. Con frecuencia ese título me ha causado pesar y no logro acordarme de un solo instante en que haya servido para halagar mi vanidad.

De todos modos meagrada narrar mis experimentos en el campo espiritual que solo yo conozco y, verdaderamente, de ellos he obtenido la fuerza que poseo para mi actuación en la esfera política. Si tales experimentos son realmente espirituales, entonces no queda lugar alguno para el autoelogio y solo pueden sumarse a mi humildad. Porque cuanto más reflexiono y contemplo el pasado, más vívidamente siento mis limitaciones.

Lo que quiero alcanzar —lo que me he estado esforzando por lograr en estos últimos treinta años— es el perfeccionamiento de mí mismo, para mirar a Dios cara a cara, para alcanzar elmoksha*.  Vivo, actúo y encauzo mi ser hacia la consecución de esa meta. Todo cuanto hago, hablo y escribo y todas mis aventuras en el campo político, están dirigidas al mismo fin. Pero como siempre he creído que lo que es posible para uno, lo es también para todos, no he desarrollado mis experimentos en secreto, sino a campo abierto, y no creo que ese hecho disminuya su valor espiritual. Hay algunas cosas que solo las conoce uno mismo y su Hacedor; esas cosas no son, desde luego, transmisibles. Los experimentos a que he de referirme no son de esa clase, pero son experiencias espirituales, o más bien morales, ya que la esencia de la religión es la moral.

Únicamente incluiré en este relato aquellas cuestiones religiosas que pue-dan ser comprendidas, incluso, por los niños y los ancianos. Si logro narrar-las con espíritu humilde y desapasionado, otros muchos experimentadores hallarán en ellas provisiones para su marcha hacia delante.

Lejos de mi ánimo está el pretender haber conseguido el menor grado de perfección en esos experimentos. No pretendo más que lo que el hombrede ciencia, que aun cuando realiza sus experimentos con la máxima precisión,minuciosidad y previsión, jamás proclama haber alcanzado conclusionesdefinitivas, sino que los contempla con la mente alerta y espíritu crítico.

Yo he efectuado profundas introspecciones buscándome a mí mismo una y otra vez, y examinado y analizado cada situación psicológica. Sin embargo, disto mucho de pretender haber llegado a una meta, ni creer en la infalibilidad de mis conclusiones.

Pero, eso sí, una cosa afirmo: que para mí estos experimentos son absolutamente correctos y me parecen, por ahora, definitivos. Por cuanto, si así no fuera, no ajustaría mis actos a esas resultantes. Pero a cada paso que di, efectué un proceso para establecer su rechazo o aceptación, y procedí en concordancia con dichas decisiones. Y en tanto que mis actos satisfagan mi razón y mi corazón, debo adherirme firmemente a mis conclusiones primeras.

Si tuviera que analizar principios académicos, por cierto que no trataría de escribir una autobiografía. Pero mi propósito es ofrecer una exposición de varias aplicaciones prácticas de estos principios. De ahí que haya dado a los capítulos que me propongo escribir, el título de “Historia de mis experimentos con la verdad”. Incluirán, por supuesto, experimentos sobre la no violencia, el celibato y otras normas de conducta consideradas como distintas de la verdad. Para mí, no obstante, la verdad es el principio soberano que incluye a numerosos principios.

Esta verdad no implica solamente veracidad de palabra, sino también de pensamiento, y no solo la verdad relativa de nuestra concepción, sino también la Verdad Absoluta, el Principio Eterno, es decir, Dios. Existen innumerables definiciones de Dios, porque sus manifestaciones son innumerables. Tantas que me abruman de pasmo y reverencia y, por momentos, me aturden.

Yo aún no encontré a Dios, pero lo estoy buscando y estoy preparado para sacrificar las cosas que me son más queridas, a fin de proseguir esta búsqueda. Incluso, si el sacrificio fuera de mi propia vida, creo estar preparado para darla.

Pero mientras no haya alcanzado esa Verdad Absoluta debo atenerme a la verdad relativa, tal y como yo la he concebido. Por el momento, esa verdad relativa debe ser mi guía, mi amparo y mi escudo. Aunque es una senda larga y tan angosta y sutil como el filo de una navaja, para mí ha sido la más fácil rápida. Incluso mis desatinos, grandes como el Himalaya, me han parecido insignificantes, porque he seguido estrictamente ese sendero, lo cual me ha evitado caer en la pesadumbre y he podido marchar adelante siguiendo mi luz.

A veces, en mi progreso he captado tenues destellos de la Verdad Absoluta, de Dios, y cada día aumenta en mí la convicción de que solo Él es real y todo lo demás irreal. Aquellos que lo deseen, sepan cómo creció en mí esta convicción; compartan mis experimentos y también mi convicción, si es que pueden. Al mismo tiempo, se ha desarrollado en mí la creencia de que todo cuanto es posible para mí, lo es también para un niño, y tengo sólidas razones para afirmarlo. Los instrumentos para investigar la verdad tienen tanto de sencillo como de difícil. Para la persona arrogante pueden parecer imposibles, mientras que son muy posibles para un niño inocente. 

Quien busque la verdad debe ser tan humilde como el polvo. El mundo aplasta el polvo bajo sus pies, pero el que busca la verdad, ha de ser tan humilde, que incluso el polvo pueda aplastarlo. Solo entonces, y nada más que entonces, obtendrá los primeros vislumbres de la verdad. El diálogo entreVasishthayVishvamitra pone esto suficientemente en claro. La Cristiandad y el Islam lo proclaman con la misma claridad.

Si algo de lo que escribo en estas páginas choca al lector como expresiones contaminadas de orgullo, entonces debe presumir que hay algo erróneo en mi búsqueda y que mis vislumbres de la verdad no son más que espejismos. Que perezcan cientos como yo, pero que perviva la verdad. No reduzcamos las dimensiones de la verdad ni en el espesor de un cabello al juzgar mortales equivocados como yo.

Confío y ruego que nadie considere como terminantes los consejos que hay dispersos en los capítulos que siguen. Los experimentos que narro deben contemplarse como ejemplos ilustrativos, a la luz de los cuales cada lector pueda desarrollar sus propios experimentos, de acuerdo con sus inclinaciones y capacidad. Espero que esta suma limitada de ejemplos sea realmente útil, porque tampoco voy a ocultar, ni a soslayar, ninguna de las cosas feas que deben decirse. Deseo familiarizar al lector con todas mis faltas y errores. Mi propósito es describir los experimentos realizados en la ciencia delSatyagraha, pero no para decir que soy bueno. Al juzgarme procuraré ser tan crudo como la verdad y quiero que los demás también lo sean.

Midiéndome por esa norma, debo decir con Surdas:

¿Dónde habrá un pobre diablo
tan malvado y despreciable como yo?
Tan falto de fe anduve
que he olvidado a mi Hacedor.

Porque lo que para mí es una tortura permanente, es hallarme todavía tan lejos de Él. De Él que, como muy bien sé, gobierna cada soplo de mi vida, y de cuyo linaje soy. Y sé que son las bajas pasiones las que me mantienen tan alejado de Él y, sin embargo, no logro desprenderme de ellas.

Pero debo poner punto final. No puedo comenzar el verdadero relato hasta el capítulo próximo.

El Ashram, Sabarmatí.
26 de noviembre de 1925.
M. K. Gandhi


*Literalmente significa “libertad del nacimiento y de la muerte”. La traducción castellana más aproximada es “salvación”


©MahatmaGandhi
Edición: Embajada de la India en la República de Colombia 2007


Lee el libro completo, publicado con autorización de la Embajada de la India en Colombia en: Scribd   

Links: Gandhi  (pagina oficial)







Jorge Luis Borges: “García Lorca siempre me ha parecido un poeta menor” / Fragmento y prólogo de Borges de “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges” de Fernando Sorrentino, Editorial Losada, Buenos Aires 2007

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“Ahora, en cuanto a Antonio Machado, desde luego tiene algunas páginas espléndidas, pero, al mismo tiempo, tiene otras en que se ve al andaluz que trata de ser castellano (….)”

 



Prólogo de Jorge Luis Borges



Paradójicamente, los diálogos de un escritor y de un periodista se parecen menos a un interrogatorio que a una especie de introspección. Para quien interroga, puede ser una tarea no exenta de fatiga y de tedio; para el interrogado, son como una aventura en que acechan lo secreto y lo imprevisible. Fernando Sorrentino conoce mi obra —llamémosla así— mucho mejor que yo; ello se debe al hecho evidente de que yo la he escrito una sola vez y él la ha leído muchas, lo cual la hace menos mía que suya. Al dictar estas líneas, no quiero desestimar su bondadosa perspicacia; cuántas tardes, hablando mano a mano, me ha conducido, como quien no quiere la cosa, a las contestaciones necesarias que luego me asombraban y que él, sin duda, había preparado.

Fernando Sorrentino es, en suma, uno de mis inventores más generosos. Quiero aprovechar esta página para decirle mi gratitud y la certidumbre de una amistad que los años no borrarán.

Buenos Aires, 13 de julio de 1972



Este libro, por Fernando Sorrentino


Con Jorge Luis Borges conversé por primera vez —cuidé de anotar la fecha— el fervoroso mediodía del 2 de diciembre de 1968. Yo, con la tristeza reglamentaria, me dirigía a mi empleo de entonces; la suerte quiso que Borges emergiera de la estación Moreno a la plazoleta que divide la avenida Nueve de Julio. Lo saludé con emoción, con torpeza; farfullé mi ignoto apellido, le dije que vivía en Palermo. Esto le agradó y, un instante después, hablábamos del arroyo Maldonado, arroyo que para mis ojos nunca fue otra cosa que un largo asfalto gris flanqueado por un terraplén y muchas bodegas. Recuerdo que le recité las primeras estrofas de su poema “El tango”, y que Borges me reprochó: “¡Qué ganas de perder el tiempo leyendo esas cosas!”.
Muchos meses después tuve la oportunidad de conversar largamente con Borges. Durante siete tardes, el hacedor de ficciones me precedió, abriendo altas puertas que descubrían insospechadas escaleras de caracol, por los gratos pasillos laberínticos de la Biblioteca Nacional, en busca de una remota salita donde no nos interrumpía el teléfono.
Estas Siete conversacioneshan sido grabadas y luego vertidas al papel. El Borges que habla en este volumen es un señor cortés y distraído, que no verifica citas, que no vuelve atrás para corregirse, que finge tener mala memoria: no el terso Jorge Luis Borges de la letra impresa, aquel que calcula y mide cada coma y cada paréntesis. La heterogeneidad y el desorden que aquejan a las preguntas intentan que este libro no sea un ensayo orgánico sino exactamente lo que declara su título: siete tranquilas y casuales charlas libres de toda molesta sujeción a un plan. Resultados de esta agradable inconciencia son alguna que otra repetición, ciertas ambigüedades y unas pocas frases que adolecen de lo que la retórica denomina anacoluto. Inevitablemente, alguien deplorará la falta de preguntas sobre Gracián; otro habrá acudido al libro con el excluyente propósito de informarse acerca de Molière; un tercero se sentirá indignado al advertir que no se menciona a Hermann Hesse.
En las notas he tratado de ser lo menos fastidioso posible. Sólo se proponen relacionar a Jorge Luis Borges con su contexto literario y político. Es verdad que el lector puede, sin grave pérdida, privarse de ellas.

   Buenos Aires, julio de 1972.




Prólogo de 1996, por Fernando Sorrentino


 “… juzgo la literatura de un modo hedónico. Es decir, juzgo la literatura según el placer o la emoción que me da.”Jorge Luis Borges




Cuando realicé la serie de siete entrevistas a Jorge Luis Borges, yo no alcanzaba los treinta años, y me animaban una energía, un optimismo y un entusiasmo ilimitados, y la certeza de poder concretar cualquier sensato objetivo que me propusiera. Estas venturas me ocurrían hacia 1970.
Ahora tengo más de medio siglo de vida, bastante disminuidos la energía y el entusiasmo, y gravemente deteriorado el optimismo; en consecuencia, sustento otras ideas más modestas sobre mi capacidad para lograr objetivos de cualquier índole.
Desde que aprendí a leer, me convertí en una especie de adicto a la literatura y, muy especialmente, de adicto a la literatura narrativa.
Me encanta que me cuenten historias y que esas historias sean —en el mejor sentido de la palabra— interesantes. Por eso mismo, nunca me pareció meritorio leer libros desagradables, torpes o aburridos, ni tampoco hacerlo impulsado por algún imperativo categórico. He procurado, infructuosamente, admirar, tanto a los altruistas que redactan best sellers, como a los egoístas que se enredan en textos ilegibles.
Así, pues, en esta actitud de buscar placer, yo, sencillamente, me dedicaba a leer. Leía lo que me gustaba y abandonaba lo que me aburría. Y, según pasaban los años, empecé a advertir un proceso de decantación. Comprobé, por ejemplo: que algunos libros no requerían una segunda lectura; que otros li­­bros me cansaban y me fastidiaban al instante; que, a otros, iba olvidándolos al mismo tiempo que iba leyéndolos; que, retratado en la sintaxis y el vocabulario de otros, veía el rostro risiblemente serio de su redactor; que otros libros sólo existían en los medios de prensa y en los círculos recreativos de ideas afines, pero no en la literatura. Etcétera, etcétera, etcétera.
Pero, por fortuna, en tantos libros encontré también muy buenos amigos. Amigos que jamás me cansaban ni me defraudaban y a cuyas obras —en una suerte de enamoramiento insaciable— yo volvía infinitamente para hallar siempre nuevas riquezas y nuevos prodigios.
Uno de estos queridos amigos es, desde luego, Borges. Así lo sentí, en 1961, cuando por vez primera leí textos suyos (los cuentos de Ficciones); en aquel momento, fascinado, experimenté la sensación de estar frente a una clase única de mágica literatura, una literatura que no tenía semejantes y que, por ende, era incomparable, en la acepción absoluta del término.
Así lo sentí en 1961 y así lo ratificaron, y con creces, los treinta años largos que corrieron desde entonces. Mis lecturas de Borges han sido siempre espontáneas, siempre reiteradas, siempre placenteras. En un mundo en que todos recibimos, y entregamos, cosas buenas y cosas malas, mi principal sentimiento hacia Borges es la gratitud por todo lo bueno que me dio y que me da.
Hace veinticinco años le formulé las preguntas que me proponía —como a todo mortal— la alianza de la curiosidad con el azar. De haberlo entrevistado años más tarde, mis preguntas, en general, habrían sido más o menos las mismas, aunque excluyendo las que no despertaron su interés —que fueron unas cuantas— y agregando otras que podrían desencadenar su imprevisible fluencia de ideas (a veces certeras, erróneas, razonables, irritantes, pueriles, benévolas o crueles, pero siempre inteligentes).
Como no podría ser de otra manera, las entrevistas se reproducen, con respecto a la edición anterior, sin modificaciones (excepto la extirpación de erratas). Sí, en cambio, he agregado, eliminado y reelaborado notas, ya enmendando errores de información, ya buscando más exactitud en los datos, sin que estos afanes signifiquen que la tarea se halle concluida.
Devoto de su ilustre tío materno, a su generosidad debo no sólo precisos datos genealógicos y familiares sobre Borges sino también muchas observaciones inteligentes: conste aquí mi agradecimiento para Miguel de Torre.
Por otra parte, he podido enriquecer algunas referencias a la cultura anglohablante aprovechando las notas que, para la edición en inglés (Seven Conversations with Jorge Luis Borges, Troy, Nueva York, The Whitston Publishing Company, 1982), redactara su traductor, Clark M. Zlotchew.
Borges falleció el 14 de junio de 1986. Ya no es posible incurrir en nuevas entrevistas:* de cualquier manera, género literario sin duda menor.
Pero ahí están, y para siempre, las palabras inagotables de Ficciones y de El Aleph, de El informe de Brodie y de El libro de arena, y las de tantas otras páginas queridas, sin las cuales —acudiendo a una frase que Borges solía decir— este mundo sería mucho más pobre.


Buenos Aires, mayo de 1996.

(*En su “Prólogo” (página 7), Borges me llama “periodista”, profesión que jamás he ejercido y que, Dios mediante, jamás ejerceré.)




 SIETE CONVERSACIONES CON JORGE LUIS BORGES (fragmento) 


Fernando Sorrentino: Los ensayos que usted publicó en 1932, en Discusión, ¿los volvería a escribir con esos mismos conceptos?

Jorge Luis Borges: No. No recuerdo cuáles son los conceptos, pero sería muy triste que yo no hubiera adelantado nada, ¿no?

F.S.: Bueno, para buscar un ejemplo concreto: digamos el artículo sobre “Quevedo”, que apareció en Otras inquisiciones… ¿Usted opina de modo distinto ahora?

J.L.B.: Sí, yo creo que yo tenía una admiración excesiva por Quevedo. Y los que me curaron de esa admiración excesiva fueron dos: uno, Adolfo Bioy Casares, y el otro, el mismo Quevedo, a quien yo he tratado de releer, y que me parece ahora un literato demasiado consciente de lo que hace. Me parece, además, que hay algo duro, dogmático, en Quevedo. Al mismo tiempo, hay una afición a los juegos de palabras bobos —esa afición la comparte con Miguel de Unamuno, también—. Actualmente mi admiración por Quevedo es muy limitada… Es curioso: en aquella época, yo creía que Lugones era superior a Darío, y que Quevedo era superior a Góngora. Y ahora, Góngora y Darío me parecen muy superiores a Quevedo y Lugones. Creo que tienen cierta inocencia, cier­ta espontaneidad, que no tuvieron los otros —que tomaron todo demasiado en serio—.

F.S.: ¿En Góngora le parece que hay espontaneidad?

J.L.B.: En algunos sonetos, sí. Desde luego, en las últimas obrasde él, no: en las Soledades, en el Polifemo (estas obras me parece que corresponden a una suerte casi —yo diría— de perversión literaria). Pero creo que hay sonetos —el soneto “A Córdoba”, por ejemplo, y otros— en que hay espontaneidad. Y en Quevedo es muy raro que la haya.

F.S.: Ya que acaba de nombrar a Unamuno… ¿Qué opina de él, de Azorín y de Antonio Machado?

J.L.B.: Creo que Unamuno, a pesar de sus defectos, es superior a los otros. En cuanto a Azorín, me parece un escritor absolutamente deleznable, o que sólo tiene virtudes negativas. Tiene la virtud de no haber cometido ciertos errores, de haber eludido el énfasis español… Pero, en fin, ésta es una virtud de omisión, podemos decir. Y no creo que haya ningún valor positivo en su obra.

F.S.: ¿Casi se podría decir que no es más que un periodista?

J.L.B.: Sí. Pero uno espera que un periodista sea más entretenido que Azorín. De modo que no sé si hubiera tenido éxito como periodista: posiblemente le hubieran devuelto sus crónicas. Es una persona que parece muy interesada en circunstancias mínimas: el hecho de si llueve o no llueve, etcétera. Ahora, en cuanto a Antonio Machado, desde luego tiene algunas páginas espléndidas, pero, al mismo tiempo, tiene otras en que se ve al andaluz que trata de ser castellano, que abunda en nombres propios geográficos. Realmente, creo que comparto la opinión de Cansinos Assens, que decía que Manuel Machado le parecía superior a Antonio. Desde luego, un escritor debe ser juzgado por sus mejores páginas, siempre. Y creo que las mejores páginas de Manuel no son inferiores a las mejores de Antonio. Además, creo que es muy posible que haya influido el hecho de que Antonio fue republicano y de que Manuel Machado fue franquista, y me parece absurdo juzgar a un escritor por sus opiniones políticas.

F.S.: Hablando de andaluces, si García Lorca no hubiese sido fusilado, tendría sólo un año más que usted. ¿Cómo ve a ese escritor, prácticamente coetáneo suyo?

J.L.B.: A mí, García Lorca siempre me ha parecido un poeta menor. Me ha parecido un poeta meramente pintoresco, un poeta que aplicó ciertos procedimientos de la literatura francesa de entonces a los temas andaluces. Algo así como Fernán Silva Valdés aplicó el incipiente ultraísmo a ciertos temas de la nostalgia criolla, en Agua del tiempo. Más o menos lo que después haría Güiraldes con Don Segundo Sombra. La verdad es que yo nunca he podido admirar mucho a García Lorca. O, mejor dicho, me parece que lo que él hacía en verso estaba bien, pero que no es muy importante lo que ha hecho; me parece que es puramente verbal, que se nota cierta íntima frialdad en todo lo que él escribe. Como escritor, es incapaz de pasión. Y, en cuanto a las obras de teatro, no sé si puedo juzgarlo por un pieza llamada Yerma, una pieza que yo no pude ver hasta el fin, porque me aburrió tanto, que me tuve que ir. Creo que él tuvo la suerte de ser fusilado y creo que eso contribuye, ¿no? Posiblemente, con el tiempo él hubiera aprendido a jugar a otros juegos más interesantes que los suyos. Y creo que la mía es la opinión de mucha gente en España, sobre todo en Andalucía. Creo que García Lorca ha de tener más éxito —digamos— en Castilla o en Galicia, y no en Andalucía, donde notan la falsedad de su andalucismo. Y, desde luego, tendrá aún más éxito en Francia.

F.S.: Usted me había dicho que el siglo xviii español vale poco...

J.L.B.: Más bien diría que no vale nada.

F.S.: … que el xix es una vergüenza…

J.L.B.: ¡Es que realmente es una vergüenza!

F.S.: Bien. En cuanto al siglo xx español, yo le nombré estos escritores para ver si surgía alguna figura de su agrado. ¿Juan Ramón Jiménez, tal vez?

J.L.B.: Juan Ramón Jiménez empezó escribiendo bien, pero al final se resignó a cualquier cosa. Los últimos libros de Juan Ramón Jiménez parecen puramente casuales: parece que él escribiera cualquier cosa que se le ocurriera. O no solamente cualquier cosa: cualquier palabra, cualquier conjunto de frases que se le ocurriera. Creo, en fin, que la literatura argentina contemporánea es más rica que la literatura española contemporánea.



“Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”  
Editorial Losada, Buenos Aires 2007


Fragmento y prólogos publicados con autorización de su autor. 
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Web oficial: Jorge Luis Borges
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Jorge Luis Borges: Jorge Luis Borges Acevedo. (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 - Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986). Poeta, ensayista y escritor argentino.
Estudia en Ginebra e Inglaterra. Vive en España desde 1919 hasta su regreso a Argentina en 1921. Colabora en revistas literarias, francesas y españolas, donde publica ensayos y manifiestos.
De regreso a Argentina, participa con Macedonio Fernández en la fundación de las revistas Prisma y Prosa y firma el primer manifiesto ultraísta. En 1923 publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, y en 1935 Historia universal de la infamia, compuesto por una serie de relatos breves (formato que utilizará en publicaciones posteriores).
Durante los años treinta su fama crece en Argentina y publica diversas obras en colaboración con Bioy Casares, de entre las que cabe subrayar Antología de la literatura fantástica. Durante estos años su actividad literaria se amplía con la crítica literaria y la traducción de autores como Virginia Woolf, Henri Michaux o William Faulkner.

Es bibliotecario en Buenos Aires de 1937 a 1945, conferenciante y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, miembro de la Academia Argentina de las Letras y director de la Biblioteca Nacional de Argentina desde 1955 hasta 1974. En 1961 comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores. Desde 1964 publica indistintamente en verso y en prosa.
Borges utiliza un singular estilo literario, basado en la interpretación de conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a los autores que más le influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad-, además de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía.

Publica libros de poesía como El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro y cultiva la prosa en títulos como El informe de Brodie y El libro de arena. En estos años Borges también publica libros en los que se mezclan prosa y verso, libros que aúnan el teatro, la poesía y los cuentos; ejemplos de esta fusión son títulos como La cifra y Los conjurados.

La importancia de su obra se ve reconocida con el Premio Miguel de Cervantes en 1979.



Obra de Jorge Luis Borges
Poesía
·        Fervor de Buenos Aires (1923)
·        Luna de enfrente (1925)
·        Cuaderno San Martín (1929)
·        Poemas (1923-1943)
·        El hacedor (1960)
·        Para las seis cuerdas (1967)
·        El otro, el mismo (1969)
·        Elogio de la sombra (1969)
·        El oro de los tigres (1972)
·        La rosa profunda (1975)
·        Obra poética (1923-1976)
·        La moneda de hierro (1976)
·        Historia de la noche (1976)
·        La cifra (1981)
·        Los conjurados (1985)
Ensayos
·        Textos recobrados (1919-1929)
·        Prólogos con un prólogo de prólogos (1923-1974)
·        Inquisiciones (1925)
·        El tamaño de mi esperanza (1926)
·        El idioma de los argentinos (1928)
·        Evaristo Carriego (1930)
·        Discusión (1932)
·        Historia de la eternidad (1936)
·        Nueva refutación del tiempo (1947)
·        Aspectos de la poesía gauchesca (1950)
·        Otras inquisiciones (1952)
·        Obras completas (1960)
·        Antología personal (1961)
·        El libro de los seres imaginarios (1968)
·        Obras completas (1974)
·        El congreso (1971)
·        Libro de sueños (1976)
·        Borges oral (conferencias, 1980)
·        Siete noches (conferencias, 1980)
·        Nueve ensayos dantescos (1982)
·        Biblioteca personal (1986)
Cuentos
·        Historia universal de la infamia (1935)
·        El jardín de senderos que se bifurcan (1941)
·        Ficciones (1944)
·        El Aleph (1949)
·        La muerte y la brújula (1951)
·        El informe de Brodie (1970)
·        El libro de arena (1975)
·        25 de Agosto, 1983 (1983)
Obras en colaboración
·        Índice de la poesía americana (1926) Antología con Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo
·        Antología clásica de la literatura argentina (1937) Con Pedro Henríquez Ureña
·        Antología de la literatura fantástica (1940) Con Bioy Casares y Silvina Ocampo
·        Antología poética argentina (1941) Con Bioy Casares y Silvina Ocampo
·        Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) Con Bioy Casares
·        El compadrito (1945) Antología de textos de autores argentinos en colaboración con Silvina Bullrich
·        Dos fantasías memorables (1946) Con Bioy Casares
·        Un modelo para la muerte (1946) Con Bioy Casares
·        Obras escogidas (1948)
·        Antiguas literaturas germánicas (México, 1951) Con Delia Ingenieros
·        El idioma de Buenos Aires (1952) De José Edmundo Clemente
·        Obras completas (1953)
·        El Martín Fierro (1953) Con Margarita Guerrero
·        Poesía gauchesca (1955) Con Bioy Casares
·        El paraíso de los creyentes (1955) Con Bioy casares
·        Leopoldo Lugones (1955) Con Betina Edelberg
·        Cuentos breves y extraordinarios (1955) Con Bioy Casares
·        Los orilleros (1955) Con Bioy Casares
·        La hermana Eloísa (1955) Con Luisa Mercedes Levinson
·        Manual de zoología fantástica (México, 1957) Con Margarita Guerrero
·        Los mejores cuentos policiales (1943 y 1956) Con Bioy Casares
·        Libro del cielo y del infierno (1960) Con Bioy Casares
·        Introducción a la literatura inglesa (1965) Con María Esther Váquez
·        Literaturas germánicas medievales (1966) Con María Esther Vázquez, revisa y corrige el tratado Antiguas literaturas germánicas
·        Introducción a la literatura norteamericana (1967) Con Estela Zemborain de Torres
·        Introducción a la literatura latinoamericana (1967) Con Esther Zemborain de Torres
·        Crónicas de Bustos Domecq (1967) Con Bioy Casares
·        Nueva antología personal (1968)
·        Prólogos (1975)
·        ¿Qué es el budismo? (1976) Con Alicia Jurado
·        Diálogos (1976) Con Ernesto Sábato
·        Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977) Con Bioy Casares
·        Breve antología anglosajona (1978) Con María Kodama
·        Atlas (1985) Con María Kodama
Obra reunida
·        Poemas (1923-1953)
·        Obra Poética (1923-1964)
·        Obra Poética (1963-1966)
·        Obra Poética (1923-1967)
·        Obra Poética (1923-1969)
·        Obra Poética (1923-1976)
·        Obra Poética (1923-1977)
·        Obra Poética (1923- 1985)
·        Obras Completas (en un volumen, 1923-1972)
·        Obras Completas (en cuatro volúmenes)
o   Volumen I (1923-1972)
o   Volumen II (1952-1972)
o   Volumen III (1975-1985)
o   Volumen IV (1975-1988)
·        Obras completas en Colaboración (1979)
·        Borges en Sur 1931-1980
·        Borges. Obras, reseñas y traducciones inéditas
·        Diario Crítica 1933-1934
·        Textos publicados en El Hogar 1936-1958
·        Textos cautivos
·        Ensayos y reseñas en El Hogar 1936-1939
·        El círculo secreto (Prólogos escritos entre 1957 y 1985)
·        Textos recobrados (1919-1929)
·        Textos recobrados (1931-1955)
·        Textos recobrados (1955-1986)




©Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de Lengua y Literatura.
Sus cuentos suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Parte de situaciones muy “normales” y “cotidianas”: pero, paulatinamente (y con toques de humor), ellas se van enrareciendo y se convierten en insólitas o turbadoras.
Algunos de sus libros son Imperios y servidumbres (1972), El mejor de los mundos posibles (1976), En defensa propia(1982), El rigor de las desdichas (1994), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso (2005), Costumbres del alcaucil (2008), El crimen de san Alberto (2008), El centro de la telaraña (2008), Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013). Muchos de sus cuentos han sido traducidos a diversas lenguas europeas y asiáticas.
Le pertenecen dos volúmenes de entrevistas: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992).
Se han publicado libros suyos en Brasil, México, Estados Unidos, España, Portugal, Inglaterra, Italia, Alemania, Hungría, Rumania, Bulgaria, India, China…



Bibliografía

Su bibliografía detallada (excluidas las ediciones anotadas de clásicos, las inclusiones en antologías —tanto en español como en otras lenguas— y las colaboraciones en diarios y/o revistas) es la siguiente:

OBRA NARRATIVA

a)    LIBROS DE CUENTOS
La regresión zoológica, Buenos Aires, Editores Dos, 1969.
Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972; reedición, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992
El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976, (2.º Premio Municipal de Literatura).
En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982
El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994 (2.º Premio Municipal de Literatura).
La Corrección de los Corderos, y otros cuentos improbables, Buenos Aires, Editorial Abismo, 2002
Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza, Barcelona, Ediciones Carena, 2005
El regreso. Y otros cuentos inquietantes, Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005
En defensa propia / El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Editorial Los Cuadernos de Odiseo, 2005
Costumbres del alcaucil, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008
El crimen de San Alberto, Buenos Aires, Editorial Losada, 2008
Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables), Veracruz (México), Instituto Literario de Veracruz, El Rinoceronte de Beatriz, 2013

b)    NOVELA
Sanitarios centenarios, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979; reedición (muy reelaborada), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000; reedición, Bar­celona, Ediciones Carena, 2008

c)     NOUVELLE
Crónica costumbrista, Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996

d)    LITERATURA PARA NIÑOS, NIÑAS Y/O ADOLESCENTES
Cuentos del Mentiroso, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978 (Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]); reedición (con modificaciones), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002; nueva reedición (con nuevas mo­dificaciones), Buenos Aires, Cántaro, 2012
El remedio para el rey ciego, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984
El Mentiroso entre guapos y compadritos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994
La recompensa del príncipe, Buenos Aires, Editorial Stella, 1995
Historias de María Sapa y Fortunato, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995 (Premio Fantasía Infantil 1996); reedición: Ediciones Santillana, 2001
El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997
La venganza del muerto, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997
El que se enoja, pierde, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999
Aventuras del capitán Bancalari, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999 Cuentos de don Jorge Sahlame, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001
El Viejo que Todo lo Sabe, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001
Burladores burlados, Buenos Aires, Editorial Crecer Creando, 2006, 104 págs.
La venganza del muerto [edición ampliada, contiene cinco cuentos: Historia de María Sapa; Relato de mis travesuras; La fortuna de Fortunato; Hombre de recursos; La venganza del muerto,], Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2011

ENSAYOS
El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Losada, 2011

ENTREVISTAS
Siete conversaciones conJorge Luis BorgesBuenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974; reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996; nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007
Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992; reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007


ANTOLOGÍAS (compilador)
35 cuentos breves argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973
36 cuentos argentinos con humor, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976
17 cuentos fantásticos argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978
Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2007
Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt, Buenos Aires, Editorial Losada, 2012


TRADUCCIONES
a)    LIBROS DE FICCIÓN
Sanitary Centennial. And Selected Short Stories. Translated by Thomas C. Meehan. Austin, Texas, University of Texas Press, 1988
Sanitários centenários [Sanitarios centenarios]. Traducción al portugués de Reinaldo Guarany. Río de Janeiro, José Olympio Editora, 1989
Von Skorpionen und anderen Alltagsgefahren. Erzählungen. Ausgewählt und aus dem Spanischen übersetzt von Vera Gerling. Gotinga, Hainholz Verlag, 2001
Attukkuttikal Allikkum Thandanai (La Corrección de los Corderos). Volumen de once cuentos en lengua tamil. Nagercoil (India), Kalachuvadu Pathippagam, 2003
Per colpa del dottor Moreau, ed altri racconti fantastici (14 racconti; traduttori: Ales­sandro Abate; Mario De Bartolomeis; Isabel Cuartero; Carlo Santulli, Marco Capelli e Eva Malagon Esteo; Luca Muzzioli). Módena, Progetto Babele, 2006
Existe um homem que tem o costume de me dar com um guarda-chuva na cabeça (18 contos; traduzidos do espanhol por António Ladeira e Helder Semmedo). Entroncamento (Portugal), OVNI, 2006
Per difendersi dagli scorpioni, ed altri racconti insoliti (20 racconti; traduttori: Ales­sandro Abate; Mario De Bartolomeis; Federico Guerrini; Renata Lo Iacono; Carlo Santulli). Macerata, Progetto Babele / Stampalibri, 2009
How to Defend Yourself against Scorpions (25 short stories; translators: Clark M. Zlotchew, Emmy Briggs, Gustavo Artiles, Michele McKay Aynesworth, Alex Patterson, Jonathan Cole, Norman Thomas di Giovanni, Susan Ashe, Donald A. Yates, Naomi Linds­trom). Liverpool, Red Rattle Books, 2013

b)    LIBROS DE ENTREVISTAS
Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translation, additional notes, appendix of personalities mentioned by Borges and translator’s foreword by Clark M. Zlotchew. Troy, Nueva York, The Whitston Publishing Company, 1982
Sette conversazioni con Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. A cura di Lucio D’Arcangelo. Milán, Arnoldo Mondadori Editore, 1999
Hét beszélgetés Jorge Luis Borgesszel [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Fordította Latorre Ágnes. Szerkesztette Scholz László. Budapest, Európa Könyvkiadó, 2000
Borges chi si tan [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al chino de Lin Yi an. Pekín, 2000
Sapte convorbiri cu Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al rumano de Stefana Luca. Bucarest, Editura Fabulator, 2004
Sapte convorbiri cu Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. Traducción al rumano de Ileana Scipione. Bucarest, Editura Fabulator, 2004
Sete conversas com Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Tradução: Ana Flores. Río de Janeiro, Azougue Editorial, 2009
Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translated, with Notes and Appendix by Clark M. Zlotchew. Filadelfia, Paul Dry Books, 2010
Sedem radsgovora s Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al búlgaro de Boriana Dukova, Sofía, Enthusiast Libris, 2011
Sette conversazioni con Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. A cura di María José Flores Requejo, Introduzione di Armando Francesconi, Tra­duzione e note di Armando Francesconi e Laura Lisi, Note alla traduzione di Laura Lisi, Pescara, Edizioni Solfanelli, 2014

           


Argentina, la democracia suicidada: Yo soy Nisman / viviana marcela iriart, 19 de enero de 2015

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